Durmiendo con el Enemigo
Durmiendo con el Enemigo
Por: Paula Da Rocha
PREFACIO

Ava estaba sentada debajo de la ducha mirando sus manos, sus brazos, piernas…todo su cuerpo lleno de hematomas que eran la prueba de que aquella terrible noche no había sido una pesadilla y junto con el agua se iba mezclando la sangre que todavía estaba pegada en su piel, y sabía que no era solo la suya. Era repulsivo ver su sangre mezclada con la de Otto Anderson, el hombre que había intentado matarla horas antes. Ella se llevó las manos a la cabeza y empezó a llorar, porque jamás en su vida había temido tanto por su vida y tampoco había tenido que luchar para seguir respirando. 

Ella solo quería olvidar todo lo que había vivido en aquel callejón, pero un par de horas más tarde, cuando estaba en su cama, escondida debajo de las mantas y de su colcha como una niña, alguien entró a la habitación, sentándose a su lado en la cama y supo de inmediato quien era.

–Mírame a los ojos Ava. –Pidió Scott Hoffman viendo como su hija se agarraba a la colcha que su abuela había hecho para ella cuando todavía era un bebé. –¿Mataste a Otto Anderson? – Preguntó sin rodeos y solamente con mirarla a los ojos supo que no había sido ella. 

Scott Hoffman sabía lo que quitar una vida humana podía llegar a hacer en el alma de una persona y aunque la mirada de su hija reflejaba el miedo y la desesperación que todavía estaba sintiendo, también podía ver que su alma seguía intacta.

–Sé que no fuiste tú, mi niña. –Murmuró Scott y Ava negó con la cabeza.

–Pero nadie puede saberlo papá. –Habló Ava con la voz rota refugiándose en los brazos de su padre. –Otto Anderson iba a matarme y ella lo mató para protegerme, pero todos deben pensar que fui yo, porque ella no puede tener más problemas con la policía. Nosotros le prometimos que ella y su hija estarían a salvo y debemos cumplir con esa promesa. –Suplicó y Scott asintió acunándola en sus brazos. –Prométeme papá, necesito que me prometas que todos seguirán pensando que yo maté a Otto Anderson, prométemelo papá.

–Te lo prometo mi niña, nos llevaremos esta verdad a la tumba. –Contestó Scott y Ava se deshizo a llorar en la seguridad de los brazos de su padre, pero al otro lado de la ciudad en el tanatorio de Griffin, las lágrimas de otra persona también brotaban sin parar, pero él no tenía un padre para consolarlo.

Derek tenía la cabeza apoyada en la frente de su hermano…del cadáver de su hermano pequeño mientras lloraba negando con la cabeza, sin poder creer en lo que estaba viendo. 

Sentir su piel tan fría y sin vida era como recordar la noche en la que sus padres habían fallecido. Era como volver a revivir toda la impotencia que había sentido al ver como su madre agonizaba en el asiento del copiloto, después de aquel terrible accidente, sin que él pudiera hacer nada para ayudarla. Una vez más no pudo proteger a una persona que amaba.

–Dicen que Ava Hoffman lo mató para defenderse. –Murmuró Edgar sintiendo como la ira recorría su cuerpo viendo a su sobrino sin vida, tumbado en aquella fría camilla de acero con una herida de arma blanca en el cuello. 

–Y al parecer es cierto, hay pruebas suficientes para cerrar la muerte de Otto como un simple caso de legítima defensa. –Respondió Reich, el hombre de confianza de Derek

 –Esa mestiza mató a mi niño. –Escupió Edgar mirando el cuerpo de Otto. –No nos importa sus motivos, esa perra debe pagar por la muerte de tu hermano Derek.

En aquel momento Derek consideró que los Hoffman eran una maldición en su vida. Por culpa de Alice Johnson y Scott Hoffman su familia había sufrido un accidente automovilístico que se había cobrado la vida de sus padres, dejándolo a él y a su hermano huérfanos, cuando todavía eran unos niños.

Derek empezó a golpear la camilla con rabia hasta sacar sangre de sus nudillos y cuando su tío intentó acercarse a él, Derek gritó.

–¡¡No te acerques!! –Derek abrazó el cuerpo de su hermano entre lágrimas y se fijó en el anillo que Otto llevaba puesto, el que había sido de su abuelo. Entonces lo sacó, lo puso en su dedo y después besó la cabeza de su hermano jurándose a sí mismo que Otto sería vengado. 

–¿Qué quieres hacer Derek? –Preguntó Edgar furioso. –Lo que decidas se hará. ¡Dime que es lo que quieres hacer para vengarte de los Hoffman, para que paguen por esto! 

Derek se giró para ir hacia la puerta ignorando las palabras de su tío y Edgar lo agarró del brazo.

–¿Qué es lo que vas a hacer?, dime para estar preparado.

–¡Reich! –Exclamó Derek llamando a su mano derecha sin apartar la vista de la mano de Edgar que estaba en su brazo.

–¿Señor? –Contestó poniéndose en postura militar, listo para atender las órdenes de su líder. Y si Derek le ordenase que matara a alguien, Reich lo haría sin vacilar.

–Envía a la familia Hoffman ciento dos rosas rojas. –Pidió y Edgar sonrió con satisfacción, porque sabía lo que significaba aquella cifra. 

—Catorce más ochenta y ocho. —Murmuró Edgar sonriendo con malicia deslizando su mano por la de Otto.

–Junto con las rosas una nota con un pedido de disculpas por parte de la familia Anderson, quiero que pongas que no estábamos de acuerdo con las actitudes y malas decisiones que había tomado mi hermano. También debes poner que deseamos que Ava Hoffman se encuentre bien y que estamos a disposición de ellos para lo que haga falta. –Continuó Derek y de repente la cara de felicidad de Edgar cambió.

–¡¡¿Vas a pedirle perdón a esa perra?!! –Exclamó Edgar furioso y Derek le echó una mirada asesina.

–¡Eres mi tío Edgar, pero que sea la última vez que vuelvas a abrir la boca mientras que estoy dando una orden! –Escupió Derek y Edgar bajo la cabeza contrariado, no le podía molestar que su sobrino actuase como él le había enseñado, con mano dura, pero tenía que saber. 

—¿Entonces esto se quedará así? —Murmuró Edgar indignado. — ¿No cobrarás venganza por la muerte de tu hermano? 

–La venganza es un plato que se come frío tío y eso es exactamente lo que pienso hacer. Lo dejaré enfriarse hasta que se congele para que cuando llegue el momento pueda disfrutar de la destrucción de mis enemigos con placer. –Contestó Derek con un tono frío y Reich, que era una de las personas que mejor lo conocían, sabía que estaba roto por dentro, pero aun así no estaba dispuesto a demostrarlo. Derek era un soldado frío y calculador que estaba preparándose para la guerra. 

 

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