David y Marissa llegaron al hotel donde se celebraría la gala de beneficencia. La mayoría de los invitados bajaban de sus finos automóviles, le entregaban las llaves a un botones y entraban al lugar. Marissa miraba a todos lados buscando a Diana, y David observaba lo tiesos que se veían algunos hombres metidos en sus trajes.
—No veo a Diana –susurró Marissa cuando hubieron entrado al salón, de paredes muy altas y arañas de cristal colgando del techo, derramando su suave luz sobre los diferentes vestidos de las mujeres y sus joyas.
—Ya llegará –la tranquilizó David.
La velada no sería más que una cena acompañada con un mini concierto de música de cámara, le había asegurado ella, y por esto pagaban una altísima cantidad de dinero, cantidad que se iba a los fondos de una fundación que ayudaba a la liga de lucha contra el c&a
Johanna Harris, ahora Johanna Donnelly, se estaba aburriendo en la fiesta. Oh, llevaba un precioso vestido rojo vino ajustado a su figura, unas costosísimas joyas y estaba peinada y maquillada por profesionales, pero en ese momento, habría dado cualquier cosa por en vez de estar aquí, irse a una de las fiestas de su antiguo barrio.Nunca se había imaginado que tener al hombre que amaba implicaba tantos sacrificios, y para completar el cuadro, la gente aquí no era muy receptiva que digamos. Había intentado iniciar una conversación ya incontables veces, pero todas las mujeres de su edad, o mayores, o menores, simplemente la miraban de arriba abajo y no se molestaban siquiera en contestarle.Delante de Simon eran tremendamente educadas y amigables, pero luego que él daba la espalda sacaban las uñas. Y no quería contarle nada a Simon, no quería parecer incapaz de hacer amigas, de encajar.S
Daniel se quedó recostado a la pared del jardín, tratando de introducir algo de aire a sus pulmones.Estúpido. Mil veces estúpido.Por encima de él, se habían escuchado muy claramente las voces de Diana y Marissa mientras conversaban acerca de él, y en ese momento sentía un dolor y una ira terribles. Dolor en su corazón, ira contra sí mismo.Hacía ya diez años que conocía a Diana Alcázar. Hacía ya diez años que la amaba, pero sólo hasta ahora veía que era una tontería. Ella tenía razón, él era invisible para ella, no importaba cuánto trabajara por superarse, cuándo dinero acumulara, qué tan indispensable se hiciera para los demás. Para ella, seguía siendo invisible.Le dolió el pecho, la garganta y los dientes por contener un
—No vas a entrar? –le preguntó Nina a Daniel, sentada en el asiento del pasajero de su auto y frente a la entrada del edificio donde tenía su apartamento. Daniel la había traído hasta aquí luego de que la velada al fin terminara, y ella estaba esperando que Daniel decidiera entrar con ella y pasar la noche juntos.—Creo que no.—Vamos, Daniel…—Otro día.—¿Es una promesa? –él sonrió.—Sí, es una promesa.—Vale—. Se acercó a él y besó sus labios. Daniel se dejó besar, tenía los ojos cerrados, y el estómago hecho un nudo aún.—¿Te puedo llamar mañana?—Claro, siempre que quieras—. Nina soltó una risita feliz, y volvió a besarlo.Cuando al fin entró, Daniel puso el auto en marcha y s
Se detuvieron frente a la casa de la amiga de Michaela y David miró su reloj. Ya eran casi las tres de la mañana, pero, aunque no era una hora adecuada para llamar a la puerta de nadie, tenía que hablar con ella ya mismo.Su teléfono volvió a timbrar y esta vez era Maurice. David tomó la llamada antes de golpear a la puerta.—¿Tienes algo? –le preguntó por todo saludo.—Tu hermana no abordó el avión.—¿Cómo estás tan seguro?—Porque Peter tiene sus medios. Ven a casa, y hablamos acá.—Estoy en casa de Gwen.—¿Piensas llamar a su puerta a esta hora?—¿Crees que me importa? Ella sabía todo, Michaela tuvo que haber escondido la maleta aquí y luego venir por ella.—Está bien, está bien, pero eso puede esperar. Ven al apa
David no tenía dónde pasearse, ni podía hacer ruidos, ni expresar su frustración de alguna otra forma. Apurar a Peter no servía, él hacía lo que podía y meterle prisa sólo molestaba a los demás.—Ya vete –le ordenó Maurice cuando lo vio demasiado impaciente—. No es gran cosa lo que ayudas, no puedes hacer nada por ahora. Ve a tu casa e intenta dormir.—¿Crees que podré dormir?—Seguramente no –le dijo Daniel, mirándolo a los ojos—, pero aquí no puedes hacer nada.—Necesito saber… Necesito…—La policía está buscando –insistió Maurice—, no sólo gracias a que tu suegro es rico, también Daniel movió sus hilos. Sólo te queda confiar.—Además… —agregó Daniel— Marissa está
David no tuvo necesidad de llamar a la puerta de la mansión Hamilton. Alguien le abrió y le invitó a seguir sin tener él que decir su nombre o la razón por la que estaba aquí.Lo hicieron esperar en la misma hermosa sala en la que había estado con Marissa la vez que vinieron a cenar. No se sentó, sino que se paseaba de un lado a otro sin poder mantener las manos quietas. Cuando Hugh apareció, lo hizo luciendo una bata encima de su pijama.—Te estaba esperando.—Eso veo –dijo David—. Tienes mucho que explicarme. ¿Por qué diablos me dijiste que no estaba pasando nada cuando te advertí de lo que había descubierto? ¡Era verdad y tú lo sabías! ¿Por qué me dejaste seguir dando pasos a ciegas y que me involucrara a mí y a mi familia en tus problemas?—Muchacho, toma asiento.—
Michaela se subió a la taza del inodoro y miró a través de las rendijas de una pequeña ventana metálica hacia afuera. No era mucho lo que podía ver, sólo el cielo plomizo de un día lluvioso. Metió los dedos entre las rendijas e intentó moverla, encontrando que, gracias al óxido y la humedad, los tornillos que la sujetaban a la pared estaban flojos.Aquí tenía trabajo, pero igualmente, no tenía otra cosa que hacer, así que empezó a tirar con todas sus fuerzas. Entonces sintió voces fuera que se acercaban y salió del baño tirando de la cadena fingiendo que había estado haciendo sus necesidades. La puerta estaba abierta, y por ella entraba un hombre, un hombre de cabellos y ojos tan negros como el ala de un cuervo.—¡Usted! –exclamó Michaela al reconocerlo. Era el mismo hombre al que le había devuelto l
—¡David! –exclamó Marissa corriendo a abrazarlo. Él la apretó fuerte contra su pecho y metió su nariz entre sus cabellos.—Siento haber salido así esta mañana.—¿Estás bien? –preguntó ella—. ¿A dónde fuiste? Él casi contesta, pero recordó la petición de Hugh de mantenerla ignorante de todo y cerró la boca.—Con Peter y Maurice –dijo en cambio, rodeándola por los hombros y caminando con ella por la sala.—Tuve que mentirle a la abuela –contó Marissa—. Ella cree que tu hermana está donde Gwen.—Gracias –contestó él.—¿Ya desayunaste?—Tomé un café.—Pero no has comido nada.—No tengo…—Come algo. Por favor—. Él miró sus