#3:

El banquero le abrió la puerta del coche en un gesto galante y Millie se subió al Audi negro con altivez. Dentro olía a la tapicería de piel y a su almizcle personal, y de repente se sintió rodeada, envuelta y acorralada por él.

—¿No se encuentra bien? —le preguntó él cuando vio que se había quedado paralizada.

Ella parpadeó aturdida.

—Sí, estoy bien —se disculpó algo avergonzada—. ¿Puedo saber dónde cenaremos? —añadió tratando de disimular sus nervios.

—Hay un lugar a unas cuantas calles de aquí cerca de la avenida Fisherman’s Wharf, del que me han hablado muy bien. Dicen que es uno de los mejores restaurantes de San Francisco —le contestó por encima del hombro, mientras engranaba primera y giraba el volante a la derecha.

—¿Vamos a cenar en el St.James? Pero ese sitio es demasiado elegante, ¿no?

Ella había ido muchas veces allí (cuando se lo podía permitir) y conocía el ambiente.

—Ya le dije que pagaría yo —le recordó sin apartar la mirada de la carretera.

—No se trata de dinero —replicó ofendida—. Solo pienso que ese restaurante es demasiado íntimo y sofisticado.

Él arqueó una ceja con desdén.

—¿Y dónde está el problema de cenar en un sitio así?

—Bueno… es el típico restaurante que suele elegirse para… —Tragó saliva—. Para una primera cita —terminó de admitir.

—Ah. —Suspiró antes de soltar una pequeña risa —.Así que el lugar no le resulta desconocido. Dígame, ¿solían llevarla   muchos tontos allí? —le aguijoneó con una media sonrisa.

Ella parpadeó indignada.

—No creo que eso sea asunto suyo —refunfuñó—. Mejor explíqueme por qué se ha retrasado tanto. Dijo que me recogería a las ocho y me tuvo esperando hasta las diez.

—Discúlpeme, tiene razón, ha sido una grosería no avisarle.— Millie  sonrió satisfecha.—…pero tenía otros clientes más importantes a los que atender.

Y la sonrisa se le quedó congelada en la cara.

Cada vez se le hacía más duro tratar con ese imbécil. Puede que fuera guapo y tuviera su destino en sus manos pero también era un cabrón engreído.

Llegaron al St. James al cabo de un rato. El banquero dejó el coche en el aparcamiento del restaurante, le abrió la puerta y la condujo con decisión al interior del local. Nada más poner un pie dentro, ella sintió un retortijón en el estómago. Tal como se había imaginado el St. James estaba lleno de.parejitas que se susurraban y sonreían a media luz. No es que esto la disgustara especialmente, pero hablar de negocios rodeada de una atmósfera romántica con un hombre que le resultaba de lo más perturbador, hacía que su corazón se disparara a mil por hora.

El maître los guió hasta la mesa que tenía reservada y Millie volvió a notar una sacudida en su estómago. Era la que estaba más apartada y oculta del restaurante. Y de pronto tuvo el presentimiento de que estaba a punto de caer en una trampa.

El banquero le retiró la silla para que se sentase y luego tomó asiento en el extremo opuesto.

—Bueno, señor Cooper, creo que ya me puede decir usted en lo que ha pensado para ayudarme. Porque puedo contar con su ayuda ¿verdad? —le preguntó para asegurarse.

Él saboreó con calma el vino que había elegido, se pasó la servilleta de tela por la comisura de los labios y la miró fijamente.

—Oh, por supuesto que la ayudaré. Pero como ya le adelanté en mi despacho puede que mi idea no la termine de convencer.

Millie se puso en guardia.

—¿A qué se refiere? —preguntó cargada de recelo.

Él sonrió de forma maliciosa.

—Verá, he hecho un par de llamadas a mis superiores y he conseguido que le aplacen el desalojo. Y además he conseguido que pueda pagar lo que debe en cómodas mensualidades.

—Oh, ¡pero eso es maravilloso! —celebró ella con una sonrisa, emocionadas.

—¿Sí, lo es? —coincidió con sarcasmo—. Pero sigue existiendo algo que me preocupa.

—¿El qué?—¿Cómo piensa hacer frente a esas mensualidades? No tiene usted.ningún trabajo con el que pueda hacer frente al compromiso y mantenerse.

—Lo cierto es que yo nunca he trabajado —confesó con cierto pudor.Después levantó la mirada de la mesa, vio que a él no le sorprendía su comentario, y su vergüenza se convirtió en rabia—.  sé lo que está pensando pero si tengo que buscar un empleo para pagarle lo haré sin problemas —añadió con altivez.

—Me alegra verla tan decidida, aunque por otro lado creo que peca usted de optimista.

—No le comprendo.

—Permítame que sea sincero pero le he hlechado un vistazo a su expediente laboral y he comprobado que… está totalmente vacío.

Millie lo miró indignada.

—¿Cómo lo ha conseguido? ¿No se supone que es información confidencial?

Él esbozó una sonrisa sarcásticamente.

—Señorita Stewart, le sorprendería hasta donde llega mi poder —le aseguró en un susurro profundo.

Y Millie se sintió como un ratoncito bajo las garras de un gato.

—Además —prosiguió—, de alguna manera tenía que asegurarme que es usted de fiar.

—Tiene gracia que me lo diga un banquero —le soltó sin pensar.

Pero él, lejos de enfadarse, dibujó por primera vez una sonrisa sincera. Había echado de menos esa lengua viperina.

—El caso, señorita,  es que también he podido comprobar que no terminó sus estudios en la universidad. Lo cual es alarmante, pues solo puede usted optar a los puestos más básicos; camarera, cuidadora de niños,empleada doméstica…

Ella estiró el cuello y lo miró con altivez.

—Bien, pues si tengo que poner cafés o cambiar pañales lo haré con tal de no perder mi casa —objetó muy dignamente.

Bradox se rió por lo bajo solo de imaginarla trabajando de niñera. Era la persona con menos capacidades para ese trabajo.

—Muy conmovedor —se burló él—. El problema que no acaba usted de comprender, señorita, es que con un trabajo tan mal pagado, no podría pagar su deuda. Es más, no tendría ni para la décima parte —puntualizó con malicia.

Ella lo miró contrariada y dolida.

—¿Entonces por qué ha accedido a ayudarme si sabía que no tenía posibilidades de corresponderle? —le recriminó casi en un quejido lastimero.

—Yo no he dicho que no pueda corresponderme. De hecho creo que usted lo puede hacer muy bien.

—¿A qué se refiere?

El banquero dio un trago largo a su copa de vino y la miró con una expresión triunfal.

—Verá, he pensado en un trabajo para usted. El único trabajo que haría de maravilla dada su gran experiencia —dijo mirando con descaro su escote.

Millie se quedó boquiabierta de golpe.

—No estará insinuando…

—Oh no, yo no insinúo nada. —Se apresuró a asegurarle, por lo que ella volvió a respirar tranquila—. Yo se lo digo con total claridad, Millie, quiero que sea usted mi asistenta personal en publico y  mi putita en privado,  para ser exactos —disparó él, sin compasión.

La joven lo miró sin poder articular palabra siquiera y él soltó una carcajada.

—Venga, ¿qué le parece si nos dejamos de rodeos y ponemos las cartas sobre la mesa? Usted entró en mi despacho con la idea de engatusarme para librarse del desalojo. ¿Me equivoco?

—Pero…

—No se le ocurra negarlo —la advirtió en un tono serio—. Usted tenía todo muy bien planeado. Pensaba que con un buen escote y un simple aleteo de pestañas, yo caería rendido a sus encantos. Pero me temo que yo no soy uno de los imbéciles a los que suele embaucar. —«Ya no», terminó de decir para sus adentros—. Y me di cuenta de su juego desde el principio.

—Vale, lo admito —tartamudeó ella—. Intenté seducirle para conservar mi casa. Eso no significa que esté dispuesta a ser su ... bueno, eso. ¿Pero por quién me ha tomado? —soltó furiosa.

—Simplemente por lo que es —contestó sin más—. ¿Acaso no estabas dispuesta a meterte en mi cama?

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