#6

Circularon por la Vía California, una de las principales arterias de la ciudad y se dirigieron a Pacific Heights, donde se encontraban las mansiones de los magnates financieros. Al parecer la fiesta se celebraba en casa de uno de os socios de Surebank.

Cuando llegaron, el banquero le dejó las llaves al aparcacoches, le ofreció el brazo a Millie y la condujo hacia la entrada principal. Mientras se movían entre el tumulto de asistentes, la joven reconoció las caras de algunos invitados. Había coincidido con ellos en casinos y otras fiestas importantes.

Incluso habían compartido grandes veladas entre risas, alcohol y una baraja de cartas. Pero ahora esos mismos compañeros de fiestas parecían no acordarse de ella. Su situación de quiebra había llegado a oídos de la alta sociedad y verla allí del brazo de un hombre poderoso, solo hacía avivar la llama de las habladurías, por lo que bajó la cabeza y trató de ocultarse tras el robusto cuerpo de su acompañante.

Bradox también conocía a la mayoría de los que estaban en la fiesta y estrechó la mano de todo aquel que se le acercaba a saludar. Casi todos eran clientes de su banco. En un momento dado el mayordomo se acercó a ellos y les pidió amablemente que le entregasen los abrigos. Millie sonrió con malicia mientras aguardaba al banquero y cuando llegó el turno de desprenderse del suyo, vio como a él se le abría la boca de golpe. Luego la recorrió con una mirada siniestra y ella le dirigió una sonrisa desafiante.

—¿Qué ocurre señor, no le gusta mi vestido? —le preguntó con un puchero fingido , pero dejando entrever cierta chulería en la voz. Él levantó la vista de sus pechos semidesnudos y su mandíbula se tornó rígida.

—¿Gustarme? —masculló entre dientes— Ahora mismo te arrancaría ese vestido de prostituta que llevas puesto.

—Es lo que soy ¿no? Se lo dejaste muy claro a la dependienta de la tienda esta mañana. No solo le dejaste claro eso, también te permitiste la grosería de contarle mis problemas financieros —le recriminó furiosa.

—¿En serio, crees que yo divulgo tus problemas financieros? —Se burló él con desdén— No tienes donde caerte muerta, querida. Todo el mundo lo sabe desde hace meses,  y más vale que lo recuerdes la próxima vez que decidas desafiarme. Que seas mi escort no significa que lo tengas que demostrar —concluyó gruñendo por lo bajo.

—Oh, pensé que te gustaría. Lo siento —se disculpó de manera frívola.

El banquero la aferró del brazo y tiró hacia él.

—No te pases de lista, Millie. Te aseguro que más tarde haré que lamentes tu insolencia —le susurró con voz glacial. Luego echó otra mirada rápida a su escote y a la pierna desnuda que asomaba de su falda —.Joder ¿es que no había un vestido con menos tela? —se quejó entre dientes a la vez que sonreía a los invitados que pasaban por su lado. Ella rompió a reír.

—No lo sé, puedo probar la próxima vez —le provocó de forma intencionada.

—Hazlo y te juro que te azotaré delante de todo el mundo —le amenazó en serio.

La sonrisa de ella se esfumó de golpe. Sudando frío de miedo al instante.

—No te atreverías...

—Cuando salgamos de aquí y te ponga sobre mis rodillas sabrás si me atrevo o no—le contestó, antes de darle una pequeña nalgada..

Millie se soltó de su brazo de un tirón y le fulminó con la mirada.

—Cabrón.

—Zorra.

—¡Brad, amigo, qué alegría verte por aquí! —les interrumpió el anfitrión de la fiesta.

Él le dedicó una última mirada inquisitiva y dirigió una sonrisa falsa a su socio.

—Henry el placer es mío. Ya sabes que nunca me perdería una de tus fiestas —mintió, estrechando su mano.

—Oh, y veo que vienes bien acompañado, eh —comento con una risita intencionada mientras miraba a Millie.

—Sí, ella es una vieja amiga —le contestó en un tono seco.

—En ese caso señorita, sea usted bienvenida a mi casa —dijo dedicándole una pequeña reverencia.

Millie esbozó una sonrisa de cortesía.

—Gracias, señor Jones, es un honor contar entre sus invitados.

—Créame, el placer es mío —le aseguró con sus ojos fijos en su escote.

El banquero carraspeó incómodo y el señor Jones se justificó nervioso.

—Bueno, si me disculpan… tengo más invitados que saludar —se despidió.

—¿Vieja amiga? —se burló ella cuando se fue — ¿Qué ocurre señor, tanta vergüenza le da admitir que es un cabrón que necesita mentir para esconderlo?

—¿Preferías que le dijera la verdad? —la desafió con arrogancia. Ella lo miró cohibida y guardó silencio—. De todas formas no mentí —agregó gruñendo por lo bajo.

Y antes de que ella tuviera tiempo de replicar, se dio la vuelta y la dejó con la palabra en la boca. Millie deambuló entre los invitados con aire alicaído. Por alguna extraña razón le dolía el desaire que acababa de hacerle el banquero. Algunos invitados la reconocieron y se pusieron a cuchichear entre ellos, sorprendidos de volver a verla formando parte de la vida social después de tanto tiempo.

La joven se sintió desesperada y trató de ocultarse de las miradas indiscretas, escondiéndose en un rincón del enorme salón. Era curioso como cambiaban las cosas. Hace tan solo un año ella había sido el alma de las fiestas. Todos la habían agasajado y adulado. Los hombres habían buscado su compañía.

Y ella se había dejado cortejar porque le gustaba sentirse deseada y ser el centro de atención. Pero eso era cuando tenía dinero y prestigio. Cuando era alguien importante y su apellido pesaba con fuerza. Ahora, los mismos que un día la habían buscado con insistencia, la rehuían como si su desgracia fuera contagiosa. Ya no formaba parte de ese mundo frívolo al que había pertenecido toda su vida. Simplemente era alguien que estaba allí por casualidad. Y  se dio cuenta de que se había quitado un gran peso de encima.

El banquero dio un sorbo a su Martini mientras la observaba atentamente desde la otra punta de la sala. El plan no estaba saliendo según lo previsto.  Millie se movía como un robot por la fiesta. Parecía aburrida incluso.

Y eso le fastidiaba porque había disfrutado con la idea de humillarla y verla furiosa. Sin embargo era obvio que eso no iba a suceder.

Los músicos dejaron de tocar para dar paso al discurso del anfitrión de la fiesta. Bradox hizo el esfuerzo de prestar atención pero sus ojos seguían clavados en la chica y en el vestido rojo que llevaba puesto. ¡Realmente estaba preciosa! Tan hermosa que se le había puesto dura con tan solo mirarla, por lo que se maldijo en silencio por su falta de control.

Millie se sorprendió cuando el señor Jones llamó al banquero desde el escenario y le pidió que dijera unas palabras. Por lo visto él tampoco lo esperaba porque se mostró incómodo y aceptó el micrófono a regañadientes.

Aun así se desenvolvió con naturalidad y su voz sonó firme y segura. Entonces se percató de que estaba suspirando como una boba mientras lo contemplaba allí de pie, vestido con su esmoquin impecable.

—Millie, qué sorpresa verte aquí —le saludó una voz familiar.

Se dio la vuelta y se quedó de piedra al reconocer al chico.

—¡Arthur!

—Oh, por Dios, pero mírate. Estás despampanante —dijo comiéndosela con los ojos.

Ella le sonrió con timidez y observó al hombre que había sido su prometido.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo