El sábado en la mañana se cambiaron de casa.
Fue sencillo, sólo fue sacar fuera las cosas que no usarían y dejarlas como regalo a los habitantes del barrio, y lo que éstos desecharan, se quedaría allí a la espera de ser recogido por el camión de la basura.
Maurice y Peter ayudaron a trastear los muebles por el ascensor, y algunas veces, por las escaleras. Marissa se había puesto en su cabello una pañoleta y ayudó metiendo en maletas nuevas y cajas de cartón toda la ropa de David, que tuvo bastante trabajo sólo con sus libros.
Él la miraba recoger y doblar y apenas sonreía. Debía tener experiencia haciendo maletas, pues logró hacer no sólo las suyas, sino que también ayudó a la abuela Agatha.
—Ya sé por qué hacen esto –dijo David mirando a Maurice y a Peter con desconfianza. Peter miró
—Ah… Me dijeron que esto iba aquí –Michaela se giró y se encontró con Peter, que dejaba una caja de cartón que contenía objetos decorativos en el suelo.Él se enderezó y la miró fugazmente, dispuesto a dar la vuelta para volver a irse.—¿No te parece que es bonita? –preguntó ella mirando en derredor. Una de las paredes estaba vestida con un papel tapiz de líneas rectas de diferentes tonos de rosa, y la del frente, de un fucsia intenso. Las otras eran blancas y decoradas con cuadros.—Sí, es muy bonita –susurró él, y Michaela se giró a mirarlo.Peter era alto y delgado. Un poco demasiado delgado, tal vez. Tenía el cabello castaño oscuro liso y largo sobre la frente. Siempre había usado ese mismo peinado, como si no le gustara que le viesen la frente. En el momento sintió
El automóvil de Hugh recogió a David unas cuadras cerca de su nueva casa. Estuvo todo el camino de ida ocupado hablando por su teléfono y en un minuto en que quedó libre, David le preguntó con qué socio se verían.—Con Jorge Alcázar –le contestó Hugh, y de nuevo se dedicó a hablar por su teléfono. David recordó entonces que este Jorge Alcázar era el padre de Diana, la amiga de Marissa.Llegaron a pleno centro de la ciudad, y el automóvil se detuvo frente a un rascacielos. Sus cristales eran oscuros y manejaba ángulos bastante cerrados. David siempre se había preguntado cómo sería el interior de esos lugares, y al parecer, ahora lo iba a saber.Entraron al edificio y de inmediato fueron recibidos muy amablemente por una guapa recepcionista. Los estaban esperando, así que ella los guio hasta el ascensor que los llevar&iac
—¿Crees que ya sea hora? –Le preguntó Jorge a Hugh, que miraba detenidamente el tablero de ajedrez. Habían iniciado una partida en cuando David y Daniel cerraron la puerta al salir, llamaron al personal indicado para que nadie los molestara, ni al par de viejos acá, ni al par de jóvenes allá, y habían dejado correr el tiempo.—Tu Daniel es algo circunspecto –dijo Hugh ante la pregunta de Jorge—, y David es una tumba, así que démosles más tiempo.— Ya pasó una hora.—¿Estás asustado porque te voy ganando?—En tus sueños—. Hugh sonrió moviendo sobre el tablero su caballo y llevándose el alfil de Jorge.—¿De verdad David es pobre?—Vive de su trabajo—. Jorge meneó la cabeza como si la idea lo ofendiera.—Parece que nu
Marissa terminaba de acomodar la última camisa de David en su armario. Ya el resto de la casa estaba algo más organizada, así que había decidido meterse al cuarto de su novio para ponerle un poco de orden. No tenía ni idea de cómo prefería él organizar su ropa, pero había echado una mano con lo más esencial. Michaela y Agatha estaban cada cual en su habitación haciendo lo mismo con su ropa, aunque sospechaba que Michaela se había tomado una pausa para dormir. No se lo reprochaba, había sido un día agitado. Cuando sintió la puerta abrirse, se encaminó a él feliz de verle.—Creí que te habrías ido –le preguntó él acercándose sonriente.—No sin verte antes—. Le dio un beso en los labios, pero lo notó algo tenso y se alejó para mirarlo al rostro.—
Comieron en armonía, y aunque Hugh parecía muy pendiente de lo que David hacía o decía, se fue relajando luego hasta el punto de ponerse a conversar con él acerca del trabajo. Marissa desencaminó la plática hacia algo menos formal, pues no quería que se concentraran demasiado en ese tema.—David tiene una hermana de dieciséis años, papá, ¿sabías? –él hizo una mueca.—Me parece que lo mencionó alguna vez.—Creo que te encantará conocerla. Michaela es tan descarada y divertida…—Si hablas de ella así –advirtió David con voz suave—, dudo que le agrade.—A papá le encanta la gente como tu hermana, sólo dale tiempo juntos y verás que se vuelven una especie de tío y sobrina diabólicos—. David sonreía só
En los días siguientes, se hizo normal ver a Marissa y a David entrar juntos por la mañana a las oficinas de H&H. Muchos empezaron a especular al respecto, y una de las bonitas secretarias incluso rompió a llorar cuando se le dijo que, de hecho, los dos eran novios.—Lorraine, No me digas que ni siquiera lo sospechabas –le reprochaba una de sus compañeras pasándole pañuelos uno tras otro mientras la otra lloraba.—¡No! –le contestó—. ¡Claro que no! ¿Cómo lo iba a sospechar? ¿Él es un empleado!—¿Y eso qué tiene? ¿Acaso crees que ninguna de nosotras es lo suficientemente buena como para aspirar a uno de los ejecutivos?—¡Es diferente! ¡Ella es la hija del jefe!—Ya, ya –la consolaba la otra—. Resígnate. No creo que tu querido David la deje por una de nosotras.
—¿Quién es ese? –Preguntó Jamie, uno de los jugadores del equipo de béisbol del antiguo barrio de David. Éste miró en la dirección que Jamie señalaba y vio a un hombre que se bajaba de un fino automóvil color plata y activaba la alarma encaminándose a ellos mientras se ajustaba unos lentes de sol.—Daniel –lo saludó David sonriendo—. Bienvenido.—Gracias.—¿Fue difícil encontrar la dirección?—No con el GPS.—Claro. Ven y te presento unos amigos.Los otros lo miraban como si de repente un caballo de dos cabezas hubiese aterrizado en su cancha. Entre ellos Maurice, que en cuanto se presentó, le preguntó:—¿Te conozco?—Puede ser –contestó Daniel.—Daniel trabaja para Jorge Alcázar —i
Diana entró al apartamento de Marissa ayudándola con las bolsas de compras; eran bastantes.Juntas, habían ido a buscar lo que usarían en el coctel. Ya Diana se había resignado a ir, y también a usar un vestido adecuado, así que aprovechó la ocasión para buscar uno de su agrado.—Te has vuelto un poco compulsiva a la hora de comprar, ¿no crees? –la acusó, tirando sobre la cama de su amiga las innumerables bolsas que contenían no sólo lo que usaría en la gala, sino, tal vez, para el resto de la vida. Marissa sonrió.—Bueno, he tomado el hábito de comprar ropa interior. Tengo a quién mostrársela y me encanta.—Maldita, no haces sino restregarme en la cara tu felicidad –Marissa se echó a reír y se dedicó a sacar la ropa de las bolsas. Miró a su amiga de reojo, y, con tacto, pre