La enorme casa, corrijo, una mansión a la vista que hace evocar a otra época, enamora al instante. No puedo dejar de alardear en mi mente esa fachada que conserva el tono clásico, me remonta al antaño, entre los materiales más destacados está la piedra. Una fuente adorna el frente. Silvain aparca el auto a la par de un Ferrari rojo. Le quita el seguro a la portezuela y puedo salir, me quedo a la espera sobre el adoquín. Se aproxima a mí tendiendo una mano, giro los ojos y lo rechazo. Hace un gesto despectivo antes de dirigirse a la entrada, lo sigo detrás, deseando correr lejos de todo eso. Una vez lo alcanzo me ve de reojo, resoplo.—Borra esa amargura, Viscardi. No quiero que sea una mala impresión la que se lleve Rosellini de mi asistente. —ordena, apretando los dientes en señal de disgusto. Somos recibidos por una mujer de mediana edad, dirigiéndose a los dos de una forma hospitalaria pero formal ante todo. —Benvenuto, il Signore ti sta già aspettando, per favore entra. (Bienve
Tengo la sensación de que pasaré el día sola en la habitación. Lo presiento; cuando desperté, Silvain ya no estaba. Aún no regresa y ya casi es mediodía, a diferencia de ayer tengo la libertad de salir, pero no estoy segura de andar por Roma sin compañía. Sin embargo, me arreglo, me pongo adecuada y tomo el teléfono antes de ir por la ciudad eterna y respirar ese aire romano. Las calles están llenas de transeúntes; afluencia normal en un país tan frecuentado por turistas de todo el mundo. La belleza de la capital me envuelve en el paseo, consigo desconectarme de la realidad, de ese tóxico bucle de acontecimientos que despiertan estados de enojo y tristeza.Saco algunas fotos del recorrido y se las envío a Mila. Sonrío al leer su respuesta, alega que están demasiado hermosas y admite desear estar conmigo, a lo que respondo con un emoji de corazón. Luego vienen las preguntas. Mila: ¿Estás con Silvain? Yo: No, salí sola. Mila: ¿Dónde está ese idiota? Yo: Salió, y no me quedaría a pa
—Sucede que eres un perdedor. Estás vencido, no permites ver la vida a través de otros ojos. No tengo remota idea de lo que ocurrió en tu vida, pero eso que te marcó no debería ganarte. No todo está perdido... Niega, una sonrisa de esas ladinas, en desacuerdo. —Tú los has dicho. No tienes idea de nada, te agradecería que pares con tu palabrería tonta. —Nada absurdo emito, Silvain. Tienes miedo a fallar, a no ser suficiente, a eso le temes, a meter la pata, cosa que haces a diestra y siniestra. Métete en la cabeza que eres un mortal más, lleno de imperfecciones como todos; te esfuerzas por aparentar algo, y se te notan más los errores. Además eres desconfiado, no permites que nadie sepa sobre tu vida. Cuanto escarbe en tu vida, eso no interesa, no consigo nada, solo tremendas incógnitas. La verdad no sé cómo es que a Gaspard lo has puesto al tanto, y a él ni siquiera se lo has contado todo... —brusca, paro de hablar. Sus ojos caen de golpe en los míos, le cambia la expresión; el re
—Voy a salir en un rato, me pregunto si querrías venir. —Si no es necesario, no, gracias, prefiero quedarme aquí. —declino, extrañada por la invitación. Aunque debí preguntar hacia donde iría, solo por satisfacer la curiosidad. —Quédate, como quieras. —hace de cuentas que no le afecta en lo mínimo el rechazo. Me voy al otro lado de la suite, dándole privacidad. No quiero que crea que soy una aprovechada, mi atención ya le alimenta el ego y, si reparo en su atlético cuerpo, se desordena mi cabeza. Por el bien de mi idiotizada estabilidad emocional, me alejo. Se viste casual y esa imagen me estampa en el suelo. Se me congelan los dos hemisferios, es tan perfecto que parece onírico, algo tan irreal que solo se avista en los sueños. Que sea de carne y hueso me quita el aire, de por sí maneja a su antojo mis emociones sin saberlo, ya deliro en silencio. De golpe cierro la boca, en sus labios aflora ya la magnificencia. He aquí donde vuelvo a ponerme sería al grado de rozar un enfado fi
Días después...Gaspard está aquí, devorando una galleta, de la segunda tanda que Mila ha preparado. Admiro que sigan siendo cercanos, en plan de amigos, después de la aventura que tuvieron. Los observo y noto el centelleo en la mirada de mi amiga, me atrevo a decir que cerca de Lebrun se ve más vivaz, compaginan; Gerrit es una buena persona, pero debo confesar que casi siempre anda por la nubes, estos últimos días no han salido a menudo, aunque Jones ha estado enfrascada de lleno en algunas cosas sobre ejercer su profesión. —¿No comerás una? —le parece raro que no engulla aún. —Es que estoy llena. —Te lo pierdes —gime el francés metiéndose a la boca toda la galleta. Y, juguetea toqueteando la punta de mi nariz. Sonrío a la vez que niego con la cabeza; Lebrun ha estado junto a Mila ahí para mí, cuando me veo prófuga de la vida y una horda de ideas oscuras agrietan mi visión y, se me cae el alma a los pies, entonces recordándome que sí vale la pena vivir, aclaran mi cielo. Un día
Me llevo la ecografía a casa, es la única que tengo, la primera que a estas alturas ya no me arrepiento de dejar en el equipaje de Silvain, tenía un objetivo. Temo que nada ha cambiado. Es ridículo pensar por un segundo que recibiría un solo texto suyo, incluso una llamada o ver materializado el disparate de que estaría aquí, presente y diciéndome que por favor lo dejara estar a mi lado. Todo fantasía, nada realidad. De Castelbajac es peor que una piedra. Recuesto la cabeza en la ventanilla, pasando el recorrido metida en la ciudad, en su trajín mañanero, parte del día que se despide ya. Tengo un nudo que amenaza con hacerme daño, si bien he tenido aguerrida la fuerza en el momento en que otro latido lleno el consultorio, vuelvo a orillarme en el escape que no sabe a dónde ir. He aquí donde siento compugida el alma y palpo vacío. Siempre me coloco en este momento, no es culpa de las hormonas, es de un amor no correspondido, por sentir algo donde no crece nada, y dedicarle tanto a su
Mi pequeño se apresuró unos días antes de lo previsto y, ese ocho de febrero, en pleno invierno, ha llegado a este mundo. —¿No es la cosita más hermosa de este planeta? —saca el labio inferior mientras toquetea los dedos sobre su preciosa carita. Esbozo una sonrisa. Lo tengo en mi pecho, dándole de comer por primera vez y la sensación es algo extraña, es decir, se siente bonito, ligera estela de nostalgia se queda también; sigo en la habitación de hospital, postrada en una cama y, ansiando el alta para estar en casa. El pequeño Samuele, como decidí llamarle, está cómodo ahí, succionando suave mi pezón. Ese olor a bebé me acorrala el corazón, su tersura, esos ojitos ya se vuelven mi cielo. —Es perfecto, Mila... —emito, dejando escapar un sonoro suspiro. Con la mano donde tengo la via intravenosa, dirijo diversas caricias en su cabeza, no dejo de sorprenderme, tiene mucho cabello, castaño como el mío. Se siente como la lana, sutil. La emoción es fuerte, pero la tristeza quiere igua
«Crecí creyendo mucho tiempo que, las personas a las que amaba, me daban un poco de la misma manera, amor. Es ridículo, estúpidamente patético comerse el cuento, la fantasía de ser querido, más cuando recibes ese afecto, y no sabes que solo se basa en la hipocresía. Decían que, si les tenía un poco de agradecimiento pondría de mi parte para ser mejor, claro que sustituían la palabra "perfección", pero yo siempre lo tuve en claro, quería que fuera perfecto, más cuando Nickolas había muerto, dejándome a mí esa carga pesada, a ser como él, que siempre tuvo en la palma de la mano metas cumplidas. Yo, por el contrario, tan retraído tantas veces, ausentado de la clase y saltando cuestiones que no lograba, lejanas a mis objetivos, mas una obligación para ser alguien en este mundo. Por un momento lo intenté, desistí, luego la presión obtuvo su lugar y ya nada podía apartarme de la perfección. A la edad de veinte años, tres años después de que Nickolas muriera en un accidente de tránsito, m