Días después...Gaspard está aquí, devorando una galleta, de la segunda tanda que Mila ha preparado. Admiro que sigan siendo cercanos, en plan de amigos, después de la aventura que tuvieron. Los observo y noto el centelleo en la mirada de mi amiga, me atrevo a decir que cerca de Lebrun se ve más vivaz, compaginan; Gerrit es una buena persona, pero debo confesar que casi siempre anda por la nubes, estos últimos días no han salido a menudo, aunque Jones ha estado enfrascada de lleno en algunas cosas sobre ejercer su profesión. —¿No comerás una? —le parece raro que no engulla aún. —Es que estoy llena. —Te lo pierdes —gime el francés metiéndose a la boca toda la galleta. Y, juguetea toqueteando la punta de mi nariz. Sonrío a la vez que niego con la cabeza; Lebrun ha estado junto a Mila ahí para mí, cuando me veo prófuga de la vida y una horda de ideas oscuras agrietan mi visión y, se me cae el alma a los pies, entonces recordándome que sí vale la pena vivir, aclaran mi cielo. Un día
Me llevo la ecografía a casa, es la única que tengo, la primera que a estas alturas ya no me arrepiento de dejar en el equipaje de Silvain, tenía un objetivo. Temo que nada ha cambiado. Es ridículo pensar por un segundo que recibiría un solo texto suyo, incluso una llamada o ver materializado el disparate de que estaría aquí, presente y diciéndome que por favor lo dejara estar a mi lado. Todo fantasía, nada realidad. De Castelbajac es peor que una piedra. Recuesto la cabeza en la ventanilla, pasando el recorrido metida en la ciudad, en su trajín mañanero, parte del día que se despide ya. Tengo un nudo que amenaza con hacerme daño, si bien he tenido aguerrida la fuerza en el momento en que otro latido lleno el consultorio, vuelvo a orillarme en el escape que no sabe a dónde ir. He aquí donde siento compugida el alma y palpo vacío. Siempre me coloco en este momento, no es culpa de las hormonas, es de un amor no correspondido, por sentir algo donde no crece nada, y dedicarle tanto a su
Mi pequeño se apresuró unos días antes de lo previsto y, ese ocho de febrero, en pleno invierno, ha llegado a este mundo. —¿No es la cosita más hermosa de este planeta? —saca el labio inferior mientras toquetea los dedos sobre su preciosa carita. Esbozo una sonrisa. Lo tengo en mi pecho, dándole de comer por primera vez y la sensación es algo extraña, es decir, se siente bonito, ligera estela de nostalgia se queda también; sigo en la habitación de hospital, postrada en una cama y, ansiando el alta para estar en casa. El pequeño Samuele, como decidí llamarle, está cómodo ahí, succionando suave mi pezón. Ese olor a bebé me acorrala el corazón, su tersura, esos ojitos ya se vuelven mi cielo. —Es perfecto, Mila... —emito, dejando escapar un sonoro suspiro. Con la mano donde tengo la via intravenosa, dirijo diversas caricias en su cabeza, no dejo de sorprenderme, tiene mucho cabello, castaño como el mío. Se siente como la lana, sutil. La emoción es fuerte, pero la tristeza quiere igua
«Crecí creyendo mucho tiempo que, las personas a las que amaba, me daban un poco de la misma manera, amor. Es ridículo, estúpidamente patético comerse el cuento, la fantasía de ser querido, más cuando recibes ese afecto, y no sabes que solo se basa en la hipocresía. Decían que, si les tenía un poco de agradecimiento pondría de mi parte para ser mejor, claro que sustituían la palabra "perfección", pero yo siempre lo tuve en claro, quería que fuera perfecto, más cuando Nickolas había muerto, dejándome a mí esa carga pesada, a ser como él, que siempre tuvo en la palma de la mano metas cumplidas. Yo, por el contrario, tan retraído tantas veces, ausentado de la clase y saltando cuestiones que no lograba, lejanas a mis objetivos, mas una obligación para ser alguien en este mundo. Por un momento lo intenté, desistí, luego la presión obtuvo su lugar y ya nada podía apartarme de la perfección. A la edad de veinte años, tres años después de que Nickolas muriera en un accidente de tránsito, m
Desde Los Ojos De Un NarcisistaP.O.V Silvain De Castelbajac•••Tres años después...Lunes, 08 de Mayo. Una pila de papeles sobre el escritorio, el teléfono a cada rato sonando, la secretaria entrando para avisarme de la visita imprevista de Fabrizio, y tengo junta en media hora. Saturado, estresado, estoy al borde de un colapso. Me levanto, enderezando la espalda y me dirijo al minibar. Una copa de whiskey o cuántas sean no aligera la presión que siento ahora. ¡Maldición! Llaman a la puerta. Exasperado me trago el lenguaje soez, la agitación de este día no para. —¿Qué pasa, Micaela? —suelto, ajetreado. —Señor, ¿puedo pasar? Tengo noticias sobre la galería. —dice, desde el otro lado. Mi expresión cambia, «la galería es relevante». —Sí, entra. Bonita cara, cuerpo atractivo y ojos dulces. Hoy trae un vestido ajustado que marca su silueta; es la única secretaria con la que no me involucro aún, ni tengo interés en hacerlo. Casi siempre trae trenzado su cabello rojizo, dándole ese
—Cielo, permíteme un momento, ¿podrías? —lo veo con ojos de cachorrito. Samuele se cruza de brazos. Su actitud me da un poco de gracia. Apenas he llegado de la universidad, Mila se ha ido después de quedarse con el niño, ahora que intento terminar un capítulo, él se aburrió de ver tele y viene a mí para que le haga sus galletas favoritas. ¿Quién puede resistirse a esos grandes ojos celestes? Mi deber como mamá gana, además de que no quiero causarle el llanto. —Quelo galletita, mami. —emite, aferrando mi pierna. —Lo sé, te haré las que quieras, pero luego, ¿dejarás a mamá trabajar en su novela? —Pometido. —sonríe, dándome el meñique, como le enseñó Mila, y lo encierro con el mío. —Te amo, bebé —lo cargo, él me abraza, tan dulce como suele —. Mamá te ama de aquí al infinito, ¿lo sabías? —Sí, mami, yo te quelo también. —frenético me dice, besando mi rostro. A su corta edad mi chiquito es avispado, aprende rápido y cada día me sorprende. Me esfuerzo es ser lo que él necesita, de no
Hace días que le compré estos jeans con tirantes, que junto a la camisa blanca y zapatitos negros se ve precioso. —Mira lo guapo que estás, cielo. Ya solo falta... —alcanzo el cepillo, peino su cabello hacia un lado —. Creo que me enamoré, usted es un apuesto caballero, señor Samuele —bromeo imitando la voz de una fémina chillona y le beso la mano. Se pone a reír, contagiándome al instante. Después lo lleno de muchos besos, agradezco que mi labial sea mate, si no, ya arruinaría su camisita blanca. —Hora de irnos —canturrea mi amiga, asomándose. —¡Tía! —exclama mi pequeño, así de ansioso se pone al verla. —Sí, cariño mío, aquí está tu tía favorita, venga —abre los brazos, él se le va encima y lo atrapa —. Que bien hueles, tesoro. —Tú también. —le dice abrazándola. Me derrito de la ternura. Pronto subimos al deportivo de Gaspard, de saber a dónde vamos me habría ido con mi hijo en mi auto. Durante el trayecto, me siento algo nerviosa, no sé la razón, puede que desconocer el des
Despiadado salta mi corazón golpeando mi pecho. Está a punto de tomar vida propia y salir corriendo por la sala. Es la primera interacción de padre e hijo, y soy una masa emocional, además de cargar con nervios apabullantes. Pero Samuele se queda callado, tímido ante ese desconocido. —Has planeado todo, ¿no es cierto? Gaspard y Mila están involucrados en esto. —añado, incesante urgencia por recriminar. —¿Estás enfadada? Hay mucho por decirte, quiero hablar contigo, por favor. «¿Por favor? viniendo de Silvain es una combinación extraterrestre». —Confundida, me siento traicionada, armaron todo esto a escondidas, ¿por qué? —No creo que quisieras verme después de todo. —¿Por qué estás seguro de que ahora sí? De hecho no quiero verte ni hablarte, no es el momento, ni el lugar y por respeto a mi hijo no sigas, Silvain. —blanqueo los ojos. En ese momento me agarra el brazo, acercándose a mi oído. La amenazante cercanía me mantiene alerta. —Soy un imbécil, el adjetivo que quieras pone