#5:

La señora Preston sonrió al ver a la joven entrando por la puerta de su boutique después de tanto tiempo. Había sido una de sus principales clientas, hasta que un día, sin más, dejó de ir. Ahora que el señor Cooper le había explicado los motivos, no podía menos que compadecerla.

—¡Querida, qué gusto verte de nuevo por aquí! —la saludó dándole un pequeño abrazo.

Millie le sonrió incómoda. Era la segunda vez que tenía que poner un pie en uno de sus lugares favoritos antes de caer en la ruina. Y todo por culpa de ese banquero imbécil . Entonces se preguntó si quizás no lo estaba haciendo a drede para humillarla…

—Sí, es que últimamente he estado muy ocupada viajando por el extranjero —mintió llevada por su orgullo. —¿Qué tiene para mí? —añadió deseando cambiar de tema.

De repente notó que la señora Preston se mostraba incómoda y la sonrisa se le fue apagando en la cara.

—¿Qué ocurre? —quiso saber.

—Nada, es que el señor Cooper me avisó de que vendría usted por aquí y me pidió que le asesorara en todo lo posible.

Millie enrojeció hasta los orejas. Sabiendo que la dependienta le había colgado la etiqueta de amante aprovechada. Pero lo cierto es que era mucho peor que eso. Era una acompañante de alquiler.

—Si bueno. —Se rió con fingido desinterés—. Bradox y yo nos estamos conociendo y quiso tener un detalle conmigo, ya me entiende —dijo guiñándole un ojo.

La dependienta le correspondió con una sonrisa tensa.

—Según tengo entendido necesitaba un vestido para esta noche, ¿verdad?

Millie asintió deseando acabar con aquello de una vez.

—Pues acompáñeme por aquí —le pidió conduciéndola hacia una zona que conocía muy bien. La sala de las clientas más importantes. Solo que ahora no estaba allí por derecho propio. Ya no se podía permitir comprar ningún modelito exclusivo. Ahora era simplemente el maniquí de un hombre acaudalado, y eso hizo que aborreciera lo que jamás había imaginado; ir de compras.

La dependienta le enseñó unos cuantos vestidos largos. Todos eran bonitos y estaban bordados con tejidos de primera calidad pero eran demasiado sobrios e insulsos para su gusto. Algo que la enfureció porque la señora Preston conocía perfectamente su manera de vestir. Sin embargo estaba siguiendo las directrices del verdadero cliente. Es decir, del cliente que pagaba, el banquero.

Millie no se pudo resistir y sacó la tarjeta de crédito cuando la dependienta cogió el vestido para envolvérselo. Ella se la rechazó de inmediato.

—No, de ninguna manera, el señor Cooper dijo que se haría cargo de la factura.

—Pero yo insisto en pagar con mi dinero —replicó orgullosa.

Entonces la señora Preston observó la tarjeta que le tendía sin saber qué hacer.

—¿Es que hay algún problema? —le preguntó.

—Verá, señorita … El señor Cooper también me advirtió que esto podía pasar y me prohibió que aceptara su dinero. Al parecer su cuenta está en números rojos… —confesó con voz temblorosa.

—¿Cómo dice? —musitó aturdida.

La señora Preston la miró con expresión contrariada y Millie se revolvió de rabia. Ahora sí que se sentía humillada e insultada. Maldito hijo de perra, ¿pero cómo había podido hacerle eso? ¡Oh, por dios, no! ¿Le habría contado también que era su…? Notó que los ojos se le nublaban de lágrimas y se los frotó con fuerza para evitar que salieran. ¡A l diablo con lo que esa mujerpensara!

La joven tomó aire y miró a la dependienta con la cabeza alta.—Señora Preston, es cierto —confesó—. Estoy arruinada y el señor Cooper me está ayudando. ¿Pero sabe qué? Aún puedo permitirme pagarle con mi dinero, así que deje ese vestido donde estaba. Pienso escoger otro —le dejó claro.

—¿Otro de los que ya vimos?

—No, otro más acorde a mi nueva condición de puta —le espetó de lo más digna.

La señora Preston palideció.

—Pero el señor Cooper dijo…

—Me importa un bledo lo que le haya dicho ese impresentable. Soy yo la que paga y exijo que me atienda como es debido —le ordenó airada.

—Está bien —obedeció la dependienta, cabizbaja.

Millie se contempló satisfecha frente al espejo de su habitación. Al final había escogido el vestido más atrevido de toda la boutique. Era de tela chiffon, con un escote en forma de corazón que permitía admirar la redondez de sus pechos y tenía una apertura en la parte frontal del vestido, que dejaba una pierna totalmente al descubierto. Además la tela roja se adhería a su cuerpo como una segunda piel, por lo que acentuaba sus curvas y su trasero.

Sí, definitivamente a más de uno se le iba a descolgar la mandíbula cuando la viera. Y sonrió con malicia al pensar en el banquero.

El móvil sonó a las nueve en punto. Esta vez había sido puntual. Millie terminó de componerse el moño, se puso un abrigo blanco y salió de su casa con una sonrisa radiante. El banquero la recibió con su habitual seriedad pero sintió su mirada escrutadora mientras la acompañaba hasta la puerta del coche.

—Estás preciosa —la piropeó para su sorpresa. Estaba acostumbrada a sus comentarios mordaces pero no a sus halagos. —Aunque me pregunto por qué te has abotonado ese abrigo hasta el cuello. ¿Tanto frío tienes? —se quejó frustrado por no poder ver lo que llevaba debajo.

—Es que quiero darte una sorpresa —confesó ella en un tono risueño.

—¿Una sorpresa? —Se alarmó él— Espero que hayas escogido un vestido dentro de las características que te indiqué —la advirtió a la vez que metía la llave y arrancaba el motor.

—Oh sí, te va a encantar —le aseguró, dejando entrever una sonrisa traviesa—. Por cierto, tú también estás muy guapo —añadió observando su esmoquin oscuro.

Y realmente iba más que guapo. Iba perfecto. Llevaba el pelo engominado hacia atrás y el traje le quedaba como a uno de esos modelos de pasarela.

Acentuaba sus rasgos duros. Lo hacía parecer más peligroso y atractivo. Pero él en lugar de agradecer el cumplido de ella, se mantuvo tenso y clavó la vista en la carretera. Sabía que esa arpía tramaba algo.

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