Abigail llegó a un fino restaurante y preguntó en la entrada por Marissa Brandon. Arthur la había traído aquí y sabía que iba varios minutos tarde, pero no había sido culpa de él, en la tienda de teléfonos habían tardado un poco en instalarle el servicio. Ahora tenía teléfono, pero ningún número registrado en él, ni siquiera el de Maurice.
Las mil cosas que habían comprado, Arthur las llevaría al apartamento de Maurice para que ella pudiera estar aquí con Diana y Marissa, a veces temía un poco haberse pasado de la raya, pero Arthur era a menudo muy convincente.
El maître la condujo afablemente hasta una mesa dispuesta para tres comensales donde ya estaban ella y Diana Santos. Las dos le sonrieron al verla y la convidaron a sentarse. Abigail lo hizo sumamente nerviosa. Temía sufrir algún episodio de mutismo, y entonces
Candace entró a la casa de sus padres y ni miró a quien le había abierto la puerta, sólo caminó decidida al sitio donde era seguro encontrar a su madre, pero ella no estaba allí.—¿Dónde está mamá? –le preguntó a una joven que se hallaba sacudiendo el polvo en una de las estanterías de la sala.—Ella está… en el jardín… —antes de terminar, ya Candace había salido de la sala y caminó al jardín trasero. Allí estaban Theresa y Christine.—¡Candace! –la saludó su madre con una sonrisa.—No te vas a imaginar lo que me acaba de pasar –Christine la miró elevando una ceja.—¿Qué te ocurrió?—¡Fui a comer con la madre de Leonard a un restaurante finísimo! Uno donde cada plato cuesta&hell
Maurice llegó a casa con expectativas. Por primera vez en mucho tiempo, tenía expectativas en su cumpleaños. Introdujo la llave en la cerradura de la puerta y la giró con mucho cuidado, pero ésta estaba oscura.Sonrió, tal vez la sorpresa estaba arriba, en su habitación.No terminó de completar este pensamiento cuando las luces se encendieron y un montón de personas gritaron “¡Sorpresa!”. De inmediato empezaron a cantar la canción del feliz cumpleaños, lo condujeron hacia el centro y le pusieron un gorrito en la cabeza y una cerveza negra, su favorita, en la mano. Aceptó los abrazos de David y Daniel, los besos de Marissa y Diana, y el abrazo de Michaela. Peter le palmeó la espalda, vio que Stephen levantaba su copa a modo de saludo desde un rincón, y Agatha lo miraba atenta, como una madre que no ha visto a su hijo en un año, y lo mimaba pregunt&a
—¿Estás nerviosa? –le preguntó Maurice a Abigail quitándole la botella de la mano para descorcharla él mismo. Abigail buscó a Stephen con la mirada.—N—no. No.—Así que… cuando dices mentiras, tartamudeas mucho, ¿eh? Buen dato.—Y—yo… no estoy… n—nerviosa.—Abby…—¿Qué hablabas con tu tío? –él se echó a reír, y se escuchó el pop de la botella al ser descorchada. Sirvió las copas de vino que ella había dispuesto y contestó:—Bueno, quería saber si de casualidad tú te estás aprovechando de tu parecido con mi ex mujer.—Tal como dijo Diana –masculló ella cruzándose de brazos.—Tienes que entenderlo. Me protege.—Lo entiendo, pero… eso no
—¿Estás nerviosa? –le preguntó Maurice a Abigail quitándole la botella de la mano para descorcharla él mismo. Abigail buscó a Stephen con la mirada.—N—no. No.—Así que… cuando dices mentiras, tartamudeas mucho, ¿eh? Buen dato.—Y—yo… no estoy… n—nerviosa.—Abby…—¿Qué hablabas con tu tío? –él se echó a reír, y se escuchó el pop de la botella al ser descorchada. Sirvió las copas de vino que ella había dispuesto y contestó:—Bueno, quería saber si de casualidad tú te estás aprovechando de tu parecido con mi ex mujer.—Tal como dijo Diana –masculló ella cruzándose de brazos.—Tienes que entenderlo. Me protege.—Lo entiendo, pero… eso no
Maurice estaba enloqueciendo con el toque de Abigail, ella ahora le estaba besando la línea de la mandíbula, aunque tenía que inclinarse un poco para que ella lo alcanzara bien, así que le tomó la mano que ella tenía en su entrepierna y la separó para llevarla al sofá. Cuando vio que ella miraba las escaleras con cierta confusión, él sonrió.—Podemos hacerlo en cualquier sitio de la casa –susurró acomodándola en el sofá.—¿En cualquiera?—En la cocina, la sala, el balcón…—¿Y en el baño? –él se quedó serio, pero no dejó de trabajar en desnudarse a sí mismo y a ella.—El baño no.—¿Por… lo que pasó allí hace años? –ahora sí, él se detuvo y la miró a los ojos.&md
Pasado el mediodía, Maurice salió de debajo de un brazo de Abigail y desenredó su roja cabellera para poder encontrar el maldito teléfono que no dejaba de sonar. Había intentado ignorarlo, pero este seguía vibrando y timbrando inexorablemente, y Abigail ni se había inmutado. Debía estar en el quinto sueño.—¿Sí? –contestó de mala gana, y al otro lado se escuchó el suspiro de Arthur Gardner.—Al fin contestas.—Fuiste a la escuela de los inoportunos y te ganaste el premio a mejor estudiante, ¿verdad?—La tía Theresa quiere verlos –cortó Arthur.—¿Qué?—A ti, y a Abigail. Quiere… la escuché muy entusiasmada, y eso me da mala espina.—¿Y por qué eres tú su vocero?—Porque no tiene tu número, n
¿Qué voy a hacer cuando te vayas? Quiso preguntar Maurice, pero ella una vez le había pedido entre lágrimas que no hablaran del momento de la partida. Había asegurado que eso simplemente algún día sucedería y ya. Un año de vida.Tío Stephen parecía haber aceptado a Abigail mejor de lo que jamás aceptó a Stephanie. Con ella las cosas habían sido de otro cariz siempre, las reuniones familiares eran incómodas y por eso hubo muy pocas en el tiempo en que fueron novios y luego esposos. De alguna manera, parecía como si todo en el mundo hubiese estado mal cuando se casó con Stephanie, pero bien cuando de Abigail se trataba. Todo era muy injusto, pues no lo pasarían juntos el resto de su vida.—¿Te parece bien si hacemos la boda el otro fin de semana? –preguntó él cuando ya iban de regreso a casa, sumidos en un silencio
—Gracias por permitirnos trabajar aquí –le dijo Michaela a Diana, y ésta le sonrió. Miró su reloj viendo que ya estaba avanzada la tarde.—¿Tienes algo que hacer? –Michaela negó—. Bien, te invito a tomar algo.—No puedo entrar a un bar.—Ni yo. Estoy embarazada, lo olvidas –ella se echó a reír.—Es que… como vamos a hablar de cosas de chicas y eso…—¿Con Marissa entras a bares para hablar cosas de chicas?—David la mataría.—¿Es por eso que no le has confiado a ella lo que te preocupa? –la vio tragar saliva.—No. Yo confío en Marissa, pero… Supongo que al ser la mujer de mi hermano… es como si se lo estuviera contando a él. Es tonto, pero…—En cierta forma, te entiendo. ¿Vamos? –Mic