—¿Y entonces qué es lo que no ha entendido? —preguntó él encogiéndose de hombros.
Millie se mordió el labio inferior y lo miró frustrada. Ahora ya sabía porque los banqueros tenían fama de ser tan retorcidos. Era evidente que comprendía el motivo por el que estaba allí, pero por lo visto disfrutaba poniéndoselo difícil. Se mordió la lengua y adoptó una postura tan despreocupada como la suya.
—Verá, señor… —empezó a decir con voz aterciopelada—, como ha podido usted darse cuenta, podría perder mi casa en el plazo de un mes. Así que debo hacer algo pronto —determinó inclinándose disimuladamente para que él pudiera fijarse en su escote.
Notó que, efectivamente, él centraba su mirada en su blusa semitransparente, pero lejos de notarlo nervioso o alterado (como solía ocurrir en la mayoría de hombres) se mantuvo frío y distante.
—¿Hacer algo pronto? —replicó en un tono burlón— Usted lleva tiempo sin hacer frente a sus pagos y por eso ha sido desahuciada. No veo qué pueda hacer ahora para evitar lo inevitable —le espetó sin contemplación.
Millie se quedó helada. No esperaba en absoluto una contestación tan cruda y grosera.
—Pero señor Cooper, verá…
—Señorita Stewart —la cortó rápidamente—, ¿tiene usted idea de cuantas personas hay en su misma situación? Comprenda que si a todas ellas el banco les hubiera perdonado la deuda, habríamos tenido que cerrar para convertirnos en una ONG. Y siento decírselo, pero mis socios y yo no somos tan generosos —reconoció con ironía.
—Yo no quiero que usted me perdone la deuda, solo busco otra forma de llegar a un acuerdo.
—¿Cómo cuál?
—No lo sé, posponer el desalojo hasta que pueda encontrar la manera de pagar, lo que sea. Pero se lo ruego, tenga en cuenta lo que le pido.
El señor Cooper guardó silencio y la miró fijamente.
—Por favor, se lo suplico —sollozó ella.
Esta vez Millie se sintió violenta cuando notó que su mirada se posaba con total descaro sobre sus pechos. Luego la recorrió de cintura para arriba sin ningún tipo de miramiento mientras ella aguantaba el tipo y esperaba a que se pronunciara.
—Está bien —dijo al fin—, pensaré en algo para ayudarla y en cuanto pueda la llamaré.
Ella soltó un suspiro de alivio y le dedicó una sonrisa radiante.—Gracias, señor. Sabía que en el fondo tenía usted un gran corazón.
—No celebre la victoria antes de tiempo, señorita . Todavía no puedo garantizarle si la podré ayudar. Puede que le salga caro —le advirtió con una expresión sombría.
Ella bajó la cabeza y salió despacio del despacho. El banquero se aflojó el nudo de la corbata y se pasó la mano por la frente sudorosa. Tenía que admitirlo, verla le había afectado más de lo que imaginaba, y eso lo enfurecía porque pensaba que tras diecisiete años ya lo había superado. Sin embargo esa perra seguía tan arrogante como la recordaba. Arrogante y jodidamente hermosa ¿por qué negarlo?, concluyó al notar su entrepierna dura como una roca. Pero estaba muy equivocada si pensaba que podría hacer con él lo mismo que la última vez.
No, él ya no era el chiquillo tonto y enamorado que había sido. Él ahora era un hombre fuerte y poderoso, y había jurado venganza.
Bradox Cooper rompió en una carcajada. De momento ya había conseguido que la señorita Stewart se arrastrara pidiendo su ayuda. Oh, cuánto iba a disfrutar con la segunda parte del plan.
Milliy vio por quinta vez el móvil, pero el maldito chisme seguía sin sonar.
Había pasado un día desde su visita al despacho del señor Cooper y seguía sin llamarla. ¿Se habría echado para atrás? ¿Habría decidido no ayudarla finalmente? Total, él mismo le había dejado claro que no era la única en su situación. Era una desvalida más de su interminable lista. Sintió que se le contraía el estómago porque hacía apenas un año, ¡un año!, había tenido dinero, amigos, propiedades, poder. Y en un abrir y cerrar de ojos todo aquello se había esfumado por arte de magia. Bueno, por arte de magia no. Había malgastado su gran fortuna familiar en fiestas, apuestas, caprichos caros. Y ahora estaba completamente sola. Lo único que le quedaba era el techo que se alzaba sobre su cabeza. Nada más. Pero hasta eso podía perder.
Alejó los malos pensamientos de su mente, tratando de animarse. No, ella no era una más de su lista. Conocía la mentalidad de los hombres como la palma de su mano, sabía como engatusarlos, como hablarles para sacar de ellos lo que quería, lo había aprendido desde que tenía uso de razón, (que se lo hubieran dicho a su difunto padre, si no) y pudo reconocer la mirada deseosa de Bradox. Es cierto que en un principio adoptó una postura impávida,.casi de desdén, pero había visto el deseo reflejado en sus ojos. Unos ojos, que por otra parte, a ella también la estremecían. Entonces el teléfono sonó de repente y dio un respingo.
—¿Diga? —contestó con voz temblorosa.
—¿Señorita Millie Stewart?
Su voz sonó firme al otro lado del teléfono.
—Sí, soy yo —respondió con un hilo de voz—. ¿Ya ha pensado en la manera de ayudarme?
Él sonrió con malicia. Parecía bastante desesperada. Justo como la quería.
—Así es.
—¿Me paso entonces por su despacho y lo hablamos?
—No, mejor aún. Esta noche la recojo en su casa y lo discutimos en un sitio tranquilo mientras cenamos.
—¿Una cena?
Se sorprendió ella.
—De negocios —le aclaró él—. Me pasaré a recogerla a eso de las ocho u ocho y media. Ah, y no se preocupe por nada, pago yo —añadió irónico.
Ella se revolvió de rabia.
—Señor Cooper, aunque no lo crea, aún puedo permitirme ir a un restaurante—le contestó indignada.
—Sin embargo la invitaré yo —insistió—. Así podrá ahorrarse ese dinero para pagar otras facturas más importantes —le dejó caer antes de colgar.
«¡Hijo de perra!», gruñó ella. ¿Pero qué se creía ese impresentable? Puede que tuviera problemas económicos. ¡Pero m*****a sea!, ella había sido la hija de uno de los magnates más importantes y respetados de la ciudad.
Y sin embargo, ahora ya no era nada…
Alicaída, se dirigió a la ducha y luego buscó un vestido apropiado para la ocasión. Pero todos los que le quedaban estaban fuera de temporada o ya los había usado varias veces. Entonces recordó que era una simple cena de negocios, una cena con un impresentable, pero nada del otro mundo. ¡Y tampoco era una m*****a cita! Así que no entendía por qué estaba tan nerviosa. Por qué se sentía como una cría de quince años que había quedado con su novio.
Finalmente se decidió por un vestido oscuro, elegante, pero sencillo. Nada que hiciera entrever su traqueteo interior. Luego se maquilló un poco, recogió su melena rubia en un moño alto y se calzó unas sandalias de tacón. Sí, lo había conseguido, iba bonita y al mismo tiempo, discreta.
El señor Cooper finalmente no pasó a recogerla a la hora acordada, sino a las diez de la noche. Millie ya estaba a punto de quitarse esos malditos zapatos que le acribillaban los pies y mandarlo todo a paseo.
¡Once!, le había dejado once llamadas pérdidas y el muy desgraciado no había tenido la cortesía de contestar ni una sola vez. Entonces se sobresaltó cuando al fin escuchó su teléfono vibrar con una perdida para que saliera de casa.
«Cálmate», se dijo, «recuerda que tu suerte depende de él», por lo que contó hasta veinte e hizo el esfuerzo de sonreír mientras se dirigía a su encuentro.
Él la esperó apoyado contra su coche mientras la observaba de esa forma petulante que tan nerviosa le ponía. Pero se mantuvo distante, sin hacer ningún comentario sobre el aspecto de la joven. Se encontraba demasiado absorto en sus pensamientos y en aquella casa que tantos recuerdos le traía.
Millie se sintió fastidiada por su silencio. Estaba acostumbrada a que los hombres la alabasen y la piropearan tan pronto la veían aparecer como una diosa orgullosa ante sus ojos.
El banquero le abrió la puerta del coche en un gesto galante y Millie se subió al Audi negro con altivez. Dentro olía a la tapicería de piel y a su almizcle personal, y de repente se sintió rodeada, envuelta y acorralada por él. —¿No se encuentra bien? —le preguntó él cuando vio que se había quedado paralizada. Ella parpadeó aturdida. —Sí, estoy bien —se disculpó algo avergonzada—. ¿Puedo saber dónde cenaremos? —añadió tratando de disimular sus nervios. —Hay un lugar a unas cuantas calles de aquí cerca de la avenida Fisherman’s Wharf, del que me han hablado muy bien. Dicen que es uno de los mejores restaurantes de San Francisco —le contestó por encima del hombro, mientras engranaba primera y giraba el volante a la derecha. —¿Vamos a cenar en el St.James? Pero ese sitio es demasiado elegante, ¿no? Ella había ido muchas veces allí (cuando se lo podía permitir) y conocía el ambiente. —Ya le dije que pagaría yo —le recordó sin apartar la mirada de la carretera. —No se trata de din
Millie empezó a transpirar por cada poro de su piel.—¡Conteste de una vez! —le ordenó dando un golpe en la mesa.—Sí —musitó cabizbaja.—Bien, pues yo tengo algo interesante que ofrecerle.—No entiendo…Exhibió una sonrisa perversa.—No se preocupe, con sumo gusto se lo explicaré. —Se regodeó—. Verá, como puede imaginar, soy un hombre con muchos compromisos que atender.Y me vendría bien contar con una mujer servicial que tenga disponibilidad absoluta y sea experta en las artes amatorias. Pero también me gustaría poder llevar a esa mujer del brazo a mis fiestas y reuniones sociales. Por lo que no me vale una puta cualquiera. Necesito a alguien con buena educación, que sea hermosa, que sonría, pero que no abra mucho la boca. No sé si me entiendes…—Deduzco que se refiere usted a una mujer florero —masculló ella, que volvía a notar como le bullía la sangre de rabia.—Supongo que es una de las muchas definiciones —alegó él con un gesto arrogante—. Pero cabe aclarar que no solo busco echa
La señora Preston sonrió al ver a la joven entrando por la puerta de su boutique después de tanto tiempo. Había sido una de sus principales clientas, hasta que un día, sin más, dejó de ir. Ahora que el señor Cooper le había explicado los motivos, no podía menos que compadecerla.—¡Querida, qué gusto verte de nuevo por aquí! —la saludó dándole un pequeño abrazo.Millie le sonrió incómoda. Era la segunda vez que tenía que poner un pie en uno de sus lugares favoritos antes de caer en la ruina. Y todo por culpa de ese banquero imbécil . Entonces se preguntó si quizás no lo estaba haciendo a drede para humillarla…—Sí, es que últimamente he estado muy ocupada viajando por el extranjero —mintió llevada por su orgullo. —¿Qué tiene para mí? —añadió deseando cambiar de tema.De repente notó que la señora Preston se mostraba incómoda y la sonrisa se le fue apagando en la cara.—¿Qué ocurre? —quiso saber.—Nada, es que el señor Cooper me avisó de que vendría usted por aquí y me pidió que le ases
Circularon por la Vía California, una de las principales arterias de la ciudad y se dirigieron a Pacific Heights, donde se encontraban las mansiones de los magnates financieros. Al parecer la fiesta se celebraba en casa de uno de os socios de Surebank.Cuando llegaron, el banquero le dejó las llaves al aparcacoches, le ofreció el brazo a Millie y la condujo hacia la entrada principal. Mientras se movían entre el tumulto de asistentes, la joven reconoció las caras de algunos invitados. Había coincidido con ellos en casinos y otras fiestas importantes.Incluso habían compartido grandes veladas entre risas, alcohol y una baraja de cartas. Pero ahora esos mismos compañeros de fiestas parecían no acordarse de ella. Su situación de quiebra había llegado a oídos de la alta sociedad y verla allí del brazo de un hombre poderoso, solo hacía avivar la llama de las habladurías, por lo que bajó la cabeza y trató de ocultarse tras el robusto cuerpo de su acompañante.Bradox también conocía a la may
—Y dime, ¿qué haces en San Francisco? Lo último que supe de ti es que te ibas a Europa.— preguntó ella. Él se encogió de hombros.—Sí, pero me aburrí de dar tumbos por ahí y regresé hace poco —le contestó con una enorme sonrisa —.Ahora he abierto un pequeño negocio de transporte y me va bien.—Así que por eso te han invitado a la fiesta. Tú también eres cliente de Surebank —concluyó ella.Anthony asintió sin dejar de observarla fijamente. Estaba muy hermosa.—Oye Mills, sé que te debo una explicación por lo que pasó…—Tranquilo —lo cortó enseguida—. No me debes nada. Es cierto que te odié cuando rompiste nuestro compromiso pero con el tiempo me di cuenta de que fue lo mejor. Los dos somos demasiado atolondrados. Ese matrimonio no habría funcionado. Por mucho que nuestros padres estuvieran empeñados—añadió con un gesto divertido.Anthony le acarició la mejilla con ternura.—Sí, somos iguales. De hecho nunca he conocido a una chica con la que congeniara tanto —admitió con sincero pesar
La condujo al último piso, siguió tirando de ella por corredores y cuando llegaron a la habitación más alejada de la casa, la soltó de un empujón y echó el pestillo de la puerta. Millie observó su alrededor y vio que había una mesa de billar, una máquina de pinball y una diana de dardos. Estaban en el salón de juegos.—Tú, sucia ramera —siseó él, colérico—. Me doy la vuelta un segundo y ya intentas follarte a cualquiera.Ella lo miró asustada pero no se amilanó.—Te equivocas, no es cualquiera. Íbamos a casarnos.—¿Qué? —murmuró sorprendióLa confesión de la chica le había sentado como una patada en la entrepierna. Ella también se dio cuenta de la expresión desencajada del banquero y se mostró más altanera.—Lo que oyes. Anthony era mi prometido y me ha ofrecido su ayuda —le aseguró con la barbilla erguida.Bradox recuperó la compostura y empezó a acorralarla lentamente.—¿Ah sí? ¿Y cómo es eso? —le preguntó en un tono burlón a la vez que la joven retrocedía algo intimidada.— Me ha
Cuando se separaron, Millie tuvo que recostarse de la pared, para no caer. Le temblaban las piernas y notaba todo su cuerpo adolorido. Entonces se dio la vuelta y sin pensárselo dos veces le soltó una bofetada en la cara.—¡Cerdo! ¡Al final me has convertido en una ramera! —le reprochó furiosa.Bradox se tocó la mejilla golpeada y le devolvió la bofetada.—No, querida, tú ya eras una puta antes de que yo te la metiera —le soltó con desprecio—. Y ahora, si me disculpas, voy abajo a coger tu abrigo.Millie lo fulminó con la mirada mientras lo veía salir por la puerta. Hasta que se dio cuenta de que estaba prácticamente desnuda y se cubrió con las manos.Ninguno de los dos se dirigió la palabra durante el trayecto a casa. Cada uno estaba inmerso en sus propios pensamientos. Ella seguía dándole vueltas a lo que su verdugo le hacía sentir y por más que intentó hallar una explicación lógica para todo aquel desenfreno, no la encontró. Era lo más irracional que había experimentado en su vid
Bradox apartó la mirada de la carretera y la miró fijamente. ¡Mierda!Definitivamente la estaba cagando.Cuando aparcó el coche en el garaje, comprobó que ella aún seguía profundamente dormida. Realmente parecía tan débil y tierna como un cervatillo recién nacido y eso le conmovió más de lo que quería admitir.Millie balbuceó medio adormilada cuando notó que él la alzaba en brazos. Pero Bradox siguió andando sin hacer caso a sus quejas. Luego metió la llave en la cerradura, abrió la puerta y la depositó con cuidado en el suelo. Ella observó asombrada lo que le rodeaba. Su apartamento. Estaba nada menos que en el refugio personal del banquero, donde dormía, comía, veía la televisión, leía sentado en el sillón. Y se le hizo interesante imaginarlo haciendo todas esas cosas normales. Se le antojó divertido, incluso. Lo sintió más humano y menos perverso.Se separó de él y recorrió el salón por su cuenta. El piso estaba decorado con estilo minimalista y los colores que predominaban eran el