Había pasado una semana desde que Heleen hizo creer que se tomó el frasco de pastilla, todo lo hizo por llamar la atención, porque si se las hubiera querido tomar nadie se lo habría impedido, y ahora quizás, sería otra la historia. Al otro día salió del hospital como si nada, sin arrepentimientos. Hibrand fue a recogerla, porque no fue capaz de dejar que se fuera en un taxi, su conciencia no se lo hubiera permitido. Ella seguía en las mismas, dando órdenes, peleando, insultando, haciendo infeliz la vida de las personas que la rodeaban, parecía que era lo que más disfrutaba.
Hibrand buscó a un psicólogo que le recomendaron para que fuera a casa y los ayudara, porque él pensaba que también necesitaba ayuda, para sobrellevar toda la situación y para poder aguantarla, pero ella lo echó, en cuanto puso un pie en la casa hizo que se fuera.
— ¡Fuera de mi casa! no estoy loca, solo estoy lisiada ¡imbécil! —al psicólogo no le quedó más remedio que escapar, pensó que esa mujer era capaz hasta de caerle a golpes desde su silla.
—Heleen, ¿qué pretendes? necesitamos ayuda, tenemos que salir adelante de todo esto, por favor —imploró Hibrand agachándose a su altura y sosteniendo la silla por los reposabrazos.
— ¿Qué? ¿Ahora te quieres hacer el mártir? ¿Quieres hacerme sentir que aquí la cabrona soy yo? —preguntó ella inquisidora.
—Heleen es que no se trata de buscar culpables, eso no nos ayudaría, se trata de que cambies tu manera de proceder y que salgamos de este bache.
— ¿Llamas bache a quedarte paralítica? ¿A hacer de esta m*****a silla de ruedas tu punto de partida y también de regreso? —preguntó con sarcasmo.
» Mi manera de proceder cambió hace tiempo, cuando me dejaste en esta silla, gracias a ti jamás voy a caminar, jamás voy a salir de este ¿bache? pero claro, nunca lo entenderías, no eres tú quien no podrá tener hijos, no eres tú quien está aquí sentado, no es a ti a quien tienen que ayudar a ducharse, a vestirse, no eres tú quien jamás hará una entrada triunfal en ningún sitio, si acaso lo hará la silla, pero yo no.
— ¿Eso es lo que más te importa? ¿No poder hacer las mismas cosas que hacías antes? si es así, hace tiempo que dejé de conocerte, ¿a quién diablos le debe importar si entras andando o en una silla de ruedas?
—Claro, como no es a ti a quien miran con lastima.
—Pero es que eres tú misma quien hace que te tengan lastima, sentada ahí, sin hacer nada joder, haz algo, intenta levantarte, intenta ir con el fisio, si no andas, que no quede porque no lo intentaste, pero ahí en esa silla llenándote de tanto rencor lo único que vas a conseguir es el rechazo de las personas que estamos a tu lado.
— ¡Fuera de mi vista, te odio! —gritó Heleen mirándolo con rencor.
—¿Sabes qué? lo peor, es que lo sé, sé que me odias, porque si no fuera así, no me harías tan desgraciado —Hibrand se fue a su habitación, no estaba enfadado, estaba triste, triste por él, por ella, por su matrimonio, por la m****a de vida que llevaba.
Se cambió de ropa y salió a correr, necesitaba hacerlo, esa noche más que nunca lo necesitaba, porque quizás en esa carrera se sintiera libre, libre de tanta m****a y tanta opresión en su pecho.
Cuando regresó se quitó la ropa de deporte y se metió a la ducha, hacía frío, pero no lo sentía. Dejó que el agua fría cayera sobre su cuerpo, que se llevara toda su vida, pero sabía que no lo haría, porque ojalá y fuera tan fácil, ojalá y el agua pudiera llevarse ese año, ese accidente y todo lo que había tenido que vivir. Estaba seguro de que en cuanto saliera de esa ducha, todo se repetirá.
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Para Ivana era muy difícil entender cómo podía convivir la industria sexual y los vecinos que tenían fijada su casa en ese barrio. Era muy normal, ver a una chica saliendo de su casa con poca ropa a realizar su trabajo en los vitrales, como ver a una familia llevar sus hijos al colegio, pero ella se había documentado y todo lo que pasaba era legal, eso la dejaba más tranquila, porque encima de que no tenía papeles no quería que la llevaran a la cárcel por estar haciendo algo que esté fuera de la ley.
Era viernes y era el día señalado para convertirse en una chica detrás del vitral o en una p**a, el nombre no hacía la diferencia estaba muy nerviosa, tenía encima de la cama un modelito que le había comprado Malenka, le había dicho que era un regalo para su primer día, que los demás se los tendrá que comprar ella.
De solo ver el dichoso modelito estaba temblando, eso no se lo ponía ni siquiera para ir a la playa, el de la playa tenía un poquito más de tela, a este le faltaba. Era una especie de tanga con encajes y un sujetador que… sujetar, solo lo hará en los pezones, en color rojo burdeos. No sabía si será capaz de ponerse eso y estar allí de pie en una pose sexi, delante de tantas personas desconocidas.
—Samaritana, ¿ya estás preparada? tienes que estar en tu vitral en media hora.
—No, no lo estoy, creo que nunca lo voy a estar —respondió cuando Malenka abrió la puerta de su habitación —. Porque no sé si seré capaz de ponerme una cosa que no me la he puesto ni siquiera por debajo de mi ropa, cuanto más para dejar que millares de personas fijen sus ojos en mí.
—Mira Ivana —cuando Malenka se ponía seria la llamaba por su nombre —. Yo pensaba igual que tú, pero la vida me ha enseñado a sobrevivir en un país que no es mío, en una ciudad moderna, una ciudad liberal, aquí no existe lo prohibido, los límites lo ponemos nosotras, solo tú sabes hasta dónde puedes llegar, tu límite eres tú.
—Gracias, Malenka, pero también pienso en mis padres, si se imaginan lo que estoy a punto de hacer, me convertiré en la hija p**a desterrada.
—Pero según lo que nos ha contado, ya tu padre lo ha hecho Ivana, ya él decidió no tenerte a su lado, ahora te toca mirar por ti, vivir por ti, ser feliz dentro de tus limitaciones, no te preocupes lo que diga o piense la gente, ya bastante te ha costado encontrar tu sitio.
—Llevas razón, yo tengo que salir adelante como sea.
— ¿Nos vamos? Edurne se ha adelantado, ha entrado una hora antes hoy, los viernes es cuando más movimiento hay —aclaró Malenka echando mano de su bolso.
–Vamos.
El vitral de Ivana quedaba a nivel de la calle Bloedstraat Centrum había vitrales que quedaban un piso más arriba, pero que los viandantes podían ver perfectamente a la persona que los ocupaba. Afortunadamente el que ocupará Ivana quedaba en el mismo edificio del que ocupaba Malenka, de hecho, solo había una puerta, podían hablar cuando quisieran. Esto significaba que ambas serán vecinas de vitral y compañeras de piso, este hecho dejaba mucho más tranquila a Ivana, podría ver la forma de Malenka comportarse con los clientes y ella intentará imitarla.
La cabina era en color rojo, eran dos espacios; el de delante solo tenía un cristal que ocupaba casi toda la fachada, dejando tan solo una pequeñísima puerta para poder acceder dentro, donde solo había una banqueta que era usada para que la chica se sentara cuando estuviera cansada de estar de pie, un pequeño calefactor de corriente para calentarla cuando hiciera frío. El segundo espacio era otra habitación igual de pequeñita con una especie de cama que era tan solo un cuadro con su colchón y sábanas rojas. La decoración de la habitación estaba compuesta por espejos, los cuales eran usados más allá de un instrumento de belleza, era la herramienta para explorar el erotismo al máximo nivel. A todo esto, también había que agregarle una serie de artilugios colocados estratégicamente, que Ivana se imaginaba eran para realizar las prácticas sexuales. Todo la ponía muy nerviosa. Rogaba que su primer cliente, si es que lo tenía no se diera cuenta de lo novata que era.
En una mesita al fondo había preservativos, papel, gel, y dos penes de silicona, gracias a Dios estaban en su estuche, Ivana se imaginaba que todo esto lo había proporcionado el que alquilaba los vitrales, porque ella no había comprado nada, rogaba que nada estuviera usado, pero también rogaba no tener que usarlos, por lo menos esa noche.
—¡¡¡Dios ayúdame!!! —de sobra sabía que ningún Dios la podía ayudar, que de la única manera que podía librarse de ese trabajo era rezando en una iglesia y este lugar podía tener alguna similitud con lo que queramos, pero menos con una iglesia y los hombres que lo visitaban venían necesitados de sexo, no feligreses de una congregación.
— ¿¡En qué diablos me he metido!? —se preguntaba al borde del llanto.
«No tienes que llorar Ivana, es esto o morirte de hambre, tu elijes»—se respondió ella misma empezando a quitarse la ropa.
Se quitó todo y solo se dejó el prospecto de tanga, y el sujetador, también se dejó los zapatos de plataforma que le había dejado Edurne, tenían el mismo pie, Malenka tenía un número más. Con timidez y modestia salió de la pequeña habitación hasta el vitral, echó una mirada de reojo para observar que por la calle estaban pasando cientos y cientos de turistas, y quizás no turistas, pero que visitaban el barrio.
Por más de quince minutos, quería que viniera un vendaval y que lo arrastrara todo, a ella la primera, y que la enterrara en la tierra tan, pero tan profundo que nadie la pudiera encontrar. Se le pasó por la cabeza irse a la cama roja, acostarse y llorar, llorar hasta que ya no le quedaran lágrimas, pero también lo desechó, aguantará, y por esta noche será la chica detrás del vitral, nadie tenía porque saber que se estaba muriendo por dentro.
La gente pasaba y sacaba su teléfono para hacer fotos, afortunadamente Malenka le hacía señas, que estaba prohibido, que miraran el cartel y guardaran sus teléfonos de nuevo, esto le saco una respiración, habían pasado veinte minutos que a Ivana le parecieron horas o días.
—¡¡¡Guapa!!! —gritaron unos chicos que estaban pasando en ese momento, esto hizo sentir a Ivana un poco más confiada, hasta que empezó a relajarse, veía que a los ojos del mundo todo era normal, era normal que ella estuviera delante de un vitral exponiendo su cuerpo como una mercancía, como un género listo para vender al mejor postor. En esa ciudad todo estaba permitido, ¿será por eso que el papa no la visitaba? Se preguntó ella.
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Hibrand estaba sentado bajo la ducha, después del impacto del agua fría reguló los grifos para que saliera caliente, no sabía cuánto tiempo llevaba allí dejando que el agua le cayera encima, llevaba tanto, que el agua se había enfriado hacía rato, decidió salir, porque si no, pillará una neumonía y no se podía permitir enfermar en ese momento. Salió del baño con una toalla envuelta a la altura de su cadera y con otra se secaba el cabello, la intención era ponerse un pijama, agarrar un buen libro y encerrarse en su cuarto a leer. Desde el accidente él y Heleen dormían en habitaciones separadas, una noche no aguantó más sus insultos y se adueñó de una de las tantas que estaban vacías esperando llenarlas de críos, con esa intención compró esa casa, pero eso nunca podrá ser.
—Señor, ¿la señora pregunta si baja a cenar? —preguntó Drika detrás de la puerta.
—No tengo hambre Drika, pero ahora bajo y le hago compañía —no quería comer nada, pero bajará y estará con ella, quizás en la cena olvide los insultos.
—De acuerdo señor.
En vez de ponerse un pijama, decidió vestirse con unos vaqueros, una camiseta cualquiera y unas zapatillas converse, era un contraste fuerte del hombre que vestía todos los días de traje, casi nunca tenía oportunidad de ir en vaqueros, pero sería de mal gusto bajar en pijama. Hibrand ni siquiera se había mirado al espejo, era un hombre muy grande de estatura, guapísimo, un hombre que por donde pasaba, las mujeres volteaban a verle. No era el típico neerlandés blanco y de ojos verdes, más bien los suyos eran azules buscando tonos grises, tenía la piel curtida por estar horas al aire libre en el campo. En lo único que se parecía a un neerlandés era en el tamaño, medía uno noventa.
—Sírvele al señor —pidió Heleen a la señora de la cocina.
—No, gracias, no voy a cenar, solo he venido a hacerte compañía —informó Hibrand en tono amable.
— ¿Yo te he dicho que necesito compañía?
—No, pero si estoy en casa, no te voy a dejar cenar sola.
—Es lo que hago siempre, comer sola, cenar sola, vivir sola, estar sola sentada en esta p**a silla, así que no seas tan condescendiente Hibrand.
—Me vuelvo arriba —dijo levantándose, no quería seguir discutiendo.
—Anda ve, escóndete como un cobarde, después de todo ¿qué se puede esperar de ti? me dejaste en esta silla, mataste a nuestro hijo y no tienes las agallas de reconocerlo.
— ¿Sabes qué? me voy, pero no a mi habitación como hago noche tras noche esperando que tú me necesites y que te arrepientas de todos tus insultos, me voy a la calle, quizás allí encuentre la paz que no tengo en esta casa.
Dicho y hecho, Hibrand agarró su chaqueta, la llave de su Bentley, que era otro diferente al del accidente y salió de su casa, solo escuchaba los gritos de Heleen llamándolo, pero él no hizo caso, solo atino a taparse los oídos para no escucharla, porque sencillamente ya no quería escucharla.
—¡¡¡Hibrand, no te atrevas a marcharte!!! ¡¡¡Ven aquí!!!
Hibrand estaba dando vueltas sin rumbo fijo, mientras pensaba en la mierda en que se había convertido su vida, en el comportamiento de Heleen, sabía que el hecho de que esté en una silla de ruedas no justificaba su actitud, no tenía iniciativa de nada, no hacía nada con su vida, todo el rato se lo pasaba culpándolo a él de su desgracia, y ya estaba cansado, agotado, ya no le quedaba nada que dar, ella se lo había quitado todo, no tenía ni amor, ni odio, ni rencor, ella lo ha dejado vacío, agotado.Sin darse cuenta llegó a las inmediaciones del barrio rojo, tenía siglos que no visitaba esos lugares de noche. Antes de casarse se dejó caer alguna que otra noche, solo a mirar y caminar, porque nunca le hizo falta ir en busca de sexo, ese lo tenía donde quisiera, así que al barrio nunca había ido en busca de nada.
Hibrand iba conduciendo despavorido, quien lo viera pensaría que había cometido una infracción y estaba huyendo de la policía, pero la realidad era que huía de sí mismo, no entendía qué había pasado, solo sabía que acababa de tener el mejor sexo de su vida y lo había obtenido de una puta del barrio rojo, de la que no sabía ni su nombre, tampoco es que le interesara, lo único que tenía claro es que era una preciosidad, y joven, la chica no debía pasar de veintidós o veintitrés años como mínimo.De repente se dio cuenta de que había hecho lo que pensó que jamás haría; faltar a su matrimonio, pero no sentía ningún remordimiento, y eso era lo que peor lo hacía sentir; no sentirse culpable por haber sido infiel a su muj
(Samara, Rusia)Sergei Ivanov, estaba descansando en su casa, recuperándose de la paliza que mandó a propinarle Petrov, uno de los rusos con más dinero de Samara; dinero ilícito que había obtenido de diversos negocios, como la trata de blanca, transporte ilegal de todo tipo de mercancías o contrabando, así como de un sin números de burdeles que funcionaban al margen de la ley.Sergei lo conocía desde hacía muchos años, quizás desde cuando no tenía nada y era tan solo un pobre diablo. Había hecho algunos negocios con él, nunca se había metido tan hondo como Petrov, porque siempre pensó en el bienestar de su familia. Siempre ha sabido cual es el límite y hasta dónde era capaz de llegar. Los negocios que había hecho con Petrov habí
Hibrand llegó a su casa después de salir del piso de Licelot, estaba muy calmado, aunque pareciera mentira estaba lleno de una tranquilidad inusual, sin remordimientos, sin culpas, solo era un hombre casado con una mujer amargada y que ella lo culpaba de estar en una silla de ruedas, un hombre que había salido sin rumbo fijo para desconectar por unas horas de la vida de m****a que le había tocado, un hombre que se había ido de putas y se había follado a una detrás de un vitral sin planificarlo, por lo demás, todo bien. — ¿De dónde cojones vienes a estas horas? —le parecía mentira que le preguntara, pero él no contestó, sabía que si lo hacía empezaran de nuevo a discutir y esa noche él estaba por encima de las peleas. —Buenas noches Heleen, deberías irte a la cama, ya soy grandecito para que te preocupes por mí —siguió caminando hasta su alcoba, subió por las escaleras. Después del accidente mandó a que in
La ciudad de Ámsterdam es el máximo ejemplo de lo que puede ser capaz el ser humano, construida sobre el agua, hecho que ha llevado a sus habitantes a vivir en constante movimiento. Goza de una arquitectura con lujosas mansiones junto a los canales y fachadas al estilo gablete. Hace muchos años fue una ciudad de mercaderes que venían en busca de placer. Hoy ofrece lo mismo a sus visitantes; sexo puro y duro al más alto nivel. En el barrio rojo hay para todos los gustos, desde sexo en vivo, máquinas expendedoras de sexos, en donde echas algunas monedas y aparece una chica como incentivo, porque si quieres estar con ella tienes que pagar mucho más que unas moneditas.Ivana estaba situada en su vitral, llevaba puesto un modelito en color rojo que le tapaba un poco más que el que llevaba la vez anterior, consistía en un corsé que le llegaba hasta la altura del ombligo y u
Se ducho y salió del baño envuelta en una toalla, él seguía sentado en el sillón donde ella lo dejó hacía unos minutos, pero estaba totalmente desnudo y su pene medio levantado, ninguno dijo nada, no había necesidad, las palabras salían sobrando, ella se agachó delante de sus piernas y empezó a masturbarlo mientras lo miraba, él le pasó sus dedos por los labios, sin palabras le dijo que quería sus labios en vez de su mano, que quería que lo hiciera sentir que estaba vivo, así que sin palabras se entendieron, solo con la mirada.Ivana hizo caso a la inexistencia de palabras, sin dejar de mirarlo llevó su pene a la boca y empezó a lamer, Hibrand apenas emitía algún gruñido, esperaba que ella hiciera eso, que se llevara su pene a la boca, es lo que más deseaba, sentir lo mismo que sin
Había pasado casi dos semanas desde que Hibrand e Ivana estuvieron juntos en el hotel Krasnapolsky, si ella no hubiese estado allí y participado en los preludios sexuales con él, podía hacerse a la idea de que solo fue un sueño, pero no, si en algún momento su mente quería jugarle una mala pasada estaba el dinero que le dejó pagándole su servicio, dinero que lo tenía guardado, sabía que no podía estar gastando como loca, porque estaba sola y tenía que sobrevivir porque no siempre sería puta, un día deseaba salir de todo eso y ser solo Ivana, sin el sobre nombre de la puta detrás del vitral. Quizás fuera una quimera, un delirio producto de su mente, pero en ese sueño ella no se veía puta, eso lo tenía claro.Después de esa noche Hibrand no había vue
Hibrand se quedó observando la habitación, era muy sencilla, con lo básico, pero todo estaba en su lugar, si alguien que lo conociera lo viera, seguro que pensaría que se la había ido la chaveta, porque; analicemos la situación; él un hombre que siempre lo había tenido todo, que nunca había tenido que recurrir a una puta, que las mujeres se peleaban por él, estaba detrás de una que se buscaba la vida detrás de un vitral, para follarsela por tercera vez, mientras que en casa tenía una mujer que no lo era como tal, «las cosas claras» pensó burlón, porque su mujer desde hacía tiempo que había dejado de serlo, para ser exacto después del accidente del que ella lo culpaba.Ivana dio un paso atrás, quería observar su habitación desde los ojos de Hibrand, pero