Hacía tiempo que Maurice no besaba a ninguna mujer; había olvidado esta sensación de intimidad y confianza, había olvidado que un beso puede decir tantas cosas remplazando las palabras. Pero si su beso dijera algo con palabras, ¡¿qué palabras serían?!
Más allá del “qué bien sabes”, “esto me gusta”, “qué suave, qué cálida eres”, su cuerpo estaba diciendo cosas que él no alcanzaba a descifrar, sólo comprendía que le estaba pidiendo más y más. Y él lo reclamó; se sentó en la cama entre sus piernas y la sentó a ella, la movió para quitarle el vestido, y sin notar la sorpresa o la confusión de ella, o tal vez notándola, pero no queriendo detenerse a dar explicaciones, la tuvo pronto en ropa interior en su cama.
Piel, piel, reclamaba su propia piel
Maurice estacionó el auto frente al edificio en el que había vivido los últimos años y entró sin pérdida de tiempo. Subió los escalones uno a uno, y cuando estuvo frente a su puerta se detuvo. Había llegado aquí por inercia, pero había dejado la llave del apartamento y no tenía manera de entrar.¿De todos modos, qué hacía aquí? Se preguntó.Al parecer, su cuerpo y su mente se habían acostumbrado a huir y llegar aquí cuando un evento importante ocurría.¿Y qué era tan importante?Abby, respondió su mente. Abby.Se sentó en el suelo y recostó la cabeza en la pared mirando arriba y tragando saliva. Estar con Abby había sido más hermoso, más sublime y más fuerte de lo que se había podido imaginar. Había pensado al principio que s&oa
Maurice se sentó en el borde de la cama y miró a Abigail lucir una de sus camisetas. Sonrió y se masajeó el cuello, le quedaba enorme, pero se le veía estupenda.—¿Qué… qué pasa? –preguntó ella con tono preocupado—. Saliste sin decir nada…—Lo siento. Estaba… asustado, confundido—. Abigail lo miró haciendo sus preguntas en silencio, y a él se le hizo muy fácil interpretarlas: “¿ya no tienes miedo?”.Abigail lo vio sacarse de nuevo sus zapatos y recostarse atravesado en la cama.—Quiero contártelo todo, todo lo que pasó entre Stephanie y yo—. Abigail tragó saliva y miró a otro lado. Si bien siempre había tenido curiosidad, sentía que este no era un buen momento para escarbar en la intimidad que él había tenido con otra mujer.&mdas
—¿Sabes que nada de eso no fue lo peor? –siguió él con una sonrisa odiosa—. Lo peor es que… mi mujer… estaba siendo penetrada por ese hombre en el momento en que le dispararon. Cuando los forenses llegaron, determinaron que llevaban por lo menos doce horas allí; y yo allí, el cornudo, vi toda la escena—. Como si no pudiera soportarlo más, Maurice empezó a deambular por la habitación. Se pasaba las manos por el cabello, se abrazaba a sí mismo, se metía las manos al bolsillo y luego las volvía a sacar.Abigail no pudo evitar llorar. Maldita, maldita Stephanie. Maldita mujer. Había destruido a un hombre y lo había dejado más allá de toda redención. Un hombre que pudo haberla hecho todo lo feliz que una mujer amada podía ser.No pudiendo soportar más el verlo así, Abigail se puso en pie y caminó a
Maurice abrió los ojos poco a poco en una suave inspiración. La habitación estaba en penumbra; alguien había corrido las cortinas para que la luz de la mañana no se filtrara, y él estaba solo en la cama.En un momento, su cerebro no registró que había algo extraño en esto, y volvió a cerrar los ojos, pero tres segundos después recordó que anoche no había dormido solo, y que una mujer debía estar a su lado y no lo estaba.—Abby –susurró, pero ésta no apareció al nombrarla.Se sentó en la cama, pero no hizo ademán de salir de ella. Ahora recordaba lo que había sucedido anoche, una escena tras otra. Él le había contado toda su verdad, le había abierto el corazón mostrándole su más grande herida y vergüenza. ¿Había salido huyendo?Se pasó la m
Maurice salió de la ducha un poco molesto. Tonto Arthur. Él quería una mañana muy ocupada con Abigail, preferentemente en la cama, y llegaba él a acapararla. ¿Qué se creía?La puerta de la habitación se abrió y apareció Abigail con una mueca de incertidumbre.—¿Qué sucede?—Arthur… él quiere… invitarme a salir.—¿Ahora?—Bueno…—Diablos. ¿Por qué no vino más tarde? ¡Cien años más tarde!—¡Es mi primo!—Eso lo sé.—¡Es el único familiar con el que me llevo bien! –Maurice quiso blanquear los ojos quejándose por aquello, pero no lo hizo, sólo se le acercó.—Está bien. Ve con él. Imagino que querrá sonsacarte todo
Abigail llegó a un fino restaurante y preguntó en la entrada por Marissa Brandon. Arthur la había traído aquí y sabía que iba varios minutos tarde, pero no había sido culpa de él, en la tienda de teléfonos habían tardado un poco en instalarle el servicio. Ahora tenía teléfono, pero ningún número registrado en él, ni siquiera el de Maurice.Las mil cosas que habían comprado, Arthur las llevaría al apartamento de Maurice para que ella pudiera estar aquí con Diana y Marissa, a veces temía un poco haberse pasado de la raya, pero Arthur era a menudo muy convincente.El maître la condujo afablemente hasta una mesa dispuesta para tres comensales donde ya estaban ella y Diana Santos. Las dos le sonrieron al verla y la convidaron a sentarse. Abigail lo hizo sumamente nerviosa. Temía sufrir algún episodio de mutismo, y entonces
Candace entró a la casa de sus padres y ni miró a quien le había abierto la puerta, sólo caminó decidida al sitio donde era seguro encontrar a su madre, pero ella no estaba allí.—¿Dónde está mamá? –le preguntó a una joven que se hallaba sacudiendo el polvo en una de las estanterías de la sala.—Ella está… en el jardín… —antes de terminar, ya Candace había salido de la sala y caminó al jardín trasero. Allí estaban Theresa y Christine.—¡Candace! –la saludó su madre con una sonrisa.—No te vas a imaginar lo que me acaba de pasar –Christine la miró elevando una ceja.—¿Qué te ocurrió?—¡Fui a comer con la madre de Leonard a un restaurante finísimo! Uno donde cada plato cuesta&hell
Maurice llegó a casa con expectativas. Por primera vez en mucho tiempo, tenía expectativas en su cumpleaños. Introdujo la llave en la cerradura de la puerta y la giró con mucho cuidado, pero ésta estaba oscura.Sonrió, tal vez la sorpresa estaba arriba, en su habitación.No terminó de completar este pensamiento cuando las luces se encendieron y un montón de personas gritaron “¡Sorpresa!”. De inmediato empezaron a cantar la canción del feliz cumpleaños, lo condujeron hacia el centro y le pusieron un gorrito en la cabeza y una cerveza negra, su favorita, en la mano. Aceptó los abrazos de David y Daniel, los besos de Marissa y Diana, y el abrazo de Michaela. Peter le palmeó la espalda, vio que Stephen levantaba su copa a modo de saludo desde un rincón, y Agatha lo miraba atenta, como una madre que no ha visto a su hijo en un año, y lo mimaba pregunt&a