Justo al día siguiente, David estaba de pie frente al cubículo de un compañero estudiando unos papeles que éste le entregaba cuando la vio entrar. Ella le dedicó una dura mirada y pasó de largo entrando a su oficina.
No podía entrar de inmediato tras ella y hablar de lo sucedido la noche anterior, pues seguía determinado a impedir al máximo las habladurías entre los empleados, pero quería aclarar las cosas.
Al medio día se decidió y entró en su oficina. Marissa hablaba por teléfono en otro idioma y sonreía con profesionalismo, al verlo, simplemente alzó una ceja y lo ignoró dándole la espalda. Aceptando la situación con aplomo, David se sentó frente a ella esperando a que se desocupara. Minutos después, Marissa cortó la llamada y empezó a recoger los papeles de su escritorio.
—¿Y eso?
Fueron a un restaurante no muy alejado del edificio. Afortunadamente no se encontraron con ningún empleado, y disfrutaron del rato hasta que se les empezó a hacer tarde y tuvieron que regresar.Marissa se sentía en las nubes, y aunque no habían hablado del tema, sabía que ahora tenía una relación con David, por eso se sintió muy confundida cuando a la hora de la salida él se despidió con un simple saludo y se encaminó a los ascensores. Marissa quiso bajar tras él, pero diablos, ¿no significaría eso que estaba persiguiendo a un hombre? ¿Y por qué no era él quien la perseguía a ella?David se estaba convirtiendo en el hombre más difícil con el que había tratado. ¿No había quedado claro con ese beso que a ella le gustaba él? ¿No debía él hacer algo al respecto?Cuando se lo
Un hombre llegó a saludarlos y Marissa se quedó un poco asombrada al verlo. Era alto, unos centímetros más que David, de cabellos oscuros, ojos claros y tez canela; una barba poblada y cerrada que le quedaba perfecta. ¿Qué le ponían al agua de este barrio? Se preguntó.—Creí que ya no llegabas –dijo el hombre sonriendo y dirigiéndose a David, y Marissa elevó ambas cejas cuando la miró a ella significativamente—, pero ahora entiendo que te demoraras.—Sí, tuve mucho trabajo en la oficina –respondió David sonriendo también—. Feliz cumpleaños, Maurice.—Ah, ¿eres tú el que cumple años? –Preguntó Marissa.—Treinta años, mi querida –contestó él poniendo en sus manos una bebida—. Bienvenida, estás en tu casa.—Gracias&
Pasado un rato, David decidió darle un poco de espacio, y Marissa lo aprovechó. Se acercó a la mesa de las comidas y allí se puso a conversar con otras mujeres; una de ellas estaba embarazada, y Marissa pidió permiso para tocarle la panza, y cuando ella se lo dio, la ternura casi la desborda. Luego, la vio hablar con Michaela y Maurice, y reían y hablaban en voz alta, como si los conociera de toda la vida. Un poco celoso porque la habían acaparado, se unió al grupo.Cuando vio a su abuela Agatha mirar en derredor, tomó a Marissa de la mano y la llevó hasta ella.Marissa observó a la anciana, con el cabello surcado de canas y ropa bastante sencilla, pero con mirada cálida y sonrisa fácil.—Es un placer conocerla –le dijo, y era verdad. Esta mujer, según lo que David le había contado, se había hecho cargo de sus nietos cuando no tuvieron a na
David la vio abrir la puerta y algo se disparó dentro de él. Fue como un estallido que lo impulsó, y al instante estuvo tras ella, cerrando de golpe la puerta e impidiendo que ella saliera.—¿A dónde vas? –preguntó, y la escuchó reír.—¿Cómo que a dónde? A mi apartamento, claro. No quieres que esté aquí.—Dios, Marissa… —apoyó su frente en su cabello, e inspiró fuertemente. Ella se quedó quieta, esperando.Los segundos pasaron, y ninguno de los dos se movió. Ella no hizo ademán de abrir de nuevo la puerta, y él no dijo “vete”. Sólo se quedaron allí, el uno esperando las reacciones del otro, sabiendo que cualquier cosa que se decidiera aquí sería definitivo, y marcaría para siempre el rumbo de las cosas entre los dos.David tenía
Marissa cerró los ojos, concentrándose en las sensaciones, dándose cuenta, sin proponérselo, lo diferente que era David de Simon.No, no era tanto que David fuera diferente. Ella era diferente. De alguna manera, esto, estar unida a él, él dentro de ella, o ella dentro de él, no lo sabía, cerraba un círculo; ponía un sello sobre los dos.Se miraron a los ojos, con un mensaje velado viajando entre los dos, como si cayeran en cuenta de lo mismo. Era algo extraño, pero ambos sentían como si nunca hubiesen estado con ninguna otra persona antes de este momento, como si ambos fuesen vírgenes.Era extraño, pero hermoso, y ninguno de los dos quiso hablar o decir algo para no romper la magia del momento. ¿Cómo explicar que había sentido como si fueran dos mitades de un todo que al fin encajaran? Como si ella lo completara a él y él la comple
Michaela caminaba en puntillas de pie por el pasillo del pequeño apartamento. Era sábado, y anoche hubo fiesta, pero estaba segura de que su hermano madrugaría de todos modos para ponerse a trabajar en el computador, ocupándolo, sin dejarla a ella navegar un rato en internet. Había oído la ducha abierta, así que debía ser él… ella sólo quería ganarle en esta ocasión. Abrió la puerta rápidamente y se internó en la habitación para encontrarse con la pareja dormida, y pegados como dos cucharas bajo las delgadas sábanas. El susto le hizo gritar.Marissa saltó de la cama y también gritó, David quedó sentado mirando fijamente a su hermana. Hubo un silencio incómodo, y en ese par de segundos, Michaela volvió a abrir la puerta para desaparecer tras ella.Marissa se puso hist&eacut
—¡¿Que David tiene novia?! –exclamó Stacy, una castaña de ojos café tal vez con exceso de maquillaje en el rostro. Se cruzó de brazos haciendo pucheros y recostándose en el espaldar de su silla. Ella, Gwen y Michaela eran amigas desde que ésta última se vino a vivir a la zona con su hermano. Estudiaban juntas, vivían cerca. Si no hablaban por teléfono, seguro lo hacían por el Facebook. Cada una tenía su historia, y a su manera, se querían.—¿Acaso no te enteraste? –preguntó Gwen con impaciencia y agitando su melena rojiza y rizada—. La llevó anoche a la fiesta de Maurice.—¿Entonces esa rubia era su novia? ¿Esa flacucha? Y no sabía que le gustaban rubias.—No le gustan rubias –contestó Michaela mirándose las uñas—. Le gusta Marissa. De todos modo
Era casi medio día cuando David entró por segunda vez al apartamento de Marissa para que ella se cambiara de ropa, pues planeaban pasar juntos el resto del día.Hubiese querido entrar con ella en la ducha, pero ya era tarde, y si entraban juntos, tardarían aún más, así que había permitido que entrara sola para que se diera prisa y pudieran ir a un restaurante a tiempo. Se les había ido la mañana en su apartamento, Marissa y Agatha hablando de todo y contándose historias, y helos aquí, contando los minutos.Mientras ella se duchaba, David estudió su habitación y sus cosas, y decidió que esta niña mimada era mucho menos organizada que él; encontró libros entre la ropa, y bragas sobre el nochero. Las tomó sonriendo y empezó a girarlas en su dedo índice mientras seguía deambulando por la habitación.