¿Qué pasará ahora?, se preguntó Abigail recostándose en la espalda de Maurice mientras éste conducía a través de la ciudad. Aunque el casco le impedía pegarse todo lo románticamente que le apetecía en este momento, en su mente se sintió hoy más que nunca cerca de él.
Él bajó la velocidad cuando se internó en un barrio de casas grandes y bonitas, llenas de antejardines y mucha quietud. El ruido de la moto rompía el silencio y Abigail se preguntó dónde estaba ahora. Había recorrido más de la ciudad hoy que en toda su vida, así que no tenía modo de saber en qué parte estaban.
Al final, se detuvieron frente a una casa de dos pisos y que tenía parte de la fachada en piedra. El antejardín era enorme, y había luces dentro. Ésta no era la casa de él, ¿o sí? ¿Y si era una de sus casas, pasaría la noche aquí? ¿Con él?
El recuerdo de lo que había sucedido ayer la asaltó de repente, y se quedó quieta sentada en el asiento trasero de la moto. Él se quitó el casco y se giró para mirarla.
—¿Sucede algo? –ella negó, y percatándose de que necesitaba bajar para que él también lo hiciera, se movió para poner al fin los pies en tierra. El corazón le retumbaba ahora. No sabía si estaba lista para otra cosa como la de ayer. De todos modos, parecía que el sexo, después de todo, no era tan fantástico.
Ajeno a sus pensamientos, Maurice dejó los cascos sobre las direccionales de la moto, caminó hasta la puerta y llamó al timbre de entrada.
No era su casa, concluyó ella. De ser así, tendría la llave.
Una adolescente abrió la puerta.
—Ah, sólo es Maurice –dijo, como si estuviera muy decepcionada, y le dio la espalda. No caminó ni tres pasos cuando él la detuvo tomándola de la blusa, pero lejos de molestarse, la chica empezó a reír y a intentar huir de él sin mucho éxito.
Cuando se cansaron de jugar, la chica al fin reparó en que había otra persona en el jardín y la miró con asombro, y luego, con más asombro aún, miró a Maurice.
—¡¡Tú!! ¡¡¡Trajiste una chica!!! ¡¡Demonios!!
—Deja de maldecir, pareces un camionero.
—¡Abuela! –gritó la joven entrando—. ¡Maurice tiene novia! –incapaz de retenerla, Maurice se puso las manos en la cintura y dejó salir el aire. Luego miró a Abigail con una sonrisa.
—Ellos han sido mi familia todos estos años.
—A-ah… —sonrió ella. Qué bonita ocasión para ser presentada a la familia, pensó ella. Cuando estaba sudada, despeinada, y tartamuda. Bueno, lo de tartamuda era permanente.
—No te asustes, son gente sencilla. La abuela me adora—. Eso despertó serias dudas en ella. Una abuela que adoraba un nieto, por lo general odiaba a su nieta política.
Un momento, ¿qué significaba esto? ¿Por qué Maurice la estaba presentando a su familia? ¿Por qué, por qué, por qué? ¿Podía sacar las conclusiones que quisiera al respecto?
Él la tomó de la mano y la arrastró dentro. Él siempre tomaba su mano, se dio cuenta. Siempre había sido así, y al parecer, ni él mismo se daba cuenta de ello.
Una vez dentro, se enfrentó a la mirada de una mujer algo mayor, de cabellos canosos y cortos a la nuca, pero con unos ojos café verdosos bastante apacibles. Podía ser la mamá de su mamá, concluyó. Si Maurice la llamaba abuela era por alguna importante razón. No sabía mucho de los hombres, pero a este de aquí lo conocía, sabía que no tenía abuelas, y si esta mujer estaba llenando ese vacío, era por regla una mujer venerable.
—Bu-buenas… Buenas Noches –saludó ella, y Maurice le sonrió, tal vez felicitándola por su esfuerzo.
—Buenas noches –contestó la mujer, pero no le tendió la mano. Vio que las tenía ocupadas secándoselas en su delantal.
—Abuela, ¿cómo estás? –saludó él acercándose a ella y besándole la sien.
—Ocupada, como siempre.
—¿No es inaudito? –exclamó de nuevo la joven, que parecía revolotear alrededor—. ¡Maurice, nuestro Mao, trayendo una chica a casa! –y a continuación, juntó las manos y miró al cielo— ¡Oh, qué de prisa crecen!
—Ya entiendo por qué David te da tus zurras –Abigail abrió grandes los ojos al escuchar eso. ¿A esa chica le pegaban? Pero ella sólo se echó a reír y se puso delante de ella extendiendo su mano.
—Mi nombre es Michaela, puedes llamarme Mikki. Si eres una chica que Maurice quiere presentarnos, seguramente es porque esta misma noche te propondrá matri… —Maurice le tapó la boca, y el resto se escuchó ahogado.
—Hablas demasiado.
—No les prestes atención –dijo la abuela sacudiendo su cabeza. Le tomó el brazo suavemente y la condujo por la sala—. Bienvenida al manicomio Brandon –le dijo con una sonrisa, y Abigail sonrió.
—Gracias –dijo sin tartamudear, lo cual la asombró.
Michaela, como se había presentado la joven que a lo sumo tenía unos dieciocho años, la condujo a los muebles de la sala hablando y haciéndole preguntas. Al parecer, sólo le bastaba con que ella asintiera o negara para seguir su diálogo, lo cual era genial para ella. Era muy guapa, y muy vivaracha. Ella no había tratado con adolescentes antes, lo que recordaba de sus hermanas era todo el maquillaje, los bailes y los novios, pero al parecer, había otra orilla que ella no había conocido, y Michaela parecía estar de ese lado.
Y éstas eran las personas con las que Maurice había estado todo este tiempo. Con razón había conseguido volver a ser él mismo. Le había tomado su tiempo, pero tal como dijera Arthur, tuvo amigos, tuvo familia.
Suspiró aliviada. Siempre le había mortificado el imaginarse dónde estaba él y en qué condición, pero ahora podía tener la certeza de que al menos en medio de su oscuridad, había tenido quién cuidara de él.
—¿Quién es? –le preguntó Agatha a Maurice en la cocina, donde lo llevó para poder hablar con él. Él no contestó de inmediato, lo que despertó su curiosidad. Lo miró respetando su silencio, y esperó.—La verdad, no sé –contestó él, rascándose la cabeza, y luego pasándose la mano por los ojos y la barba—. Yo… Es la misma Stephanie físicamente; su misma cara. Eso me molesta, y al mismo tiempo…—Te gusta –completó, y él empezó a moverse tan inquieto que Agatha tuvo que detenerlo poniéndole una mano en el hombro—. ¿Qué te asusta? –él rio quedamente, y se cruzó de brazos. No sabía decirlo, no sabía explicarlo. Ni siquiera se atrevía a pensar demasiado en ello, y no tenía manera de decirle que ayer, cuando estuvo con
Minutos después llegaron Maurice y Michaela haciendo ruido y trayendo comida. Agatha ya había cenado, y también Michaela, pero a ella no le importó y repitió ración.Michaela observó los modales cuidadosos de Abigail, y concluyó que ella también era de buena familia, tal como Marissa. Había aprendido a detectar a estas mujeres a una legua de distancia. Lo que se preguntaba era ¿por qué vestía así y se comportaba tan tímida? Marissa no había sido así para nada, ni Diana.—¿Conoces a Marissa y a Diana? –le preguntó con un muslo de pollo frito en su mano enguantada. Abigail asintió lentamente. Las conocía, aunque no había cruzado palabras con ninguna de las dos antes—. ¿Y a Daniel Santos? ¿Lo conoces? –Abigail negó—. Ahora Diana y Daniel están casados –dijo
Abigail se despertó con dolor de cabeza, y todo en derredor daba vueltas. Lanzó un gemido, y se preguntó qué le había sucedido como para sentirse así. Luego se dio cuenta de que no sabía dónde estaba, ésta no era su habitación.Y un hombre semidesnudo entraba por una puerta, y ella se quedó sin aliento.Era Maurice, enseñando más de lo que debía ser sano, cubierto sólo con una toalla atada a la cintura.Había tenido la garganta seca hasta hacía un segundo, pero de repente empezó a salivar; este sí que era el mejor remedio contra la resaca. Certificado.Maurice tenía el pecho ancho y algo velludo, se veía moreno por el sol, y sus brazos, estaba segura de que no podría rodearlos con sus dos manos.—Buenos días –saludó él mirándola con una sonrisa, y ella se so
Él habló por unos minutos con su primo, no supo de qué, y luego volvió a ella.—¿Vamos a almorzar? –ella asintió. Esta mañana apenas había tomado un jugo con galletas en su apartamento por las prisas que habían tenido, y le rugía el estómago. Notó que él le ponía la mano en la cintura y caminaba con ella hasta el auto que los había llevado y traído toda la mañana.Cuando entraron al restaurante, el teléfono de él sonó.—Ah, David –le escuchó decir al tiempo que le corría la silla para que ella se sentara—. Te lo contó la abuela, ¿eh? –hizo una pausa—. Sí, claro, Michaela. ¿Esta noche? Vale. Sí, la llevaré.Él la miró, y volvió a sonreír, como si David le hubiese dicho algo chistoso.&mda
—¿Qué dices? –exclamó Theresa Livingstone mirando a su marido, que se encaminaba a su despacho privado con paso tranquilo mientras ella le iba detrás.—Lo que oíste –contestó él—. Al parecer, esa hija tuya se presentó en la comisaría con Maurice Ramsay y convenció a todos de que está con él por pura voluntad… Y también los convenció de que no tiene ninguna deficiencia mental—. Theresa se sentó lentamente sintiendo de repente las manos frías.—¿Y qué vamos a hacer? Esa estúpida se fue con ese hombre…—No podemos hacer nada –dijo él rodeando el escritorio y sentándose en su enorme sillón de cuero—. Como dice el capitán de la policía, ella es bastante mayorcita y puede elegir con quien irse. Por otro lado, no creo que Ramsay qu
Llegaron a un edificio igual de lujoso al de Maurice y subieron el elevador hasta el último piso. Maurice le explicó que Daniel, su primo, vivía en un pent-house con su esposa, y allí se reunirían además con David y Marissa.Conocía a Diana y a Marissa por los rumores. De la primera se decía que se había casado con un simple empleado de su padre, y luego éste se había convertido en el presidente de la compañía de su familia. Entre sus hermanas, lo tenían como un oportunista, y a ella, como una idiota que se había dejado embaucar. Y de Marissa tenía peores referencias aún; ella había sido la novia cornuda de Simon Donnelly, el hombre que prefirió a una secretaria antes que, a ella, tan hermosa y sofisticada; y ahora ella prefería a otro simple pobretón. Algunos hasta especulaban que su elección por un hombre como ese era una
Gracias a esta cena, Abigail pudo concluir varias cosas; una de ellas, que era muy improbable que Marissa se hubiese casado con David Brandon por venganza a Simon Donnelly y que estuviera teniendo una aventura con él, pues se le veía muy embelesada con su esposo, atenta a sus movimientos, receptiva a su cercanía. A menos que fuese una actriz consumada, ella podía decir que Marissa Brandon estaba enamorada de su esposo.Otra cosa que concluyó, esta vez acerca de Diana y Daniel, fue que su unión podía deberse a cualquier cosa menos a asuntos de negocios y dinero. Real, realmente, el uno parecía ver a través de los ojos del otro, y parecía que aun sin mirarse siquiera podían comunicarse entre sí, y cuando Maurice le informó que Diana esperaba un bebé, los ojos de ambos parecieron convertirse en dos enormes corazones de chicle rosa. Para alguien que nunca vio demostraciones de afecto
—¿Qué… qué… qué significa… lo que dijiste allá? –preguntó Abigail con bastante dificultad para formar cada palabra y decirla. Sentía que su lengua, sus cuerdas vocales, y toda su laringe estaban en shock.—¿Qué puede significar, Abigail? Nos casaremos. ¿Es la razón por la que me buscaste, no? –ella se quedó allí, quieta y en silencio, mirándolo nada más—. Vamos, ¿por qué te pones así? ¿O era que esperabas algo más romántico? ¿Que me pusiera de rodillas y te diera un enorme diamante? Tú me lo pediste, yo te estoy contestando—. Abigail asintió bajando la mirada y sintiendo de repente sus ojos humedecidos. Todo esto era verdad, y ella estaba obteniendo exactamente lo que había buscado, pero sonaba tan crudo, tan feo.Al parecer, la pequeñ