Al mediodía, David salió como era su costumbre para ir a almorzar. A veces lo hacía con Hugh o con otros compañeros, pero esta vez se encontró con Johanna Donnelly, su antigua vecina y ahora esposa de Simon, en la recepción. Al verlo, ella lo llamó en voz alta, y él le sonrió sorprendido de verla allí.
—¿A qué debo esta agradable sorpresa? –le preguntó a la vez que se le acercaba y le daba un beso en la mejilla.
—Vine a invitarte a comer.
—Qué honor –sonrió David—. Ahora que eres rica, puedes invitar a tus amigos pobres.
—Tú ya no eres tan pobre –bromeó ella—. Por allí escuché que Hugh Hamilton te tiene en muy alta estima, y ahora habitas una casa grande y hermosa, y hasta tienes auto.
—Beneficios del trabajo duro.
—Sí, ya veo –David
—Entonces, tu hermana estuvo secuestrada. Pobre Mikki.—Sí, y fue ese desgraciado, que, aunque ya está encerrado… siento que no soy libre de él aún.—Te comprendo.—Tal vez en esos días… con todo ese embrollo, yo fui incapaz de ver los cambios en ella. A mi alrededor no había sino problemas, conflictos. Tal vez abusé de su paciencia. Una novia, se supone, no es para cargarla con más problemas…—Te dejó ella solo durante ese asunto? –David miró lejos. No, Marissa había estado con él siempre. Fue con él hasta el aeropuerto; cansada como estaba, estuvo dispuesta a seguir investigando con él hasta el amanecer. Lo impulsó a dormir cuando no pudo, y estuvo a su lado en todo momento.—No –admitió él—. Siempre estuvo a mi lado.—¿Se enfrió
Marissa estaba metiendo su ropa en una maleta de cualquier manera. Desde hacía unos días no tenía noticias completas acerca de lo que estaba sucediendo en New Jersey. Sabía que ya estaban investigando a los culpables del caos en H&H, pero, ¿estaba David verdaderamente a salvo? ¿Sería prudente si ella volvía y hablaba con él?Ya no soportaba más un día fuera y sin él. Esta situación se había vuelto insostenible para ella.Miró la maleta y se sentó en la cama dándole la espalda a todo. Su peor miedo era volver y poner en peligro a David o su familia. Jamás se perdonaría si por su culpa les pasaba algo.Pero necesitaba volver. Necesitaba hablarle. Le contaría todo, y si tenía que suplicar para que la perdonara, lo haría.Dejó abandonada su tarea de empacar y bajó al primer nivel de la casa
Marissa despertó y miró en derredor. ¿Era la mañana de ayer, de hoy, o del día siguiente?Había mucha luz, tal vez era mediodía.Y entonces recordó a David.Se sentó de repente en la cama, pero ésta estaba vacía. ¿Había sido todo un sueño?Últimamente soñaba siempre con él. A veces, en esos sueños sólo hablaban, o caminaban tomados de la mano, pero otros eran menos inocentes, y ella amanecía enfebrecida.Pero esto no había sido un sueño, tenía el cuerpo adolorido justo en las zonas adecuadas, y esta cama, que nunca había albergado a David, olía a él.La prueba llegó al fin cuando vio su camisa de Lino tirada de cualquier manera en el suelo. Sonriendo, caminó a ella y se la puso, y sin nada más debajo, bajó a buscarlo.
El atardecer en la playa ese día fue precioso, brillante, lleno de mil colores. Marissa ni siquiera sospechó que así habían sido siempre; el tener a su lado a David hacía que todo alrededor volviera a cobrar vida.Había sobrevivido al infierno, pensó con un suspiro, y ahora se preguntaba de dónde había sacado tantas fuerzas.—Te extrañé tanto –dijo con voz suave y recostando su cabeza en el hombro de David, que también miraba hacia el océano sentado a su lado en la arena—. Creí que no lo resistiría—. David inclinó también su cabeza y besó sus rubios cabellos.Habían comido fuera, y al regresar, vuelto a hacer el amor. Dos veces. Luego habían estado caminando por la playa, tomados de la mano y en silencio. Cuando vieron el hermoso atardecer, decidieron disfrutarlo desde un mismo lugar, y aquí es
Bañarse en la playa de noche era una aventura, pensó David. El viento levantaba más alto las olas, así que tuvieron cuidado de no adentrarse demasiado y sólo juguetear en la espuma del mar. Así corrían el uno detrás del otro, se echaban agua, se abrazaban y besaban, se sumergían y volvían a jugar.Pasado el rato, se tiraron en una de las tumbonas, Marissa entre las piernas de David, abrazados y cansados por toda la actividad del día. El cielo estaba estrellado, y cuando gracias a la brisa del mar ella empezó a temblar, David echó sobre ambos una toalla y allí se quedaron.—Ha sido el día más feliz de mi vida en mucho rato –susurró ella, y David sonrió sin agregar nada. Realmente, estaba meditando en el trayecto de aquí al interior de la casa; le daba mucha pereza tener que levantarse y volver. ¿Qué tan malo era d
Un chofer de H&H fue por Marissa y David al aeropuerto, así que no tuvieron que perder tiempo esperando un taxi, y mientras iban de camino, Michaela llamó a David para decirle que la abuela había preparado un almuerzo para ellos y que los esperaban en casa. Él sonrió y aceptó. Era consciente de que ya no estaban a solas y su pequeña luna de miel había terminado.Técnicamente, sí, pero él seguía deseando estar a solas con ella para ponerse al día con todos esos meses que no se tuvieron el uno al otro. A veces sentía que si le soltaba la mano volvería a desaparecer. Lo asustaba ese sentimiento posesivo, pero como ella no tenía problema con eso, le daba un poco de seguridad.Siempre estaba en contacto con ella, con su cuerpo, de algún modo. Sentía que debía tenerla siempre al alcance, a la vista, que debería poder extender la mano
—¿Café? –ofreció Agatha, y Hugh se sentó en el sofá y cruzó la pierna para recibir su café. David dejó salir el aire y se sentó frente a él con Marissa a su lado y empezaron a hablar y a ponerse al día en muchas cosas acerca de la empresa. Michaela, aunque no entendía todo, los escuchaba atenta y de vez en cuando hacía preguntas, que, pese a todo, Hugh no consideraba impertinente. Ella había sido víctima de todo este embrollo, y tenía derecho a saber cómo se desenredaban las cosas.—Quisiera aprovechar este momento y decirles algo importante a los dos –dijo Hugh de repente, y mirando a la pareja que tenía las manos entrelazadas. Hugh miró con ceño el anillo de Marissa, pero como ella tenía cara de sol naciente, y de pastel de cumpleaños, no dijo nada.—Yo me voy a la cocina a ayudar a la
Ella intentó saludarlo, después de todo, habían sido tres meses sin ver a ninguno aquí, pero él fue muy distante.—Sólo quiero advertirte un par de cosas –dijo él cuando estuvieron un poco apartados de los demás.—¿Advertirme?—David es como mi hermano. Llevamos cerca de seis años muy cerca, y lo conozco, y sé que es un muchacho bueno a pesar de todo por lo que ha tenido que pasar.—Lo sé, Maurice.—No lo dudo. Es por eso que quiero decirte que estaré tal vez aún más cerca de él, pendiente. Me importa su felicidad—. Marissa lo miró con ojos entrecerrados.—¿A dónde quieres llegar?—A que no confío en ti, ni en tus buenas intenciones de ahora. En el pasado dijiste amarlo y ser capaz de dejarlo todo por él, pero le hiciste daño, muc