—¿Café? –ofreció Agatha, y Hugh se sentó en el sofá y cruzó la pierna para recibir su café. David dejó salir el aire y se sentó frente a él con Marissa a su lado y empezaron a hablar y a ponerse al día en muchas cosas acerca de la empresa. Michaela, aunque no entendía todo, los escuchaba atenta y de vez en cuando hacía preguntas, que, pese a todo, Hugh no consideraba impertinente. Ella había sido víctima de todo este embrollo, y tenía derecho a saber cómo se desenredaban las cosas.
—Quisiera aprovechar este momento y decirles algo importante a los dos –dijo Hugh de repente, y mirando a la pareja que tenía las manos entrelazadas. Hugh miró con ceño el anillo de Marissa, pero como ella tenía cara de sol naciente, y de pastel de cumpleaños, no dijo nada.
—Yo me voy a la cocina a ayudar a la
Ella intentó saludarlo, después de todo, habían sido tres meses sin ver a ninguno aquí, pero él fue muy distante.—Sólo quiero advertirte un par de cosas –dijo él cuando estuvieron un poco apartados de los demás.—¿Advertirme?—David es como mi hermano. Llevamos cerca de seis años muy cerca, y lo conozco, y sé que es un muchacho bueno a pesar de todo por lo que ha tenido que pasar.—Lo sé, Maurice.—No lo dudo. Es por eso que quiero decirte que estaré tal vez aún más cerca de él, pendiente. Me importa su felicidad—. Marissa lo miró con ojos entrecerrados.—¿A dónde quieres llegar?—A que no confío en ti, ni en tus buenas intenciones de ahora. En el pasado dijiste amarlo y ser capaz de dejarlo todo por él, pero le hiciste daño, muc
A veces el dinero no te da lo que más quieres. Esa frase bailó en la mente de Marissa con demasiada claridad, contoneándose como si se regocijara de ser cierta. Observaba a Simon, su prometido, a través de la amplia sala. Él contemplaba la vista de Jersey City, que desde los ventanales de cristal de su apartamento se podía apreciar con toda claridad. Gracias a que era verano, el paisaje era claro y llamativo. Simon, sin embargo, no se veía como siempre: erguido, poderoso y orgulloso de ese poder. No, Simon parecía más bien derrotado, y ella odiaba eso. Hacía pocas semanas había descubierto que su prometido se había enamorado de otra mujer, una que no era ni medianamente hermosa, ni rica, ni sofisticada, como lo era ella tal vez, pero había logrado atrapar el amor de un hombre como él. Ella y Simon estaban prometidos casi desde que ambos eran adolescentes gracias a que sus padres se conocían también desde hacía mucho tiempo, y había
El restaurante no era tal. Era más bien un sitio de comidas rápidas y de dudosa presentación. Sus muebles viejos eran, sin embargo, acogedores.Marissa entró mirando en derredor, hasta que vio al objeto de su búsqueda: Johanna Harris.Ella era bonita. Su largo cabello oscuro estaba recogido en una cola de caballo y llevaba una gorra amarilla con el logo del restaurante. La camiseta blanca, que hacía parte del uniforme, se ajustaba a su figura de forma graciosa. Ella era hermosa y curvilínea, y estaba trabajando aquí, tal vez de mesera, tras haber renunciado a su empleo en la empresa de Simon.Miró otra vez en derredor tomando aire y reafirmando su decisión de hacer lo que había venido hacer. Ella tardó un poco en notarla, pues revisaba unos papeles que parecían ser facturas y cuentas con un compañero uniformado con gorra amarilla y camiseta blanca al igu
David nunca había conducido un auto como ese.Miró a la dueña a su lado.Del mismo modo, nunca había pasado tanto tiempo al lado de una mujer como esa. Se sentía como en la dimensión desconocida. Como si en cualquier momento fuera a despertar para seguir siendo el encargado de un restaurante en su barrio.Sonrió. Esto era un simple paréntesis en su realidad. Después de todo, seguía siendo el encargado de un restaurante en su barrio.Se detuvo en un semáforo y vio a dos hombres en una esquina admirar el auto, luego, a la chica digna de una portada de revista asomada a la ventanilla. Inmediatamente, y como era de esperarse, los hombres movieron la cabeza para tratar de ver al afortunado, afortunadísimo, que iba al volante. Ah, sí. El dudoso afortunado era él, aunque sólo estaba haciendo las veces de ch&oacu
Ese domingo por la tarde, David se vistió con pereza. Con un poco de suerte, este sería su última noche en el bar y servir tragos pasaría a la historia. Mañana sería su primer día de trabajo en una importante empresa.Se subió los pantalones lentamente, y se puso frente al espejo sin mirarse. Michaela entró a su habitación sin llamar primero, así que fue una fortuna estar decente.—Un día de estos –le dijo—, me vas a encontrar desnudo y te vas a llevar el susto de tu vida—. Ella rio descarada.—Eres mi hermano, nada de ti me asusta.—No estés tan segura—. Por el rabillo del ojo, la vio sentarse frente al PC, conectarse a internet e ir directamente al Facebook. Ella no tenía un teléfono inteligente, así que seguramente se estaría allí por horas; y sin él para vigilar, se acostar&iacut
David la vio tomar su bolso y salir de allí disparada con su amiga detrás. No se había girado ni una vez hacia él mientras se dirigía a la salida. Pero claro, se dijo, ¿qué esperabas? ¿Realmente creyó que una mujer como ella se acordaría de él? En esa ocasión ni le había mirado la cara. Había estado muy concentrada acariciándolo, y tratando de seducirlo. Para ella, seguro, había sido sólo alguien del sexo opuesto al que podía utilizar para vengarse. Nada más.Ah, pero dolía, dolía de veras.Marissa llegó hasta su auto y se internó en él. Nina había preferido quedarse a última hora. Mejor que mejor.David allí. El chico sin rostro ni nombre de su apartamento, allí. Bueno, ahora tenía un nombre, y un atractivo rostro que ponerle cuando se acordara de
David observó a Marissa huir casi con la misma premura con la que había salido anoche del bar, y Hugh sólo lo miró sonriendo, como pidiéndole que disculpara la mala educación de su hija.No podía creer su suerte. Él había tenido el “buen” tino de cruzarse en el camino de la hija del que sería su jefe más importante. La hija de Hugh Hamilton.Qué raro era el destino.Había entrado a trabajar aquí hoy porque sus profesores en la universidad lo habían recomendado expresamente a él para una necesidad muy particular que tenía este importante hombre de negocios.Hugh Hamilton era muy conocido; su empresa era muy conocida. De él se sabía que iba rozando los sesenta y que era activo, saludable para su edad, viudo desde hacía muchísimo tiempo, y con decisiones muy acertadas en cuanto a dinero se referí
A la media mañana, ya el asunto era de conocimiento público. Algunos aduladores habían hecho llegar flores a la oficina de Marissa, como si estuviera de muerte en un hospital, y una de las secretarias se había encargado de traerle su café y ropa limpia. David se había encerrado en su pequeña oficina para no tener que seguir contestando a las preguntas curiosas de todos. Estaba tratando de ignorar los ruidos de afuera cuando tocaron a su puerta y ésta se abrió. Marissa entró con su falda un poco alzada para que no rozara las raspaduras de la rodilla.—Eh… —sonrió y se rascó la cabeza—. Quería… agradecerte… como parece que es mi misión… por lo que hiciste allá afuera, y luego en la enfermería.—De nada.—No, no… me refiero a… Bueno, me preguntaba si ahora que sea la hor