El banquero le abrió la puerta del coche en un gesto galante y Millie se subió al Audi negro con altivez. Dentro olía a la tapicería de piel y a su almizcle personal, y de repente se sintió rodeada, envuelta y acorralada por él.
—¿No se encuentra bien? —le preguntó él cuando vio que se había quedado paralizada.
Ella parpadeó aturdida.
—Sí, estoy bien —se disculpó algo avergonzada—. ¿Puedo saber dónde cenaremos? —añadió tratando de disimular sus nervios.
—Hay un lugar a unas cuantas calles de aquí cerca de la avenida Fisherman’s Wharf, del que me han hablado muy bien. Dicen que es uno de los mejores restaurantes de San Francisco —le contestó por encima del hombro, mientras engranaba primera y giraba el volante a la derecha.
—¿Vamos a cenar en el St.James? Pero ese sitio es demasiado elegante, ¿no?
Ella había ido muchas veces allí (cuando se lo podía permitir) y conocía el ambiente.
—Ya le dije que pagaría yo —le recordó sin apartar la mirada de la carretera.
—No se trata de dinero —replicó ofendida—. Solo pienso que ese restaurante es demasiado íntimo y sofisticado.
Él arqueó una ceja con desdén.
—¿Y dónde está el problema de cenar en un sitio así?
—Bueno… es el típico restaurante que suele elegirse para… —Tragó saliva—. Para una primera cita —terminó de admitir.
—Ah. —Suspiró antes de soltar una pequeña risa —.Así que el lugar no le resulta desconocido. Dígame, ¿solían llevarla muchos tontos allí? —le aguijoneó con una media sonrisa.
Ella parpadeó indignada.
—No creo que eso sea asunto suyo —refunfuñó—. Mejor explíqueme por qué se ha retrasado tanto. Dijo que me recogería a las ocho y me tuvo esperando hasta las diez.
—Discúlpeme, tiene razón, ha sido una grosería no avisarle.— Millie sonrió satisfecha.—…pero tenía otros clientes más importantes a los que atender.
Y la sonrisa se le quedó congelada en la cara.
Cada vez se le hacía más duro tratar con ese imbécil. Puede que fuera guapo y tuviera su destino en sus manos pero también era un cabrón engreído.
Llegaron al St. James al cabo de un rato. El banquero dejó el coche en el aparcamiento del restaurante, le abrió la puerta y la condujo con decisión al interior del local. Nada más poner un pie dentro, ella sintió un retortijón en el estómago. Tal como se había imaginado el St. James estaba lleno de.parejitas que se susurraban y sonreían a media luz. No es que esto la disgustara especialmente, pero hablar de negocios rodeada de una atmósfera romántica con un hombre que le resultaba de lo más perturbador, hacía que su corazón se disparara a mil por hora.
El maître los guió hasta la mesa que tenía reservada y Millie volvió a notar una sacudida en su estómago. Era la que estaba más apartada y oculta del restaurante. Y de pronto tuvo el presentimiento de que estaba a punto de caer en una trampa.
El banquero le retiró la silla para que se sentase y luego tomó asiento en el extremo opuesto.
—Bueno, señor Cooper, creo que ya me puede decir usted en lo que ha pensado para ayudarme. Porque puedo contar con su ayuda ¿verdad? —le preguntó para asegurarse.
Él saboreó con calma el vino que había elegido, se pasó la servilleta de tela por la comisura de los labios y la miró fijamente.
—Oh, por supuesto que la ayudaré. Pero como ya le adelanté en mi despacho puede que mi idea no la termine de convencer.
Millie se puso en guardia.
—¿A qué se refiere? —preguntó cargada de recelo.
Él sonrió de forma maliciosa.
—Verá, he hecho un par de llamadas a mis superiores y he conseguido que le aplacen el desalojo. Y además he conseguido que pueda pagar lo que debe en cómodas mensualidades.
—Oh, ¡pero eso es maravilloso! —celebró ella con una sonrisa, emocionadas.
—¿Sí, lo es? —coincidió con sarcasmo—. Pero sigue existiendo algo que me preocupa.
—¿El qué?—¿Cómo piensa hacer frente a esas mensualidades? No tiene usted.ningún trabajo con el que pueda hacer frente al compromiso y mantenerse.
—Lo cierto es que yo nunca he trabajado —confesó con cierto pudor.Después levantó la mirada de la mesa, vio que a él no le sorprendía su comentario, y su vergüenza se convirtió en rabia—. sé lo que está pensando pero si tengo que buscar un empleo para pagarle lo haré sin problemas —añadió con altivez.
—Me alegra verla tan decidida, aunque por otro lado creo que peca usted de optimista.
—No le comprendo.
—Permítame que sea sincero pero le he hlechado un vistazo a su expediente laboral y he comprobado que… está totalmente vacío.
Millie lo miró indignada.
—¿Cómo lo ha conseguido? ¿No se supone que es información confidencial?
Él esbozó una sonrisa sarcásticamente.
—Señorita Stewart, le sorprendería hasta donde llega mi poder —le aseguró en un susurro profundo.
Y Millie se sintió como un ratoncito bajo las garras de un gato.
—Además —prosiguió—, de alguna manera tenía que asegurarme que es usted de fiar.
—Tiene gracia que me lo diga un banquero —le soltó sin pensar.
Pero él, lejos de enfadarse, dibujó por primera vez una sonrisa sincera. Había echado de menos esa lengua viperina.
—El caso, señorita, es que también he podido comprobar que no terminó sus estudios en la universidad. Lo cual es alarmante, pues solo puede usted optar a los puestos más básicos; camarera, cuidadora de niños,empleada doméstica…
Ella estiró el cuello y lo miró con altivez.
—Bien, pues si tengo que poner cafés o cambiar pañales lo haré con tal de no perder mi casa —objetó muy dignamente.
Bradox se rió por lo bajo solo de imaginarla trabajando de niñera. Era la persona con menos capacidades para ese trabajo.
—Muy conmovedor —se burló él—. El problema que no acaba usted de comprender, señorita, es que con un trabajo tan mal pagado, no podría pagar su deuda. Es más, no tendría ni para la décima parte —puntualizó con malicia.
Ella lo miró contrariada y dolida.
—¿Entonces por qué ha accedido a ayudarme si sabía que no tenía posibilidades de corresponderle? —le recriminó casi en un quejido lastimero.
—Yo no he dicho que no pueda corresponderme. De hecho creo que usted lo puede hacer muy bien.
—¿A qué se refiere?
El banquero dio un trago largo a su copa de vino y la miró con una expresión triunfal.
—Verá, he pensado en un trabajo para usted. El único trabajo que haría de maravilla dada su gran experiencia —dijo mirando con descaro su escote.
Millie se quedó boquiabierta de golpe.
—No estará insinuando…
—Oh no, yo no insinúo nada. —Se apresuró a asegurarle, por lo que ella volvió a respirar tranquila—. Yo se lo digo con total claridad, Millie, quiero que sea usted mi asistenta personal en publico y mi putita en privado, para ser exactos —disparó él, sin compasión.
La joven lo miró sin poder articular palabra siquiera y él soltó una carcajada.
—Venga, ¿qué le parece si nos dejamos de rodeos y ponemos las cartas sobre la mesa? Usted entró en mi despacho con la idea de engatusarme para librarse del desalojo. ¿Me equivoco?
—Pero…
—No se le ocurra negarlo —la advirtió en un tono serio—. Usted tenía todo muy bien planeado. Pensaba que con un buen escote y un simple aleteo de pestañas, yo caería rendido a sus encantos. Pero me temo que yo no soy uno de los imbéciles a los que suele embaucar. —«Ya no», terminó de decir para sus adentros—. Y me di cuenta de su juego desde el principio.
—Vale, lo admito —tartamudeó ella—. Intenté seducirle para conservar mi casa. Eso no significa que esté dispuesta a ser su ... bueno, eso. ¿Pero por quién me ha tomado? —soltó furiosa.
—Simplemente por lo que es —contestó sin más—. ¿Acaso no estabas dispuesta a meterte en mi cama?
Millie empezó a transpirar por cada poro de su piel.—¡Conteste de una vez! —le ordenó dando un golpe en la mesa.—Sí —musitó cabizbaja.—Bien, pues yo tengo algo interesante que ofrecerle.—No entiendo…Exhibió una sonrisa perversa.—No se preocupe, con sumo gusto se lo explicaré. —Se regodeó—. Verá, como puede imaginar, soy un hombre con muchos compromisos que atender.Y me vendría bien contar con una mujer servicial que tenga disponibilidad absoluta y sea experta en las artes amatorias. Pero también me gustaría poder llevar a esa mujer del brazo a mis fiestas y reuniones sociales. Por lo que no me vale una puta cualquiera. Necesito a alguien con buena educación, que sea hermosa, que sonría, pero que no abra mucho la boca. No sé si me entiendes…—Deduzco que se refiere usted a una mujer florero —masculló ella, que volvía a notar como le bullía la sangre de rabia.—Supongo que es una de las muchas definiciones —alegó él con un gesto arrogante—. Pero cabe aclarar que no solo busco echa
La señora Preston sonrió al ver a la joven entrando por la puerta de su boutique después de tanto tiempo. Había sido una de sus principales clientas, hasta que un día, sin más, dejó de ir. Ahora que el señor Cooper le había explicado los motivos, no podía menos que compadecerla.—¡Querida, qué gusto verte de nuevo por aquí! —la saludó dándole un pequeño abrazo.Millie le sonrió incómoda. Era la segunda vez que tenía que poner un pie en uno de sus lugares favoritos antes de caer en la ruina. Y todo por culpa de ese banquero imbécil . Entonces se preguntó si quizás no lo estaba haciendo a drede para humillarla…—Sí, es que últimamente he estado muy ocupada viajando por el extranjero —mintió llevada por su orgullo. —¿Qué tiene para mí? —añadió deseando cambiar de tema.De repente notó que la señora Preston se mostraba incómoda y la sonrisa se le fue apagando en la cara.—¿Qué ocurre? —quiso saber.—Nada, es que el señor Cooper me avisó de que vendría usted por aquí y me pidió que le ases
Circularon por la Vía California, una de las principales arterias de la ciudad y se dirigieron a Pacific Heights, donde se encontraban las mansiones de los magnates financieros. Al parecer la fiesta se celebraba en casa de uno de os socios de Surebank.Cuando llegaron, el banquero le dejó las llaves al aparcacoches, le ofreció el brazo a Millie y la condujo hacia la entrada principal. Mientras se movían entre el tumulto de asistentes, la joven reconoció las caras de algunos invitados. Había coincidido con ellos en casinos y otras fiestas importantes.Incluso habían compartido grandes veladas entre risas, alcohol y una baraja de cartas. Pero ahora esos mismos compañeros de fiestas parecían no acordarse de ella. Su situación de quiebra había llegado a oídos de la alta sociedad y verla allí del brazo de un hombre poderoso, solo hacía avivar la llama de las habladurías, por lo que bajó la cabeza y trató de ocultarse tras el robusto cuerpo de su acompañante.Bradox también conocía a la may
—Y dime, ¿qué haces en San Francisco? Lo último que supe de ti es que te ibas a Europa.— preguntó ella. Él se encogió de hombros.—Sí, pero me aburrí de dar tumbos por ahí y regresé hace poco —le contestó con una enorme sonrisa —.Ahora he abierto un pequeño negocio de transporte y me va bien.—Así que por eso te han invitado a la fiesta. Tú también eres cliente de Surebank —concluyó ella.Anthony asintió sin dejar de observarla fijamente. Estaba muy hermosa.—Oye Mills, sé que te debo una explicación por lo que pasó…—Tranquilo —lo cortó enseguida—. No me debes nada. Es cierto que te odié cuando rompiste nuestro compromiso pero con el tiempo me di cuenta de que fue lo mejor. Los dos somos demasiado atolondrados. Ese matrimonio no habría funcionado. Por mucho que nuestros padres estuvieran empeñados—añadió con un gesto divertido.Anthony le acarició la mejilla con ternura.—Sí, somos iguales. De hecho nunca he conocido a una chica con la que congeniara tanto —admitió con sincero pesar
La condujo al último piso, siguió tirando de ella por corredores y cuando llegaron a la habitación más alejada de la casa, la soltó de un empujón y echó el pestillo de la puerta. Millie observó su alrededor y vio que había una mesa de billar, una máquina de pinball y una diana de dardos. Estaban en el salón de juegos.—Tú, sucia ramera —siseó él, colérico—. Me doy la vuelta un segundo y ya intentas follarte a cualquiera.Ella lo miró asustada pero no se amilanó.—Te equivocas, no es cualquiera. Íbamos a casarnos.—¿Qué? —murmuró sorprendióLa confesión de la chica le había sentado como una patada en la entrepierna. Ella también se dio cuenta de la expresión desencajada del banquero y se mostró más altanera.—Lo que oyes. Anthony era mi prometido y me ha ofrecido su ayuda —le aseguró con la barbilla erguida.Bradox recuperó la compostura y empezó a acorralarla lentamente.—¿Ah sí? ¿Y cómo es eso? —le preguntó en un tono burlón a la vez que la joven retrocedía algo intimidada.— Me ha
Cuando se separaron, Millie tuvo que recostarse de la pared, para no caer. Le temblaban las piernas y notaba todo su cuerpo adolorido. Entonces se dio la vuelta y sin pensárselo dos veces le soltó una bofetada en la cara.—¡Cerdo! ¡Al final me has convertido en una ramera! —le reprochó furiosa.Bradox se tocó la mejilla golpeada y le devolvió la bofetada.—No, querida, tú ya eras una puta antes de que yo te la metiera —le soltó con desprecio—. Y ahora, si me disculpas, voy abajo a coger tu abrigo.Millie lo fulminó con la mirada mientras lo veía salir por la puerta. Hasta que se dio cuenta de que estaba prácticamente desnuda y se cubrió con las manos.Ninguno de los dos se dirigió la palabra durante el trayecto a casa. Cada uno estaba inmerso en sus propios pensamientos. Ella seguía dándole vueltas a lo que su verdugo le hacía sentir y por más que intentó hallar una explicación lógica para todo aquel desenfreno, no la encontró. Era lo más irracional que había experimentado en su vid
Bradox apartó la mirada de la carretera y la miró fijamente. ¡Mierda!Definitivamente la estaba cagando.Cuando aparcó el coche en el garaje, comprobó que ella aún seguía profundamente dormida. Realmente parecía tan débil y tierna como un cervatillo recién nacido y eso le conmovió más de lo que quería admitir.Millie balbuceó medio adormilada cuando notó que él la alzaba en brazos. Pero Bradox siguió andando sin hacer caso a sus quejas. Luego metió la llave en la cerradura, abrió la puerta y la depositó con cuidado en el suelo. Ella observó asombrada lo que le rodeaba. Su apartamento. Estaba nada menos que en el refugio personal del banquero, donde dormía, comía, veía la televisión, leía sentado en el sillón. Y se le hizo interesante imaginarlo haciendo todas esas cosas normales. Se le antojó divertido, incluso. Lo sintió más humano y menos perverso.Se separó de él y recorrió el salón por su cuenta. El piso estaba decorado con estilo minimalista y los colores que predominaban eran el
Millie se inclinó hacia delante y se besaron de forma dulce y pausada. Bradox deslizó sus dedos por su cabellera castaña, su rostro angelical, sus pechos…Ella gimió contra su boca mientras sus manos se perdían por su espalda y su trasero. Luego abrió las piernas instintivamente al notar la dureza de su miembro clavándose contra su pelvis. Pero cuando él hizo el amago de penetrarla, ella rodó de costado, se deslizó hacia abajo y se detuvo frente a su pene. De repente le dio un lento lengüetazo y él abrió la boca por la impresión. Esperaba de todo menos aquello. Pero le gustó ver que ella tomara las riendas de la situación, y la observó con lascivia mientras se dejaba complacer. Millie agarró su pene e intentó metérselo casi entero en la boca.Aunque era bastante grande y le costaba. Escuchó que a él se le escapaba un gemido de placer, y sonrió. Sí, no lo estaba haciendo tan mal después de todo. Así que chupó, succionó, movió la lengua con esmero por su glande y su tronco grueso. Lo n