Nuevo día, y yo ya inralada en casa de Bradox, desayunamos y fuimos a las oficinas a trabajar, yo estaba como en una nube, flotaba, hasta mi supervisora me dijo que me veía reluciente y esovme sonrojó.Fui a la oficina de Brad, para que me invitara a un café a media mañana, me recibió con un beso y un abrazo, como si hiciera días que no me hubiera visto, y es que él todo lo que me transmitía era pasión. Había sido mi antiguo enemigo y ahora él parecía decidido a ser el hombre de mi vida.Volví a mi oficina y recordé lo que hicimos con Logan, en las Highlands de Escocia, y sonreí, mordiéndome el labio. Aquel escocés era otro hombre intrigante y sexy, recordar las cochinadas que hicimos en sus casas, y pensar en esos momentos en los que me hicieron disfrutar de seco torrido me hizo acalorarme. Aquello había sido para mí, una experiencia extraña pero gratificante y una forma de liberarme en el sexo, hacer cosas que jamás había pensado antes y compartir unos juegos que nunca había imagi
Millie Stewart sintió que se le paraba el corazón cuando leyó la carta que había recibido del banco.Un mes.Solo tenía un mes para recoger las pertenencias que le quedaban y abandonar la casa en la que había vivido toda su vida. Y pensar que había sido una de las mujeres más acaudaladas del país. Pero entre noches de fiesta, lujo desmedido y otras excentricidades había derrochado toda su herencia. Y ahora estaba totalmente sola, sin apenas dinero y a un paso de acabar durmiendo en la calle.Se enjugó las lágrimas y se sentó en el sofá, sujetando aún, con mano temblorosa la notificación del banco. Solo tenía una opción, dejar a un lado su orgullo y suplicar por primera vez en su vida. Suplicar al hombre que había firmado la carta y su destino. ¿Pero qué otra cosa podía hacer?Buscó dentro de su armario un traje elegante, se puso unos zarcillos de oro y comprobó su aspecto en el espejo. Lucía la imagen sobria que quería aparentar, pero también se había calzado unos tacones que realzaba
—¿Y entonces qué es lo que no ha entendido? —preguntó él encogiéndose de hombros.Millie se mordió el labio inferior y lo miró frustrada. Ahora ya sabía porque los banqueros tenían fama de ser tan retorcidos. Era evidente que comprendía el motivo por el que estaba allí, pero por lo visto disfrutaba poniéndoselo difícil. Se mordió la lengua y adoptó una postura tan despreocupada como la suya.—Verá, señor… —empezó a decir con voz aterciopelada—, como ha podido usted darse cuenta, podría perder mi casa en el plazo de un mes. Así que debo hacer algo pronto —determinó inclinándose disimuladamente para que él pudiera fijarse en su escote.Notó que, efectivamente, él centraba su mirada en su blusa semitransparente, pero lejos de notarlo nervioso o alterado (como solía ocurrir en la mayoría de hombres) se mantuvo frío y distante.—¿Hacer algo pronto? —replicó en un tono burlón— Usted lleva tiempo sin hacer frente a sus pagos y por eso ha sido desahuciada. No veo qué pueda hacer ahora para ev
El banquero le abrió la puerta del coche en un gesto galante y Millie se subió al Audi negro con altivez. Dentro olía a la tapicería de piel y a su almizcle personal, y de repente se sintió rodeada, envuelta y acorralada por él. —¿No se encuentra bien? —le preguntó él cuando vio que se había quedado paralizada. Ella parpadeó aturdida. —Sí, estoy bien —se disculpó algo avergonzada—. ¿Puedo saber dónde cenaremos? —añadió tratando de disimular sus nervios. —Hay un lugar a unas cuantas calles de aquí cerca de la avenida Fisherman’s Wharf, del que me han hablado muy bien. Dicen que es uno de los mejores restaurantes de San Francisco —le contestó por encima del hombro, mientras engranaba primera y giraba el volante a la derecha. —¿Vamos a cenar en el St.James? Pero ese sitio es demasiado elegante, ¿no? Ella había ido muchas veces allí (cuando se lo podía permitir) y conocía el ambiente. —Ya le dije que pagaría yo —le recordó sin apartar la mirada de la carretera. —No se trata de din
Millie empezó a transpirar por cada poro de su piel.—¡Conteste de una vez! —le ordenó dando un golpe en la mesa.—Sí —musitó cabizbaja.—Bien, pues yo tengo algo interesante que ofrecerle.—No entiendo…Exhibió una sonrisa perversa.—No se preocupe, con sumo gusto se lo explicaré. —Se regodeó—. Verá, como puede imaginar, soy un hombre con muchos compromisos que atender.Y me vendría bien contar con una mujer servicial que tenga disponibilidad absoluta y sea experta en las artes amatorias. Pero también me gustaría poder llevar a esa mujer del brazo a mis fiestas y reuniones sociales. Por lo que no me vale una puta cualquiera. Necesito a alguien con buena educación, que sea hermosa, que sonría, pero que no abra mucho la boca. No sé si me entiendes…—Deduzco que se refiere usted a una mujer florero —masculló ella, que volvía a notar como le bullía la sangre de rabia.—Supongo que es una de las muchas definiciones —alegó él con un gesto arrogante—. Pero cabe aclarar que no solo busco echa
La señora Preston sonrió al ver a la joven entrando por la puerta de su boutique después de tanto tiempo. Había sido una de sus principales clientas, hasta que un día, sin más, dejó de ir. Ahora que el señor Cooper le había explicado los motivos, no podía menos que compadecerla.—¡Querida, qué gusto verte de nuevo por aquí! —la saludó dándole un pequeño abrazo.Millie le sonrió incómoda. Era la segunda vez que tenía que poner un pie en uno de sus lugares favoritos antes de caer en la ruina. Y todo por culpa de ese banquero imbécil . Entonces se preguntó si quizás no lo estaba haciendo a drede para humillarla…—Sí, es que últimamente he estado muy ocupada viajando por el extranjero —mintió llevada por su orgullo. —¿Qué tiene para mí? —añadió deseando cambiar de tema.De repente notó que la señora Preston se mostraba incómoda y la sonrisa se le fue apagando en la cara.—¿Qué ocurre? —quiso saber.—Nada, es que el señor Cooper me avisó de que vendría usted por aquí y me pidió que le ases
Circularon por la Vía California, una de las principales arterias de la ciudad y se dirigieron a Pacific Heights, donde se encontraban las mansiones de los magnates financieros. Al parecer la fiesta se celebraba en casa de uno de os socios de Surebank.Cuando llegaron, el banquero le dejó las llaves al aparcacoches, le ofreció el brazo a Millie y la condujo hacia la entrada principal. Mientras se movían entre el tumulto de asistentes, la joven reconoció las caras de algunos invitados. Había coincidido con ellos en casinos y otras fiestas importantes.Incluso habían compartido grandes veladas entre risas, alcohol y una baraja de cartas. Pero ahora esos mismos compañeros de fiestas parecían no acordarse de ella. Su situación de quiebra había llegado a oídos de la alta sociedad y verla allí del brazo de un hombre poderoso, solo hacía avivar la llama de las habladurías, por lo que bajó la cabeza y trató de ocultarse tras el robusto cuerpo de su acompañante.Bradox también conocía a la may
—Y dime, ¿qué haces en San Francisco? Lo último que supe de ti es que te ibas a Europa.— preguntó ella. Él se encogió de hombros.—Sí, pero me aburrí de dar tumbos por ahí y regresé hace poco —le contestó con una enorme sonrisa —.Ahora he abierto un pequeño negocio de transporte y me va bien.—Así que por eso te han invitado a la fiesta. Tú también eres cliente de Surebank —concluyó ella.Anthony asintió sin dejar de observarla fijamente. Estaba muy hermosa.—Oye Mills, sé que te debo una explicación por lo que pasó…—Tranquilo —lo cortó enseguida—. No me debes nada. Es cierto que te odié cuando rompiste nuestro compromiso pero con el tiempo me di cuenta de que fue lo mejor. Los dos somos demasiado atolondrados. Ese matrimonio no habría funcionado. Por mucho que nuestros padres estuvieran empeñados—añadió con un gesto divertido.Anthony le acarició la mejilla con ternura.—Sí, somos iguales. De hecho nunca he conocido a una chica con la que congeniara tanto —admitió con sincero pesar