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David no tuvo necesidad de llamar a la puerta de la mansión Hamilton. Alguien le abrió y le invitó a seguir sin tener él que decir su nombre o la razón por la que estaba aquí.

Lo hicieron esperar en la misma hermosa sala en la que había estado con Marissa la vez que vinieron a cenar. No se sentó, sino que se paseaba de un lado a otro sin poder mantener las manos quietas. Cuando Hugh apareció, lo hizo luciendo una bata encima de su pijama.

—Te estaba esperando.

—Eso veo –dijo David—. Tienes mucho que explicarme. ¿Por qué diablos me dijiste que no estaba pasando nada cuando te advertí de lo que había descubierto? ¡Era verdad y tú lo sabías! ¿Por qué me dejaste seguir dando pasos a ciegas y que me involucrara a mí y a mi familia en tus problemas?

—Muchacho, toma asiento.

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