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Capítulo 4. Vida marital.

Se casaron tan solo dos semanas después. Trevor invirtió el dinero necesario para que la celebración se llevara a cabo en el menor tiempo posible y en la mayor intimidad.

El abuelo de Trevor aceptó participar en la boda porque al conocer a Brianna le pareció una chica dulce y simpática, muy diferente a la anterior prometida de su nieto.

Ya antes lo había obligado a que se casara con Naomi Morgan, una antigua novia de Trevor que resultó estar mal de la cabeza. Por sus exigencias, casi lo lleva a la muerte, ya que por culpa de esa mujer estuvo a punto de perder la vida.

Por eso el hombre había decidido no volver a insistir en el asunto. No estaba muy a gusto con este segundo intento de Trevor, pero igual lo dejó encargarse de todo.

De parte de Brianna tan solo estuvo presente su madre y la niñera de su hijo, para darle una mano con el cuidado de George.

Y por parte de Trevor estuvo presente su abuelo, quien estuvo en sillas de ruedas y acompañado por un enfermero, ya que su condición era delicada. También asistió su socio Todd Sonett, que parecía no abandonarlo ni en las buenas ni en las malas, y Virginia, una empleada de la mansión Harmon que llevaba muchos años de servicio y se había convertido casi en familia. Trevor la veía como una tía.

La ceremonia fue bonita y sencilla, teniendo al final una cena y un brindis. Los únicos invitados en retirarse al final fueron Todd, el enfermero y la niñera. El resto viviría con ellos en la mansión como lo habían estipulado en el acuerdo prenupcial.

A Brianna y a su familia le asignaron habitaciones en el ala este, que daban a un hermoso jardín plagado de crisantemos y claveles. Su madre estaba encantada con el lugar, aunque no dejaba de sentir recelo por lo sucedido esa noche.

—De todas las locuras que has cometido en la vida, hija, esta es la peor —habló mientras revisaba a su nieto, que dormía con tranquilidad en su cama/cuna.

La joven respiró hondo mientras colgaba en una percha su bello vestido de bodas. Se trataba de una fina pieza de organza con escote tipo Bardot de color celeste y aplicaciones de flores y perlas. Nunca había usado un traje tan elegante y hermoso en su vida, por eso estaba encantada con él.

Ese había sido uno de los tantos regalos que Trevor le dio por haber aceptado casarse.

—Lo sé, mamá, pero lo necesitábamos.

Kendra Griffin resopló con molestia.

—Hubieses dejado que perdiéramos la casa por las hipotecas. Yo estaba dispuesta a irme luego a un geriátrico y tú podías alquilar un lindo apartamento en el centro.

Ahora fue Brianna quien resopló divertida y se acercó a ella para sentarse a su lado.

—Ningún geriátrico es barato, a menos que sea uno popular abarrotado de ancianos y con escasas comodidades. Y yo hubiese tenido que vivir con George en un piso diminuto, sin calefacción y sin niñera. Mis ahorros no iban a ser capaces de cubrir esos gastos además de las quimioterapias y el resto de los tratamientos. Entonces, madre, ¿te sigue pareciendo esta una mala decisión?

Señaló la amplia habitación, que incluía un cómodo salón privado y un área de juegos equipada con infinidad de juguetes que George amó desde el primer momento.

Kendra observó el lugar con desánimo.

—No es una mala decisión, pero sí una locura. Ahora estás atada a ese hombre de por vida, un sujeto a quien no conoces y quien pudiera tratarte mal en el futuro.

—Recuerda que esto no será de por vida —dijo con pesar—. Además, en los acuerdos que firmamos hay límites que él no puede cruzar, por más dinero que tenga.

—Es uno de los mejores abogados de Seattle, encontrará las maneras de librarse de cualquier culpa.

Brianna suspiró con abatimiento.

—No tenía más opciones, mamá. Hice lo mejor para ti y para mi hijo. Trevor me garantizó una seguridad que ni en mil años yo hubiese logrado alcanzar por mi cuenta. Acompáñame a disfrutarla mientras dure.

Kendra se irguió y acunó las manos de su hija entre las suyas antes de hablarle.

—Está bien, no te atormentaré más con ese tema. Ya estás casada y ya estamos aquí, nuestra casa está salvada y esperará pacientemente a que regresemos cuando este trato termine. Todas mis terapias están aseguradas y George está feliz bajo un techo seguro.

—Es más de lo que pudimos planificar hace dos semanas.

—Sí, es mucho más, solo espero que esto no te genere otra herida, hija. Ya tienes una muy profunda en tu corazón que sé que no has superado.

Sin decir nada más, Kendra se retiró a su habitación caminando con lentitud. La agitación de ese día la hizo sentirse cansada y un poco adolorida.

Brianna quedó allí, algo perturbada y con los ojos húmedos por lágrimas de pena. Sabía que su madre la había escuchado llorar una hora antes de la ceremonia, cuando se alistaba dentro del baño.

Y es que no pudo evitarlo. Ese día su vida había experimentado un cambio dramático porque aquel matrimonio representó un fin a sus esperanzas y anhelos.

Por el bien de su hijo y de su madre se obligó a apagar la llama que permanecía encendida en su pecho, por ese amor por el que tanto había esperado, pero que nunca dio señales de vida. Por el padre de su hijo.

Debió decirle adiós a ese tonto sueño de mujer enamorada, una que aún amaba a pesar de los golpes recibidos. Esa despedida, aunque fue necesaria, resultó dolorosa. Ahora debía esperar a que cicatrizara y la dejara vivir en paz.

Para no seguir atormentándose con sus recuerdos, instaló dentro de la cuna de su hijo el monitor del baby call que le permitiría escucharlo desde la distancia, y salió de su habitación en dirección al despacho de Trevor.

Él le había dicho, al despedirse de ella esa noche, que se quedaría un rato a revisar los acuerdos de asociación con Nakamura.

Aunque faltaban dos semanas para discutirlos con el hombre y su equipo de trabajo quería ser precavido.

Luego de la boda no acordaron realizar una luna de miel ni vacaciones de ningún tipo. Trevor no solo se esforzaba por lograr un acuerdo multimillonario con Nakamura, sino que tenía un amplio grupo de clientes que exigían de su asesoría personalizada.

Él se había convertido en uno de los abogados corporativos más sagaces y eficiente de la ciudad. Lo buscaban, incluso, del gobierno local para solicitar sus acertadas opiniones y gestiones.

Nunca tenía calma, aunque con Nakamura alcanzaría un éxito sin precedentes. Uno que consolidaría su carrera llevándola a la estratósfera, lo haría tres veces más rico y convertiría a su bufete en el más importante de la región.

No podía tomarse sus responsabilidades a la ligera, ni siquiera, por su matrimonio por conveniencia.

Brianna atravesó aquella enorme y distinguida mansión sin poder creerse su suerte. Jamás pensó vivir bajo un techo tan acogedor y fascinante, y todo por haber aceptado la loca propuesta de su jefe.

Mientras avanzaba hacia el despacho, agradeció una vez más el haberse arriesgado a trabajar como secretaria en Harmon y Asociados ignorando el título profesional por el que había luchado con ahínco años atrás.

Ya llegaría el momento en que le diera verdadero valor a su carrera, ahora debía velar por la seguridad de los suyos. Sin eso, nada de lo que hiciera serían acciones acertadas.

La puerta del despacho estaba apenas abierta. Por una rendija ella pudo ver a Trevor trabajando tras su escritorio. Era más de la media noche, pero él igual se encontraba allí, vestido con partes del traje que usó para la boda.

Solo se quedó con el pantalón y la camisa, cuyas mangas arremangó hasta los codos y dejó varios botones abiertos permitiendo dar un vistazo a su pecho ejercitado, bronceado y velludo. El chaleco, la corbata y la chaqueta descansaban sobre un sillón apostado contra la pared.

Antes de atreverse a entrar, ella tocó la puerta. Él levantó el rostro ceñudo de los papeles que leía, parecía haberse molestado por la interrupción, pero cuando vio que se trataba de su reciente esposa, su cara se relajó y hasta dibujó una sonrisa perezosa en sus labios.

—Entra —le indicó. Brianna enseguida aceptó su invitación y pasó al despacho.

Iba descalza, y vestida con un pijama de pantalón y camiseta de tela ligera y clara. Jugueteaba con el monitor del baby call.

Trevor notó enseguida que ella no llevaba puesto el sujetador. Las puntas de sus senos generosos se marcaban en su blusa de manera provocativa.

Tuvo que apartar los ojos de ese lugar para no perder la razón, pero la tentación era muy grande y él aún continuaba con el deseo a flor de piel desde que la vio aparecer con su vestido de boda entallado y sensual.

Ese día había estado mucho más hermosa que todos los días anteriores, volviendo a su organismo un volcán a punto de erupción.

—¿Qué haces despierta? —preguntó, tratando de fijarse en su cara y no perderse en las provocaciones de su cuerpo.

—Solo vine a desearte buenas noches.

Él sonrió. Debía acostumbrarse a tener a una mujer hermosa y tentadora vagando por los pasillos de su casa.

—Buenas noches, esposa. Espero tengas un buen descanso.

—En la súper cama que hay en mi habitación de seguro voy a hacerlo.

Trevor pensó que su cama era mucho más cómoda, pero en ese lugar ella no lograría dormir nada. Él no la dejaría descansar por semanas.

—Me alegra que estés a gusto con el mobiliario que preparé para ti. Si consideras que falta algo, no dudes en avisarle a Frederick o a Virginia para que se encarguen de conseguirlo —dijo, refiriéndose a su mayordomo y a su empleada de mayor confianza.

—No falta nada, más bien, sobran muchas cosas.

—No escatimé en comodidades para ti y para tu familia.

—Gracias.

Él la observó un instante, degustándose con su cara angelical y dulce. Disfrutó verla a diario en la oficina, cuando trabajaba para él, pero ahora la tendría a cada instante y en cada rincón de su hogar.

Eso podría significar un riesgo, era fácil prendarse de su mirada dulce y de su cuerpo atrayente.

—Me alegra que hayas venido, así puedo darte una advertencia. —Ella arqueó las cejas con cierta preocupación, no esperó que llegaran tan pronto los inconvenientes—. Sé que te dije hace unas horas que mañana estaría todo el día reunido con Todd, para la revisión de la propuesta que le ofreceríamos a Nakamura, pero hay un cambio de planes.

—¿Qué sucede?

—Desde mi época escolar he tenido dos amigos que antes éramos inseparables. Ahora, por culpa de nuestros trabajos, nos distanciamos mucho. Sin embargo, ellos se enteraron de mi boda y hace minutos me llamaron para reprocharme el no haberlos invitado.

La noticia la calmó en cierto modo, había temido que fuese algo peor que complicara su nueva vida como mujer casada.

—¿Vendrán mañana?

—Sí, los invité a cenar. ¿Puedes estar presente?

—Claro, no iré a ninguna parte —aseguró en tono jocoso, haciéndolo sonreír.

—Si gustas, también puedes invitar a alguien.

Ella pensó en Lynette, su mejor amiga y confidente desde la universidad, a quien no veía desde hacía meses por causa de los agobiantes problemas que enfrentaban ambas. Quizás debía llamarla y contarle su nueva y absurda vida actual e invitarla a esa cena.

Ya podía escuchar las carcajadas de la chica por toda la mansión, burlándose de sus alocadas decisiones.

—Lo haré, tengo una amiga con quien me gustaría retomar comunicación. Es muy divertida, te encantará conocerla.

Trevor se sintió satisfecho. Estaba ansioso por adentrarse en la vida de esa mujer, e incluirla a ella en la suya. Una reunión con amigos de ambos podría servir para conocerse más y acercarse.

Tal vez aquel matrimonio por conveniencia con el tiempo pudiese volverse real, si es que lograban congeniar. Él lo deseaba, comenzaba a cansarse de estar solo.

Sintió tan interesante esa idea que no tuvo tiempo de sospechar los problemas que aquella convivencia podría generarle.

Nada le importó en ese momento, solo la comodidad de su nueva y sensual esposa.

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