Circularon por la Vía California, una de las principales arterias de la ciudad y se dirigieron a Pacific Heights, donde se encontraban las mansiones de los magnates financieros. Al parecer la fiesta se celebraba en casa de uno de os socios de Surebank.
Cuando llegaron, el banquero le dejó las llaves al aparcacoches, le ofreció el brazo a Millie y la condujo hacia la entrada principal. Mientras se movían entre el tumulto de asistentes, la joven reconoció las caras de algunos invitados. Había coincidido con ellos en casinos y otras fiestas importantes.
Incluso habían compartido grandes veladas entre risas, alcohol y una baraja de cartas. Pero ahora esos mismos compañeros de fiestas parecían no acordarse de ella. Su situación de quiebra había llegado a oídos de la alta sociedad y verla allí del brazo de un hombre poderoso, solo hacía avivar la llama de las habladurías, por lo que bajó la cabeza y trató de ocultarse tras el robusto cuerpo de su acompañante.
Bradox también conocía a la mayoría de los que estaban en la fiesta y estrechó la mano de todo aquel que se le acercaba a saludar. Casi todos eran clientes de su banco. En un momento dado el mayordomo se acercó a ellos y les pidió amablemente que le entregasen los abrigos. Millie sonrió con malicia mientras aguardaba al banquero y cuando llegó el turno de desprenderse del suyo, vio como a él se le abría la boca de golpe. Luego la recorrió con una mirada siniestra y ella le dirigió una sonrisa desafiante.
—¿Qué ocurre señor, no le gusta mi vestido? —le preguntó con un puchero fingido , pero dejando entrever cierta chulería en la voz. Él levantó la vista de sus pechos semidesnudos y su mandíbula se tornó rígida.
—¿Gustarme? —masculló entre dientes— Ahora mismo te arrancaría ese vestido de prostituta que llevas puesto.
—Es lo que soy ¿no? Se lo dejaste muy claro a la dependienta de la tienda esta mañana. No solo le dejaste claro eso, también te permitiste la grosería de contarle mis problemas financieros —le recriminó furiosa.
—¿En serio, crees que yo divulgo tus problemas financieros? —Se burló él con desdén— No tienes donde caerte muerta, querida. Todo el mundo lo sabe desde hace meses, y más vale que lo recuerdes la próxima vez que decidas desafiarme. Que seas mi escort no significa que lo tengas que demostrar —concluyó gruñendo por lo bajo.
—Oh, pensé que te gustaría. Lo siento —se disculpó de manera frívola.
El banquero la aferró del brazo y tiró hacia él.
—No te pases de lista, Millie. Te aseguro que más tarde haré que lamentes tu insolencia —le susurró con voz glacial. Luego echó otra mirada rápida a su escote y a la pierna desnuda que asomaba de su falda —.Joder ¿es que no había un vestido con menos tela? —se quejó entre dientes a la vez que sonreía a los invitados que pasaban por su lado. Ella rompió a reír.
—No lo sé, puedo probar la próxima vez —le provocó de forma intencionada.
—Hazlo y te juro que te azotaré delante de todo el mundo —le amenazó en serio.
La sonrisa de ella se esfumó de golpe. Sudando frío de miedo al instante.
—No te atreverías...
—Cuando salgamos de aquí y te ponga sobre mis rodillas sabrás si me atrevo o no—le contestó, antes de darle una pequeña nalgada..
Millie se soltó de su brazo de un tirón y le fulminó con la mirada.
—Cabrón.
—Zorra.
—¡Brad, amigo, qué alegría verte por aquí! —les interrumpió el anfitrión de la fiesta.
Él le dedicó una última mirada inquisitiva y dirigió una sonrisa falsa a su socio.
—Henry el placer es mío. Ya sabes que nunca me perdería una de tus fiestas —mintió, estrechando su mano.
—Oh, y veo que vienes bien acompañado, eh —comento con una risita intencionada mientras miraba a Millie.
—Sí, ella es una vieja amiga —le contestó en un tono seco.
—En ese caso señorita, sea usted bienvenida a mi casa —dijo dedicándole una pequeña reverencia.
Millie esbozó una sonrisa de cortesía.
—Gracias, señor Jones, es un honor contar entre sus invitados.
—Créame, el placer es mío —le aseguró con sus ojos fijos en su escote.
El banquero carraspeó incómodo y el señor Jones se justificó nervioso.
—Bueno, si me disculpan… tengo más invitados que saludar —se despidió.
—¿Vieja amiga? —se burló ella cuando se fue — ¿Qué ocurre señor, tanta vergüenza le da admitir que es un cabrón que necesita mentir para esconderlo?
—¿Preferías que le dijera la verdad? —la desafió con arrogancia. Ella lo miró cohibida y guardó silencio—. De todas formas no mentí —agregó gruñendo por lo bajo.
Y antes de que ella tuviera tiempo de replicar, se dio la vuelta y la dejó con la palabra en la boca. Millie deambuló entre los invitados con aire alicaído. Por alguna extraña razón le dolía el desaire que acababa de hacerle el banquero. Algunos invitados la reconocieron y se pusieron a cuchichear entre ellos, sorprendidos de volver a verla formando parte de la vida social después de tanto tiempo.
La joven se sintió desesperada y trató de ocultarse de las miradas indiscretas, escondiéndose en un rincón del enorme salón. Era curioso como cambiaban las cosas. Hace tan solo un año ella había sido el alma de las fiestas. Todos la habían agasajado y adulado. Los hombres habían buscado su compañía.
Y ella se había dejado cortejar porque le gustaba sentirse deseada y ser el centro de atención. Pero eso era cuando tenía dinero y prestigio. Cuando era alguien importante y su apellido pesaba con fuerza. Ahora, los mismos que un día la habían buscado con insistencia, la rehuían como si su desgracia fuera contagiosa. Ya no formaba parte de ese mundo frívolo al que había pertenecido toda su vida. Simplemente era alguien que estaba allí por casualidad. Y se dio cuenta de que se había quitado un gran peso de encima.
El banquero dio un sorbo a su Martini mientras la observaba atentamente desde la otra punta de la sala. El plan no estaba saliendo según lo previsto. Millie se movía como un robot por la fiesta. Parecía aburrida incluso.
Y eso le fastidiaba porque había disfrutado con la idea de humillarla y verla furiosa. Sin embargo era obvio que eso no iba a suceder.
Los músicos dejaron de tocar para dar paso al discurso del anfitrión de la fiesta. Bradox hizo el esfuerzo de prestar atención pero sus ojos seguían clavados en la chica y en el vestido rojo que llevaba puesto. ¡Realmente estaba preciosa! Tan hermosa que se le había puesto dura con tan solo mirarla, por lo que se maldijo en silencio por su falta de control.
Millie se sorprendió cuando el señor Jones llamó al banquero desde el escenario y le pidió que dijera unas palabras. Por lo visto él tampoco lo esperaba porque se mostró incómodo y aceptó el micrófono a regañadientes.
Aun así se desenvolvió con naturalidad y su voz sonó firme y segura. Entonces se percató de que estaba suspirando como una boba mientras lo contemplaba allí de pie, vestido con su esmoquin impecable.
—Millie, qué sorpresa verte aquí —le saludó una voz familiar.
Se dio la vuelta y se quedó de piedra al reconocer al chico.
—¡Arthur!
—Oh, por Dios, pero mírate. Estás despampanante —dijo comiéndosela con los ojos.
Ella le sonrió con timidez y observó al hombre que había sido su prometido.
—Y dime, ¿qué haces en San Francisco? Lo último que supe de ti es que te ibas a Europa.— preguntó ella. Él se encogió de hombros.—Sí, pero me aburrí de dar tumbos por ahí y regresé hace poco —le contestó con una enorme sonrisa —.Ahora he abierto un pequeño negocio de transporte y me va bien.—Así que por eso te han invitado a la fiesta. Tú también eres cliente de Surebank —concluyó ella.Anthony asintió sin dejar de observarla fijamente. Estaba muy hermosa.—Oye Mills, sé que te debo una explicación por lo que pasó…—Tranquilo —lo cortó enseguida—. No me debes nada. Es cierto que te odié cuando rompiste nuestro compromiso pero con el tiempo me di cuenta de que fue lo mejor. Los dos somos demasiado atolondrados. Ese matrimonio no habría funcionado. Por mucho que nuestros padres estuvieran empeñados—añadió con un gesto divertido.Anthony le acarició la mejilla con ternura.—Sí, somos iguales. De hecho nunca he conocido a una chica con la que congeniara tanto —admitió con sincero pesar
La condujo al último piso, siguió tirando de ella por corredores y cuando llegaron a la habitación más alejada de la casa, la soltó de un empujón y echó el pestillo de la puerta. Millie observó su alrededor y vio que había una mesa de billar, una máquina de pinball y una diana de dardos. Estaban en el salón de juegos.—Tú, sucia ramera —siseó él, colérico—. Me doy la vuelta un segundo y ya intentas follarte a cualquiera.Ella lo miró asustada pero no se amilanó.—Te equivocas, no es cualquiera. Íbamos a casarnos.—¿Qué? —murmuró sorprendióLa confesión de la chica le había sentado como una patada en la entrepierna. Ella también se dio cuenta de la expresión desencajada del banquero y se mostró más altanera.—Lo que oyes. Anthony era mi prometido y me ha ofrecido su ayuda —le aseguró con la barbilla erguida.Bradox recuperó la compostura y empezó a acorralarla lentamente.—¿Ah sí? ¿Y cómo es eso? —le preguntó en un tono burlón a la vez que la joven retrocedía algo intimidada.— Me ha
Cuando se separaron, Millie tuvo que recostarse de la pared, para no caer. Le temblaban las piernas y notaba todo su cuerpo adolorido. Entonces se dio la vuelta y sin pensárselo dos veces le soltó una bofetada en la cara.—¡Cerdo! ¡Al final me has convertido en una ramera! —le reprochó furiosa.Bradox se tocó la mejilla golpeada y le devolvió la bofetada.—No, querida, tú ya eras una puta antes de que yo te la metiera —le soltó con desprecio—. Y ahora, si me disculpas, voy abajo a coger tu abrigo.Millie lo fulminó con la mirada mientras lo veía salir por la puerta. Hasta que se dio cuenta de que estaba prácticamente desnuda y se cubrió con las manos.Ninguno de los dos se dirigió la palabra durante el trayecto a casa. Cada uno estaba inmerso en sus propios pensamientos. Ella seguía dándole vueltas a lo que su verdugo le hacía sentir y por más que intentó hallar una explicación lógica para todo aquel desenfreno, no la encontró. Era lo más irracional que había experimentado en su vid
Bradox apartó la mirada de la carretera y la miró fijamente. ¡Mierda!Definitivamente la estaba cagando.Cuando aparcó el coche en el garaje, comprobó que ella aún seguía profundamente dormida. Realmente parecía tan débil y tierna como un cervatillo recién nacido y eso le conmovió más de lo que quería admitir.Millie balbuceó medio adormilada cuando notó que él la alzaba en brazos. Pero Bradox siguió andando sin hacer caso a sus quejas. Luego metió la llave en la cerradura, abrió la puerta y la depositó con cuidado en el suelo. Ella observó asombrada lo que le rodeaba. Su apartamento. Estaba nada menos que en el refugio personal del banquero, donde dormía, comía, veía la televisión, leía sentado en el sillón. Y se le hizo interesante imaginarlo haciendo todas esas cosas normales. Se le antojó divertido, incluso. Lo sintió más humano y menos perverso.Se separó de él y recorrió el salón por su cuenta. El piso estaba decorado con estilo minimalista y los colores que predominaban eran el
Millie se inclinó hacia delante y se besaron de forma dulce y pausada. Bradox deslizó sus dedos por su cabellera castaña, su rostro angelical, sus pechos…Ella gimió contra su boca mientras sus manos se perdían por su espalda y su trasero. Luego abrió las piernas instintivamente al notar la dureza de su miembro clavándose contra su pelvis. Pero cuando él hizo el amago de penetrarla, ella rodó de costado, se deslizó hacia abajo y se detuvo frente a su pene. De repente le dio un lento lengüetazo y él abrió la boca por la impresión. Esperaba de todo menos aquello. Pero le gustó ver que ella tomara las riendas de la situación, y la observó con lascivia mientras se dejaba complacer. Millie agarró su pene e intentó metérselo casi entero en la boca.Aunque era bastante grande y le costaba. Escuchó que a él se le escapaba un gemido de placer, y sonrió. Sí, no lo estaba haciendo tan mal después de todo. Así que chupó, succionó, movió la lengua con esmero por su glande y su tronco grueso. Lo n
Bradox también tuvo que reprimir la risa cuando leyó el mensaje. Se encontraba en medio de una reunión importante y debía contenerse, por lo que escondió el teléfono bajo la mesa de juntas para contestarle:«Estimada deudora ardiente:¿Por quién la tomo? Por lo que es: mi zorra a sueldo. Y es usted una mentirosa. Su noche ha sido tan placentera como la mía. Lo sé porque estaba ahí cuando usted cayó cuadriplejica de placer entre mis brazos.P.D. Ahora que menciona lo del vestido… tiene razón, le debo algo, unos buenos azotes en el trasero. Le dije que escogiera un atuendo elegante y discreto. Por Dios ¿qué entiende por elegante y discreto? Aún se me pone dura de recordarla con ese escandaloso vestido.Atentamente, acreedor ocupado y reunido.»Millie rompió en una carcajada y se apresuró a responder.«Estimado acreedor ocupado .¿Cuadriplejica? Creo que se confunde usted de amante. Yo no me extenúo tan fácilmente, yo cabalgo hasta el amanecer. Y no solo soy su zorraa sueldo. Por lo vi
Millie también recordó el día en que había usado una falda plisada demasiado corta.Una ráfaga de viento se la había levantado hasta la cintura. El accidente solo había durado un segundo, pero había sido suficiente para que el muchacho se fijara en las bragas que llevaba puestas y se pegara un trompazo contra una farola. Mucho se había reído aquel día. Sin embargo ahora solo podía pensar en esa anécdota con amargura porque aquel niño dulce, torpe e ingenuo, era el mismo hombre que se había propuesto ser su verdugo. .Y se sintió engañada.Luego observó los diplomas que colgaban de la pared del estudio; licenciado en ciencias económicas y derecho mercantil, masters en finanzas ymarketing, doctorado en ciencias sociales. Observó también una serie de fotos donde se podía apreciar perfectamente la metamorfosis que su antiguo amigo había sufrido. En la primera aparecía el niño que ella recordaba, feúcho y de mirada asustadiza. En la siguiente se veía a un chico algo más apuesto posando con
Millie estaba aterrada pero intentó hacer memoria y se remontó a esa mañana en la que se había ausentado a clases en el instituto. Por aquel entonces, ella salía con Kevin, el capitán del equipo de baloncesto, y se encontraban en un rincón de la cocina besándose mientras el pequeño Brady, —quien también había faltado a clase porque estaba enfermo— los espiaba desde las sombras. Millie lo había visto de reojo y con una sonrisa pícara, cogió la mano de su novio y se la colocó sobre sus pechos. Le divertía poner celoso al muchacho. Hacía que su ego se disparara por las nubes. Pero Kevin se calentó más de la cuenta y quiso subirle la falda a la fuerza. Ella , asustada, le gritó que parase, a la vez que él seguía tirando de su ropa con más rudeza.De todo se fue de control y un cuerpecillo menudo se interpuso entre él y la chica. El chico que había Sido su novio bajó la mirada, observó al niño enclenque que le amenazaba con los puños en alto y se sintió todavía más humillado, por lo que