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David observó a Marissa huir casi con la misma premura con la que había salido anoche del bar, y Hugh sólo lo miró sonriendo, como pidiéndole que disculpara la mala educación de su hija.

No podía creer su suerte. Él había tenido el “buen” tino de cruzarse en el camino de la hija del que sería su jefe más importante. La hija de Hugh Hamilton.

Qué raro era el destino.

Había entrado a trabajar aquí hoy porque sus profesores en la universidad lo habían recomendado expresamente a él para una necesidad muy particular que tenía este importante hombre de negocios.

Hugh Hamilton era muy conocido; su empresa era muy conocida. De él se sabía que iba rozando los sesenta y que era activo, saludable para su edad, viudo desde hacía muchísimo tiempo, y con decisiones muy acertadas en cuanto a dinero se referí

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