#4:

Millie empezó a transpirar por cada poro de su piel.

—¡Conteste de una vez! —le ordenó dando un golpe en la mesa.

—Sí —musitó cabizbaja.

—Bien, pues yo tengo algo interesante que ofrecerle.

—No entiendo…

Exhibió una sonrisa perversa.

—No se preocupe, con sumo gusto se lo explicaré. —Se regodeó—. Verá, como puede imaginar, soy un hombre con muchos compromisos que atender.Y me vendría bien contar con una mujer servicial que tenga disponibilidad absoluta y sea experta en las artes amatorias. Pero también me gustaría poder llevar a esa mujer del brazo a mis fiestas y reuniones sociales. Por lo que no me vale una puta cualquiera. Necesito a alguien con buena educación, que sea hermosa, que sonría, pero que no abra mucho la boca. No sé si me entiendes…

—Deduzco que se refiere usted a una mujer florero —masculló ella, que volvía a notar como le bullía la sangre de rabia.

—Supongo que es una de las muchas definiciones —alegó él con un gesto arrogante—. Pero cabe aclarar que no solo busco echar un polvo en una fría habitación de hotel. A mí me gusta follar a lo bestia y donde sea, Millie. Puedo llamarte Millie, ¿cierto?  En fin. Estoy harto de santurronas estrechas y de fingir que soy un caballero. Yo quiero una relación sin tabúes ni complicaciones. Quiero follar con una mujer  sin temor a herir sus modales de princesa. ¿Me entiende ahora o se lo dejo más claro con una pequeña demostración? —recalcó con una expresión maliciosa.

—Lo comprendo perfectamente —replicó entre dientes—. Y desde luego yo no soy lo que busca.

—¿Usted cree? —Se rió burlón— Me ha reconocido hace un momento que estaba dispuesta a meterse en mi cama con tal de no perder su casa. Eso tiene un nombre, señora mía. Solo que su hipocresía y su arrogancia le impide sincerarse consigo misma. Además no está en condiciones de rechazar mi ayuda —agregó con rudeza.

—Tengo amigos poderosos a los que recurrir —le desafió con la barbilla erguida.

Pero el banquero se volvió a reír con desdén.

—Sí, los mismos que comenzaron a ignorarla  en cuanto se declaró en ruina.

—¿Qué sabrá usted?

—¿De traiciones e ingratitud? Créame, lo veo casi a diario en mi profesión.De todas formas no hace falta ser un genio para saber que, si contara usted con esos buenos amigos que dice tener, no habría venido a mi despacho pidiendo ayuda y no estaría ahora entre la espada y la pared. Pero no se aflija, no es la primera ricachona caída en desgracia que se da de bruces contra la realidad —se mofó con desprecio antes de lanzarle una mirada penetrante—.Estás sola Millie, no tienes a nadie. Y te aconsejo que te pienses bien, mi oferta antes de cometer la imprudencia de rechazarla. Puede quedarse sin nada y la vida en la calle es muy dura. Sobre todo para una socialité acostumbrada a dormir entre algodones —enfatizó, con sus ojos marrones fijos en los de ella—. ¿Quién sabe? Puede incluso que tenga que prostituirse de verdad por unos pocos dólares. Y modestia aparte, yo soy más atractivo que cualquiera de los borrachos que frecuentarán su esquina. Ah, y por supuesto pago mucho mejor —concluyó de forma desdeñosa.

—Necesito ir al baño —musitó con voz trémula. Cuando se levantó de la silla notó como le temblaban las piernas pero trató de no caer desplomada mientras se alejaba entre las mesas.

¡Sexo por dinero! ¡Convertirse en la puta de un banquero! Se echó un poco de agua en la cara y se inclinó sobre el lavabo. La cabeza le daba vueltas. Jamás en su vida se había sentido tan insultada. Lo peor no era eso, lo peor era saber que él tenía razón. Estaba a un paso de perder lo único que le quedaba y si eso llegaba a suceder, quién sabe lo que tendría que hacer para sobrevivir.

Regresó a la mesa donde se encontraba él, recupero su asiente y se quedó silenciosa unos minutos mientras comprendía lo que estaba a punto de hacer.

Millie reprimió las lágrimas. Solo de imaginarse siendo sobada por un tipejo maloliente, le producía arcadas. Pero no tenía otra opción.  Oh Dios, ¡esto era demasiado humillante!

—No llores —le susurró él, deslizando un dedo por sus mejillas mojada—.A ningún caballo salvaje le gusta que lo domen.

Se apartó de ella, sacó un talonario del bolsillo de su chaqueta y escribió una cifra en un cheque.

—Ten —dijo entregándole el papel—. Con esto podrás pagar tu primera mensualidad de la hipoteca y también podrás comprarte algo de ropa. Necesito que vayas lo más elegante posible a una recepción  mañana y como supongo que has tenido que vender la mayoría de tus cosas para sobrevivir…En fin —dijo con malicia, entregándole también unos cuantos billetes en efectivo—. Y este dinero es para que puedas coger un taxi hasta tu casa. Yo me tengo que ir, pero mañana te mandaré un mensaje con todas las indicaciones necesarias.

—Eres un hijo de puta —susurró ella llena de resentimiento.

Él esbozó una sonrisa retorcida.

—Así es, y tú tienes la culpa de eso —le espetó. Luego se inclinó sobre ella y le susurró: —. Ni siquiera me recuerdas, pero te juro que tu deuda conmigo va más allá de lo que puedas imaginarte.

Dicho esto se puso en pie, se ajustó el nudo de la corbata y se alejó. Dejándola sola allí, en el restaurante. Millie se volvió a quedar descolocada. ¿De qué deuda hablaba él? Era cierto que había algo en él que le había resultado familiar desde el principio pero no le había dado ninguna importancia. ¿Y si la tenía después de todo? ¿Y si ya conocía a ese hombre? Sacudió la cabeza. Era imposible. Lo habría reconocido enseguida. Alguien así era imposible de olvidar.

Respiró tranquila cuando llegó a su casa. Había conseguido no perderla.

«¿Pero a qué precio?», se preguntó contemplando el cheque que el banquero le había dado. Se sentía vejada, humillada, frágil. Aunque por increíble que pareciera, tampoco podía dejar de pensar en esas manos fuertes y grandes, tocandola.

Ese olor varonil inundándole los sentidos mientras la rodeaba con sus brazos. 

Su corazón dió un brinquito y  cerró los ojos tratando de controlarlo. Pero en lugar de eso, imaginó que follar con el sería  una sensación brutal. Sería como descubrir el sexode verdad. No con el que todas las mujeres soñaban cuando imaginaban esa primera vez especial y resultaba ser un gran fiasco, sino con ese sexo que no se puede describir, solo sentir. Sexo con un hombre guapísimo que sabía exactamente qué hacer.

Lástima que ese hombre fuera un hijo de puta al que al mismo tiempo odiaba.

Despertó al día siguiente con el zumbido de su móvil. Abrió los ojos, somnolienta, y cuando leyó el mensaje el sueño se le esfumó de un plumazo.

«Buenos días. Esta noche te recogeré a las nueve en la puerta de tu casa. Por favor, sé puntual y no me hagas esperar. Me he tomado la libertad de concertarte una cita a las doce en la boutique Magnolia. La señora Priston conoce mis gustos y te asesorará como es debido. De todas formas, procura que el vestido no sea excesivamente impúdico, pero sí lo suficiente para que pueda presumir de acompañante. Ah, y también quiero que escojas un buen conjunto de lencería. Me gustan las bragas y los ligueros de encaje.

P.D. La boutique Magnolia queda en la Avenida Lincoln, num 17. No te hará falta llevar dinero.»

Alexia le contestó muerta de rabia:

«Aún no he decidido si quiero ser tu zorra. Así que métete tus exigencias por donde te quepan, cabrón

P.D. Aquí el único impuntual eres tú.»

Tan pronto le dio a enviar se tiró de los pelos. ¿Pero qué había hecho? Acababa de mandar a paseo al hombre del que dependía su suerte.

Un minuto después su móvil volvió a vibrar. Sabía que era él y se echó a temblar.

«¿Te has despertado de mal humor? Pues espérate a ver lo que es dormir a la intemperie. No me desafíes, Millie. Sabes que puedo sacarte de tu casa de una patada.

P.D. Ni se te ocurra escoger un conjunto de lencería blanco. No me gusta follar con puritanas. Además tú y yo sabemos que no te va ese color.»l

Millie volvió a rechinar los dientes mientras su pulgar volaba por el teclado táctil.,

«Jodete, señor banquero.

P.D. El blanco me queda de maravilla, aunque es cierto que estoy lejos de ser pura. De hecho, tú no eres el primer gilipollas al que me tiro. Y de seguro no serás el último. »

Listo, ya se lo había soltado. Le importaba un carajo si él se enfadada. ¿Pero qué se creía ese idiota? Pero, sintió que el corazón se le caía a los pies, cuando dio un respingo al escuchar el zumbido del móvil.

«En eso estamos de acuerdo. Te sueles tirar al primer idiota que se te cruza delante. Ya lo dije, esta noche a las nueve pasaré a recogerte. Ahora tengo una reunión importante y no me puedo entretener con estas tonterías.

P.D. Guárdate esa lengua venenosa para después de la recepción. Te acabo de subir los intereses.»

Ahí estaba otra vez.

Esa forma de él de  hablarle como si la conociera de toda la vida, lo que la irritó más si cabe y tuvo el impulso de volver a contestarle. Hasta que lo pensó mejor y se contuvo. Sabía que estaba jugando con fuego y no le convenía enfadarlo, por mucho que le dieran ganas de estrangularlo.

Se llevó las manos a la cabeza cuando echó un vistazo a su reloj. ¡Eran las diez y media! Tenía solo una hora para ducharse, prepararse y coger un taxy hasta el otro extremo de la ciudad.

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