Marissa terminaba de acomodar la última camisa de David en su armario. Ya el resto de la casa estaba algo más organizada, así que había decidido meterse al cuarto de su novio para ponerle un poco de orden. No tenía ni idea de cómo prefería él organizar su ropa, pero había echado una mano con lo más esencial. Michaela y Agatha estaban cada cual en su habitación haciendo lo mismo con su ropa, aunque sospechaba que Michaela se había tomado una pausa para dormir. No se lo reprochaba, había sido un día agitado. Cuando sintió la puerta abrirse, se encaminó a él feliz de verle.
—Creí que te habrías ido –le preguntó él acercándose sonriente.
—No sin verte antes—. Le dio un beso en los labios, pero lo notó algo tenso y se alejó para mirarlo al rostro.
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Comieron en armonía, y aunque Hugh parecía muy pendiente de lo que David hacía o decía, se fue relajando luego hasta el punto de ponerse a conversar con él acerca del trabajo. Marissa desencaminó la plática hacia algo menos formal, pues no quería que se concentraran demasiado en ese tema.—David tiene una hermana de dieciséis años, papá, ¿sabías? –él hizo una mueca.—Me parece que lo mencionó alguna vez.—Creo que te encantará conocerla. Michaela es tan descarada y divertida…—Si hablas de ella así –advirtió David con voz suave—, dudo que le agrade.—A papá le encanta la gente como tu hermana, sólo dale tiempo juntos y verás que se vuelven una especie de tío y sobrina diabólicos—. David sonreía só
En los días siguientes, se hizo normal ver a Marissa y a David entrar juntos por la mañana a las oficinas de H&H. Muchos empezaron a especular al respecto, y una de las bonitas secretarias incluso rompió a llorar cuando se le dijo que, de hecho, los dos eran novios.—Lorraine, No me digas que ni siquiera lo sospechabas –le reprochaba una de sus compañeras pasándole pañuelos uno tras otro mientras la otra lloraba.—¡No! –le contestó—. ¡Claro que no! ¿Cómo lo iba a sospechar? ¿Él es un empleado!—¿Y eso qué tiene? ¿Acaso crees que ninguna de nosotras es lo suficientemente buena como para aspirar a uno de los ejecutivos?—¡Es diferente! ¡Ella es la hija del jefe!—Ya, ya –la consolaba la otra—. Resígnate. No creo que tu querido David la deje por una de nosotras.
—¿Quién es ese? –Preguntó Jamie, uno de los jugadores del equipo de béisbol del antiguo barrio de David. Éste miró en la dirección que Jamie señalaba y vio a un hombre que se bajaba de un fino automóvil color plata y activaba la alarma encaminándose a ellos mientras se ajustaba unos lentes de sol.—Daniel –lo saludó David sonriendo—. Bienvenido.—Gracias.—¿Fue difícil encontrar la dirección?—No con el GPS.—Claro. Ven y te presento unos amigos.Los otros lo miraban como si de repente un caballo de dos cabezas hubiese aterrizado en su cancha. Entre ellos Maurice, que en cuanto se presentó, le preguntó:—¿Te conozco?—Puede ser –contestó Daniel.—Daniel trabaja para Jorge Alcázar —i
Diana entró al apartamento de Marissa ayudándola con las bolsas de compras; eran bastantes.Juntas, habían ido a buscar lo que usarían en el coctel. Ya Diana se había resignado a ir, y también a usar un vestido adecuado, así que aprovechó la ocasión para buscar uno de su agrado.—Te has vuelto un poco compulsiva a la hora de comprar, ¿no crees? –la acusó, tirando sobre la cama de su amiga las innumerables bolsas que contenían no sólo lo que usaría en la gala, sino, tal vez, para el resto de la vida. Marissa sonrió.—Bueno, he tomado el hábito de comprar ropa interior. Tengo a quién mostrársela y me encanta.—Maldita, no haces sino restregarme en la cara tu felicidad –Marissa se echó a reír y se dedicó a sacar la ropa de las bolsas. Miró a su amiga de reojo, y, con tacto, pre
David y Marissa llegaron al hotel donde se celebraría la gala de beneficencia. La mayoría de los invitados bajaban de sus finos automóviles, le entregaban las llaves a un botones y entraban al lugar. Marissa miraba a todos lados buscando a Diana, y David observaba lo tiesos que se veían algunos hombres metidos en sus trajes.—No veo a Diana –susurró Marissa cuando hubieron entrado al salón, de paredes muy altas y arañas de cristal colgando del techo, derramando su suave luz sobre los diferentes vestidos de las mujeres y sus joyas.—Ya llegará –la tranquilizó David.La velada no sería más que una cena acompañada con un mini concierto de música de cámara, le había asegurado ella, y por esto pagaban una altísima cantidad de dinero, cantidad que se iba a los fondos de una fundación que ayudaba a la liga de lucha contra el c&a
Johanna Harris, ahora Johanna Donnelly, se estaba aburriendo en la fiesta. Oh, llevaba un precioso vestido rojo vino ajustado a su figura, unas costosísimas joyas y estaba peinada y maquillada por profesionales, pero en ese momento, habría dado cualquier cosa por en vez de estar aquí, irse a una de las fiestas de su antiguo barrio.Nunca se había imaginado que tener al hombre que amaba implicaba tantos sacrificios, y para completar el cuadro, la gente aquí no era muy receptiva que digamos. Había intentado iniciar una conversación ya incontables veces, pero todas las mujeres de su edad, o mayores, o menores, simplemente la miraban de arriba abajo y no se molestaban siquiera en contestarle.Delante de Simon eran tremendamente educadas y amigables, pero luego que él daba la espalda sacaban las uñas. Y no quería contarle nada a Simon, no quería parecer incapaz de hacer amigas, de encajar.S
Daniel se quedó recostado a la pared del jardín, tratando de introducir algo de aire a sus pulmones.Estúpido. Mil veces estúpido.Por encima de él, se habían escuchado muy claramente las voces de Diana y Marissa mientras conversaban acerca de él, y en ese momento sentía un dolor y una ira terribles. Dolor en su corazón, ira contra sí mismo.Hacía ya diez años que conocía a Diana Alcázar. Hacía ya diez años que la amaba, pero sólo hasta ahora veía que era una tontería. Ella tenía razón, él era invisible para ella, no importaba cuánto trabajara por superarse, cuándo dinero acumulara, qué tan indispensable se hiciera para los demás. Para ella, seguía siendo invisible.Le dolió el pecho, la garganta y los dientes por contener un
—No vas a entrar? –le preguntó Nina a Daniel, sentada en el asiento del pasajero de su auto y frente a la entrada del edificio donde tenía su apartamento. Daniel la había traído hasta aquí luego de que la velada al fin terminara, y ella estaba esperando que Daniel decidiera entrar con ella y pasar la noche juntos.—Creo que no.—Vamos, Daniel…—Otro día.—¿Es una promesa? –él sonrió.—Sí, es una promesa.—Vale—. Se acercó a él y besó sus labios. Daniel se dejó besar, tenía los ojos cerrados, y el estómago hecho un nudo aún.—¿Te puedo llamar mañana?—Claro, siempre que quieras—. Nina soltó una risita feliz, y volvió a besarlo.Cuando al fin entró, Daniel puso el auto en marcha y s