—¿Podrías dejar de verme? —pido, no es que deje ver mi desnudes con el albornoz, de todos modos su ojo intenso me pone nerviosa. —Si te apareces así no exijas que mire a otro lado. —justifica tan atrevido. —Olvidé mi ropa, es todo. —dejo salir el aire de manera sonora. —Acabemos con esto de una vez —lo escucho decir, solo después me doy cuenta de que vino a mí, entonces mientras hurgo entre mis cosas él me toma del brazo sin un vestigio de delicadeza. Quiero reclamar, pero ya Silvain se ha atrevido a desatar el albornoz, dejando al descubierto mi secreto; no importa cuanto forcejeé, es más fuerte que yo y ya nada tapa mi desnudes. Avergonzada y completamente abrumada por su osadía me dejo caer al suelo tapándome la cara y llorando. Es denigrante, un acto inaceptable de su parte. —Eres un imbécil. —¡¿Cuánto tiempo me lo seguirías ocultado?! El malestar, la ropa, tu comportamiento bipolar, ¿crees que soy idiota? —¡Ya deja de gritarme! —exclamo fuerte, aún en el rompimiento —. Lo
Es sábado, primera mañana en Roma, despertar en la ciudad eterna debería de ser bonito, algo especial, sin embargo yo sigo embaucada en la dureza de su habla, ha llegado a lastimar como una especie de improperios venenosos. Me siento en el sofá y estudio la suite, no veo rastro suyo. Luego comprendo que está en el balcón tomando el desayuno; como otros días, hoy no deseo verlo, que sostenga sus ojos en los míos prosiguiendo con el rechazo que es tácito en los celestes profundos, es mucha crueldad con la que no puedo soportar. Ser tan débil y frágil es una maldición, ahora que estoy embarazada la revolución es austera, el dominio de mis emociones nunca fueron tan descarriladas e intensas. Me acuchilla la tristeza asidua a una rabia incomprensible. Después ataca la depresión, un arma fuerte que mata si recrudece. Tomo una ducha y, me adecento. Sin llevar nada a mi estómago, tomo la tablet, repaso algunas cosas. Iremos a ver unos terrenos, también tenemos la invitación de comer con ese
He tratado de quitarle marcas a la piel, deshacer nudos en mi pecho y garganta, el desenredo nunca es definitivo. Vuelvo a enlazarme entre preguntas y dudas rotas. Le di mi corazón y me lo devolvió quebrado en muchas partes, ya no me sirve de nada, solo me queda un vacío terrible que a base de esperanzas inventadas no me alcanzan para volar. Tengo la sensación a extravio en el alma, la idea opuesta en la cabeza diciendo a gritos que puedo salir adelante sin ese narciso a mi lado. La única fuerza que hay vive dentro de mí, un piccolo que se vuelve lo más importante, la parte primordial de un inicio. He llorado tanto que, me siento seca, un desierto después de la lúgubre inundación. Estoy en la cama, en posición fetal, contando los segundos, y perdí el conteo. Cuesta caro el rechazo, amar y no ser correspondido, querer y a cambio recibir lo peor. Idiota que soy por permitir el nacimiento de un sentimiento dedicado a él. Queda un desorden que me desprende al vacío, no quiero palpar, ex
Alrededor de dos horas después, ya me estoy poniendo el vestido, necesito ayuda con la cremallera, no pensé en eso, ahora me veo obligada a salir y pedírselo a Silvain. Desinflo mis mejillas, blanqueando los ojos, no quiero decirle, es un idiota. Batallo haciéndolo yo sola, no consigo subirlo, es inútil, maldición. Lleno de oxígeno mis pulmones, antes de salir se está poniendo perfume, de espaldas, cuando se vuelve a mí avalo que ya está listo. De los pies a la cabeza luce pulcro, con un traje a la medida gris satinado, y su pelo marrón sometido a la perfección de la elegancia. Por mi parte, aún estoy descalza y me falta subirme el cierre del vestido rosa palo. Cierro la boca de golpe, al avistar su sonrisa egocéntrica. —Necesito ayuda, c-con el vestido —expiro. Se acerca a mí, hace que me dé la vuelta. Trago duro, su caluroso tacto sigue derritiendo mis poros, volviéndome en un chasquido una masa trémula. Sube la cremallera y no se aparta al terminar, sigue ahí, lo que hace a co
La enorme casa, corrijo, una mansión a la vista que hace evocar a otra época, enamora al instante. No puedo dejar de alardear en mi mente esa fachada que conserva el tono clásico, me remonta al antaño, entre los materiales más destacados está la piedra. Una fuente adorna el frente. Silvain aparca el auto a la par de un Ferrari rojo. Le quita el seguro a la portezuela y puedo salir, me quedo a la espera sobre el adoquín. Se aproxima a mí tendiendo una mano, giro los ojos y lo rechazo. Hace un gesto despectivo antes de dirigirse a la entrada, lo sigo detrás, deseando correr lejos de todo eso. Una vez lo alcanzo me ve de reojo, resoplo.—Borra esa amargura, Viscardi. No quiero que sea una mala impresión la que se lleve Rosellini de mi asistente. —ordena, apretando los dientes en señal de disgusto. Somos recibidos por una mujer de mediana edad, dirigiéndose a los dos de una forma hospitalaria pero formal ante todo. —Benvenuto, il Signore ti sta già aspettando, per favore entra. (Bienve
Tengo la sensación de que pasaré el día sola en la habitación. Lo presiento; cuando desperté, Silvain ya no estaba. Aún no regresa y ya casi es mediodía, a diferencia de ayer tengo la libertad de salir, pero no estoy segura de andar por Roma sin compañía. Sin embargo, me arreglo, me pongo adecuada y tomo el teléfono antes de ir por la ciudad eterna y respirar ese aire romano. Las calles están llenas de transeúntes; afluencia normal en un país tan frecuentado por turistas de todo el mundo. La belleza de la capital me envuelve en el paseo, consigo desconectarme de la realidad, de ese tóxico bucle de acontecimientos que despiertan estados de enojo y tristeza.Saco algunas fotos del recorrido y se las envío a Mila. Sonrío al leer su respuesta, alega que están demasiado hermosas y admite desear estar conmigo, a lo que respondo con un emoji de corazón. Luego vienen las preguntas. Mila: ¿Estás con Silvain? Yo: No, salí sola. Mila: ¿Dónde está ese idiota? Yo: Salió, y no me quedaría a pa
—Sucede que eres un perdedor. Estás vencido, no permites ver la vida a través de otros ojos. No tengo remota idea de lo que ocurrió en tu vida, pero eso que te marcó no debería ganarte. No todo está perdido... Niega, una sonrisa de esas ladinas, en desacuerdo. —Tú los has dicho. No tienes idea de nada, te agradecería que pares con tu palabrería tonta. —Nada absurdo emito, Silvain. Tienes miedo a fallar, a no ser suficiente, a eso le temes, a meter la pata, cosa que haces a diestra y siniestra. Métete en la cabeza que eres un mortal más, lleno de imperfecciones como todos; te esfuerzas por aparentar algo, y se te notan más los errores. Además eres desconfiado, no permites que nadie sepa sobre tu vida. Cuanto escarbe en tu vida, eso no interesa, no consigo nada, solo tremendas incógnitas. La verdad no sé cómo es que a Gaspard lo has puesto al tanto, y a él ni siquiera se lo has contado todo... —brusca, paro de hablar. Sus ojos caen de golpe en los míos, le cambia la expresión; el re
—Voy a salir en un rato, me pregunto si querrías venir. —Si no es necesario, no, gracias, prefiero quedarme aquí. —declino, extrañada por la invitación. Aunque debí preguntar hacia donde iría, solo por satisfacer la curiosidad. —Quédate, como quieras. —hace de cuentas que no le afecta en lo mínimo el rechazo. Me voy al otro lado de la suite, dándole privacidad. No quiero que crea que soy una aprovechada, mi atención ya le alimenta el ego y, si reparo en su atlético cuerpo, se desordena mi cabeza. Por el bien de mi idiotizada estabilidad emocional, me alejo. Se viste casual y esa imagen me estampa en el suelo. Se me congelan los dos hemisferios, es tan perfecto que parece onírico, algo tan irreal que solo se avista en los sueños. Que sea de carne y hueso me quita el aire, de por sí maneja a su antojo mis emociones sin saberlo, ya deliro en silencio. De golpe cierro la boca, en sus labios aflora ya la magnificencia. He aquí donde vuelvo a ponerme sería al grado de rozar un enfado fi