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Capítulo 5. Extraño presentimiento.

Albert Harmon había tenido una vida feliz y satisfactoria, dedicada a su familia y a su empresa, pero desde muy joven fue un fumador compulsivo, por eso desde hacía unos años sus pulmones comenzaron a fallar.

A eso le incluía el hecho de heredar complicaciones cardiacas de sus ancestros, que reducían su vida útil.

Llevaba un buen tiempo viviendo entre la vida y la muerte, sin saber cuándo su existencia llegaría a su fatídico final.

—Creo que ya estamos en los días —dijo luego de recuperarse de una difícil tos que por poco lo ahoga.

—Estás diciendo eso desde hace más de un año —lo retó Virginia, mientras se retiraba de la habitación con actitud altanera para buscarle el caldo de pollo que le había ofrecido, y que según ella, lo ayudaría a sentirse mejor.

Albert ya no le creía.

—Esa mujer me odia —comentó cuando él y su nieto quedaron solos.

—Pero si no hace otra cosa que velar por tu salud —reprochó Trevor—, ya ni se encarga de la casa por atenderte.

—Échala por irresponsable —respondió molesto.

Trevor soltó una risa divertida.

—Ni en mil años se me ocurriría prescindir de ella. Virginia morirá aquí, como todos nosotros. Es parte de nuestra familia.

Albert masculló quejas inentendibles que aumentaron las risas de Trevor. Él sabía que su abuelo se quejaba solo por costumbre, pero jamás dejaría ir a Virginia.

Ella era como una hermana para él, nadie se atrevía a regañarlo y decirle las verdades en su cara sin dejar de quererlo como lo hacía esa mujer.

—¿Qué tal tu nueva vida de casado? —preguntó el hombre antes de toser un poco más, pero esta vez, sin tanto dolor como minutos antes.

—Bien, aunque tan solo Brianna y yo llevamos un día juntos.

—Es una chica linda y tranquila, aunque dicen que esas son las peores.

Trevor sonrió de medio lado, recordando a Brianna y su sonrisa de ángel, así como su cuerpo tallado por demonios de la lujuria.

—Solo el tiempo dirá si cometí un error o no.

Albert suspiró y alzó su mirada al techo. No pudo evitar que sus ojos se empañaran con lágrimas por el efecto de amargos recuerdos.

—Por mi culpa estás en esta situación.

Trevor se aproximó a él buscando su mirada. Al conseguirla, le palmeó un hombro para sosegar la pena que descubrió en sus pupilas.

—Fue mi decisión, abuelo. Tú ya habías renunciado al plan del matrimonio y hasta a la sociedad con Nakamura.

—Porque no quería llevarte a la muerte, como casi lo hago. Se supone que el desahuciado aquí soy yo.

Trevor sonrió con poca gracia.

—No digas eso, y lo que sucedió con Naomi tampoco fue tu culpa, sino un error mío.

—Si no hubiese seguido ese capricho de casarte con ella, conociendo su delicado estado mental, jamás habría sucedido lo del accidente.

—Lo hiciste por el bufete y por los empleados, para garantizarles estabilidad, e incluso, por mí. Esa asociación me convertirá en uno de los mejores abogados corporativos de la ciudad.

—¿A cambio de tu vida? —mascó molesto y giró el rostro para no darle la cara a su nieto.

Trevor respiró hondo antes de hablar. Un año y medio atrás había acordado un matrimonio por conveniencia con su novia de esa época, Naomi Morgan, pero la mujer era algo inestable emocionalmente y, cuando se enfadaba, solía volverse ofensiva y violenta.

Una noche, luego de haber tenido sexo, él decidió regresar a su mansión y no quedarse con ella, necesitaba revisar los papeles de un convenio. Ella se molestó tanto por el desplante que decidió ir con él, insistiendo en que lo hacía porque había otra mujer esperándolo en su casa.

Discutieron más de la cuenta por el camino, hasta que Naomi comenzó a golpearlo acusándolo de traidor. Trevor perdió el control del auto, haciendo que se saliera del camino y cayera en el interior de un canal de drenaje. Los dos quedaron heridos de gravedad.

—Escucha, juntos planeamos el compromiso y establecimos un acuerdo con Naomi. Nakamura jamás se enteró de la precariedad del estado mental de mi prometida ni del accidente, ni siquiera la conoció en persona, logramos mantener el secreto de lo ocurrido con el personal de mayor confianza. Luego conseguí un reemplazo y seguimos con el plan. Listo. No sigas atormentándote por eso. Nakamura nunca lo sabrá.

—Te dije luego del accidente que te olvidaras de ese plan, que siguieras con tu vida como la habías visualizado antes y dejaras de lado a Nakamura, pero tú lo que hiciste fue buscarte otra mujer para hacerla tu esposa.

—Llevo más de un año detrás de esa sociedad, no iba a perderla por una tontería.

—¡Estuviste a punto de morir!

Un nuevo ataque de tos atormentó al hombre. Trevor ayudó a calmarlo encendiéndole la máquina de oxígeno y recostándolo en la cama.

—Aquí ninguno va a morir, abuelo. A menos, no todavía. Estamos vivos y a punto de alcanzar el éxito —le dijo para serenar aún más sus emociones.

Albert cerró los ojos, con amargura, concentrándose en su respiración para no volver a ahogarse con la tos. El pecho y la espalda le ardían por el esfuerzo.

Al otro lado de la mansión, Brianna estaba reunida con su amiga Lynette, quien había llegado mucho antes de la cena para tener tiempo para ponerse al día.

Se impactó al enterarse que su amiga había contraído matrimonio con un abogado rico y sexi.

—¡Es una locura! ¿Por qué a mí no me pasan este tipo de cosas?

—No fue algo que busqué, tonta.

—Lo sé, pero… ¿Por qué a mí no me pasan este tipo de cosas? —repitió decepcionada. Brianna se carcajeó divertida.

Lynette era una rubia alta de cabellos cortos, de cuerpo esbelto y bien cuidado. Trabajaba como modelo para un estudio de fotografía, siendo imagen de varios productos.

No era una mujer famosa, pero no le iba mal en su profesión, además, mantenía una relación abierta con un fotógrafo italiano que no le resultaba un inconveniente.

El hombre le aseguraba trabajo y una estabilidad financiera que la tenían complacida, a cambio sexo sin compromisos.

—Te confieso que estoy un poco aterrada. A cada momento espero que suceda algo que desmorone toda esta perfección —dijo señalando a su elegante y cómoda habitación—. Desde que llegué aquí tengo un extraño presentimiento.

—¡No! Deja de ser pájaro de mal agüero —la regañó Lynette y se dirigió a la ventana para abrirla y encender un cigarrillo—. Disfruta de esta belleza, amiga, y aprovecha el tiempo que estarás aquí para seducir a tu esposito —habló con tono travieso—. Ese tipo está divino.

A Brianna se le coloraron las mejillas por la vergüenza. De ese detalle ya se había percatado cuando trabajaba para él. Trevor era un hombre muy apuesto que nunca pasaba desapercibido.

—En las condiciones del contrato prematrimonial está establecido que debemos respetarnos, no acosarnos ni compartir la cama, ni siquiera, la misma habitación. No puedo seducirlo.

—Las reglas están para romperse, amiga. Tú y él lo saben muy bien. Ambos son abogados.

Brianna amplió los ojos en su máxima expresión.

—Solo es un acuerdo comercial —reconoció cabizbaja.

—¿Y eso qué incluye? ¿Llevarte a fiestas, viajar contigo por el mundo, cenar en costosos restaurante? —enumeró Lynette con curiosidad.

—No. Solo estar aquí en casa, portarme bien y acompañarlo a ciertas reuniones de trabajo para que sus socios y clientes vean que de verdad es un hombre casado.

Su amiga resopló con fastidio.

—¡¿Estás loca?! ¿Por qué no me llamaste para ayudarte a redactar esos acuerdos?

—Yo solo necesito que cumpla con su parte de ayudarme monetariamente. Tengo muchos problemas encima como para lanzarme sobre los hombros la responsabilidad de un matrimonio.

En ese momento tocaron a la puerta de su habitación y se oyó un llanto débil en el exterior.

Brianna corrió sabiendo que era la niñera que traía a George para calmar alguno de sus berrinches. No podía escuchar a su hijo llorar porque el corazón se le apretaba en un puño.

Mientras recibía al chico y oía la versión de la niñera por el motivo del llanto del niño, Lynette se ocupó con rapidez de apagar el cigarrillo y sacudirse el olor a tabaco para ir hacia ellos.

Veía con adoración al bebé, sentía un gran apego por él.

—Dámelo. La tía Tity lo calmará —dijo, quitándole a George de las manos para hacerle carantoñas y cosquillas mientras lo llevaba a la cama.

El niño dejó de llorar para reír por sus atenciones.

Brianna le concedió a la niñera unos minutos libres mientras ellas estaban con el chico, de esa forma la joven se retiró y las dejó solas con el bebé.

—¿Tía Tity? —preguntó Brinna divertida y se sentó junto a ellos.

—Así me dirá. Yo seré su tía Tity por siempre.

Lynette trataba a George con un gran cariño, como si él fuese una parte muy importante de sí misma. Brianna recordó que su amiga se apegó a él desde que había nacido, incluso, lloró de felicidad al tenerlo por primera vez entre sus brazos.

Su amiga apenas tenía cinco años más que ella, no llegaba a los treinta, pero ya evidenciaba una enorme necesidad por ser madre. Por eso Brianna no entendía por qué elegía relaciones inestables en vez de buscar una que la ayudara a cumplir su gran sueño.

Ella tuvo a George por un error de cálculo, sin embargo, lo aceptó con todo el cariño y el amor que nacía en su corazón, pero Lynette se notaba tan urgida que le extraña que no lo hubiese intentado antes.

Nunca la incordiaba con esas dudas porque la única vez que lo hizo pareció haberle causado un gran dolor.

—Él te ama —mencionó al ver cómo su hijo y su amiga congeniaban a la perfección.

—Porque los bebés tienen el superponer de presentir cuál es el adulto bueno y cuál el malo. Lástima que perdamos esa capacidad al crecer —comentó con pesar, inquietando a Brianna.

Para quitar hierro a la conversación, la chica decidió cambiar el tema hacia una zona segura.

—Tienes que prepararte. No conozco a los amigos de Trevor, pero si son tan apuestos como él, de seguro podrás asegurarte una conquista esta noche.

El semblante de Lynette cambió por completo, mostrándose ahora como una chica salvaje y segura de sí misma.

—Vamos a prepararnos las dos, porque tú también tienes que seducir a tu esposito. Esta noche nos volveremos unas guerreras espartanas que conquistan corazones, ya verás.

Brianna tomó en brazos a su hijo y siguió a su amiga en medio de risas, mientras ella se encargaba de revolver la cómoda para sacar todo el maquillaje que encontraba, y el vestidor, buscando los atuendos más sensuales y elegantes.

Llenas de ánimo, las dos se prepararon para la cena, con George mirándolas con curiosidad balbuceando palabras inentendibles.

Tal vez les avisaba sobre el conflicto que se les vendría encima, o simplemente, compartía con ellas las alegrías mientras les duraran.

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