Capítulo 2. ¿Asumimos el reto?

—La verdad es que… No, señor. Por ahora no pienso en eso —respondió Brianna.

La mirada intensa y calculadora de Trevor se clavó en sus pupilas, inquietándola.

—¿Y si le ofrezco matrimonio a cambio de dinero? —Los ojos de Brianna se abrieron en su máxima expresión y hasta dejó de respirar por un instante—. Verás… —dijo él y bajó la vista un instante, como si le pesaran sus próximas palabras—. En realidad, mi abuelo está a punto de morir, su médico habló conmigo esta mañana para contarme la realidad de su condición y quiero darle una tranquilidad antes de que parta de este mundo.

Alzó la cabeza para encararla, encendiendo el pecho de la chica con el ardor que escapaba de sus ojos negros y voraces.

—Esta firma es sólida gracias a la imagen familiar que siempre hemos reflejado. Los clientes confían en nosotros, en parte, por ese motivo. Como el señor Nakamura, quien luego de año y medio de gestiones al fin decidió establecer una sociedad con nosotros. Por eso mi abuelo me exige que me case, para no perder esa cuenta y debilitar nuestra imagen, pero me ha costado cumplir con sus reclamos porque el trabajo me ha absorbido y no he tenido tiempo para establecer una relación seria. Ahora me urge presentarle a una prometida para que la ansiedad no resquebraje aún más su salud y Nakamura quede satisfecho. Por eso te pregunto, ¿aceptarías negociar un matrimonio por conveniencia conmigo?

La propuesta empalideció a Brianna, le resultaba imposible creerse lo que él le pedía.

—¿Casarnos? ¿De mentira?

—No será una boda de mentira, sino de verdad, que mantendremos por uno o dos años. Todo depende del tiempo que resista mi abuelo en este mundo. Nos divorciaremos un tiempo después de su muerte para guardar las apariencias. Recibirás una buena recompensa por tu sacrificio, con eso pagarás la doble hipoteca y le garantizarás a tu madre su tratamiento de por vida, así como seguridad para tu hijo.

«¿Sacrificio?», pensó Brianna. Casarse con Trevor Harmon jamás sería un sacrificio.

—Señor, eso es…

—Piénsalo —la interrumpió—, pero no puedo darte mucho tiempo. Me urge tener una respuesta esta misma tarde.

—Pero, yo…

Ella no supo qué decir, las palabras las tenía atragantadas en la boca, junto a esa oferta y a todo su pasado accidentado lleno de sufrimiento y traición.

—Tómate la mañana libre para reflexionar mi propuesta mientras yo estoy en el hospital —accedió él—, y durante el almuerzo me cuentas qué piensas al respecto. Solo te pido discreción, ¿puedes concedérmela?

Ella asintió, muda por la impresión, y enseguida salió de la oficina.

Recogió sus pertenencias manteniendo el mismo silencio y así se fue del edificio. Al llegar a su casa enseguida entró en la habitación de George, su niño, un chico rubio y regordete que jugueteaba con placidez dentro de su corral.

La niñera, al verla llegar temprano, los dejó a solas para que compartieran un rato mientras ella iba a comprar unas frutas para hacerle una compota de merienda al bebé.

Brianna se sentó frente al niño y jugueteó con él llenándolo de besos antes de especular en su accidentada vida. George la miraba con adoración con sus grandes ojos verdes, unos que le hacían encoger a ella el corazón.

—¿Qué dices, mi amor? ¿Asumimos el riesgo? —le preguntó.

Se sentía confundida y ansiosa. Nunca imaginó que su apuesto jefe le propusiera algo similar. No se consideraba a la altura de las circunstancias.

Trevor Harmon era un hombre que podía tenerlo todo en la vida. Era rico y presidía una de las firmas de abogados más importantes de la ciudad, que dirigía con mano de hierro.

Era entendible que estuviese apurado por resolver su falta de compromiso matrimonial si la salud de su abuelo seguía deteriorándose, pero lo que no comprendía era por qué la había elegido a ella.

No la conocía de nada, ni su pasado ni sus intenciones.

—Sabe que estás al borde de la miseria —se respondió a sí misma—. Está seguro de que no te negarás y eso lo ayuda a acelerar la solución a sus problemas.

Sí, Trevor Harmon no la conocía de nada, pero sabía lo importante: la enorme necesidad de dinero que ella tenía, una que él podía cubrir. Eso le garantizaba el éxito.

—Vamos, amor, será solo por uno o dos años —le dijo a su hijo como si estuviera convenciéndolo de la locura que estaba a punto de cometer, aunque en realidad, se convencía a sí misma—. Maldición, será solo por uno o dos años —se respondió insatisfecha, un matrimonio con un hombre atractivo y rico debería durarle toda la vida.

Estalló en risas al comprender lo absurdo de sus pensamientos., aunque la diversión no le duró mucho.

Era consciente de que si aceptaba, todo su mundo se pondría de cabeza, incluyendo a su corazón.

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