La señora Preston sonrió al ver a la joven entrando por la puerta de su boutique después de tanto tiempo. Había sido una de sus principales clientas, hasta que un día, sin más, dejó de ir. Ahora que el señor Cooper le había explicado los motivos, no podía menos que compadecerla.
—¡Querida, qué gusto verte de nuevo por aquí! —la saludó dándole un pequeño abrazo.
Millie le sonrió incómoda. Era la segunda vez que tenía que poner un pie en uno de sus lugares favoritos antes de caer en la ruina. Y todo por culpa de ese banquero imbécil . Entonces se preguntó si quizás no lo estaba haciendo a drede para humillarla…
—Sí, es que últimamente he estado muy ocupada viajando por el extranjero —mintió llevada por su orgullo. —¿Qué tiene para mí? —añadió deseando cambiar de tema.
De repente notó que la señora Preston se mostraba incómoda y la sonrisa se le fue apagando en la cara.
—¿Qué ocurre? —quiso saber.
—Nada, es que el señor Cooper me avisó de que vendría usted por aquí y me pidió que le asesorara en todo lo posible.
Millie enrojeció hasta los orejas. Sabiendo que la dependienta le había colgado la etiqueta de amante aprovechada. Pero lo cierto es que era mucho peor que eso. Era una acompañante de alquiler.
—Si bueno. —Se rió con fingido desinterés—. Bradox y yo nos estamos conociendo y quiso tener un detalle conmigo, ya me entiende —dijo guiñándole un ojo.
La dependienta le correspondió con una sonrisa tensa.
—Según tengo entendido necesitaba un vestido para esta noche, ¿verdad?
Millie asintió deseando acabar con aquello de una vez.
—Pues acompáñeme por aquí —le pidió conduciéndola hacia una zona que conocía muy bien. La sala de las clientas más importantes. Solo que ahora no estaba allí por derecho propio. Ya no se podía permitir comprar ningún modelito exclusivo. Ahora era simplemente el maniquí de un hombre acaudalado, y eso hizo que aborreciera lo que jamás había imaginado; ir de compras.
La dependienta le enseñó unos cuantos vestidos largos. Todos eran bonitos y estaban bordados con tejidos de primera calidad pero eran demasiado sobrios e insulsos para su gusto. Algo que la enfureció porque la señora Preston conocía perfectamente su manera de vestir. Sin embargo estaba siguiendo las directrices del verdadero cliente. Es decir, del cliente que pagaba, el banquero.
Millie no se pudo resistir y sacó la tarjeta de crédito cuando la dependienta cogió el vestido para envolvérselo. Ella se la rechazó de inmediato.
—No, de ninguna manera, el señor Cooper dijo que se haría cargo de la factura.
—Pero yo insisto en pagar con mi dinero —replicó orgullosa.
Entonces la señora Preston observó la tarjeta que le tendía sin saber qué hacer.
—¿Es que hay algún problema? —le preguntó.
—Verá, señorita … El señor Cooper también me advirtió que esto podía pasar y me prohibió que aceptara su dinero. Al parecer su cuenta está en números rojos… —confesó con voz temblorosa.
—¿Cómo dice? —musitó aturdida.
La señora Preston la miró con expresión contrariada y Millie se revolvió de rabia. Ahora sí que se sentía humillada e insultada. Maldito hijo de perra, ¿pero cómo había podido hacerle eso? ¡Oh, por dios, no! ¿Le habría contado también que era su…? Notó que los ojos se le nublaban de lágrimas y se los frotó con fuerza para evitar que salieran. ¡A l diablo con lo que esa mujerpensara!
La joven tomó aire y miró a la dependienta con la cabeza alta.—Señora Preston, es cierto —confesó—. Estoy arruinada y el señor Cooper me está ayudando. ¿Pero sabe qué? Aún puedo permitirme pagarle con mi dinero, así que deje ese vestido donde estaba. Pienso escoger otro —le dejó claro.
—¿Otro de los que ya vimos?
—No, otro más acorde a mi nueva condición de puta —le espetó de lo más digna.
La señora Preston palideció.
—Pero el señor Cooper dijo…
—Me importa un bledo lo que le haya dicho ese impresentable. Soy yo la que paga y exijo que me atienda como es debido —le ordenó airada.
—Está bien —obedeció la dependienta, cabizbaja.
Millie se contempló satisfecha frente al espejo de su habitación. Al final había escogido el vestido más atrevido de toda la boutique. Era de tela chiffon, con un escote en forma de corazón que permitía admirar la redondez de sus pechos y tenía una apertura en la parte frontal del vestido, que dejaba una pierna totalmente al descubierto. Además la tela roja se adhería a su cuerpo como una segunda piel, por lo que acentuaba sus curvas y su trasero.
Sí, definitivamente a más de uno se le iba a descolgar la mandíbula cuando la viera. Y sonrió con malicia al pensar en el banquero.
El móvil sonó a las nueve en punto. Esta vez había sido puntual. Millie terminó de componerse el moño, se puso un abrigo blanco y salió de su casa con una sonrisa radiante. El banquero la recibió con su habitual seriedad pero sintió su mirada escrutadora mientras la acompañaba hasta la puerta del coche.
—Estás preciosa —la piropeó para su sorpresa. Estaba acostumbrada a sus comentarios mordaces pero no a sus halagos. —Aunque me pregunto por qué te has abotonado ese abrigo hasta el cuello. ¿Tanto frío tienes? —se quejó frustrado por no poder ver lo que llevaba debajo.
—Es que quiero darte una sorpresa —confesó ella en un tono risueño.
—¿Una sorpresa? —Se alarmó él— Espero que hayas escogido un vestido dentro de las características que te indiqué —la advirtió a la vez que metía la llave y arrancaba el motor.
—Oh sí, te va a encantar —le aseguró, dejando entrever una sonrisa traviesa—. Por cierto, tú también estás muy guapo —añadió observando su esmoquin oscuro.
Y realmente iba más que guapo. Iba perfecto. Llevaba el pelo engominado hacia atrás y el traje le quedaba como a uno de esos modelos de pasarela.
Acentuaba sus rasgos duros. Lo hacía parecer más peligroso y atractivo. Pero él en lugar de agradecer el cumplido de ella, se mantuvo tenso y clavó la vista en la carretera. Sabía que esa arpía tramaba algo.
Circularon por la Vía California, una de las principales arterias de la ciudad y se dirigieron a Pacific Heights, donde se encontraban las mansiones de los magnates financieros. Al parecer la fiesta se celebraba en casa de uno de os socios de Surebank.Cuando llegaron, el banquero le dejó las llaves al aparcacoches, le ofreció el brazo a Millie y la condujo hacia la entrada principal. Mientras se movían entre el tumulto de asistentes, la joven reconoció las caras de algunos invitados. Había coincidido con ellos en casinos y otras fiestas importantes.Incluso habían compartido grandes veladas entre risas, alcohol y una baraja de cartas. Pero ahora esos mismos compañeros de fiestas parecían no acordarse de ella. Su situación de quiebra había llegado a oídos de la alta sociedad y verla allí del brazo de un hombre poderoso, solo hacía avivar la llama de las habladurías, por lo que bajó la cabeza y trató de ocultarse tras el robusto cuerpo de su acompañante.Bradox también conocía a la may
—Y dime, ¿qué haces en San Francisco? Lo último que supe de ti es que te ibas a Europa.— preguntó ella. Él se encogió de hombros.—Sí, pero me aburrí de dar tumbos por ahí y regresé hace poco —le contestó con una enorme sonrisa —.Ahora he abierto un pequeño negocio de transporte y me va bien.—Así que por eso te han invitado a la fiesta. Tú también eres cliente de Surebank —concluyó ella.Anthony asintió sin dejar de observarla fijamente. Estaba muy hermosa.—Oye Mills, sé que te debo una explicación por lo que pasó…—Tranquilo —lo cortó enseguida—. No me debes nada. Es cierto que te odié cuando rompiste nuestro compromiso pero con el tiempo me di cuenta de que fue lo mejor. Los dos somos demasiado atolondrados. Ese matrimonio no habría funcionado. Por mucho que nuestros padres estuvieran empeñados—añadió con un gesto divertido.Anthony le acarició la mejilla con ternura.—Sí, somos iguales. De hecho nunca he conocido a una chica con la que congeniara tanto —admitió con sincero pesar
La condujo al último piso, siguió tirando de ella por corredores y cuando llegaron a la habitación más alejada de la casa, la soltó de un empujón y echó el pestillo de la puerta. Millie observó su alrededor y vio que había una mesa de billar, una máquina de pinball y una diana de dardos. Estaban en el salón de juegos.—Tú, sucia ramera —siseó él, colérico—. Me doy la vuelta un segundo y ya intentas follarte a cualquiera.Ella lo miró asustada pero no se amilanó.—Te equivocas, no es cualquiera. Íbamos a casarnos.—¿Qué? —murmuró sorprendióLa confesión de la chica le había sentado como una patada en la entrepierna. Ella también se dio cuenta de la expresión desencajada del banquero y se mostró más altanera.—Lo que oyes. Anthony era mi prometido y me ha ofrecido su ayuda —le aseguró con la barbilla erguida.Bradox recuperó la compostura y empezó a acorralarla lentamente.—¿Ah sí? ¿Y cómo es eso? —le preguntó en un tono burlón a la vez que la joven retrocedía algo intimidada.— Me ha
Cuando se separaron, Millie tuvo que recostarse de la pared, para no caer. Le temblaban las piernas y notaba todo su cuerpo adolorido. Entonces se dio la vuelta y sin pensárselo dos veces le soltó una bofetada en la cara.—¡Cerdo! ¡Al final me has convertido en una ramera! —le reprochó furiosa.Bradox se tocó la mejilla golpeada y le devolvió la bofetada.—No, querida, tú ya eras una puta antes de que yo te la metiera —le soltó con desprecio—. Y ahora, si me disculpas, voy abajo a coger tu abrigo.Millie lo fulminó con la mirada mientras lo veía salir por la puerta. Hasta que se dio cuenta de que estaba prácticamente desnuda y se cubrió con las manos.Ninguno de los dos se dirigió la palabra durante el trayecto a casa. Cada uno estaba inmerso en sus propios pensamientos. Ella seguía dándole vueltas a lo que su verdugo le hacía sentir y por más que intentó hallar una explicación lógica para todo aquel desenfreno, no la encontró. Era lo más irracional que había experimentado en su vid
Bradox apartó la mirada de la carretera y la miró fijamente. ¡Mierda!Definitivamente la estaba cagando.Cuando aparcó el coche en el garaje, comprobó que ella aún seguía profundamente dormida. Realmente parecía tan débil y tierna como un cervatillo recién nacido y eso le conmovió más de lo que quería admitir.Millie balbuceó medio adormilada cuando notó que él la alzaba en brazos. Pero Bradox siguió andando sin hacer caso a sus quejas. Luego metió la llave en la cerradura, abrió la puerta y la depositó con cuidado en el suelo. Ella observó asombrada lo que le rodeaba. Su apartamento. Estaba nada menos que en el refugio personal del banquero, donde dormía, comía, veía la televisión, leía sentado en el sillón. Y se le hizo interesante imaginarlo haciendo todas esas cosas normales. Se le antojó divertido, incluso. Lo sintió más humano y menos perverso.Se separó de él y recorrió el salón por su cuenta. El piso estaba decorado con estilo minimalista y los colores que predominaban eran el
Millie se inclinó hacia delante y se besaron de forma dulce y pausada. Bradox deslizó sus dedos por su cabellera castaña, su rostro angelical, sus pechos…Ella gimió contra su boca mientras sus manos se perdían por su espalda y su trasero. Luego abrió las piernas instintivamente al notar la dureza de su miembro clavándose contra su pelvis. Pero cuando él hizo el amago de penetrarla, ella rodó de costado, se deslizó hacia abajo y se detuvo frente a su pene. De repente le dio un lento lengüetazo y él abrió la boca por la impresión. Esperaba de todo menos aquello. Pero le gustó ver que ella tomara las riendas de la situación, y la observó con lascivia mientras se dejaba complacer. Millie agarró su pene e intentó metérselo casi entero en la boca.Aunque era bastante grande y le costaba. Escuchó que a él se le escapaba un gemido de placer, y sonrió. Sí, no lo estaba haciendo tan mal después de todo. Así que chupó, succionó, movió la lengua con esmero por su glande y su tronco grueso. Lo n
Bradox también tuvo que reprimir la risa cuando leyó el mensaje. Se encontraba en medio de una reunión importante y debía contenerse, por lo que escondió el teléfono bajo la mesa de juntas para contestarle:«Estimada deudora ardiente:¿Por quién la tomo? Por lo que es: mi zorra a sueldo. Y es usted una mentirosa. Su noche ha sido tan placentera como la mía. Lo sé porque estaba ahí cuando usted cayó cuadriplejica de placer entre mis brazos.P.D. Ahora que menciona lo del vestido… tiene razón, le debo algo, unos buenos azotes en el trasero. Le dije que escogiera un atuendo elegante y discreto. Por Dios ¿qué entiende por elegante y discreto? Aún se me pone dura de recordarla con ese escandaloso vestido.Atentamente, acreedor ocupado y reunido.»Millie rompió en una carcajada y se apresuró a responder.«Estimado acreedor ocupado .¿Cuadriplejica? Creo que se confunde usted de amante. Yo no me extenúo tan fácilmente, yo cabalgo hasta el amanecer. Y no solo soy su zorraa sueldo. Por lo vi
Millie también recordó el día en que había usado una falda plisada demasiado corta.Una ráfaga de viento se la había levantado hasta la cintura. El accidente solo había durado un segundo, pero había sido suficiente para que el muchacho se fijara en las bragas que llevaba puestas y se pegara un trompazo contra una farola. Mucho se había reído aquel día. Sin embargo ahora solo podía pensar en esa anécdota con amargura porque aquel niño dulce, torpe e ingenuo, era el mismo hombre que se había propuesto ser su verdugo. .Y se sintió engañada.Luego observó los diplomas que colgaban de la pared del estudio; licenciado en ciencias económicas y derecho mercantil, masters en finanzas ymarketing, doctorado en ciencias sociales. Observó también una serie de fotos donde se podía apreciar perfectamente la metamorfosis que su antiguo amigo había sufrido. En la primera aparecía el niño que ella recordaba, feúcho y de mirada asustadiza. En la siguiente se veía a un chico algo más apuesto posando con