10

¿Qué pasará ahora?, se preguntó Abigail recostándose en la espalda de Maurice mientras éste conducía a través de la ciudad. Aunque el casco le impedía pegarse todo lo románticamente que le apetecía en este momento, en su mente se sintió hoy más que nunca cerca de él.

Él bajó la velocidad cuando se internó en un barrio de casas grandes y bonitas, llenas de antejardines y mucha quietud. El ruido de la moto rompía el silencio y Abigail se preguntó dónde estaba ahora. Había recorrido más de la ciudad hoy que en toda su vida, así que no tenía modo de saber en qué parte estaban.

Al final, se detuvieron frente a una casa de dos pisos y que tenía parte de la fachada en piedra. El antejardín era enorme, y había luces dentro. Ésta no era la casa de él, ¿o sí? ¿Y si era una de sus casas, pasaría la noche aquí? ¿Con él?

El recuerdo de lo que había sucedido ayer la asaltó de repente, y se quedó quieta sentada en el asiento trasero de la moto. Él se quitó el casco y se giró para mirarla.

—¿Sucede algo? –ella negó, y percatándose de que necesitaba bajar para que él también lo hiciera, se movió para poner al fin los pies en tierra. El corazón le retumbaba ahora. No sabía si estaba lista para otra cosa como la de ayer. De todos modos, parecía que el sexo, después de todo, no era tan fantástico.

Ajeno a sus pensamientos, Maurice dejó los cascos sobre las direccionales de la moto, caminó hasta la puerta y llamó al timbre de entrada.

No era su casa, concluyó ella. De ser así, tendría la llave.

Una adolescente abrió la puerta.

—Ah, sólo es Maurice –dijo, como si estuviera muy decepcionada, y le dio la espalda. No caminó ni tres pasos cuando él la detuvo tomándola de la blusa, pero lejos de molestarse, la chica empezó a reír y a intentar huir de él sin mucho éxito.

Cuando se cansaron de jugar, la chica al fin reparó en que había otra persona en el jardín y la miró con asombro, y luego, con más asombro aún, miró a Maurice.

—¡¡Tú!! ¡¡¡Trajiste una chica!!! ¡¡Demonios!!

—Deja de maldecir, pareces un camionero.

—¡Abuela! –gritó la joven entrando—. ¡Maurice tiene novia! –incapaz de retenerla, Maurice se puso las manos en la cintura y dejó salir el aire. Luego miró a Abigail con una sonrisa.

—Ellos han sido mi familia todos estos años.

—A-ah… —sonrió ella. Qué bonita ocasión para ser presentada a la familia, pensó ella. Cuando estaba sudada, despeinada, y tartamuda. Bueno, lo de tartamuda era permanente.

—No te asustes, son gente sencilla. La abuela me adora—. Eso despertó serias dudas en ella. Una abuela que adoraba un nieto, por lo general odiaba a su nieta política.

Un momento, ¿qué significaba esto? ¿Por qué Maurice la estaba presentando a su familia? ¿Por qué, por qué, por qué? ¿Podía sacar las conclusiones que quisiera al respecto?

Él la tomó de la mano y la arrastró dentro. Él siempre tomaba su mano, se dio cuenta. Siempre había sido así, y al parecer, ni él mismo se daba cuenta de ello.

Una vez dentro, se enfrentó a la mirada de una mujer algo mayor, de cabellos canosos y cortos a la nuca, pero con unos ojos café verdosos bastante apacibles. Podía ser la mamá de su mamá, concluyó. Si Maurice la llamaba abuela era por alguna importante razón. No sabía mucho de los hombres, pero a este de aquí lo conocía, sabía que no tenía abuelas, y si esta mujer estaba llenando ese vacío, era por regla una mujer venerable.

—Bu-buenas… Buenas Noches –saludó ella, y Maurice le sonrió, tal vez felicitándola por su esfuerzo.

—Buenas noches –contestó la mujer, pero no le tendió la mano. Vio que las tenía ocupadas secándoselas en su delantal.

—Abuela, ¿cómo estás? –saludó él acercándose a ella y besándole la sien.

—Ocupada, como siempre.

—¿No es inaudito? –exclamó de nuevo la joven, que parecía revolotear alrededor—. ¡Maurice, nuestro Mao, trayendo una chica a casa! –y a continuación, juntó las manos y miró al cielo— ¡Oh, qué de prisa crecen!

—Ya entiendo por qué David te da tus zurras –Abigail abrió grandes los ojos al escuchar eso. ¿A esa chica le pegaban? Pero ella sólo se echó a reír y se puso delante de ella extendiendo su mano.

—Mi nombre es Michaela, puedes llamarme Mikki. Si eres una chica que Maurice quiere presentarnos, seguramente es porque esta misma noche te propondrá matri… —Maurice le tapó la boca, y el resto se escuchó ahogado.

—Hablas demasiado.

—No les prestes atención –dijo la abuela sacudiendo su cabeza. Le tomó el brazo suavemente y la condujo por la sala—. Bienvenida al manicomio Brandon –le dijo con una sonrisa, y Abigail sonrió.

—Gracias –dijo sin tartamudear, lo cual la asombró.

Michaela, como se había presentado la joven que a lo sumo tenía unos dieciocho años, la condujo a los muebles de la sala hablando y haciéndole preguntas. Al parecer, sólo le bastaba con que ella asintiera o negara para seguir su diálogo, lo cual era genial para ella. Era muy guapa, y muy vivaracha. Ella no había tratado con adolescentes antes, lo que recordaba de sus hermanas era todo el maquillaje, los bailes y los novios, pero al parecer, había otra orilla que ella no había conocido, y Michaela parecía estar de ese lado.

Y éstas eran las personas con las que Maurice había estado todo este tiempo. Con razón había conseguido volver a ser él mismo. Le había tomado su tiempo, pero tal como dijera Arthur, tuvo amigos, tuvo familia.

Suspiró aliviada. Siempre le había mortificado el imaginarse dónde estaba él y en qué condición, pero ahora podía tener la certeza de que al menos en medio de su oscuridad, había tenido quién cuidara de él.

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