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—Gracias por permitirnos trabajar aquí –le dijo Michaela a Diana, y ésta le sonrió. Miró su reloj viendo que ya estaba avanzada la tarde.

—¿Tienes algo que hacer? –Michaela negó—. Bien, te invito a tomar algo.

—No puedo entrar a un bar.

—Ni yo. Estoy embarazada, lo olvidas –ella se echó a reír.

—Es que… como vamos a hablar de cosas de chicas y eso…

—¿Con Marissa entras a bares para hablar cosas de chicas?

—David la mataría.

—¿Es por eso que no le has confiado a ella lo que te preocupa? –la vio tragar saliva.

—No. Yo confío en Marissa, pero… Supongo que al ser la mujer de mi hermano… es como si se lo estuviera contando a él. Es tonto, pero…

—En cierta forma, te entiendo. ¿Vamos? –Mic

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