—¿Qué haces aquí? –preguntó Arthur a Abigail, luciendo una bata verde oscura, horrible, pero finísima, y pasándole un billete al taxista que había traído a Abigail a su apartamento—. ¿Te peleaste con Maurice? –Abigail no contestó, sino que se internó en el edificio donde vivía su primo y se encaminó al ascensor. Él la siguió—. ¿Qué te hizo ese bastardo?
—Aceptó casarse conmigo.
—¿Aceptó? ¡Qué dicha! –Pero entonces se quedó pensando, frunciendo el ceño y llevándose las manos al mentón—. ¿Y qué haces aquí? ¿No deberías estar celebrándolo en su cama? –ella negó blanqueando sus ojos. Ahora, al parecer, recibiría puyas y bromas por el tema sexo. Gran cosa.
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Entraron de nuevo al dúplex de Maurice, y Abby se sorprendió cuando él no hizo aquello de ponerla contra la pared y subirle la falda, sino que suavemente subió con ella las escaleras, entraron a la habitación y él la giró para mirarla fijamente. Ok, tal vez estaba hoy un poco indeciso. Él tomaría hoy otra vez su cuerpo y ella se lo permitiría, pero esta vez quería por lo menos un beso.Se acercó a él buscando su boca, pero Maurice giró el rostro y el beso dio en su mejilla. ¿No la iba a besar?Él la abrazó suavemente, paseó sus manos por su cintura y su espalda. El toque estaba siendo muy diferente a todos los que había recibido de él hasta ahora. La primera vez había sido rudo; hoy, luego de llegar de la policía, había sido un poco ansioso y atrevido, y ahora parecía que simplemente quería abraza
Hacía tiempo que Maurice no besaba a ninguna mujer; había olvidado esta sensación de intimidad y confianza, había olvidado que un beso puede decir tantas cosas remplazando las palabras. Pero si su beso dijera algo con palabras, ¡¿qué palabras serían?!Más allá del “qué bien sabes”, “esto me gusta”, “qué suave, qué cálida eres”, su cuerpo estaba diciendo cosas que él no alcanzaba a descifrar, sólo comprendía que le estaba pidiendo más y más. Y él lo reclamó; se sentó en la cama entre sus piernas y la sentó a ella, la movió para quitarle el vestido, y sin notar la sorpresa o la confusión de ella, o tal vez notándola, pero no queriendo detenerse a dar explicaciones, la tuvo pronto en ropa interior en su cama.Piel, piel, reclamaba su propia piel
Maurice estacionó el auto frente al edificio en el que había vivido los últimos años y entró sin pérdida de tiempo. Subió los escalones uno a uno, y cuando estuvo frente a su puerta se detuvo. Había llegado aquí por inercia, pero había dejado la llave del apartamento y no tenía manera de entrar.¿De todos modos, qué hacía aquí? Se preguntó.Al parecer, su cuerpo y su mente se habían acostumbrado a huir y llegar aquí cuando un evento importante ocurría.¿Y qué era tan importante?Abby, respondió su mente. Abby.Se sentó en el suelo y recostó la cabeza en la pared mirando arriba y tragando saliva. Estar con Abby había sido más hermoso, más sublime y más fuerte de lo que se había podido imaginar. Había pensado al principio que s&oa
Maurice se sentó en el borde de la cama y miró a Abigail lucir una de sus camisetas. Sonrió y se masajeó el cuello, le quedaba enorme, pero se le veía estupenda.—¿Qué… qué pasa? –preguntó ella con tono preocupado—. Saliste sin decir nada…—Lo siento. Estaba… asustado, confundido—. Abigail lo miró haciendo sus preguntas en silencio, y a él se le hizo muy fácil interpretarlas: “¿ya no tienes miedo?”.Abigail lo vio sacarse de nuevo sus zapatos y recostarse atravesado en la cama.—Quiero contártelo todo, todo lo que pasó entre Stephanie y yo—. Abigail tragó saliva y miró a otro lado. Si bien siempre había tenido curiosidad, sentía que este no era un buen momento para escarbar en la intimidad que él había tenido con otra mujer.&mdas
—¿Sabes que nada de eso no fue lo peor? –siguió él con una sonrisa odiosa—. Lo peor es que… mi mujer… estaba siendo penetrada por ese hombre en el momento en que le dispararon. Cuando los forenses llegaron, determinaron que llevaban por lo menos doce horas allí; y yo allí, el cornudo, vi toda la escena—. Como si no pudiera soportarlo más, Maurice empezó a deambular por la habitación. Se pasaba las manos por el cabello, se abrazaba a sí mismo, se metía las manos al bolsillo y luego las volvía a sacar.Abigail no pudo evitar llorar. Maldita, maldita Stephanie. Maldita mujer. Había destruido a un hombre y lo había dejado más allá de toda redención. Un hombre que pudo haberla hecho todo lo feliz que una mujer amada podía ser.No pudiendo soportar más el verlo así, Abigail se puso en pie y caminó a
Maurice abrió los ojos poco a poco en una suave inspiración. La habitación estaba en penumbra; alguien había corrido las cortinas para que la luz de la mañana no se filtrara, y él estaba solo en la cama.En un momento, su cerebro no registró que había algo extraño en esto, y volvió a cerrar los ojos, pero tres segundos después recordó que anoche no había dormido solo, y que una mujer debía estar a su lado y no lo estaba.—Abby –susurró, pero ésta no apareció al nombrarla.Se sentó en la cama, pero no hizo ademán de salir de ella. Ahora recordaba lo que había sucedido anoche, una escena tras otra. Él le había contado toda su verdad, le había abierto el corazón mostrándole su más grande herida y vergüenza. ¿Había salido huyendo?Se pasó la m
Maurice salió de la ducha un poco molesto. Tonto Arthur. Él quería una mañana muy ocupada con Abigail, preferentemente en la cama, y llegaba él a acapararla. ¿Qué se creía?La puerta de la habitación se abrió y apareció Abigail con una mueca de incertidumbre.—¿Qué sucede?—Arthur… él quiere… invitarme a salir.—¿Ahora?—Bueno…—Diablos. ¿Por qué no vino más tarde? ¡Cien años más tarde!—¡Es mi primo!—Eso lo sé.—¡Es el único familiar con el que me llevo bien! –Maurice quiso blanquear los ojos quejándose por aquello, pero no lo hizo, sólo se le acercó.—Está bien. Ve con él. Imagino que querrá sonsacarte todo
Abigail llegó a un fino restaurante y preguntó en la entrada por Marissa Brandon. Arthur la había traído aquí y sabía que iba varios minutos tarde, pero no había sido culpa de él, en la tienda de teléfonos habían tardado un poco en instalarle el servicio. Ahora tenía teléfono, pero ningún número registrado en él, ni siquiera el de Maurice.Las mil cosas que habían comprado, Arthur las llevaría al apartamento de Maurice para que ella pudiera estar aquí con Diana y Marissa, a veces temía un poco haberse pasado de la raya, pero Arthur era a menudo muy convincente.El maître la condujo afablemente hasta una mesa dispuesta para tres comensales donde ya estaban ella y Diana Santos. Las dos le sonrieron al verla y la convidaron a sentarse. Abigail lo hizo sumamente nerviosa. Temía sufrir algún episodio de mutismo, y entonces