Michaela caminaba en puntillas de pie por el pasillo del pequeño apartamento. Era sábado, y anoche hubo fiesta, pero estaba segura de que su hermano madrugaría de todos modos para ponerse a trabajar en el computador, ocupándolo, sin dejarla a ella navegar un rato en internet. Había oído la ducha abierta, así que debía ser él… ella sólo quería ganarle en esta ocasión. Abrió la puerta rápidamente y se internó en la habitación para encontrarse con la pareja dormida, y pegados como dos cucharas bajo las delgadas sábanas. El susto le hizo gritar.
Marissa saltó de la cama y también gritó, David quedó sentado mirando fijamente a su hermana. Hubo un silencio incómodo, y en ese par de segundos, Michaela volvió a abrir la puerta para desaparecer tras ella.
Marissa se puso hist&eacut
—¡¿Que David tiene novia?! –exclamó Stacy, una castaña de ojos café tal vez con exceso de maquillaje en el rostro. Se cruzó de brazos haciendo pucheros y recostándose en el espaldar de su silla. Ella, Gwen y Michaela eran amigas desde que ésta última se vino a vivir a la zona con su hermano. Estudiaban juntas, vivían cerca. Si no hablaban por teléfono, seguro lo hacían por el Facebook. Cada una tenía su historia, y a su manera, se querían.—¿Acaso no te enteraste? –preguntó Gwen con impaciencia y agitando su melena rojiza y rizada—. La llevó anoche a la fiesta de Maurice.—¿Entonces esa rubia era su novia? ¿Esa flacucha? Y no sabía que le gustaban rubias.—No le gustan rubias –contestó Michaela mirándose las uñas—. Le gusta Marissa. De todos modo
Era casi medio día cuando David entró por segunda vez al apartamento de Marissa para que ella se cambiara de ropa, pues planeaban pasar juntos el resto del día.Hubiese querido entrar con ella en la ducha, pero ya era tarde, y si entraban juntos, tardarían aún más, así que había permitido que entrara sola para que se diera prisa y pudieran ir a un restaurante a tiempo. Se les había ido la mañana en su apartamento, Marissa y Agatha hablando de todo y contándose historias, y helos aquí, contando los minutos.Mientras ella se duchaba, David estudió su habitación y sus cosas, y decidió que esta niña mimada era mucho menos organizada que él; encontró libros entre la ropa, y bragas sobre el nochero. Las tomó sonriendo y empezó a girarlas en su dedo índice mientras seguía deambulando por la habitación.
Diana Alcázar estaba sentada en uno de los tantos pasillos del aeropuerto. Llevaba rato allí mirando su teléfono móvil.Había sido una tonta al confiar en que su hermano, dos años mayor que ella, vendría a buscarla, siendo que desde siempre Esteban había demostrado ser incapaz de cumplir una cita; pero había querido darles una sorpresa a todos y por eso lo había llamado a él. Tenía la tonta esperanza de que hubiese cambiado, pero no había sido así.En la pantalla de su teléfono se mostraba el número de alguien que había sido su primera opción antes que llamar a Marissa y que su hermano Esteban; él nunca le hubiese fallado. Pero de igual modo, ella nunca lo habría llamado.De lejos, vio llegar a su amiga y se puso en pie sonriendo. Pudo haber tomado un taxi, pero esta vez había exagerado con el equi
Fue abrir la puerta de su apartamento, y Marissa se vio contra la pared. Sabía que David había estado ansioso, aunque había intentado disimularlo, pero no se había imaginado que tanto.Sintió sus manos inquietas subir por debajo de su pequeño vestido y le bajó las bragas. Ella lanzó un suave gemido de expectativa; esto le gustaba, le gustaba la sorpresa, que David hasta el momento le hubiese mostrado las diferentes posiciones que se sabía para tener sexo. Y buen sexo.Se apoyó con los brazos en la pared elevando un poco su trasero para que él tuviera acceso y se vio plenamente recompensada. David entró en ella desde atrás tan suavemente como si toda ella estuviese embadurnada de mantequilla.No era mantequilla, era su cuerpo dispuesto desde los jugueteos en el auto, y luego el ascensor.—Dios, mujer. Qué buena estás –susurró é
—No te gusta Ivanov, ¿verdad? –comentó Marissa, viendo a David pasar las bolsas de compras del carrito al maletero del auto.—¿Por qué no dices, más bien, que estoy celoso?—Porque ni siquiera esmerándome lo he conseguido. Además, lo que Viktor Ivanov te inspira es más bien… ¿desconfianza? –David la miró ceñudo.—No me gusta que me leas tan bien—. Ella sonrió maliciosa.—¿No te gusta que te lea bien? ¡Yo pensé que sí! Por ejemplo, cuando estamos haciendo el amor y tú pones esa carita…—Shhht—, la calló él poniendo un dedo sobre sus labios—. Me retracto de todo lo dicho—. Marissa sonrió entre dientes.Cuando estuvieron dentro del auto, ella volvió a hacerle la pregunta acerca de Viktor.—
—Entonces, ¿te enamoraste? –le preguntó Diana a Marissa, y ésta sólo sonrió.—Es increíble, pero me pasé el último año llorando por Simon, y de repente, ya ni pienso en él, ni lo recuerdo, ni nada. Siento un ansia diferente, más… fuerte.—Así que amas más a David de lo que alguna vez amaste a Simon. Te ibas a casar con él. ¿No te asusta eso?—En cierta manera; pero a la vez, me da confianza. Yo nunca renunciaría a David como lo hice con Simon. Nunca.—¿Y si él se llegara a enamorar de otra mujer? –Marissa sintió un pinchazo en su corazón.—Si eso llegara a suceder –y golpeó con un nudillo la madera de la mesa en la que estaban sentadas—, lucharía por él, con todas mis fuerzas, con todo lo que tengo, hasta recuperarlo. Pero n
Marissa detuvo el auto frente a una casa de dos plantas, con un hermoso jardín delantero y una fachada en piedra.—Papá tiene buen gusto –dijo, mirando por la ventanilla. David, que iba a su lado en el asiento del pasajero, desabrochó su cinturón y salió del auto admirando la casa. Marissa hizo lo mismo y se ubicó a su lado mirando también—. ¿Las entregan amobladas, sabes? –David la miró de reojo.—¿Cómo lo sabes?—Porque lo sé, soy ejecutiva, sé ese tipo de cosas.—No tuviste nada que ver con esto, ¿verdad? –Marissa le echó malos ojos.—¿Ahora me culparás de tu ascenso? –se adelantó unos pasos y se internó en el jardín. David fue tras ella y rodeó su cintura con su brazo al tiempo que la guiaba a la puerta.—Sólo tení
El sábado en la mañana se cambiaron de casa.Fue sencillo, sólo fue sacar fuera las cosas que no usarían y dejarlas como regalo a los habitantes del barrio, y lo que éstos desecharan, se quedaría allí a la espera de ser recogido por el camión de la basura.Maurice y Peter ayudaron a trastear los muebles por el ascensor, y algunas veces, por las escaleras. Marissa se había puesto en su cabello una pañoleta y ayudó metiendo en maletas nuevas y cajas de cartón toda la ropa de David, que tuvo bastante trabajo sólo con sus libros.Él la miraba recoger y doblar y apenas sonreía. Debía tener experiencia haciendo maletas, pues logró hacer no sólo las suyas, sino que también ayudó a la abuela Agatha.—Ya sé por qué hacen esto –dijo David mirando a Maurice y a Peter con desconfianza. Peter miró