En la actualidad
(Al norte de Samara, Rusia)
— ¡Ivana, te estoy hablando! soy tu padre, tendrás que hacer lo yo te diga, de lo contrario te tendrás que ir de la casa —gritó Sergei Ivanov, enfadado, quería que su hija se casara con un señor de unos sesenta años o más, tan solo por cumplir un juramento que le hizo antes de ella nacer.
—Lo siento papá, si me tengo que ir lo haré, pero no me casaré con ese viejo yo solo tengo veintidós años.
—Me da igual los que tengas, soy tu padre, un hombre de palabra y debo cumplirla, los hombres para ser respetados tienen que cumplir su palabra.
—Dile tú mamá —se dirigió Ivana a su madre desesperada —. Dile que no puede condenarme a una vida así, dile que yo solo quiero estudiar y ser una profesional, que no quiero depender de nadie, dile que soy muy joven para casarme —pidió con la cara llena de lágrimas a su madre.
—Sergei, por favor… —su madre intentó hacerlo entrar en razón.
—Sergei nada Yahsa, tú me conoces, tú sabes como soy, y si Ivana no quiere cumplir mi orden tendrá que irse de la casa.
—De acuerdo papá, me iré de tu casa, pero algún día, algún día te arrepentirás —gritó Ivana llorando.
—Pero sin nada Ivana, de mi casa no te llevas nada, ni siquiera tu ropa que he pagado yo.
Ivana salió llorando de la habitación, no sabía qué hacer, prefería irse quién sabe a dónde antes de casarse con el hombre que le había impuesto su padre. Sin pensarlo siquiera abrió su portátil, y compró un billetes antes de que su padre le cancelara la tarjeta, no miró nada, solo sabía que el próximo vuelo a Ámsterdam salía en cuatro horas y en ese avión ella se pensaba subir.
No sabía cómo habían llegado a ese punto, a su padre siempre lo consideró un ser racional, era quien llevaba los pantalones en casa, pero ella lo creía justo, no entendía cómo podía estar de acuerdo en casar a su única hija con un hombre que incluso era más viejo que él, pensaba que se había vuelto loco o que detrás de todo había algo que ella no sabía.
Su madre debía estar sufriendo, ella quería ayudarla, pero con su padre no tenía posibilidades. Su madre era de carácter débil, siempre había hecho lo que dictaba su padre, Ivana no quería ser así, quería labrarse un futuro, un destino donde solo fuera ella la única responsable de su vida. Jamás se casaría con alguien sin amor, ella siempre había sido una romántica y sabía que el verdadero amor existía, que solo había que tener la templanza de esperar hasta encontrarlo.
Ivana siguió llorando, sentía pesar por todo lo que pasaba, está muy unida a su madre y no quería dejarla sola a merced de su padre, él nunca la había tratado mal, pero quizás al saber que se había
marchado y que no pensaba cumplir sus órdenes tenía miedo de que se ensañara con ella.
Siempre habían sido una familia acomodada, ricos no, pero nunca les había faltado nada, su padre se preocupaba por traer a casa todo cuanto se necesitaba. Ivana nunca había sabido lo que era pasar hambre o frío, siempre había tenido una casa donde cobijarse o calentarse cuando lo necesitaba
— ¡Hija, no te vayas! —rogó su madre entrando a la habitación.
— ¿Qué quieres madre? ¿Prefieres verme casada con un hombre que puede ser mi abuelo? No lo voy a hacer mamá, mi padre no puede obligarme a ello.
—Pero puedo convencerlo, no te vayas, ¿qué voy a hacer yo sin ti? — preguntó Yahsa llorando.
—Cuidarte mamá, eso es lo que tienes que hacer y cuidarlo a él, no sé qué le pasa a papá, él no es así.
—Es lo mismo que me pregunto yo, por eso sé que las cosas se pueden arreglar, sin que te tengas que ir.
—No mamá, cuando el señor Sergei dice algo, es su ley, tú lo sabes, no te engañes, además yo tengo que aprender a vivir mi vida, algún día tengo que hacerlo y este es un buen momento, quiero seguir estudiando, trabajando, ya no quiero que me deis nada.
—Así no debe ser hija, tú siempre serás mi niña.
—Y tu mi madre, la única que tengo y a la que adoro —Yahsa, salió de la habitación con los ojos inundados de lágrimas no concebía que su hija se fuera, no sabía a dónde iría, si estaría bien, si pasará hambre o frío. Su marido era un desalmado y con esa rabia que la consumía se dirigió al despacho donde estaba sentado con un vaso de vodka al que le daba pequeños sorbos, mientras el tabaco que tenía en la otra mano se consumía sin que se lo llevara a la boca.
—Me vas a explicar qué es lo que pasa, ¿por qué quieres casar a Ivana con ese hombre?
—Solo te puedo explicar que hice una promesa y me están obligando a cumplirla, si no la puedo cumplir es porque mi hija ha desaparecido y prefiero que desaparezca ella por sus propios medios a que otros la hagan desaparecer.
— ¿Qué me estás contando? ¿En qué m****a estás metido? —pregunto Yahsa asustada.
—Confórmate con lo que te acabo de decir —Sergei apagó el tabaco y se tomó un último trago de vodka para luego levantarse de la silla —. Cuando regrese ella no debe estar aquí y si lo está es para casarse con Petrov.
— ¿En qué te has convertido Sergei? no te reconozco.
—Muchas veces ni siquiera yo me reconozco, pero no te puedes quejar, nunca te ha faltado nada, has tenido al mejor esposo, al mejor padre, una de las mejores casas de Samara, pero a cambio de eso no me reconozco —respondió con voz triste. Se dio la vuelta y salió de la casa. Yahsa se quedó allí llorando y pensando que ella nunca ha pedido nada, que ella solo ha querido ser feliz junto a su familia, junto al hombre que una vez eligió como esposo y padre de su hija.
Yahsa era una mujer elegante y hermosa, tenía unos cuarenta y cinco años, llevaba casada con Sergei veinticinco. Su felicidad se completó cuando nació Ivana hacía veintidós años, siempre han sido un matrimonio unido, donde todo era consensuado, pero de un tiempo a esta parte su marido cambió, ya no era el mismo, ella le preguntaba muchas veces, pero el solo daba vagas respuestas.
Con lo que le había dicho entendió que su hija se tenía que ir, ella no pensaba detenerla, había entendido perfectamente el significado de lo que traía encerrada las palabras de Sergei y prefería saberla lejos, pero a salvo.
—Toma hija, esto lo puedes necesitar —Yahsa entregó a Ivana un sobre con dinero cuando ella salió de la habitación con tan solo una mochila, no se llevaba casi nada, solo un par de vaqueros, camisetas y un poco más, el ordenador y el móvil, al que pensaba sustituir la tarjeta en cuanto llegara.
—No mamá, quédatelo tú, lo puedes necesitar —pidió Ivana rechazando el sobre con dinero que le estaba dando su madre.
—No, es para ti, si te lo llevas yo estaré más tranquila, esto te puede ayudar hasta que encuentres un lugar y un trabajo, por favor tómalo.
—Gracias mamá, te prometo que te llamaré para decirte que estoy bien.
—Sé que lo harás, yo estaré esperando esa llamada.
—Te quiero, dile a mi padre que, a pesar de todo, lo quiero.
—El también hija, eso no lo dudes nunca.
Ivana Ivanov salió de su casa. Cuando estaba en medio de la calle se quedó mirando la fachada, de la que había sido su hogar desde que nació, allí había vivido los mejores momentos de su vida, se había sentido querida, protegida. Dentro de esas cuatros paredes siempre sintió que no le faltaba nada, todo lo tenía dentro. Ahora no sabía qué le deparará el futuro, pero esperaba hacerlo lo mejor que le habían enseñado.
Llegó al aeropuerto de Schiphol en Ámsterdam unas horas después, estaba perdida, no sabía qué hacer, a dónde iría, solo sabía que ya no estaba en Samara, en su ciudad, en su país, en su casa, que ya no tenía el abrigo de su familia, que a partir de ese momento estaba sola, que era ella contra todos, pero estaba segura de que sabría defenderse, lo haría con uñas y dientes si era preciso. Por lo que no se acobardó y cogió el tren que la llevo a la estación central, cuando llegó allí salió a la calle a buscar algo barato para hospedarse.
Tan solo había pasado un año de aquella fatídica noche en que todo cambió para Hibrand, su vida no ha sido, ni será nunca la misma Tardó unos cuantos meses en estar totalmente recuperado de las lesiones de su cuerpo, pero las del alma las llevaba tan tangible como la puta vida. Nunca podrá entender como la vida que pensaba que tenía medianamente organizada se le pudo ir por la borda en un segundo. Nada es ni podrá ser igual, porque ha habido muchos cambios en su vida, empezando por su casa, la cual fue adaptada para que su mujer pudiera ir con la silla de ruedas, pero ese no fue el cambio más significativo que ha tenido, sino la transformación de ella, su mujer.— ¿A qué hora llega la imbécil de la enfermera? —preguntó manipulando su silla de ruedas. Hibrand se quedó viéndola y se preguntó, &iqu
—Esta será tu habitación, es pequeña, pero es lo único que me queda libre, si algunas de las chicas abandonan la suya te prometo que te cambio —informó la casera de Ivana. Le costó mucho encontrar piso para compartir en Ámsterdam, después de una semana buscando y durmiendo en pensiones baratas, por fin encontró, la zona no le gustaba mucho, pero es lo que había, porque a partir de ese momento era la arrendataria de una habitación en una cuarta planta sin ascensor de la calle Bloedstraat Centrum, o lo que es lo mismo una de las calles más transitada del barrio rojo de Ámsterdam.— ¡Gracias! aquí estaré cómoda, ahora solo me falta encontrar un trabajo —respondió Ivana a su casera — ¿Sabe usted donde necesiten a alguien para trabajar? hablo ruso e inglés.—Aqu&
Los campos de tulipanes de Brouwer Holanda estaban ubicados al sudeste de Ámsterdam, específicamente en Haarlem, era donde mejor se daban las condiciones de todo Ámsterdam por la combinación de arenas y tierra arcillosa. Hibrand se levantó temprano y se fue directamente al campo. Estábamos en el mes de abril y era cuando los bulbos empezaban a florecer, era todo un espectáculo, se podían ver campos y campos de tulipanes de diferentes colores. A Hibrand le gustaba ver personalmente sus campos, y como solo tardaba treinta minutos de Ámsterdam a Haarlem lo hacía todos los días muy temprano, la cosecha ya la tenía vendida a los inversores con los que firmó el contrato el año pasado.Si por él fuera, se quedaba allí todo el día disfrutando de ese espectáculo, porque ver sus campos llenos de tanto col
Ivana estaba desesperada, ya no sabía qué más hacer para encontrar trabajo, a todos los sitios que iba le pedían lo mismo; papeles en regla, ella no los tenía, porque entró a Ámsterdam como turista y se había quedado. Otra cosa que le pedían era la experiencia, tampoco tenía porque nunca había trabajado. Ese había sido el peor día, estaba muy deprimida, ya no le quedaba dinero ni siquiera para comer, y la habitación tenía que pagarla en un semana, sus amigas Edurne y Malenka habían tratado de animarla y le decían que no se preocupara que donde comían dos, comían tres, pero ella sabía que eso no lo podía hacer, que no podía abusar de la amistad de esas chicas que se habían portado tan bien con ella.Un par de veces se le había pasado por la cabeza regresa
Había pasado una semana desde que Heleen hizo creer que se tomó el frasco de pastilla, todo lo hizo por llamar la atención, porque si se las hubiera querido tomar nadie se lo habría impedido, y ahora quizás, sería otra la historia. Al otro día salió del hospital como si nada, sin arrepentimientos. Hibrand fue a recogerla, porque no fue capaz de dejar que se fuera en un taxi, su conciencia no se lo hubiera permitido. Ella seguía en las mismas, dando órdenes, peleando, insultando, haciendo infeliz la vida de las personas que la rodeaban, parecía que era lo que más disfrutaba.Hibrand buscó a un psicólogo que le recomendaron para que fuera a casa y los ayudara, porque él pensaba que también necesitaba ayuda, para sobrellevar toda la situación y para poder aguantarla, pero ella lo echó, en cuanto puso un pie en la ca
Hibrand estaba dando vueltas sin rumbo fijo, mientras pensaba en la mierda en que se había convertido su vida, en el comportamiento de Heleen, sabía que el hecho de que esté en una silla de ruedas no justificaba su actitud, no tenía iniciativa de nada, no hacía nada con su vida, todo el rato se lo pasaba culpándolo a él de su desgracia, y ya estaba cansado, agotado, ya no le quedaba nada que dar, ella se lo había quitado todo, no tenía ni amor, ni odio, ni rencor, ella lo ha dejado vacío, agotado.Sin darse cuenta llegó a las inmediaciones del barrio rojo, tenía siglos que no visitaba esos lugares de noche. Antes de casarse se dejó caer alguna que otra noche, solo a mirar y caminar, porque nunca le hizo falta ir en busca de sexo, ese lo tenía donde quisiera, así que al barrio nunca había ido en busca de nada.
Hibrand iba conduciendo despavorido, quien lo viera pensaría que había cometido una infracción y estaba huyendo de la policía, pero la realidad era que huía de sí mismo, no entendía qué había pasado, solo sabía que acababa de tener el mejor sexo de su vida y lo había obtenido de una puta del barrio rojo, de la que no sabía ni su nombre, tampoco es que le interesara, lo único que tenía claro es que era una preciosidad, y joven, la chica no debía pasar de veintidós o veintitrés años como mínimo.De repente se dio cuenta de que había hecho lo que pensó que jamás haría; faltar a su matrimonio, pero no sentía ningún remordimiento, y eso era lo que peor lo hacía sentir; no sentirse culpable por haber sido infiel a su muj
(Samara, Rusia)Sergei Ivanov, estaba descansando en su casa, recuperándose de la paliza que mandó a propinarle Petrov, uno de los rusos con más dinero de Samara; dinero ilícito que había obtenido de diversos negocios, como la trata de blanca, transporte ilegal de todo tipo de mercancías o contrabando, así como de un sin números de burdeles que funcionaban al margen de la ley.Sergei lo conocía desde hacía muchos años, quizás desde cuando no tenía nada y era tan solo un pobre diablo. Había hecho algunos negocios con él, nunca se había metido tan hondo como Petrov, porque siempre pensó en el bienestar de su familia. Siempre ha sabido cual es el límite y hasta dónde era capaz de llegar. Los negocios que había hecho con Petrov habí