—¡No puede ser! –exclamó la abuela Agatha cuando al fin David le contó lo que en realidad estaba sucediendo con Michaela—. ¡Esa niña! ¡Dios! Nunca me imaginé…
—Pero ya está bien –le contestó David, tratando de tranquilizarla. Hugh lo acababa de llamar avisándole que ya Michaela estaba a salvo con la policía, y él no había podido evitar mostrar su alegría y alivio.
—Acaso qué está pasando con Michaela? –había preguntado la abuela, y David tuvo que contarle, un poco bruscamente, que su hermana había tomado un viaje falso a Europa y ahora estaba en pleno rescate por la policía.
Agatha estaba ahora un poco histérica, y Marissa le pasaba un pañuelo de papel tras otro para que se secara las lágrimas.
—¡No puedo creerlo! ¡No puede ser! –volvi
—¡Ramsay! –exclamó Hugh Hamilton entrando en la sala en la que esperaban a que Michaela y Marissa salieran. Maurice se giró a mirarlo; Hugh le sonreía de medio lado, y él tuvo que mirar alrededor para saber si alguien lo había escuchado llamarlo.Hugh había venido para pagar la cuenta del hospital y asegurarse de que la hermana de David estaba bien, tal vez sintiéndose responsable de lo que le había sucedido. Peter estaba a unos pasos, y no dudaba que los podía escuchar; y David estaba ocupado con Agatha, hablando con ella, así que no les prestaba atención.—¿Me conoce? –le preguntó Maurice a Hugh, y éste le sonrió meneando su cabeza.—A ti te vi un par de veces, pero a tu tío lo conozco perfectamente –Hugh respiró profundo mirando a Peter y a David. Bajó la voz, y sin dejar de sonreír come
Amaneció, pero este nuevo día era mucho mejor.Marissa se levantó de la cama y arrastró con ella la sábana dejando desnudo a su compañero, que abrió los ojos de inmediato.—¿A dónde crees que vas? –le preguntó él atrapándola y llevándola de vuelta a la cama.—David, hoy es lunes.—¿Vas a poner horarios para el sexo por la mañana? –ella se echó a reír.—No, pero debo ir a mi casa, darme una ducha, ponerme ropa limpia e ir a trabajar.—Ah, cierto –capituló él dejándola ir. Marissa empezó a buscar la ropa más decente posible para salir. Sólo tenía el vestido de fiesta de la noche del sábado, y un par de pijamas. Como no había ido a su casa desde esa noche, no tenía otra ropa que ponerse.—¿No
Marissa dio otro paso atrás mirando a Viktor. Éste se puso en pie apoyando su mano derecha en la parte alta del brazo izquierdo, donde tenía la herida.—No tengo mucho tiempo –empezó a decir él—, por eso no esperes demasiada elocuencia de mi parte. Lamento mucho lo que le pasó a Michaela, pero créeme, si no colaboras conmigo, será peor.—Lo que le pasó a… ¿Qué sabes tú de eso? ¿Por qué conoces el nombre de la hermana de David?—Oh, sé más de lo que te imaginas. ¿Acaso cómo crees que me gané este balazo? –Marissa sintió como su corazón se agitaba. Qué tenía que ver Viktor Ivanov, un ejecutivo de H&H con un problema de trata de blancas? Hasta donde ella sabía, eso era lo que había ocurrido con Michaela, un caso que, lamentablemente,
Michaela miró de reojo a Peter, que estaba sentado a su lado en el autobús y en silencio.Tenía muchas cosas que preguntarle, pero comunicarse con este hombre nunca había sido fácil, parecía que él pusiera una barrera para que ella ni siquiera pudiera decir nada.Le gustaba bromear y tener oportunidad de reírse de las personas; con ellas presentes, claro. Con Maurice eso era muy fácil, y con David; pero con Peter no. Todavía dudaba de lo que decía Gwen, que estaba enamorado de ella. Él no lucía como alguien enamorado.—Dicen que ayudaste a salvarme –empezó a decir, y él pareció sorprendido al escuchar su voz, como si hubiese olvidado que a su lado iba ella—. Me gustaría que me explicaras qué fue lo que hiciste—. Él tragó saliva y bajó la cabeza.—No fue… no fue nada heroico,
Marissa entró a las oficinas de H&H con pasos largos y decididos. Iba hablando por el teléfono furiosa, así que Lisa, su secretaria, tuvo que seguirla en silencio.—¿Así que esa es la excusa que dio? –iba diciendo Marissa—. No me importa las razones que diera, yo sólo exijo que se cumpla mi petición y despidan a ese hombre ¡de inmediato! –Lisa la miró un poco sorprendida. Nunca había visto a su jefa así—. No me interesa si de él dependen la mitad de las familias de New Jersey. ¡Lo quiero fuera! Soy copropietaria del edificio, y en caso de que no se me acate… Ah, ¡comprende al fin! Si no puede vigilar bien una maldita puerta, que se vaya a hacer otra cosa. ¡Gracias! –exclamó ella cortando la llamada con algo de violencia. Lisa la observó respirar profundo, caminar dando vueltas por la oficina como
Marissa daba vueltas en la sala de su habitación, no se había quedado con David en su casa y había preferido venirse aquí, estar a solas y pensar. Estaba segura de que no podría dormir, así que tendría que idear un plan lo bastante inteligente como para llegar al fondo de todo.Tenía que dejar a David, por lo menos temporalmente, y se preguntaba cómo tomaría él el asunto.Cerró sus ojos con fuerza cuando concluyó que hiciera lo que hiciera le haría daño a David, y, por ende, a sí misma. ¿Cómo iba a hacer ella para dejar adrede al amor de su vida? ¿De dónde sacaría las fuerzas? ¿Podía infringirse a sí misma tanto dolor sin vacilar?Pero el miedo le tenía las salidas bloqueadas, Viktor había demostrado sin dejar lugar a la duda que cumpliría su amenaza. Había comprobado c
David salió de la oficina de su novia un tanto confundido. Ella no había preguntado por la salud de la abuela, y anoche se había ido sin decir mucho al respecto. Marissa siempre era muy preocupada por él o su familia, y esta vez ni siquiera se había interesado. Se rascó la cabeza preguntándose si acaso él sólo estaba recargándose demasiado en ella. Últimamente le estaba sucediendo muchas cosas malas, y si hasta él estaba cansado, ¿cuánto más ella?Al medio día Hugh le pidió tener un almuerzo de trabajo, así que no pudo verse con ella, y a la hora de irse, Marissa simplemente le envió un mensaje de texto diciéndole que se le hacía tarde para abordar el avión que la llevaría a Chicago.“Siento no haber ido contigo”, le contestó él, y ella sólo envió una carita
—¿Cambiaste de auto? –exclamó David al verla llegar al edificio de las oficinas de H&H en un Chrysler granate. Si el auto hubiese llevado pintado por todos lados el símbolo del dólar, no habría anunciado mejor lo costoso que era.—Por qué últimamente todo lo que hago te molesta? –preguntó Marissa—. Si compro ropa, si viajo con mis amigas, si cambio de auto. Todo te molesta. Y casualmente, todo tiene que ver con el dinero.—No, no… —se disculpó él con una media sonrisa que parecía de incomodidad, no de humor—. No quise que sonara así. Es que… bueno, tu Audi es tan nuevo…—El Audi está en su cochera. No le ha pasado nada. Cuando quiera usarlo, lo usaré—. David la miró fijamente.—¿Tienes más autos?—Tengo un Audi, un Volvo, un Ferrari, un