David no tuvo necesidad de llamar a la puerta de la mansión Hamilton. Alguien le abrió y le invitó a seguir sin tener él que decir su nombre o la razón por la que estaba aquí.
Lo hicieron esperar en la misma hermosa sala en la que había estado con Marissa la vez que vinieron a cenar. No se sentó, sino que se paseaba de un lado a otro sin poder mantener las manos quietas. Cuando Hugh apareció, lo hizo luciendo una bata encima de su pijama.
—Te estaba esperando.
—Eso veo –dijo David—. Tienes mucho que explicarme. ¿Por qué diablos me dijiste que no estaba pasando nada cuando te advertí de lo que había descubierto? ¡Era verdad y tú lo sabías! ¿Por qué me dejaste seguir dando pasos a ciegas y que me involucrara a mí y a mi familia en tus problemas?
—Muchacho, toma asiento.
—
Michaela se subió a la taza del inodoro y miró a través de las rendijas de una pequeña ventana metálica hacia afuera. No era mucho lo que podía ver, sólo el cielo plomizo de un día lluvioso. Metió los dedos entre las rendijas e intentó moverla, encontrando que, gracias al óxido y la humedad, los tornillos que la sujetaban a la pared estaban flojos.Aquí tenía trabajo, pero igualmente, no tenía otra cosa que hacer, así que empezó a tirar con todas sus fuerzas. Entonces sintió voces fuera que se acercaban y salió del baño tirando de la cadena fingiendo que había estado haciendo sus necesidades. La puerta estaba abierta, y por ella entraba un hombre, un hombre de cabellos y ojos tan negros como el ala de un cuervo.—¡Usted! –exclamó Michaela al reconocerlo. Era el mismo hombre al que le había devuelto l
—¡David! –exclamó Marissa corriendo a abrazarlo. Él la apretó fuerte contra su pecho y metió su nariz entre sus cabellos.—Siento haber salido así esta mañana.—¿Estás bien? –preguntó ella—. ¿A dónde fuiste? Él casi contesta, pero recordó la petición de Hugh de mantenerla ignorante de todo y cerró la boca.—Con Peter y Maurice –dijo en cambio, rodeándola por los hombros y caminando con ella por la sala.—Tuve que mentirle a la abuela –contó Marissa—. Ella cree que tu hermana está donde Gwen.—Gracias –contestó él.—¿Ya desayunaste?—Tomé un café.—Pero no has comido nada.—No tengo…—Come algo. Por favor—. Él miró sus
—¡No puede ser! –exclamó la abuela Agatha cuando al fin David le contó lo que en realidad estaba sucediendo con Michaela—. ¡Esa niña! ¡Dios! Nunca me imaginé…—Pero ya está bien –le contestó David, tratando de tranquilizarla. Hugh lo acababa de llamar avisándole que ya Michaela estaba a salvo con la policía, y él no había podido evitar mostrar su alegría y alivio.—Acaso qué está pasando con Michaela? –había preguntado la abuela, y David tuvo que contarle, un poco bruscamente, que su hermana había tomado un viaje falso a Europa y ahora estaba en pleno rescate por la policía.Agatha estaba ahora un poco histérica, y Marissa le pasaba un pañuelo de papel tras otro para que se secara las lágrimas.—¡No puedo creerlo! ¡No puede ser! –volvi
—¡Ramsay! –exclamó Hugh Hamilton entrando en la sala en la que esperaban a que Michaela y Marissa salieran. Maurice se giró a mirarlo; Hugh le sonreía de medio lado, y él tuvo que mirar alrededor para saber si alguien lo había escuchado llamarlo.Hugh había venido para pagar la cuenta del hospital y asegurarse de que la hermana de David estaba bien, tal vez sintiéndose responsable de lo que le había sucedido. Peter estaba a unos pasos, y no dudaba que los podía escuchar; y David estaba ocupado con Agatha, hablando con ella, así que no les prestaba atención.—¿Me conoce? –le preguntó Maurice a Hugh, y éste le sonrió meneando su cabeza.—A ti te vi un par de veces, pero a tu tío lo conozco perfectamente –Hugh respiró profundo mirando a Peter y a David. Bajó la voz, y sin dejar de sonreír come
Amaneció, pero este nuevo día era mucho mejor.Marissa se levantó de la cama y arrastró con ella la sábana dejando desnudo a su compañero, que abrió los ojos de inmediato.—¿A dónde crees que vas? –le preguntó él atrapándola y llevándola de vuelta a la cama.—David, hoy es lunes.—¿Vas a poner horarios para el sexo por la mañana? –ella se echó a reír.—No, pero debo ir a mi casa, darme una ducha, ponerme ropa limpia e ir a trabajar.—Ah, cierto –capituló él dejándola ir. Marissa empezó a buscar la ropa más decente posible para salir. Sólo tenía el vestido de fiesta de la noche del sábado, y un par de pijamas. Como no había ido a su casa desde esa noche, no tenía otra ropa que ponerse.—¿No
Marissa dio otro paso atrás mirando a Viktor. Éste se puso en pie apoyando su mano derecha en la parte alta del brazo izquierdo, donde tenía la herida.—No tengo mucho tiempo –empezó a decir él—, por eso no esperes demasiada elocuencia de mi parte. Lamento mucho lo que le pasó a Michaela, pero créeme, si no colaboras conmigo, será peor.—Lo que le pasó a… ¿Qué sabes tú de eso? ¿Por qué conoces el nombre de la hermana de David?—Oh, sé más de lo que te imaginas. ¿Acaso cómo crees que me gané este balazo? –Marissa sintió como su corazón se agitaba. Qué tenía que ver Viktor Ivanov, un ejecutivo de H&H con un problema de trata de blancas? Hasta donde ella sabía, eso era lo que había ocurrido con Michaela, un caso que, lamentablemente,
Michaela miró de reojo a Peter, que estaba sentado a su lado en el autobús y en silencio.Tenía muchas cosas que preguntarle, pero comunicarse con este hombre nunca había sido fácil, parecía que él pusiera una barrera para que ella ni siquiera pudiera decir nada.Le gustaba bromear y tener oportunidad de reírse de las personas; con ellas presentes, claro. Con Maurice eso era muy fácil, y con David; pero con Peter no. Todavía dudaba de lo que decía Gwen, que estaba enamorado de ella. Él no lucía como alguien enamorado.—Dicen que ayudaste a salvarme –empezó a decir, y él pareció sorprendido al escuchar su voz, como si hubiese olvidado que a su lado iba ella—. Me gustaría que me explicaras qué fue lo que hiciste—. Él tragó saliva y bajó la cabeza.—No fue… no fue nada heroico,
Marissa entró a las oficinas de H&H con pasos largos y decididos. Iba hablando por el teléfono furiosa, así que Lisa, su secretaria, tuvo que seguirla en silencio.—¿Así que esa es la excusa que dio? –iba diciendo Marissa—. No me importa las razones que diera, yo sólo exijo que se cumpla mi petición y despidan a ese hombre ¡de inmediato! –Lisa la miró un poco sorprendida. Nunca había visto a su jefa así—. No me interesa si de él dependen la mitad de las familias de New Jersey. ¡Lo quiero fuera! Soy copropietaria del edificio, y en caso de que no se me acate… Ah, ¡comprende al fin! Si no puede vigilar bien una maldita puerta, que se vaya a hacer otra cosa. ¡Gracias! –exclamó ella cortando la llamada con algo de violencia. Lisa la observó respirar profundo, caminar dando vueltas por la oficina como