Un hombre llegó a saludarlos y Marissa se quedó un poco asombrada al verlo. Era alto, unos centímetros más que David, de cabellos oscuros, ojos claros y tez canela; una barba poblada y cerrada que le quedaba perfecta. ¿Qué le ponían al agua de este barrio? Se preguntó.
—Creí que ya no llegabas –dijo el hombre sonriendo y dirigiéndose a David, y Marissa elevó ambas cejas cuando la miró a ella significativamente—, pero ahora entiendo que te demoraras.
—Sí, tuve mucho trabajo en la oficina –respondió David sonriendo también—. Feliz cumpleaños, Maurice.
—Ah, ¿eres tú el que cumple años? –Preguntó Marissa.
—Treinta años, mi querida –contestó él poniendo en sus manos una bebida—. Bienvenida, estás en tu casa.
—Gracias&
Pasado un rato, David decidió darle un poco de espacio, y Marissa lo aprovechó. Se acercó a la mesa de las comidas y allí se puso a conversar con otras mujeres; una de ellas estaba embarazada, y Marissa pidió permiso para tocarle la panza, y cuando ella se lo dio, la ternura casi la desborda. Luego, la vio hablar con Michaela y Maurice, y reían y hablaban en voz alta, como si los conociera de toda la vida. Un poco celoso porque la habían acaparado, se unió al grupo.Cuando vio a su abuela Agatha mirar en derredor, tomó a Marissa de la mano y la llevó hasta ella.Marissa observó a la anciana, con el cabello surcado de canas y ropa bastante sencilla, pero con mirada cálida y sonrisa fácil.—Es un placer conocerla –le dijo, y era verdad. Esta mujer, según lo que David le había contado, se había hecho cargo de sus nietos cuando no tuvieron a na
David la vio abrir la puerta y algo se disparó dentro de él. Fue como un estallido que lo impulsó, y al instante estuvo tras ella, cerrando de golpe la puerta e impidiendo que ella saliera.—¿A dónde vas? –preguntó, y la escuchó reír.—¿Cómo que a dónde? A mi apartamento, claro. No quieres que esté aquí.—Dios, Marissa… —apoyó su frente en su cabello, e inspiró fuertemente. Ella se quedó quieta, esperando.Los segundos pasaron, y ninguno de los dos se movió. Ella no hizo ademán de abrir de nuevo la puerta, y él no dijo “vete”. Sólo se quedaron allí, el uno esperando las reacciones del otro, sabiendo que cualquier cosa que se decidiera aquí sería definitivo, y marcaría para siempre el rumbo de las cosas entre los dos.David tenía
Marissa cerró los ojos, concentrándose en las sensaciones, dándose cuenta, sin proponérselo, lo diferente que era David de Simon.No, no era tanto que David fuera diferente. Ella era diferente. De alguna manera, esto, estar unida a él, él dentro de ella, o ella dentro de él, no lo sabía, cerraba un círculo; ponía un sello sobre los dos.Se miraron a los ojos, con un mensaje velado viajando entre los dos, como si cayeran en cuenta de lo mismo. Era algo extraño, pero ambos sentían como si nunca hubiesen estado con ninguna otra persona antes de este momento, como si ambos fuesen vírgenes.Era extraño, pero hermoso, y ninguno de los dos quiso hablar o decir algo para no romper la magia del momento. ¿Cómo explicar que había sentido como si fueran dos mitades de un todo que al fin encajaran? Como si ella lo completara a él y él la comple
Michaela caminaba en puntillas de pie por el pasillo del pequeño apartamento. Era sábado, y anoche hubo fiesta, pero estaba segura de que su hermano madrugaría de todos modos para ponerse a trabajar en el computador, ocupándolo, sin dejarla a ella navegar un rato en internet. Había oído la ducha abierta, así que debía ser él… ella sólo quería ganarle en esta ocasión. Abrió la puerta rápidamente y se internó en la habitación para encontrarse con la pareja dormida, y pegados como dos cucharas bajo las delgadas sábanas. El susto le hizo gritar.Marissa saltó de la cama y también gritó, David quedó sentado mirando fijamente a su hermana. Hubo un silencio incómodo, y en ese par de segundos, Michaela volvió a abrir la puerta para desaparecer tras ella.Marissa se puso hist&eacut
—¡¿Que David tiene novia?! –exclamó Stacy, una castaña de ojos café tal vez con exceso de maquillaje en el rostro. Se cruzó de brazos haciendo pucheros y recostándose en el espaldar de su silla. Ella, Gwen y Michaela eran amigas desde que ésta última se vino a vivir a la zona con su hermano. Estudiaban juntas, vivían cerca. Si no hablaban por teléfono, seguro lo hacían por el Facebook. Cada una tenía su historia, y a su manera, se querían.—¿Acaso no te enteraste? –preguntó Gwen con impaciencia y agitando su melena rojiza y rizada—. La llevó anoche a la fiesta de Maurice.—¿Entonces esa rubia era su novia? ¿Esa flacucha? Y no sabía que le gustaban rubias.—No le gustan rubias –contestó Michaela mirándose las uñas—. Le gusta Marissa. De todos modo
Era casi medio día cuando David entró por segunda vez al apartamento de Marissa para que ella se cambiara de ropa, pues planeaban pasar juntos el resto del día.Hubiese querido entrar con ella en la ducha, pero ya era tarde, y si entraban juntos, tardarían aún más, así que había permitido que entrara sola para que se diera prisa y pudieran ir a un restaurante a tiempo. Se les había ido la mañana en su apartamento, Marissa y Agatha hablando de todo y contándose historias, y helos aquí, contando los minutos.Mientras ella se duchaba, David estudió su habitación y sus cosas, y decidió que esta niña mimada era mucho menos organizada que él; encontró libros entre la ropa, y bragas sobre el nochero. Las tomó sonriendo y empezó a girarlas en su dedo índice mientras seguía deambulando por la habitación.
Diana Alcázar estaba sentada en uno de los tantos pasillos del aeropuerto. Llevaba rato allí mirando su teléfono móvil.Había sido una tonta al confiar en que su hermano, dos años mayor que ella, vendría a buscarla, siendo que desde siempre Esteban había demostrado ser incapaz de cumplir una cita; pero había querido darles una sorpresa a todos y por eso lo había llamado a él. Tenía la tonta esperanza de que hubiese cambiado, pero no había sido así.En la pantalla de su teléfono se mostraba el número de alguien que había sido su primera opción antes que llamar a Marissa y que su hermano Esteban; él nunca le hubiese fallado. Pero de igual modo, ella nunca lo habría llamado.De lejos, vio llegar a su amiga y se puso en pie sonriendo. Pudo haber tomado un taxi, pero esta vez había exagerado con el equi
Fue abrir la puerta de su apartamento, y Marissa se vio contra la pared. Sabía que David había estado ansioso, aunque había intentado disimularlo, pero no se había imaginado que tanto.Sintió sus manos inquietas subir por debajo de su pequeño vestido y le bajó las bragas. Ella lanzó un suave gemido de expectativa; esto le gustaba, le gustaba la sorpresa, que David hasta el momento le hubiese mostrado las diferentes posiciones que se sabía para tener sexo. Y buen sexo.Se apoyó con los brazos en la pared elevando un poco su trasero para que él tuviera acceso y se vio plenamente recompensada. David entró en ella desde atrás tan suavemente como si toda ella estuviese embadurnada de mantequilla.No era mantequilla, era su cuerpo dispuesto desde los jugueteos en el auto, y luego el ascensor.—Dios, mujer. Qué buena estás –susurró é