#2:

—¿Y entonces qué es lo que no ha entendido? —preguntó él encogiéndose de hombros.

Millie se mordió el labio inferior y lo miró frustrada. Ahora ya sabía porque los banqueros tenían fama de ser tan retorcidos. Era evidente que comprendía el motivo por el que estaba allí, pero por lo visto disfrutaba poniéndoselo difícil. Se mordió la lengua y adoptó una postura tan despreocupada como la suya.

—Verá, señor… —empezó a decir con voz aterciopelada—, como ha podido usted darse cuenta, podría perder mi casa en el plazo de un mes. Así que debo hacer algo pronto —determinó inclinándose disimuladamente para que él pudiera fijarse en su escote.

Notó que, efectivamente, él centraba su mirada en su blusa semitransparente, pero lejos de notarlo nervioso o alterado (como solía ocurrir en la mayoría de hombres) se mantuvo frío y distante.

—¿Hacer algo pronto? —replicó en un tono burlón— Usted lleva tiempo sin hacer frente a sus pagos y por eso ha sido desahuciada. No veo qué pueda hacer ahora para evitar lo inevitable —le espetó sin contemplación.

Millie se quedó helada. No esperaba en absoluto una contestación tan cruda y grosera.

—Pero señor Cooper, verá…

—Señorita Stewart —la cortó rápidamente—, ¿tiene usted idea de cuantas personas hay en su misma situación? Comprenda que si a todas ellas el banco les hubiera perdonado la deuda, habríamos tenido que cerrar para convertirnos en una ONG. Y siento decírselo, pero mis socios y yo no somos tan generosos —reconoció con ironía.

—Yo no quiero que usted me perdone la deuda, solo busco otra forma de llegar a un acuerdo.

—¿Cómo cuál?

—No lo sé, posponer el desalojo hasta que pueda encontrar la manera de pagar, lo que sea. Pero se lo ruego, tenga en cuenta lo que le pido.

El señor Cooper guardó silencio y la miró fijamente.

—Por favor, se lo suplico —sollozó ella.

Esta vez Millie se sintió violenta cuando notó que su mirada se posaba con total descaro sobre sus pechos. Luego la recorrió de cintura para arriba sin ningún tipo de miramiento mientras ella aguantaba el tipo y esperaba a que se pronunciara.

—Está bien —dijo al fin—, pensaré en algo para ayudarla y en cuanto pueda la llamaré.

Ella soltó un suspiro de alivio y le dedicó una sonrisa radiante.—Gracias, señor. Sabía que en el fondo tenía usted un gran corazón.

—No celebre la victoria antes de tiempo, señorita . Todavía no puedo garantizarle si la podré ayudar. Puede que le salga caro —le advirtió con una expresión sombría.

Ella bajó la cabeza y salió despacio del despacho. El banquero se aflojó el nudo de la corbata y se pasó la mano por la frente sudorosa. Tenía que admitirlo, verla le había afectado más de lo que imaginaba, y eso lo enfurecía porque pensaba que tras diecisiete años ya lo había superado. Sin embargo esa perra seguía tan arrogante como la recordaba. Arrogante y jodidamente hermosa ¿por qué negarlo?, concluyó al notar su entrepierna dura como una roca. Pero estaba muy equivocada si pensaba que podría hacer con él lo mismo que la última vez.

No, él ya no era el chiquillo tonto y enamorado que había sido. Él ahora era un hombre fuerte y poderoso, y había jurado venganza.

Bradox Cooper rompió en una carcajada. De momento ya había conseguido que la señorita Stewart se arrastrara pidiendo su ayuda. Oh, cuánto iba a disfrutar con la segunda parte del plan.

Milliy vio por quinta vez el móvil, pero el maldito chisme seguía sin sonar.

Había pasado un día desde su visita al despacho del señor Cooper y seguía sin llamarla. ¿Se habría echado para atrás? ¿Habría decidido no ayudarla finalmente? Total, él mismo le había dejado claro que no era la única en su situación. Era una desvalida más de su interminable lista.  Sintió que se le contraía el estómago porque hacía apenas un año, ¡un año!, había tenido dinero, amigos, propiedades, poder. Y en un abrir y cerrar de ojos todo aquello se había esfumado por arte de magia. Bueno, por arte de magia no. Había  malgastado su gran fortuna familiar en fiestas, apuestas, caprichos caros. Y ahora estaba completamente sola. Lo único que le quedaba era el techo que se alzaba sobre su cabeza. Nada más. Pero hasta eso podía perder.

Alejó los malos pensamientos de su mente, tratando de animarse. No, ella no era una más de su lista. Conocía la mentalidad de los hombres como la palma de su mano, sabía como engatusarlos, como hablarles para sacar de ellos lo que quería, lo había aprendido desde que tenía uso de razón, (que se lo hubieran dicho a su difunto padre, si no) y pudo reconocer la mirada deseosa de Bradox. Es cierto que en un principio adoptó una postura impávida,.casi de desdén, pero había visto el deseo reflejado en sus ojos. Unos ojos, que por otra parte, a ella también la estremecían. Entonces el teléfono sonó de repente y  dio un respingo.

—¿Diga? —contestó con voz temblorosa.

—¿Señorita Millie Stewart?

Su voz sonó firme al otro lado del teléfono.

—Sí, soy yo —respondió con un hilo de voz—. ¿Ya ha pensado en la manera de ayudarme?

Él sonrió con malicia. Parecía bastante desesperada. Justo como  la quería.

—Así es.

—¿Me paso entonces por su despacho y lo hablamos?

—No, mejor aún. Esta noche la recojo en su casa y lo discutimos en un sitio tranquilo mientras cenamos.

—¿Una cena?

Se sorprendió ella.

—De negocios —le aclaró él—. Me pasaré a recogerla a eso de las ocho u ocho y media. Ah, y no se preocupe por nada, pago yo —añadió irónico.

Ella se revolvió de rabia.

—Señor Cooper, aunque no lo crea, aún puedo permitirme ir a un restaurante—le contestó indignada.

—Sin embargo la invitaré yo —insistió—. Así podrá ahorrarse ese dinero para pagar otras facturas más importantes —le dejó caer antes de colgar.

«¡Hijo de perra!», gruñó ella. ¿Pero qué se creía ese impresentable? Puede que tuviera problemas económicos. ¡Pero m*****a sea!, ella había sido la hija de uno de los magnates más importantes y respetados de la ciudad.

Y sin embargo, ahora ya no era nada…

Alicaída, se dirigió a la ducha y luego buscó un vestido apropiado para la ocasión. Pero todos los que le quedaban estaban fuera de temporada o ya los había usado varias veces. Entonces recordó que era una simple cena de negocios, una cena con un impresentable, pero nada del otro mundo. ¡Y tampoco era una m*****a cita! Así que no entendía por qué estaba tan nerviosa. Por qué se sentía como una cría de quince años que había quedado con su novio.

Finalmente se decidió por un vestido oscuro, elegante, pero sencillo. Nada que hiciera entrever su traqueteo interior. Luego se maquilló un poco, recogió su melena rubia en un moño alto y se calzó unas sandalias de tacón. Sí, lo había conseguido, iba bonita y al mismo tiempo, discreta.

El señor Cooper finalmente no pasó a recogerla a la hora acordada, sino a las diez de la noche. Millie ya estaba a punto de quitarse esos malditos zapatos que le acribillaban los pies y mandarlo todo a paseo.

¡Once!, le había dejado once llamadas pérdidas y el muy desgraciado no había tenido la cortesía de contestar ni una sola vez. Entonces se sobresaltó cuando al fin escuchó su teléfono vibrar con una perdida para que saliera de casa.

«Cálmate», se dijo, «recuerda que tu suerte depende de él», por lo que contó hasta veinte e hizo el esfuerzo de sonreír mientras se dirigía a su encuentro.

Él la esperó apoyado contra su coche mientras la observaba de esa forma petulante que tan nerviosa le ponía. Pero se mantuvo distante, sin hacer ningún comentario sobre el aspecto de la joven. Se encontraba demasiado absorto en sus pensamientos y en aquella casa que tantos recuerdos le traía.

Millie se sintió fastidiada por su silencio. Estaba acostumbrada a que los hombres la alabasen y la piropearan tan pronto la veían aparecer como una diosa orgullosa ante sus ojos.

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