Un año antes.
— ¡Hibrand! ya tienes todo lo que querías para la reunión encima de tu mesa, creo que ya no me necesitas hasta esta noche—hizo una pausa para respirar y se colocó las manos en las caderas —. ¿Te das cuenta de que serán como veinte horas de trabajo? Eres un explotador —bramó Licelot, mano derecha y mejor amiga de Hibrand. Se conocieron en la universidad y eso le daba el derecho para llamar a su jefe explotador en su cara. Ella no se andaba con remilgos a la hora de cantarle las cuarentas cuando hacía falta.
—Ahora me imagino que te vas, pero como has dicho; esta noche quiero tu culo en esa cena, sabes que esa reunión es muy importante para la empresa y me da igual si te exploto o no.
—Lo sé, sé que te da igual, no sé para qué pierdo el tiempo haciéndote ver lo obvio y esta noche ya te he dicho que ahí estaré, pero eso no entra en mi contrato laboral, así que esas horas extras me las tendrá que pagar —respondió ella mirándolo inquisidora.
— ¡Interesada es lo que eres! ¿No te han dicho nunca que eres un grano en el culo? —preguntó Hibrand mirándola desde su puesto detrás de la silla de su escritorio.
—No, más bien me han dicho que quien es un grano en el culo es otro.
— ¡Los cojones! a mí me aman, tú búscate una vida y así se te quita lo amargada —respondió mirándola serio.
—Si no me estuviera veinte horas al día explotándome en esta empresa ya la tendría cabrón —bramó Licelot con mofa. Todo era una broma, así se llevaban siempre, él era su jefe, pero eran peleas sin ninguna malicia, solo por el hecho de divertirse. Ambos se conocían muy bien, no en el sentido que estáis pensando. Siempre habían sido amigos, pero solo eso, nunca ha habido ningún tipo de atracción, Hibrand era un hombre guapísimo y por ese hecho ella precisamente decidió tenerlo como amigo. Era un baja bragas, pero las suyas desde luego que no, ya bastante había tenido con quitarle las mujeres de encima antes de que decidiera casarse. Desde que lo conoció hará alrededor de diez años siempre había sido su confidente, su compañera de copas, bueno… ese último título hasta que Heleen; su mujer decidió quitárselo porque según ella; un hombre y una mujer no se podían ir de copas si no era para luego follar, por eso ahora solo ostentaba el título de confidente.
—Me voy, tengo que ir a por un vestido para esta noche, espero que mi jefe me pague el importe, pero no te preocupes te lo cobraré como horas extras también, no vaya a ser que llegue a los oídos de Heleen y piense que me estás regalando algo.
—Lo que mi mujer piense con respeto a ti y a mí, me tiene sin cuidado, eres mi empleada, pero también eres mi amiga, la única a quien le cuento mis cosas. Ahora ve y ponte guapa, que esta noche tenemos que triunfar —dijo Hibrand despidiéndola. Sabía muy bien la empleada que tenía, Licelot era de las pocas personas que en el trabajo lo daba todo, para él era un gusto contar con ella en su plantilla, eso no se lo diría nunca, si lo hacía ella se aprovechará de ese momento de debilidad.
La empresa que gestionaba Hibrand se llamaba “Brouwer Holanda” dedicada a la producción y venta de bulbos, semillas y Esquejes de tulipanes. Era una empresa familiar a la que sus padres dedicaron toda su vida, dejándola como herencia cuando murieron hacía dos y tres años, pero no la gestionaba por obligación, lo hacía por amor y porque se preparó toda su vida para hacerlo, porque sabía que algún día llevaría las riendas de lo único que ha conocido como la fuente de ingresos de su familia.
Hacía cuatro años que se había casado con Heleen, hasta hacía poco llevaban un matrimonio tranquilo, él la amaba, estaba muy enamorado de ella, pero desde un año atrás ella había cambiado, se le había metido entre ceja y ceja que quería tener un hijo, a Hibrand también le hacía ilusión, pero por más intentos que hacía ella no lograba quedarse embarazada. Los médicos le dijeron que no había ningún problema, que tenía que relajarse, que cuando tenga que ser será, pero ella no hacía caso y últimamente él se sentía más como un semental que como un hombre enamorado. Ella solo quería tener sexo cuando estaba ovulando y Hibrand se estresaba tanto que muchas veces terminaba dando un gatillazo.
Dejó de pensar y miró la pantalla de su teléfono, estaba sonando, la foto le decía que es su mujer.
— ¡Hola! —respondió.
—Hibrand cariño, vente a casa, hoy empiezo a ovular y tenemos que, ya sabes…
—Heleen, tenemos una cena, ¿te acuerdas? —contestó Hibrand sin humor.
—Ya lo sé, y te voy a acompañar, pero me harás el amor antes, creo que estoy…, quizás hoy hagamos un Hibrandcito —contestó su mujer con voz zalamera.
—De acuerdo, salgo para casa —respondió desilusionado, ella no lo llamó para que le haga el amor por el mero gusto, lo llamó porque pensó que podía ser el día de hacer un hijo. Hibrand creía que el amor no debe ser eso, que no se puede tener sexo con esa fijación, que los hijos deben venir cuando tengan que hacerlo, pero no así, así no.
Llegó a casa cansado, estaba agotado llevaba un día de m****a, porque en la mañana tuvo que ir muy temprano al campo donde tenía las plantaciones de tulipanes. Casi todos los días antes de ir a la oficina iba al campo primero, hablaba con los encargados y veía lo que hacía falta para obtener resultados óptimos en la cosecha de tulipanes, luego había tenido que reunirse con los inversores ingleses, que son con los que había quedado esa noche para cenar y llegar a un acuerdo de compra y venta.
—Heleen, ¿dónde estás? —preguntó después de entrar a su casa, tenían una casa espectacular en el centro de Ámsterdam, la compró cuando se casó. Antes vivía con sus padres, aunque siempre ha tenido un apartamento de soltero en el barrio de Plantage, el cual tiene cerrado. Un tiempo atrás a esa casa llegaba con ilusión, ahora lo hace con temor hasta de ser violado por su mujer.
—Aquí cariño, te estoy esperando arriba.
—Heleen, llegaremos tarde —informó mirando el reloj —. No debemos hacer esperar a los inversores —la cena de esa noche era muy importante para su empresa, porque esperaba que se concretara el envío de los contenedores al reino unido. Los inversores ingleses estaban en Ámsterdam en busca de plantaciones de tulipanes para comercializarlo en perfumería.
—Te prometo que en cuanto terminemos me visto y nos vamos —dijo desde la cama, donde estaba totalmente desnuda y abierta, esperando que él entrara en ella tal como lo haría un animal a otro, sin preliminares ni nada, eso lo deprimía y no se le ponía dura.
— ¿Hibrand, que pasa? —preguntó Heleen esperando.
—Pasa que no se me pone dura, que me siento usado, que hacer el amor no debería significar esto joder, eso pasa.
—Vete a la m****a Hibrand —dijo levantándose de la cama y saliendo de la alcoba cerrando la puerta de un portazo, él se quedó allí, acostado en esa cama donde antes de la obsesión de ella por embarazarse fueron muy felices e hicieron cosas que es mejor no decir delante de oídos sensibles.
Se metió en la ducha, quería quitarse toda la m****a que llevaba encima, quería dejar que corriera el agua por su cuerpo y se llevara los malos pensamientos y quizás también la impotencia. Con treinta y dos años y dando gatillazo era para pegarse un tiro, pero eso es lo que menos le preocupaba, pensaba que luego las aguas volverán a su cauce y él y su mujer volverán a ser el matrimonio de siempre.
Cuando se estaba vistiendo entró ella de nuevo y también empezó a vestirse, al parecer después de todo lo acompañará. Él ya estaba pensando que no lo haría, se estaba haciendo a la idea de ir solo e inventarse una excusa para su ausencia.
Fueron todo el camino sin hablar. Hibrand conducía un deportivo Bentley Continental Súper sports: 710 CV, color negro, era su coche favorito para el día a día y recorrer los campos de tulipanes tenía un todo terreno.
Cuando llegaron al hotel Radisson Blu, ubicado en la calle Rusland a la altura del diecisiete, se dio cuenta de que ya estaban todos esperando. Era una sala magnífica y una decoración preciosa, con adornos de diferentes colores, donde predominaban los tulipanes por supuesto.
—Que sepas, que he venido a acompañarte para no dejarte en ridículo, pero esta te la voy a cobrar —gritó Heleen soltándose de su mano y dirigiéndose a otro lado de la sala. Hibrand disimuló y camino hasta encontrarse con los inversores y Licelot.
—Hibrand llegas tarde, ya me estaba preocupando, los inversores me estaban haciendo preguntas —susurró Licelot interceptándolo.
—Lo sé, como también sé que te has inventado una excusa para mi tardanza, por eso te quiero —contestó a Licelot —. A propósito, vas muy guapa, espero y no haya costado una fortuna el trapito que trae puesto y que tengo que pagar yo.
—Tú no, lo pagará la empresa, pero bueno… es casi lo mismo —dijo rectificando con sorna —. ¿Qué te pasa? sé lo que haces, algo te pasa y me quieres desviar del tema —preguntó ella llevándolo a un lugar apartado.
—Si pasa, pasa que me siento usado, Heleen solo quiere hacer el amor conmigo para quedarse embarazada y resulta que me siento presionado y no se me pone dura, eso me pasa, y te prohíbo que repita lo que te acabo de decir, porque te despido.
—Vaya m****a, y vaya loca de tu mujer, en vez de pasarlo bien, está obcecada en no disfrutar la percha que tengo delante —infirió burlona, porque sí, su jefe era guapísimo, era el dueño de un gran tamaño, unos ojos grises buscando azules, un cuerpo perfecto, producto de horas caminando dentro de campos y campos de tulipanes y correr, a Hibrand le encantaba correr, decía que era el único deporte donde se sentía realmente libre.
—Obcecada es poco, mi casa se ha convertido en una sala de intentos de fecundación.
— ¿Por qué cojones habla de nuestra vida con esta? —preguntó Heleen apareciendo de sorpresa.
—Heleen…
— ¡Heleen una m****a! esta es solo tu empleada, no tienes que contarle nada de nuestra vida, esto no te lo voy a perdonar jamás —gritó con tono despectivo.
—Esta tiene nombre, se llama Licelot, es mi empleada, pero también es mi amiga, mejor vayamos a cenar, luego hablamos —pidió cogiéndola por el costado.
—Y tú dedícate a hacer tu trabajo y no a indagar en la vida de los demás —se despidió de Licelot antes de irse con Hibrand —. O, ¿es que tienes el síndrome de Wendy? porque si es así, está más jodida que yo.
Fue una cena confusa, el mal rollo entre Heleen y Licelot se respiraba en el ambiente, o eso pensaba Hibrand, pero logró tener una buena charla con los inversores y han quedado en volver en unas dos semanas para finalizar los términos del contrato de exportación de tulipanes.
Estuvo toda la noche pendiente de Heleen, había tomado mucho, más de lo normal y eso le preocupaba. No entendía como una mujer podía cambiar tanto por no lograr quedarse embarazada, parecía que no se daba cuenta de que el alcohol le puede afectar a la hora de concebir, pero no le dijo nada, no quería alebrestar a la fiera.
—Heleen….
—Déjame en paz, no me molestes, eres un cabrón hijo de p**a, primero no se te pone dura, eso es porque ya no te gusto, te asusta la idea de que tengamos un hijo y luego le cuenta nuestras mierdas a esa que no sé qué diablos le ves.
—Licelot es solo mi amiga y mi empleada, tú lo sabes, nunca voy a entender porque no te cae bien.
—Porque yo nunca le he caído bien a ella, es una buscona y entrometida —gritó enfadada, estaba gritando tanto que Hibrand se quedó mirándola asustado.
—Mejor vámonos a casa, necesitas darte una ducha y tranquilizarte.
—Lo que necesito es quedarme embarazada joder, que se te ponga dura y me folle.
—Heleen.
— ¿Solo sabes decir Heleen? que sepas que tu llamado de atención no me asusta —gritó subiendo al coche, no dejó ni siquiera que Hibrand le abriera la puerta.
—Heleen, esto no es vida, tenemos que volver a ser lo que fuimos antes, yo te amo, pero nuestras vidas se están convirtiendo en una m****a.
— ¿Me quieres decir que soy la culpable de que no se te ponga dura? —preguntó pegando gritos.
De repente todo se torció, Hibrand no supo qué pasó, pero Heleen se hizo con el volante del coche, él intentó quitárselo, se engarzaron en un forcejeo, él por tener de nuevo el control, ella por quitárselo, hasta que el coche derrapó dando una vuelta de campana.
— ¡Nooooo! —fue lo único que salió de sus bocas antes de perder la conciencia y sumergirse en los escombros de un accidente en la westerstraat de Ámsterdam, Holanda.
Cuando Hibrand despertó estaba confuso, al parecer estaba en una habitación de hospital, lo último que recordó es cuando perdió el control de su Bentley en manos de Heleen…
— ¡Heleen! ¿Dónde está Heleen? ¡Que no le haya pasado nada! — susurró a media voz, intentó levantarse, pero no pudo, le dolía todo, además tenía una pierna escayolada. Cuando estaba buscando el botón para llamar a alguien entró un médico.
— Doctor, ¿mi mujer, dígame cómo está ella? — Hibrand se quedó mirando al galeno con bata blanca y gafas que se acercó hasta su cama.
—Primero hablaremos de usted, afortunadamente solo tiene pequeños golpes que pueden ser curados, lo más grave ha sido su rodilla, hemos tenido que operar, pero con unos tres meses en recuperación volverá a caminar como antes.
— Mi mujer… — no quería saber nada más de él, solo quería saber cómo y dónde estaba Heleen.
— Lo de su mujer es más complicado…
— Doctor… ¿ella está…? –preguntó con miedo. Nunca pensó que hacer esa pregunta le costara tanto. Las palabras le salieron a fuerza.
— Su mujer está viva, pero me temo que no podrá caminar, tiene una fractura en la segunda y tercera vértebra lumbar.
— ¿Qué me estás contando doctor? — preguntó con miedo.
— Lo que escucha, además ha perdido el bebé que esperaba.
— ¿Qué bebé? mi mujer no estaba…
— Si lo estaba, estaba embarazada de unas tres semanas, no hemos podido hacer nada, lo siento, ambos van a necesitar ayuda psicológica, le recomiendo que la pidan, su mujer es muy joven y recibir esta doble noticia no debe ser fácil. Además, que ya no podrá tener hijos — completó el doctor el tiro de gracia, como si lo dicho anteriormente fuera poco.
El doctor salió de la habitación, pero Hibrand no se dio cuenta, de hecho, dejó de escucharlo en cuanto mencionó la palabra bebé, no podía creer lo ocurrido, no podía concebir que sus vidas se hayan ido por el garete en unos segundos. No sabía cómo le dirá a Heleen que ya no podrá caminar, él no sabía nada, lo único que hacía era llorar, llorar por su matrimonio, por su mujer, por la vida que le esperaba, por ese bebé que no pudo ser y por los que ya no tendrá.
— Hibrand…— saluda Licelot entrando de repente.
— Soy un desgraciado Licelot, de repente lo he perdido todo, no tengo nada, ni vida, ni mujer, ni hijo, nada. Lo que le ha pasado a ella tenía que pasarme a mí, quien tenía que quedarse parapléjico, paralítico, o lo que sea, era yo — Hibrand lloraba. Licelot se acercó, lo abrazó, abrazó a su amigo, ella sabía que la iba a necesitar que lo que le esperaba por vivir no sería fácil, pero en ella siempre tendrá una amiga, porque había llegado a quererlo casi como un hermano.
En la actualidad(Al norte de Samara, Rusia)— ¡Ivana, te estoy hablando! soy tu padre, tendrás que hacer lo yo te diga, de lo contrario te tendrás que ir de la casa —gritó Sergei Ivanov, enfadado, quería que su hija se casara con un señor de unos sesenta años o más, tan solo por cumplir un juramento que le hizo antes de ella nacer.—Lo siento papá, si me tengo que ir lo haré, pero no me casaré con ese viejo yo solo tengo veintidós años.—Me da igual los que tengas, soy tu padre, un hombre de palabra y debo cumplirla, los hombres para ser respetados tienen que cumplir su palabra.—Dile tú mamá —se dirigió Ivana a su madre desesperada —. Dile que no puede condenarme a una vida así, dile que
Tan solo había pasado un año de aquella fatídica noche en que todo cambió para Hibrand, su vida no ha sido, ni será nunca la misma Tardó unos cuantos meses en estar totalmente recuperado de las lesiones de su cuerpo, pero las del alma las llevaba tan tangible como la puta vida. Nunca podrá entender como la vida que pensaba que tenía medianamente organizada se le pudo ir por la borda en un segundo. Nada es ni podrá ser igual, porque ha habido muchos cambios en su vida, empezando por su casa, la cual fue adaptada para que su mujer pudiera ir con la silla de ruedas, pero ese no fue el cambio más significativo que ha tenido, sino la transformación de ella, su mujer.— ¿A qué hora llega la imbécil de la enfermera? —preguntó manipulando su silla de ruedas. Hibrand se quedó viéndola y se preguntó, &iqu
—Esta será tu habitación, es pequeña, pero es lo único que me queda libre, si algunas de las chicas abandonan la suya te prometo que te cambio —informó la casera de Ivana. Le costó mucho encontrar piso para compartir en Ámsterdam, después de una semana buscando y durmiendo en pensiones baratas, por fin encontró, la zona no le gustaba mucho, pero es lo que había, porque a partir de ese momento era la arrendataria de una habitación en una cuarta planta sin ascensor de la calle Bloedstraat Centrum, o lo que es lo mismo una de las calles más transitada del barrio rojo de Ámsterdam.— ¡Gracias! aquí estaré cómoda, ahora solo me falta encontrar un trabajo —respondió Ivana a su casera — ¿Sabe usted donde necesiten a alguien para trabajar? hablo ruso e inglés.—Aqu&
Los campos de tulipanes de Brouwer Holanda estaban ubicados al sudeste de Ámsterdam, específicamente en Haarlem, era donde mejor se daban las condiciones de todo Ámsterdam por la combinación de arenas y tierra arcillosa. Hibrand se levantó temprano y se fue directamente al campo. Estábamos en el mes de abril y era cuando los bulbos empezaban a florecer, era todo un espectáculo, se podían ver campos y campos de tulipanes de diferentes colores. A Hibrand le gustaba ver personalmente sus campos, y como solo tardaba treinta minutos de Ámsterdam a Haarlem lo hacía todos los días muy temprano, la cosecha ya la tenía vendida a los inversores con los que firmó el contrato el año pasado.Si por él fuera, se quedaba allí todo el día disfrutando de ese espectáculo, porque ver sus campos llenos de tanto col
Ivana estaba desesperada, ya no sabía qué más hacer para encontrar trabajo, a todos los sitios que iba le pedían lo mismo; papeles en regla, ella no los tenía, porque entró a Ámsterdam como turista y se había quedado. Otra cosa que le pedían era la experiencia, tampoco tenía porque nunca había trabajado. Ese había sido el peor día, estaba muy deprimida, ya no le quedaba dinero ni siquiera para comer, y la habitación tenía que pagarla en un semana, sus amigas Edurne y Malenka habían tratado de animarla y le decían que no se preocupara que donde comían dos, comían tres, pero ella sabía que eso no lo podía hacer, que no podía abusar de la amistad de esas chicas que se habían portado tan bien con ella.Un par de veces se le había pasado por la cabeza regresa
Había pasado una semana desde que Heleen hizo creer que se tomó el frasco de pastilla, todo lo hizo por llamar la atención, porque si se las hubiera querido tomar nadie se lo habría impedido, y ahora quizás, sería otra la historia. Al otro día salió del hospital como si nada, sin arrepentimientos. Hibrand fue a recogerla, porque no fue capaz de dejar que se fuera en un taxi, su conciencia no se lo hubiera permitido. Ella seguía en las mismas, dando órdenes, peleando, insultando, haciendo infeliz la vida de las personas que la rodeaban, parecía que era lo que más disfrutaba.Hibrand buscó a un psicólogo que le recomendaron para que fuera a casa y los ayudara, porque él pensaba que también necesitaba ayuda, para sobrellevar toda la situación y para poder aguantarla, pero ella lo echó, en cuanto puso un pie en la ca
Hibrand estaba dando vueltas sin rumbo fijo, mientras pensaba en la mierda en que se había convertido su vida, en el comportamiento de Heleen, sabía que el hecho de que esté en una silla de ruedas no justificaba su actitud, no tenía iniciativa de nada, no hacía nada con su vida, todo el rato se lo pasaba culpándolo a él de su desgracia, y ya estaba cansado, agotado, ya no le quedaba nada que dar, ella se lo había quitado todo, no tenía ni amor, ni odio, ni rencor, ella lo ha dejado vacío, agotado.Sin darse cuenta llegó a las inmediaciones del barrio rojo, tenía siglos que no visitaba esos lugares de noche. Antes de casarse se dejó caer alguna que otra noche, solo a mirar y caminar, porque nunca le hizo falta ir en busca de sexo, ese lo tenía donde quisiera, así que al barrio nunca había ido en busca de nada.
Hibrand iba conduciendo despavorido, quien lo viera pensaría que había cometido una infracción y estaba huyendo de la policía, pero la realidad era que huía de sí mismo, no entendía qué había pasado, solo sabía que acababa de tener el mejor sexo de su vida y lo había obtenido de una puta del barrio rojo, de la que no sabía ni su nombre, tampoco es que le interesara, lo único que tenía claro es que era una preciosidad, y joven, la chica no debía pasar de veintidós o veintitrés años como mínimo.De repente se dio cuenta de que había hecho lo que pensó que jamás haría; faltar a su matrimonio, pero no sentía ningún remordimiento, y eso era lo que peor lo hacía sentir; no sentirse culpable por haber sido infiel a su muj