Capítulo 3. Acuerdos y mentiras

Se reunieron durante la tarde en un restaurante alejado del edificio de la firma. Trevor no quería que algún conocido los molestara, necesitaba concentrarse en esa conversación.

—¿Cómo está tu madre? —preguntó para romper el hielo.

Brianna llegó a la cita tan tensa como las cuerdas de una guitarra, aunque preciosa. No llevaba puesto los trajes sobrios y discretos que debía utilizar en la oficina, sino un vestido floreado de tela vaporosa que remarcaba sus generosas curvas y se dejó suelta su larga cabellera castaña.

Él amaba las cabelleras largas de suaves risos, como la que ella poseía. Tenía un fetiche con ellas. Soñaba con que le cubrieran el pecho y el rostro cuando estuvieran desnudos en la cama.

Se aclaró la garganta y llamó enseguida al mesero para evitar seguir pensando en su secretaria de manera provocativa.

No podía verla como una mujer dispuesta para sus juegos sexuales, ya que ese día pensaba establecer con ella un acuerdo de matrimonio por conveniencia.

Las cláusulas debían ser muy claras y respetuosas para que nadie saliera herido. Él tenía una exigente firma de abogados que manejar y ella una familia que cuidar.

—Mi madre ahora está bien, gracias —respondió la mujer, inquieta—. Las semanas en que le tocan las quimioterapias es que la pasa muy mal, esta ha sido tranquila.

Él asintió, sin saber qué decir. Su abuelo sufría de problemas del corazón y desgaste de los pulmones, sabía muy bien lo terrible que podían volverse esos tratamientos fuertes.

—Espero te guste el pescado que preparan aquí. Es uno de mis favoritos.

Brianna sonrió, complacida por haber conocido ese pequeño detalle de él. Era como si hubiesen iniciado la intimidad de la convivencia marital, una que suponía, era para conocerse a fondo, hasta en los detalles más pequeños.

Como nunca había convivido con una pareja, no sabía hasta qué punto podía llegar la confianza.

Tal vez conocer hasta el más pequeño detalle de otra persona podía volverse un arma de doble filo, pero estaba segura que con su jefe aquello sería una experiencia fascinante.

—No soy una gran fanática del pescado, pero reconozco que no he estado en los sitios más adecuados donde me puedan dar a probar uno realmente bueno. Este lugar parece ser especialista —dijo y lanzó una mirada maravillada a los alrededores, perdiendo así, algo de su tensión.

Nunca había estado en un restaurante tan elegante y lujoso. Aquel lugar, a pesar de tener un ambiente caribeño y playero, era un derroche de excentricidades.

La gente que asistía allí parecía exudar dinero y poder, haciéndola sentir mínima.

¿En ese tipo de ambiente ella debía desenvolverse de ahora en adelante si pretendía casarse con él?

—¿Qué has pensado sobre lo que hablamos en la oficina? —quiso saber Trevor. Había querido esperar a estar más relajados para entrar en el tema, pero se notaba ansioso.

Cuando tenía un proyecto en mente lo abordaba sin distracciones. Con aquel estaba algo apresurado, porque el tiempo jugaba en su contra.

—Bueno… La verdad es que no entiendo cómo pudo elegirme a mí para esta propuesta. De seguro tiene otras opciones mucho mejores.

Él sonrió de medio lado. A ella ese gesto le encantó.

—No fue algo improvisado, llevo semanas reflexionando cada una de mis posibilidades, y siempre eres tú quien me resulta la mejor opción.

—Pero… no me conoce de nada.

—Ese fue uno de los motivos por los que te elegí. A las otras mujeres las conozco mucho y sé que no son adecuadas, ni siquiera, ante los ojos de mi abuelo, que espera al menos, un matrimonio basado en el respeto —le confesó, lacerándola con la intensidad de su mirada oscura—. No estaba en mis planes casarme en estos momentos, antes quería dedicarme a hacer crecer la firma y fortalecerla hasta lograr que fuera una de las más importantes de la región, pero… necesito una esposa para que eso se haga realidad.

—¿Por qué? —preguntó curiosa.

—Porque es algo que valoran mucho los clientes de mayor peso, como el caso del señor Nakamura. Mi abuelo comprende eso, por eso me exige que cumpla con esa promesa.

Ella asintió, y recordó a aquel hombre serio y silencioso que parecía rondar los ochenta años.

Por su edad y cultura debía considerar el matrimonio como un vínculo sagrado y parte fundamental de la vida adulta, que podía influenciar el tipo de comportamiento de un hombre en lo profesional.

Ya que marcaría el nivel de compromiso, lealtad y dedicación que imprimía a cada cosa que hacía.

Nakamura era un hombre mayor con principios y costumbres muy arraigadas, pero además, un millonario dueño de empresas pujantes en Seattle. Su inclusión dentro de la cartera de clientes de Harmon y Asociados haría de esa consultoría una de las más fuertes y estables de la región.

Era lógico que tanto el abuelo de su jefe, como su jefe mismo, fuesen capaces de hacer hasta lo imposible por lograr esa asociación.

Para uno era la cristalización del trabajo de toda su vida, y para el otro, la catapulta para su éxito profesional.

—Entiendo que esta boda sea muy importante para ti y para tu familia, pero, aunque estés obligado a hacerla, supongo que no deseas que sea una experiencia aburrida.

Trevor aumentó la sonrisa.

—No quiero que sea traumática, ni para ti ni para mí. Por eso estudié tus referencias antes de atreverme a hacerte la propuesta, incluso, le pagué a un policía amigo para que revisara tu expediente policial.

—¡No tengo expediente policial! —exclamó ofendida.

—Ya lo sé, eso me tranquiliza. Si hubieses tenido, aunque fuese una pequeña mancha, jamás te habría dicho nada.

—¿Y ser un poquito mala no le pondría más picante al asunto?

Él la observó impactado. Brianna hizo aquella pregunta asumiendo una postura y un tono pícaro que en su rostro angelical producía un gran contraste, uno que a él le gustó.

Una vez más la visualizó en su cama, desnuda, siendo traviesa e implacable. La sangre le ardió en las venas y tensó su cuerpo provocándole un leve estremecimiento.

Se regañó internamente por esos pensamientos y se obligó a apartarlos de su mente, al menos, mientras se encontraban en público.

—La verdad, es que sí, pero prefiero ser precavido —reveló sonriente.

Brianna también sonrió, aunque pronto recuperó su seriedad y se puso rígida.

—¿Y qué otras cosas… averiguaste de mí? —consultó inquieta.

—Que eres una buena chica, sin prontuario policial y con las mejores calificaciones, tanto en tu colegio y como en la universidad. Te graduaste con honores. —Ella asintió, sin poder evitar que la tristeza le empañara el rostro. Luchó por tener la mejor formación académica, pero nunca pudo desarrollar su carrera profesional—. Tus notas y el trabajo que hiciste como pasante para el departamento de protección familiar del estado te califica como una excelente abogada de familia, pero supongo que no pudiste dedicarte a la abogacía por la repentina muerte de tu padre, la enfermedad de tu madre y tu embarazo.

Los ojos de Brianna se llenaron de lágrimas de pesar. Aquellos tres golpes le llegaron al mismo tiempo, así como otros que acentuaron el dolor y la agonía que tuvo que vivir durante meses antes de reponerse y luchar por los amores que aún quedaban a su lado: su hijo y su madre.

Su padre, al enterarse del terrible diagnóstico de su esposa, se deprimió y bebió de más antes de salir de su oficina. Temía no encontrar el dinero suficiente para evitar perderla, muriendo al chocar su auto contra un árbol por culpa de la borrachera.

—Fueron tiempos muy difíciles.

—Por eso te elegí. Una persona que haya pasado por tanto y sea capaz de dedicarse a trabajar en un oficio distante de su carrera profesional, para así brindarle seguridad a su hijo y asegurar la salud de su madre es admirable. Me gusta la gente que nunca se rinde.

Ahora Brianna sintió vergüenza. Sí se rendía, hubo momentos en su vida en que fue una cobarde y prefirió huir que enfrentar la tormenta.

—Hay mucho que no sabe de mí —dijo con tristeza, pero Trevor lo que hizo fue mirarla con mayor admiración.

—Esa será la parte divertida de nuestro matrimonio. ¿No crees?

Ella sonrió, pero pronto ambos retomaron la seriedad. Ninguno debía olvidar que aquello sería un matrimonio por conveniencia.

Un pacto que beneficiaría a ambas partes por un tiempo determinado y bajo parámetros establecidos. No era una relación en toda regla.

No había amor y, probablemente, nunca lo hubiera. O eso creían.

El mesero llegó con el pedido e interrumpió la conversación. Ellos se dedicaron a comer mientras hablaban del buen sabor y de la exuberante presentación de los alimentos, una experiencia novedosa para Brianna.

Trevor le contó de otros buenos restaurantes que ofrecían un menú similar y al que estaría encantado de llevarla si aceptaba su propuesta. Gracias a eso, volvieron a tocar el tema del matrimonio cuando ya degustaban el postre.

—No te niego que me da un poco de miedo este plan. Temo que terminemos haciéndonos daño —expuso ella.

—Para eso serán las cláusulas que estableceremos antes y marcarán nuestro comportamiento dentro y fuera de la que será nuestra casa.

Aquella «nuestra casa» hizo estremecer a Brianna. En los labios de su jefe sonaba muy íntimo y excitante.

—No quiero que sea un riesgo para mi hijo. Que llegue a acostumbrarse a ti y luego te pierda.

La preocupación de ella lo tomó desprevenido. No había considerado esa posibilidad.

—Eres abogada de familia, pon las condiciones necesarias para asegurar el bienestar de tu hijo.

—No soy abogada de familia —expuso ella y fijó la mirada en la mesa.

—Lo eres, tienes el título y algo de experiencia. Luego nos ocuparemos del tema de los permisos.

Esa última promesa le aceleró el corazón. Él ya hablaba en términos de «nosotros», como si estuviese seguro de que ella aceptaría la propuesta.

—Solo dime algo —volvió a intervenir Trevor—. ¿Quién es el padre del niño?

El rostro de Brianna perdió todos sus colores por esa pregunta. La conversación llegó al punto que ella quería evitar, un tema por el que no cedería.

—Él murió antes de que naciera George —mintió, sin arrepentimientos.

Sus secretos morirían con ella, así se lo había jurado en el pasado.

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