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Dos hombres y un destino
Dos hombres y un destino
Por: Johana Connor
Capítulo 1. La propuesta.

Brianna se puso de pie cuando vio a su apuesto jefe pasar como un rayo frente a su escritorio. Dejó que sus pupilas se degustaran con su atractiva presencia, hasta que él desapareció dentro de su oficina.

Trevor Harmon era un hombre alto y muy elegante, de cuerpo atlético y cabellos negros espesos, que siempre llevaba muy bien peinados. Aunque su mayor cualidad era su mirada, que resultaba tan intensa que parecía hecha de fuego.

En medio de un suspiro ella tomó su agenda y un bolígrafo y lo siguió. Él ni siquiera la había notado al entrar por estar discutiendo a través de su teléfono móvil con algún cliente terco.

La oficina del presidente de la firma de abogados Harmon y Asociados era el lugar más hermoso de aquel edificio. Se trataba de un salón amplio, con una decoración sobria y moderna y unas hermosas vistas al downtown de Seattle y a la bahía.

Trevor se había sentado en su butaca y le daba la espalda a Brianna mientras continuaba con su discusión telefónica. Su mirada se perdía en las aguas del estrecho de Puget.

—No podemos aceptar su postura, Todd, perderemos más de lo estipulado. Convéncelo de que ir a juicio será un infierno. Él cometió un error, él debe pagar por eso, el dinero no es un problema. Cualquier suma que le impongan la recuperará en pocos meses —decía con tono enfadado.

Brianna se sentó en una silla frente a él y buscó hacer el menor ruido posible. Era tan silenciosa como un ratón, algo que Trevor Harmon agradecía porque sus nervios las últimas semanas estaban a flor de piel.

Ella tan solo llevaba un mes trabajando para su oficina, pero ya parecía conocer a la perfección las mañas y costumbres de su jefe. Trevor era disciplinado y exigente consigo mismo, aunque también, con el personal que lo acompañaba.

Su anterior secretaria se había jubilado hacía poco y ella tuvo que batallar con otras treinta mujeres bien preparadas para ganarse el puesto.

Lo que la ayudó fueron sus estudios en derecho familiar, que, aunque no estaban relacionados con la especialidad de esa firma, le otorgaba conocimientos en abogacía que a Trevor le servían.

Estaba tapiado de trabajo y necesitaba a alguien que de verdad pudiera darle una mano con los casos pendientes.

Aunque Brianna no había podido ejercer, porque apenas se graduó salió embarazada y le tocó cuidar de su pequeño hijo ella sola, ya que el padre decidió borrarse, siempre se mantuvo actualizada haciendo cursos por internet y realizando uno que otro encargo para amigos y allegados.

Pero el trabajo como secretaria principal de Harmon y Asociados era mejor que hacer esas tareas por su cuenta. La paga era generosa y ella necesitaba con urgencia de ese dinero.

—Señorita Griffin, suspenda el almuerzo de esta tarde con el señor Nakamura.

La mujer alzó las cejas, sorprendida. No se había percatado que su jefe había dejado de hablar por estar sumergida en sus pensamientos.

—Esa reunión es muy importante, señor Harmon. Está a punto de cerrar un acuerdo de trabajo con la corporación que él maneja. No le recomiendo que suspenda ese almuerzo.

Trevor se recostó con cansancio en la butaca y emitió un suspiro que a ella le conmovió. Así no solo reflejó un gran cansancio, sino una enorme preocupación.

—Mi abuelo está muy mal, tuvieron que internarlo hace unos minutos. Vine para firmar unos cheques para administración, pero debo irme ya al hospital.

El corazón de Brianna se astilló por esa noticia. Tenía a su madre muy enferma de cáncer y sabía por experiencia propia lo duro que era tener un familiar con un estado de salud crítico.

Trevor Harmon no tenía padres, ellos murieron cuando él apenas era un niño de cinco años. Su abuelo era lo único que le quedaba en la vida. Por eso se desvivía tanto por él.

—Lo siento mucho, señor Harmon. Ya mismo me comunicaré con la oficina del señor Nakamura para avisar de la cancelación de la reunión y del estado de salud de su abuelo. Nakamura siempre pregunta por su salud.

Se puso de pie para salir de la oficina, pero Trevor la detuvo.

—Espere, señorita Griffin. —Cuando ella lo encaró de nuevo, descubrió que él la veía con un enorme interés. La repasaba de pies a cabeza como si estuviese valorando su ropa o su cuerpo. Esa última idea le alborotó cientos de mariposas en el estómago—. No es casada, ¿cierto? Aunque tiene un hijo de nueve meses.

Brianna asintió, nerviosa, sin saber el motivo por el que él sacaba a colación ese tema.

—Así es, señor Harmon. Soy madre soltera —expuso sin poder evitar que el dolor por las pérdidas que había tenido hacía poco aún le afectaran.

—Y según tengo entendido, el problema de la doble hipoteca que asumió para pagar las quimioterapias de su madre le está robando el sueño. Si no comienza a ponerse al día con esos pagos, no solo puede perder la casa, sino que esa deuda complicará que siga costeando el tratamiento de su madre.

Brianna se sobresaltó y bajó el rostro para fijar su atención en el suelo. Sus problemas económicos no solo la angustiaban, sino que también, la avergonzaban.

Por ellos se había visto obligada a trabajar como una simple secretaria en vez de esforzarse por asumir su cargo como abogada.

Había permisos y otras obligaciones que debía tramitar para ejercer su profesión y no tenía el dinero necesario para hacerlo.

—Sí, señor, estoy urgida de dinero, pero eso no será excusa para hacer mal mi trabajo en su oficina. Sepa que estoy poniendo todo de mi parte para que usted…

—¿Has pensado en casarte?

La joven quedó muda ante esa pregunta.

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