Maurice estaba enloqueciendo con el toque de Abigail, ella ahora le estaba besando la línea de la mandíbula, aunque tenía que inclinarse un poco para que ella lo alcanzara bien, así que le tomó la mano que ella tenía en su entrepierna y la separó para llevarla al sofá. Cuando vio que ella miraba las escaleras con cierta confusión, él sonrió.
—Podemos hacerlo en cualquier sitio de la casa –susurró acomodándola en el sofá.
—¿En cualquiera?
—En la cocina, la sala, el balcón…
—¿Y en el baño? –él se quedó serio, pero no dejó de trabajar en desnudarse a sí mismo y a ella.
—El baño no.
—¿Por… lo que pasó allí hace años? –ahora sí, él se detuvo y la miró a los ojos.
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Pasado el mediodía, Maurice salió de debajo de un brazo de Abigail y desenredó su roja cabellera para poder encontrar el maldito teléfono que no dejaba de sonar. Había intentado ignorarlo, pero este seguía vibrando y timbrando inexorablemente, y Abigail ni se había inmutado. Debía estar en el quinto sueño.—¿Sí? –contestó de mala gana, y al otro lado se escuchó el suspiro de Arthur Gardner.—Al fin contestas.—Fuiste a la escuela de los inoportunos y te ganaste el premio a mejor estudiante, ¿verdad?—La tía Theresa quiere verlos –cortó Arthur.—¿Qué?—A ti, y a Abigail. Quiere… la escuché muy entusiasmada, y eso me da mala espina.—¿Y por qué eres tú su vocero?—Porque no tiene tu número, n
¿Qué voy a hacer cuando te vayas? Quiso preguntar Maurice, pero ella una vez le había pedido entre lágrimas que no hablaran del momento de la partida. Había asegurado que eso simplemente algún día sucedería y ya. Un año de vida.Tío Stephen parecía haber aceptado a Abigail mejor de lo que jamás aceptó a Stephanie. Con ella las cosas habían sido de otro cariz siempre, las reuniones familiares eran incómodas y por eso hubo muy pocas en el tiempo en que fueron novios y luego esposos. De alguna manera, parecía como si todo en el mundo hubiese estado mal cuando se casó con Stephanie, pero bien cuando de Abigail se trataba. Todo era muy injusto, pues no lo pasarían juntos el resto de su vida.—¿Te parece bien si hacemos la boda el otro fin de semana? –preguntó él cuando ya iban de regreso a casa, sumidos en un silencio
—Gracias por permitirnos trabajar aquí –le dijo Michaela a Diana, y ésta le sonrió. Miró su reloj viendo que ya estaba avanzada la tarde.—¿Tienes algo que hacer? –Michaela negó—. Bien, te invito a tomar algo.—No puedo entrar a un bar.—Ni yo. Estoy embarazada, lo olvidas –ella se echó a reír.—Es que… como vamos a hablar de cosas de chicas y eso…—¿Con Marissa entras a bares para hablar cosas de chicas?—David la mataría.—¿Es por eso que no le has confiado a ella lo que te preocupa? –la vio tragar saliva.—No. Yo confío en Marissa, pero… Supongo que al ser la mujer de mi hermano… es como si se lo estuviera contando a él. Es tonto, pero…—En cierta forma, te entiendo. ¿Vamos? –Mic
La boda se llevó a cabo de manera impecable. Asistieron todos, aunque sólo fueron veinticinco personas, y las más allegadas: David y Marissa; Diana y Daniel, Agatha, Michaela, Peter y Helen; Arthur, Hugh, Stephen, y unos cuantos amigos del barrio, o de la oficina, que se habrían ofendido terriblemente si Maurice no los hubiese invitado.Fue algo más bien sencillo, tan diferente a la fastuosa boda con más de cuatrocientos invitados que organizó Stephanie en su momento, y que requirió de músicos, miles de flores, cientos de niños desfilando y regando pétalos en una enorme iglesia que se llenó de gente desconocida para él, y que de igual modo lo felicitaron dándole calurosos abrazos como si se fueran a beneficiar enormemente con esa unión.No, esta vez todo fue totalmente diferente. Nada de intrusos, ni demasiados camareros entrometidos, ni invitados indeseados pregunt
Maurice estaba encantado con su nueva esposa. Ya había estado casado una vez, pero por primera vez se sentía realmente feliz.Vestir a Abigail era casi tan divertido como desvestirla. Comprarle cosas, llevarla de la mano por la calle y robarle uno que otro beso en el camino.Había improvisado un viaje de luna de miel en el mediterráneo, y ahora estaba en una isla para ellos solos. Bueno, no tan solos; lamentablemente, necesitaban al personal de servicios.La cabaña en la que estaban parecía más bien un palacete, y ellos ya habían hecho el amor casi en cada rincón. Y cuando no estaban desnudos y teniendo sexo, estaban hablando. O desnudos y hablando.¡Era tan fácil hablar con ella! ¡De cualquier tema! Cuando descubría que había cosas que definitivamente a ella no le interesaban, o que desconocía, como el béisbol, o las leyes norteamer
—Qué feliz te ves –sonrió Arthur a Abigail, quien también sonreía espléndidamente mientras entraba al apartamento de su primo. Había regresado apenas ayer de su viaje de luna de miel y ya había echado a andar su nueva vida.Arthur la miró de arriba abajo. Definitivamente, ésta no parecía la misma mujer triste y disminuida de hacía sólo un mes que no tenía confianza en sí misma, que no sonreía sino rara vez, y caminaba como si le pidiera disculpas al mundo por su existencia. No. Ahora Abigail mantenía su barbilla erguida, tenía un brillo inconfundible en su mirada y parecía más llena de vida que nunca.Caminó hacia la cocina, donde tenía una botella de vino, pero ella lo detuvo.—No puedo beber nada de alcohol.—¿Qué? ¿Ya? ¿Ya estás embarazada?&m
Michaela abrió la puerta de la casa al escuchar el llamado y se sorprendió un poco al ver a Peter en su entrada. Le sonrió y lo abrazó, pues no esperaba verlo en toda la semana.—¡Llegaste antes! –exclamó ella, y Peter la alzó y entró con ella a la sala. Había estado de viaje por cosas de Hugh, para quien trabajaba, y ya que estaba de vacaciones en la universidad, no había podido negarse.—Sí, las cosas se resolvieron antes de lo pensado—. Antes de terminar bien la frase, Michaela le tomó el rostro entre las manos y lo besó. Peter respondió al beso un poco sorprendido, pero feliz. Amaba esta parte de Michaela.—¿Ya comiste? –preguntó ella separándose de él y caminando a la cocina. Él la detuvo tomándole el brazo.—¿Y si salimos? –pero en el comedor, P
Maurice se detuvo un poco abruptamente en la recepción del edificio de oficinas de Ramsay & Co y tropezó con Stephen, que iba un paso detrás hablando con uno de sus empleados.—¿Qué sucede? –le preguntó Stephen mirándolo un poco ceñudo.—No… jodas –susurró, y Stephen miró en la dirección en la que miraba su sobrino. Había unas tres gallinitas rubias cotorreando entre sí y discutiendo algo con la chica de la recepción. Charlotte Richardson, Christine Stevens y Candace Chandler; las hermanas menores de Abigail.—Ah, ahí está –exclamó una de ellas, y caminó a él como si fuese una promoción de papel higiénico con el noventa por ciento de descuento.—¡Mierda, mierda! –exclamó Maurice deseando poder haberse escondido a tiempo.<