A la media mañana, ya el asunto era de conocimiento público. Algunos aduladores habían hecho llegar flores a la oficina de Marissa, como si estuviera de muerte en un hospital, y una de las secretarias se había encargado de traerle su café y ropa limpia. David se había encerrado en su pequeña oficina para no tener que seguir contestando a las preguntas curiosas de todos. Estaba tratando de ignorar los ruidos de afuera cuando tocaron a su puerta y ésta se abrió. Marissa entró con su falda un poco alzada para que no rozara las raspaduras de la rodilla.
—Eh… —sonrió y se rascó la cabeza—. Quería… agradecerte… como parece que es mi misión… por lo que hiciste allá afuera, y luego en la enfermería.
—De nada.
—No, no… me refiero a… Bueno, me preguntaba si ahora que sea la hor
En las horas de la tarde, Hugh lo mandó llamar. Pensando en que a lo mejor el jefe se había enterado de su almuerzo con su hija, él acudió hasta su despacho, pero sólo era para pedirle que lo acompañara a cierto lugar.Salieron a media tarde en su auto conducido por un silencioso chofer hasta la ciudad de New York. Se reunieron con personas importantes y David tomaba nota y analizaba cifras, a la par que estudiaba el desempeño de los personajes que se reunían con ellos.Esto le gustaba, le gustaba inmensamente. Cuando ya fue hora de volver, no tuvo necesidad de llegar a la oficina, pues el jefe le ofreció acercarlo en su auto hasta su casa.El chofer lo acercó lo más posible. Dentro del auto, Hugh iba hablando sin cesar acerca de todo, le relató cómo su padre y su tío habían comprado la patente de unos cuantos productos, y habían empezado a distribuirl
—¡¡Excitante!! –exclamó Michaela esculcando en las bolsas de las compras que había hecho David mientras Agatha le empacaba la maleta—. Viajes… compras… Aquí empieza nuestra vida de ricos.—No me digas –murmuró David sentado en el PC, escuchándola mientras ponía en orden algunas cosas del trabajo.—Ya empezaste a hacer viajes al exterior, ¿no es eso motivo suficiente para estar emocionado? –él sólo le dedicó una sonrisa—. David, ¿me traerás algo de China?—¿Qué quieres que te traiga?—Ah, no sé… Un souvenir; no tiene que ser algo muy costoso. Ojalá pudieras traerme un pedacito de China—. David la miró sonriente, deseando prometerle que algún día la llevaría a donde quisiera.En China las cosas fueron bastante
Marissa vio entrar a David a las oficinas de H&H y sonrió feliz.Inmediatamente deshizo su sonrisa. ¿Feliz de qué?A ver, niña, contrólate. Dijo la Marissa sensata.Verlo no tenía por qué hacerla feliz; nop, nop. Es más, cuando él pasara por su lado, y le sonriera como siempre hacía cuando la saludaba, ella simplemente haría un movimiento de cabeza. No tenía por qué estar exponiendo su dignidad tan gratuitamente. Pero entonces él pasó por su lado y esa boca desobediente ya se estaba ensanchando en una sonrisa de bienvenida, y su cerebro estaba inventándose un discursito para iniciar una conversación.No hubo oportunidad, David hizo un enormemente envidiable movimiento de cabeza como saludo, y pasó de largo. Ni una sonrisa. Ni un “Buenos días”.Al medio día fue lo mismo. Anim
Justo al día siguiente, David estaba de pie frente al cubículo de un compañero estudiando unos papeles que éste le entregaba cuando la vio entrar. Ella le dedicó una dura mirada y pasó de largo entrando a su oficina.No podía entrar de inmediato tras ella y hablar de lo sucedido la noche anterior, pues seguía determinado a impedir al máximo las habladurías entre los empleados, pero quería aclarar las cosas.Al medio día se decidió y entró en su oficina. Marissa hablaba por teléfono en otro idioma y sonreía con profesionalismo, al verlo, simplemente alzó una ceja y lo ignoró dándole la espalda. Aceptando la situación con aplomo, David se sentó frente a ella esperando a que se desocupara. Minutos después, Marissa cortó la llamada y empezó a recoger los papeles de su escritorio.—¿Y eso?
Fueron a un restaurante no muy alejado del edificio. Afortunadamente no se encontraron con ningún empleado, y disfrutaron del rato hasta que se les empezó a hacer tarde y tuvieron que regresar.Marissa se sentía en las nubes, y aunque no habían hablado del tema, sabía que ahora tenía una relación con David, por eso se sintió muy confundida cuando a la hora de la salida él se despidió con un simple saludo y se encaminó a los ascensores. Marissa quiso bajar tras él, pero diablos, ¿no significaría eso que estaba persiguiendo a un hombre? ¿Y por qué no era él quien la perseguía a ella?David se estaba convirtiendo en el hombre más difícil con el que había tratado. ¿No había quedado claro con ese beso que a ella le gustaba él? ¿No debía él hacer algo al respecto?Cuando se lo
Un hombre llegó a saludarlos y Marissa se quedó un poco asombrada al verlo. Era alto, unos centímetros más que David, de cabellos oscuros, ojos claros y tez canela; una barba poblada y cerrada que le quedaba perfecta. ¿Qué le ponían al agua de este barrio? Se preguntó.—Creí que ya no llegabas –dijo el hombre sonriendo y dirigiéndose a David, y Marissa elevó ambas cejas cuando la miró a ella significativamente—, pero ahora entiendo que te demoraras.—Sí, tuve mucho trabajo en la oficina –respondió David sonriendo también—. Feliz cumpleaños, Maurice.—Ah, ¿eres tú el que cumple años? –Preguntó Marissa.—Treinta años, mi querida –contestó él poniendo en sus manos una bebida—. Bienvenida, estás en tu casa.—Gracias&
Pasado un rato, David decidió darle un poco de espacio, y Marissa lo aprovechó. Se acercó a la mesa de las comidas y allí se puso a conversar con otras mujeres; una de ellas estaba embarazada, y Marissa pidió permiso para tocarle la panza, y cuando ella se lo dio, la ternura casi la desborda. Luego, la vio hablar con Michaela y Maurice, y reían y hablaban en voz alta, como si los conociera de toda la vida. Un poco celoso porque la habían acaparado, se unió al grupo.Cuando vio a su abuela Agatha mirar en derredor, tomó a Marissa de la mano y la llevó hasta ella.Marissa observó a la anciana, con el cabello surcado de canas y ropa bastante sencilla, pero con mirada cálida y sonrisa fácil.—Es un placer conocerla –le dijo, y era verdad. Esta mujer, según lo que David le había contado, se había hecho cargo de sus nietos cuando no tuvieron a na
David la vio abrir la puerta y algo se disparó dentro de él. Fue como un estallido que lo impulsó, y al instante estuvo tras ella, cerrando de golpe la puerta e impidiendo que ella saliera.—¿A dónde vas? –preguntó, y la escuchó reír.—¿Cómo que a dónde? A mi apartamento, claro. No quieres que esté aquí.—Dios, Marissa… —apoyó su frente en su cabello, e inspiró fuertemente. Ella se quedó quieta, esperando.Los segundos pasaron, y ninguno de los dos se movió. Ella no hizo ademán de abrir de nuevo la puerta, y él no dijo “vete”. Sólo se quedaron allí, el uno esperando las reacciones del otro, sabiendo que cualquier cosa que se decidiera aquí sería definitivo, y marcaría para siempre el rumbo de las cosas entre los dos.David tenía