Abigail se despertó con dolor de cabeza, y todo en derredor daba vueltas. Lanzó un gemido, y se preguntó qué le había sucedido como para sentirse así. Luego se dio cuenta de que no sabía dónde estaba, ésta no era su habitación.
Y un hombre semidesnudo entraba por una puerta, y ella se quedó sin aliento.
Era Maurice, enseñando más de lo que debía ser sano, cubierto sólo con una toalla atada a la cintura.
Había tenido la garganta seca hasta hacía un segundo, pero de repente empezó a salivar; este sí que era el mejor remedio contra la resaca. Certificado.
Maurice tenía el pecho ancho y algo velludo, se veía moreno por el sol, y sus brazos, estaba segura de que no podría rodearlos con sus dos manos.
—Buenos días –saludó él mirándola con una sonrisa, y ella se so
Él habló por unos minutos con su primo, no supo de qué, y luego volvió a ella.—¿Vamos a almorzar? –ella asintió. Esta mañana apenas había tomado un jugo con galletas en su apartamento por las prisas que habían tenido, y le rugía el estómago. Notó que él le ponía la mano en la cintura y caminaba con ella hasta el auto que los había llevado y traído toda la mañana.Cuando entraron al restaurante, el teléfono de él sonó.—Ah, David –le escuchó decir al tiempo que le corría la silla para que ella se sentara—. Te lo contó la abuela, ¿eh? –hizo una pausa—. Sí, claro, Michaela. ¿Esta noche? Vale. Sí, la llevaré.Él la miró, y volvió a sonreír, como si David le hubiese dicho algo chistoso.&mda
—¿Qué dices? –exclamó Theresa Livingstone mirando a su marido, que se encaminaba a su despacho privado con paso tranquilo mientras ella le iba detrás.—Lo que oíste –contestó él—. Al parecer, esa hija tuya se presentó en la comisaría con Maurice Ramsay y convenció a todos de que está con él por pura voluntad… Y también los convenció de que no tiene ninguna deficiencia mental—. Theresa se sentó lentamente sintiendo de repente las manos frías.—¿Y qué vamos a hacer? Esa estúpida se fue con ese hombre…—No podemos hacer nada –dijo él rodeando el escritorio y sentándose en su enorme sillón de cuero—. Como dice el capitán de la policía, ella es bastante mayorcita y puede elegir con quien irse. Por otro lado, no creo que Ramsay qu
Llegaron a un edificio igual de lujoso al de Maurice y subieron el elevador hasta el último piso. Maurice le explicó que Daniel, su primo, vivía en un pent-house con su esposa, y allí se reunirían además con David y Marissa.Conocía a Diana y a Marissa por los rumores. De la primera se decía que se había casado con un simple empleado de su padre, y luego éste se había convertido en el presidente de la compañía de su familia. Entre sus hermanas, lo tenían como un oportunista, y a ella, como una idiota que se había dejado embaucar. Y de Marissa tenía peores referencias aún; ella había sido la novia cornuda de Simon Donnelly, el hombre que prefirió a una secretaria antes que, a ella, tan hermosa y sofisticada; y ahora ella prefería a otro simple pobretón. Algunos hasta especulaban que su elección por un hombre como ese era una
Gracias a esta cena, Abigail pudo concluir varias cosas; una de ellas, que era muy improbable que Marissa se hubiese casado con David Brandon por venganza a Simon Donnelly y que estuviera teniendo una aventura con él, pues se le veía muy embelesada con su esposo, atenta a sus movimientos, receptiva a su cercanía. A menos que fuese una actriz consumada, ella podía decir que Marissa Brandon estaba enamorada de su esposo.Otra cosa que concluyó, esta vez acerca de Diana y Daniel, fue que su unión podía deberse a cualquier cosa menos a asuntos de negocios y dinero. Real, realmente, el uno parecía ver a través de los ojos del otro, y parecía que aun sin mirarse siquiera podían comunicarse entre sí, y cuando Maurice le informó que Diana esperaba un bebé, los ojos de ambos parecieron convertirse en dos enormes corazones de chicle rosa. Para alguien que nunca vio demostraciones de afecto
—¿Qué… qué… qué significa… lo que dijiste allá? –preguntó Abigail con bastante dificultad para formar cada palabra y decirla. Sentía que su lengua, sus cuerdas vocales, y toda su laringe estaban en shock.—¿Qué puede significar, Abigail? Nos casaremos. ¿Es la razón por la que me buscaste, no? –ella se quedó allí, quieta y en silencio, mirándolo nada más—. Vamos, ¿por qué te pones así? ¿O era que esperabas algo más romántico? ¿Que me pusiera de rodillas y te diera un enorme diamante? Tú me lo pediste, yo te estoy contestando—. Abigail asintió bajando la mirada y sintiendo de repente sus ojos humedecidos. Todo esto era verdad, y ella estaba obteniendo exactamente lo que había buscado, pero sonaba tan crudo, tan feo.Al parecer, la pequeñ
—¿Qué haces aquí? –preguntó Arthur a Abigail, luciendo una bata verde oscura, horrible, pero finísima, y pasándole un billete al taxista que había traído a Abigail a su apartamento—. ¿Te peleaste con Maurice? –Abigail no contestó, sino que se internó en el edificio donde vivía su primo y se encaminó al ascensor. Él la siguió—. ¿Qué te hizo ese bastardo?—Aceptó casarse conmigo.—¿Aceptó? ¡Qué dicha! –Pero entonces se quedó pensando, frunciendo el ceño y llevándose las manos al mentón—. ¿Y qué haces aquí? ¿No deberías estar celebrándolo en su cama? –ella negó blanqueando sus ojos. Ahora, al parecer, recibiría puyas y bromas por el tema sexo. Gran cosa.&mdas
Entraron de nuevo al dúplex de Maurice, y Abby se sorprendió cuando él no hizo aquello de ponerla contra la pared y subirle la falda, sino que suavemente subió con ella las escaleras, entraron a la habitación y él la giró para mirarla fijamente. Ok, tal vez estaba hoy un poco indeciso. Él tomaría hoy otra vez su cuerpo y ella se lo permitiría, pero esta vez quería por lo menos un beso.Se acercó a él buscando su boca, pero Maurice giró el rostro y el beso dio en su mejilla. ¿No la iba a besar?Él la abrazó suavemente, paseó sus manos por su cintura y su espalda. El toque estaba siendo muy diferente a todos los que había recibido de él hasta ahora. La primera vez había sido rudo; hoy, luego de llegar de la policía, había sido un poco ansioso y atrevido, y ahora parecía que simplemente quería abraza
Hacía tiempo que Maurice no besaba a ninguna mujer; había olvidado esta sensación de intimidad y confianza, había olvidado que un beso puede decir tantas cosas remplazando las palabras. Pero si su beso dijera algo con palabras, ¡¿qué palabras serían?!Más allá del “qué bien sabes”, “esto me gusta”, “qué suave, qué cálida eres”, su cuerpo estaba diciendo cosas que él no alcanzaba a descifrar, sólo comprendía que le estaba pidiendo más y más. Y él lo reclamó; se sentó en la cama entre sus piernas y la sentó a ella, la movió para quitarle el vestido, y sin notar la sorpresa o la confusión de ella, o tal vez notándola, pero no queriendo detenerse a dar explicaciones, la tuvo pronto en ropa interior en su cama.Piel, piel, reclamaba su propia piel