Marissa despertó y miró en derredor. ¿Era la mañana de ayer, de hoy, o del día siguiente?
Había mucha luz, tal vez era mediodía.
Y entonces recordó a David.
Se sentó de repente en la cama, pero ésta estaba vacía. ¿Había sido todo un sueño?
Últimamente soñaba siempre con él. A veces, en esos sueños sólo hablaban, o caminaban tomados de la mano, pero otros eran menos inocentes, y ella amanecía enfebrecida.
Pero esto no había sido un sueño, tenía el cuerpo adolorido justo en las zonas adecuadas, y esta cama, que nunca había albergado a David, olía a él.
La prueba llegó al fin cuando vio su camisa de Lino tirada de cualquier manera en el suelo. Sonriendo, caminó a ella y se la puso, y sin nada más debajo, bajó a buscarlo.
El atardecer en la playa ese día fue precioso, brillante, lleno de mil colores. Marissa ni siquiera sospechó que así habían sido siempre; el tener a su lado a David hacía que todo alrededor volviera a cobrar vida.Había sobrevivido al infierno, pensó con un suspiro, y ahora se preguntaba de dónde había sacado tantas fuerzas.—Te extrañé tanto –dijo con voz suave y recostando su cabeza en el hombro de David, que también miraba hacia el océano sentado a su lado en la arena—. Creí que no lo resistiría—. David inclinó también su cabeza y besó sus rubios cabellos.Habían comido fuera, y al regresar, vuelto a hacer el amor. Dos veces. Luego habían estado caminando por la playa, tomados de la mano y en silencio. Cuando vieron el hermoso atardecer, decidieron disfrutarlo desde un mismo lugar, y aquí es
Bañarse en la playa de noche era una aventura, pensó David. El viento levantaba más alto las olas, así que tuvieron cuidado de no adentrarse demasiado y sólo juguetear en la espuma del mar. Así corrían el uno detrás del otro, se echaban agua, se abrazaban y besaban, se sumergían y volvían a jugar.Pasado el rato, se tiraron en una de las tumbonas, Marissa entre las piernas de David, abrazados y cansados por toda la actividad del día. El cielo estaba estrellado, y cuando gracias a la brisa del mar ella empezó a temblar, David echó sobre ambos una toalla y allí se quedaron.—Ha sido el día más feliz de mi vida en mucho rato –susurró ella, y David sonrió sin agregar nada. Realmente, estaba meditando en el trayecto de aquí al interior de la casa; le daba mucha pereza tener que levantarse y volver. ¿Qué tan malo era d
Un chofer de H&H fue por Marissa y David al aeropuerto, así que no tuvieron que perder tiempo esperando un taxi, y mientras iban de camino, Michaela llamó a David para decirle que la abuela había preparado un almuerzo para ellos y que los esperaban en casa. Él sonrió y aceptó. Era consciente de que ya no estaban a solas y su pequeña luna de miel había terminado.Técnicamente, sí, pero él seguía deseando estar a solas con ella para ponerse al día con todos esos meses que no se tuvieron el uno al otro. A veces sentía que si le soltaba la mano volvería a desaparecer. Lo asustaba ese sentimiento posesivo, pero como ella no tenía problema con eso, le daba un poco de seguridad.Siempre estaba en contacto con ella, con su cuerpo, de algún modo. Sentía que debía tenerla siempre al alcance, a la vista, que debería poder extender la mano
—¿Café? –ofreció Agatha, y Hugh se sentó en el sofá y cruzó la pierna para recibir su café. David dejó salir el aire y se sentó frente a él con Marissa a su lado y empezaron a hablar y a ponerse al día en muchas cosas acerca de la empresa. Michaela, aunque no entendía todo, los escuchaba atenta y de vez en cuando hacía preguntas, que, pese a todo, Hugh no consideraba impertinente. Ella había sido víctima de todo este embrollo, y tenía derecho a saber cómo se desenredaban las cosas.—Quisiera aprovechar este momento y decirles algo importante a los dos –dijo Hugh de repente, y mirando a la pareja que tenía las manos entrelazadas. Hugh miró con ceño el anillo de Marissa, pero como ella tenía cara de sol naciente, y de pastel de cumpleaños, no dijo nada.—Yo me voy a la cocina a ayudar a la
Ella intentó saludarlo, después de todo, habían sido tres meses sin ver a ninguno aquí, pero él fue muy distante.—Sólo quiero advertirte un par de cosas –dijo él cuando estuvieron un poco apartados de los demás.—¿Advertirme?—David es como mi hermano. Llevamos cerca de seis años muy cerca, y lo conozco, y sé que es un muchacho bueno a pesar de todo por lo que ha tenido que pasar.—Lo sé, Maurice.—No lo dudo. Es por eso que quiero decirte que estaré tal vez aún más cerca de él, pendiente. Me importa su felicidad—. Marissa lo miró con ojos entrecerrados.—¿A dónde quieres llegar?—A que no confío en ti, ni en tus buenas intenciones de ahora. En el pasado dijiste amarlo y ser capaz de dejarlo todo por él, pero le hiciste daño, muc
A veces el dinero no te da lo que más quieres. Esa frase bailó en la mente de Marissa con demasiada claridad, contoneándose como si se regocijara de ser cierta. Observaba a Simon, su prometido, a través de la amplia sala. Él contemplaba la vista de Jersey City, que desde los ventanales de cristal de su apartamento se podía apreciar con toda claridad. Gracias a que era verano, el paisaje era claro y llamativo. Simon, sin embargo, no se veía como siempre: erguido, poderoso y orgulloso de ese poder. No, Simon parecía más bien derrotado, y ella odiaba eso. Hacía pocas semanas había descubierto que su prometido se había enamorado de otra mujer, una que no era ni medianamente hermosa, ni rica, ni sofisticada, como lo era ella tal vez, pero había logrado atrapar el amor de un hombre como él. Ella y Simon estaban prometidos casi desde que ambos eran adolescentes gracias a que sus padres se conocían también desde hacía mucho tiempo, y había
El restaurante no era tal. Era más bien un sitio de comidas rápidas y de dudosa presentación. Sus muebles viejos eran, sin embargo, acogedores.Marissa entró mirando en derredor, hasta que vio al objeto de su búsqueda: Johanna Harris.Ella era bonita. Su largo cabello oscuro estaba recogido en una cola de caballo y llevaba una gorra amarilla con el logo del restaurante. La camiseta blanca, que hacía parte del uniforme, se ajustaba a su figura de forma graciosa. Ella era hermosa y curvilínea, y estaba trabajando aquí, tal vez de mesera, tras haber renunciado a su empleo en la empresa de Simon.Miró otra vez en derredor tomando aire y reafirmando su decisión de hacer lo que había venido hacer. Ella tardó un poco en notarla, pues revisaba unos papeles que parecían ser facturas y cuentas con un compañero uniformado con gorra amarilla y camiseta blanca al igu
David nunca había conducido un auto como ese.Miró a la dueña a su lado.Del mismo modo, nunca había pasado tanto tiempo al lado de una mujer como esa. Se sentía como en la dimensión desconocida. Como si en cualquier momento fuera a despertar para seguir siendo el encargado de un restaurante en su barrio.Sonrió. Esto era un simple paréntesis en su realidad. Después de todo, seguía siendo el encargado de un restaurante en su barrio.Se detuvo en un semáforo y vio a dos hombres en una esquina admirar el auto, luego, a la chica digna de una portada de revista asomada a la ventanilla. Inmediatamente, y como era de esperarse, los hombres movieron la cabeza para tratar de ver al afortunado, afortunadísimo, que iba al volante. Ah, sí. El dudoso afortunado era él, aunque sólo estaba haciendo las veces de ch&oacu