DEBBY
Observo mi reflejo en el espejo del cuarto de baño. Nunca he sido una persona vanidosa; sin embargo, no puedo evitar pensar que esta vez me gusta el resultado que veo. Han pasado dos meses desde mi cumpleaños, dos meses en los que he estado haciendo todo lo posible por evitar al innombrable. Solo de pensar en lo desafortunada que fui esa noche me da escalofríos.
—¿Estás lista? —La voz de América, del otro lado de la puerta, me saca de mi ensimismamiento.
—¡Claro que sí! —exclamo.
Echo un último vistazo y apruebo lo que veo.
—Tardas demasiado —refunfuña mi amiga.
—No hagas tanto drama; mejor dime, ¿te has encargado de Madeline? Porque si quieres, puedes ir sola en representación de ambas y yo me quedo a cuidar de ella —propongo con un atisbo de esperanza.
—Ni lo pienses —frunce el ceño—. ¿Qué ocurre? Últimamente llevas un tiempo buscando excusas para no asistir a los eventos de nuestra empresa de maquillaje.
Tenso el cuerpo.
—No es cierto —miento, evitando su mirada.
América no sabe muchas cosas de mí, y así debe seguir. Madeline y el hijo de puta de Bryce son lo más importante para ella; embarrarla con mi pasado no es una opción.
—No sé por qué… pero, ¿tiene algo que ver con Rupert Jones?
El escuchar ese nombre hace que el ácido se me suba por la garganta.
—No es eso, solo…
—¿Listas? —Bryce irrumpe en el baño de mujeres como si nada.
Sus ojos van directos a América; el desgraciado se la come con la mirada y me parece que soy yo la que estorba aquí.
—Bueno, los veré abajo —murmuro.
No espero a que ellos dos se coman como siempre suelen hacer. Mientras bajo las escaleras, observo todo a mi alrededor. Hace dos meses soñaba con encontrar a alguien que me mirara como Bryce mira a América; ahora, solo quiero estar sola y vivir en paz, sin drama, sin ningún imbécil que trate de meterse entre mis piernas.
Al entrar al auto, los nervios me congelan. América y Bryce no tardan en entrar, y en el resto del camino intento mantener mi mente fría. Tengo un mal presentimiento, pero tengo un plan, y ese es estar solo dos horas y marcharme.
Cuando llegamos al evento de gala de nuestra marca, todo marcha a la perfección. Los invitados, empresarios millonarios, muchos acompañados de sus esposas, no dejan de felicitar a América por su matrimonio con Bryce Henderson, mientras que a mí no se cansan de decir lo hermosa que soy.
Cuento las horas y los minutos para poder marcharme, tratando de evitar a cierta persona, cuando la voz de América me regresa de golpe a la realidad.
—Dios, no puedo creer que estemos logrando tanto —su emoción no me contagia.
—Cierto —asiento.
Ella frunce el ceño.
—¿Qué tienes? Desde que llegamos no dejas de mirar a los alrededores —toma mis manos entre las suyas y hago una mueca de desagrado.
—No es verdad.
—Aquí están —Bryce se acerca a nosotras.
Como un imán, rodea la cintura de América, mientras yo sonrío.
—Una noche de buenaventura, sin duda.
La piel se me eriza; la sonrisa que dibujé en mi rostro se desvanece, dejo de respirar. Rupert Jones saluda a América y dejo de escuchar lo que dice. Su cabello oscuro está perfectamente peinado, y sus ojos verdes hacen contraste con su tez clara y su traje negro con corbata azul. El imbécil se ve tan apuesto que soy consciente de las miradas femeninas que roba.
—No pensé que vendrías —le dice América—. No suelen ser la clase de eventos a los que asistirías.
—No lo son, pero Bryce ha insistido tanto que no tuve más opciones.
«Mierda, tengo que alejarme».
—Debby, ¿te sientes bien? —me pregunta América con el rostro lleno de preocupación—. Parece que has visto a un fantasma.
Espabilo.
—Estoy bien; si me disculpan, tengo algo que hacer —trago grueso.
Ni siquiera me molesto en despedirme o saludar al innombrable, solo me alejo de ellos. No me siento bien; todo me da vueltas y tengo que detenerme en la mesa de postres, sosteniéndome de los bordes.
—¿Por qué siento que me estás evitando y lo estás haciendo muy evidente?
Mi corazón se detiene al escuchar la voz de Rupert a mis espaldas. El mareo persiste, aunque con menos intensidad.
—No sé de qué hablas —trato de no mirarlo a los ojos.
Él se coloca a mi lado, con las manos en los bolsillos.
—Siempre has olido a mentiras, desde que te conozco —afirma con seguridad.
Me muerdo el labio inferior.
—Bueno, pues te recomiendo que te alejes de mí —siseo—. Si me disculpas…
Intento marcharme de nuevo cuando tiene el atrevimiento de tirar de mi brazo y detener mi paso. El diablo me ha tocado.
—Estás extraña —expresa con un rostro inexpresivo.
—No sé de qué hablas.
—No me miras.
—No quiero mirarte.
—¿Por qué?
Por primera vez, luego de dos meses, levanto el mentón y lo enfrento.
—Vete a la m****a y déjame en paz, idiota —me suelto de él—. Solo hago lo que debí haber hecho desde hace mucho: alejarme de ti.
Rupert no reacciona a mis insultos o palabras; hablar con él es lo mismo que hacerlo con una estatua. Sin vida, sin emoción, nada. A veces me pregunto si realmente tiene un corazón humano y si amará a alguien alguna vez. Joder, lamento desde ya a la mujer que logre hacer que su corazón lata.
—Tienes un brillo extraño en los ojos —su mirada se oscurece.
Quisiera decirle otra cosa, pero el ácido estomacal se me sube por la garganta y las náuseas regresan; llevo días sintiéndome así.
—Jódete —murmuro.
Me doy la media vuelta y me dirijo a paso decidido hacia uno de los cuartos de baño. Cierro con pestillo y vomito en el retrete. No me siento bien; al terminar, me enjuago la boca. Saliendo, América se acerca a paso veloz.
—¿Te encuentras bien? —coloca su mano sobre mi frente—. Rupert me dijo que estabas actuando extraña y te veías mal. ¿Qué es lo que pasa entre ustedes?
Mi cabeza me da vueltas. Tomo una bocanada de aire y me preparo para confesar lo que llevo tanto tiempo ocultando.
—Perdí mi virginidad con él en mi cumpleaños —suelto y las palabras me dejan un sabor amargo.
Ella abre los ojos como platos y palidece al instante.
—¿Tú y él…? Es decir… ¿Los dos están…?
—No, no —niego con la cabeza—. No hay nada entre nosotros. Fue solo… sexo.
América me mira con lástima.
—Bryce dice que él está comprometido.
Algo dentro de mí se quiebra.
—De hecho, acaba de llegar su prometida.
Un escalofrío recorre todo mi cuerpo.
—Y eso no me interesa; te lo dije, fue solo sexo.
—Pero es tu primera vez. ¿Estás enamorada de él?
Quisiera decirle que lo estaba, que de verdad me gustaba, pero que el día de mi cumpleaños no solo perdí mi virginidad de manera brutal, sino también mi corazón, y que no me quedan ganas de volver a enamorarme o entregarle a alguien mis sentimientos de nuevo. Rupert Jones pisoteó mis sentimientos, tomó mi declaración y la tiró a la basura.
—No, no lo estoy.
Sé que ella no me cree, porque sus ojos me lo dicen todo.
—Tenemos que volver —suelta un largo suspiro.
—Estaré bien —le prometo.
—¿Segura?
—Sí, este es nuestro evento; lo llevamos esperando por mucho tiempo.
—Sabes que la marca no sería esto sin tu ayuda, Debby.
—El crédito es de ambas —me esfuerzo por sonreír.
Al regresar al salón, por instinto miro en dirección a donde está Bryce hablando con Rupert. Conforme caminamos hacia ellos, la gente pasa a un segundo plano. Una risa femenina que reconozco me detiene, y es ahí cuando veo a la mujer que se cuelga del brazo de Rupert. El alma se me cae a los pies y el corazón se me detiene.
—Ella es…
—La prometida de Rupert —responde América con el ceño fruncido.
Retrocedo un paso; no, no me puede estar pasando esto. Llevo tantos años oculta de mi familia, tantos años tratando de permanecer en silencio y sin llamar demasiado la atención, como para que ahora venga mi pasado a destruir todo lo que he estado construyendo con mi propio esfuerzo.
—¿Debby?
La imagen de una mujer riendo al lado del témpano de hielo me parece surrealista, hasta que la realidad golpea de nuevo mi vida. Una vez más, es a ella a quien eligen. Rupert me rechazó por esa mujer, su prometida, con quien se va a casar y formar una familia…
—Debby…
—Tengo que irme —digo rápidamente.
—Pero tenemos que hablar con los presentes y darles las gracias.
—Puedes hacerlo sin mí —las manos me tiemblan—. Estaré bien; solo necesito un baño de agua caliente y descansar, lo prometo.
Miro a mi amiga, la única persona que me ha elegido y que siempre me ha ayudado. Sin dudarlo, le doy un abrazo con fuerza.
—Gracias por todo.
—¿Qué?
—Te veré después —me apresuro a decir, antes de que me someta a un nuevo interrogatorio.
Salgo del edificio sintiendo que la vida es una traidora. La brisa gélida golpea mi rostro, pero nada es más frío que lo que corre por mis venas cuando pienso en la causa de mis malestares. Tomo un taxi que me lleva hasta la farmacia más cercana y luego a la casa de Bryce.
Las piernas se me debilitan enseguida. Con cada paso que doy en cada peldaño de las escaleras hasta llegar a mi habitación, el tiempo se hace eterno. Mi móvil no deja de sonar; no atiendo, me voy directo al baño. Veo mi reflejo en el espejo, esperando los cinco minutos más eternos de mi vida.
“Tienes un brillo extraño en los ojos”.
Las palabras de ese desgraciado llenan mis oídos; algo me dice que jamás las voy a poder olvidar. Mis ojos se llenan de lágrimas que trato de retener cuando desciendo la mirada y veo el resultado de la prueba de embarazo. El dolor en mi pecho se intensifica.
—No puede ser… —mi voz se debilita hasta convertirse en un susurro apenas audible.
Es positivo; estoy embarazada. Ni siquiera quiero pensar en el padre de mi hijo, porque solo he estado con un hombre, y ese se va a casar con otra mujer. Pienso en los pros y contras, en todas las opciones que tengo, veo todos los escenarios a los que me enfrentaré, y al final, llego a una sola respuesta.
—Tengo que irme.
Me doy una ducha de agua caliente, me cambio de ropa, escuchando mi móvil a lo lejos. Hago una maleta y reviso que tenga el dinero suficiente en efectivo para desaparecer. Podría decírselo a América; sé que ella y Bryce me ayudarían, pero quedarme implica que Rupert se entere, y temo que él me haga abortar; vería a mi bebé como un obstáculo para su matrimonio.
Así que le haré las cosas fáciles a todos. De ahora en adelante, este bebé es solo mío. Mi hijo no tendrá nunca un padre, pero me tiene a mí, y con eso bastará. Al terminar, agarro mi móvil. Un número desconocido parpadea y frunzo el ceño. Contesto temerosa.
—¿Hola?
—No estás en el evento.
Me dejo caer en una de las orillas de la cama al reconocer la voz del padre de mi hijo.
—¿Te comieron la lengua los ratones?
Estoy a punto de decir algo cuando la voz de su prometida, al otro lado de la línea, termina de romperme.
“Amor, ¿todo está bien? ¿Con quién hablas?”
Los ojos me arden; ella es con quien amanecerá, dormirá, follará y con quien formará una familia. Algo me dice que, aunque supiera que estoy embarazada, nada cambiaría. Él lo dejó claro el día de mi cumpleaños: nunca estaría con alguien como yo.
—Debby…
Cuelgo de inmediato y lanzo el móvil contra el suelo. Le dejo una nota a América; es lo mejor. Ella tiene su propia vida y no pienso hacer que cargue con mis problemas.
Coloco mi mano sobre mi vientre mientras agarro las llaves de mi auto y enciendo el motor.
—Mamá te va a proteger, bebé, lo prometo. Nadie te va a hacer daño como me lo hicieron a mí, ni siquiera tu propio padre.
Y con el corazón destrozado, me voy de San Francisco, dejando atrás mi sueño, la empresa, mi amiga, pero sobre todo, al hombre que pisoteó mis sentimientos y que nunca conocerá la verdad. Este es mi secreto; esta es mi nueva vida, y Rupert Jones, no estará nunca en ella.
DEBBY—La mesa cinco necesita más café. —Enseguida. Muevo el cuello con estrés. Llevo más café para los comensales, un matrimonio joven con un bebé en brazos. La chica le lanza una mirada de desprecio al chico, que no deja de fijarse en mis tetas. Maldición. —Debby, ¿verdad? —él se inclina hacia adelante, con la falsa intención de mirar y leer mi nombre en la placa que llevo a un costado del pecho. —¿Gustan ordenar otra cosa? —inquiero, mostrando la sonrisa falsa que suelo usar en estos casos. —Sí, la verdad es que sí —responde, lamiéndose los labios. Mis ojos se enfocan en la chica que carga al bebé; ella baja la mirada, tragando grueso. Por un segundo, pensé que le diría algo a su marido; me dio la impresión de que quería arrancarme los ojos, pero ahora parece todo lo contrario. —¿Qué desean ordenar? —insisto. No es mi asunto. He sobrevivido porque trato de no meterme en problemas. —Quisiera tu número —expresa el chico, poniéndose de pie. Me congelo al ver que re
RUPERTEl mal genio no se me quita; de hecho, se me pudre más. Muevo el cuello con estrés; odio estar rodeado de gente en eventos que son una farsa como este. Han pasado seis meses desde que me comprometí y, ahora, hace dos horas que salí del maldito Ayuntamiento con documentos legales que me avalan como esposo de Débora Hill, la prima de Debby. Qué ironía.Cuando me presentaron a todas las posibles candidatas, ella era la última en mi lista; sin embargo, ninguna tenía lo que necesitaba: sangre fría y cabeza estable. Ambos sabemos que esto solo es un acuerdo común; no hay amor entre nosotros, nada. Tardé algunos días en descubrir el secreto que ocultaba Debby: es millonaria. Sin embargo, lo que aún no logro entender es por qué escapa de su familia y se hace pasar por pobre; incluso usó otro apellido por un tiempo.De cualquier manera, no me importa. Todo lo relacionado con ella es cosa del pasado, un simple juego de niños que terminó con mi polla bañada en su sangre en su cumpleaños n
DEBBYEl débil impacto de una bola de papel en mi nariz me saca de mi ensimismamiento y me regresa a la realidad.—Veo que estás distraída de nuevo.Levanto la mirada; el hombre de cabello castaño y ojos azules ladea una sonrisa de media luna que hace que todas las mujeres se derritan, menos a mí.—No es verdad —frunzo el ceño, bostezando—. Además, terminé antes; tengo tiempo de sobra.—¿Así es como le hablas a tu jefe? —ríe—. Debería pensar en despedirte.—Puede ser, pero no lo harás —me pongo de pie y estiro los brazos—. Me necesitas, Sebas.Han pasado dos años desde que mi vida dio un giro de ciento ochenta grados, desde que perdí lo que más añoraba y me rompí en mil pedazos, sin dejar espacio en mi vida para alguien más. Dos años desde que Sebastián Winston apareció en mi camino como un maldito ángel.No solo me ofreció su ayuda sin nada a cambio; además, me dio alojamiento, trabajo y comida. Es un buen amigo, el mejor, después de América, claro. Es un abogado reconocido y famoso
RUPERT—¡Ah!Odio escuchar los gemidos falsos de mi maldita esposa; su actuación comienza a fastidiarme. Hace dos años que me casé con la víbora más poderosa de todo San Francisco. La única razón por la cual me uní a esta farsa es porque necesitaba incrementar mi fortuna y obtener el apoyo social y prestigio de Alejandro Hill, el magistrado, político y millonario, tío de Débora.Jamás he tenido fallos en mis planes, solo uno que se me fue de las manos y en el que he estado trabajando durante dos años.—Ah —suelta un suave gemido cuando me derramo en su interior.Un hijo es todo lo que me falta para sellar mi alianza con los Hill; un jodido hijo. Puede que piense con la cabeza fría y sin corazón, pero cuando Débora salga embarazada, ese niño me dará lo que más quiero: poder, prestigio y las armas para derribar a mis rivales. ¿Qué puedo decir? Soy demasiado competitivo.Una vez que obtenga todo lo que deseo, me divorciaré y me haré cargo del niño, pero jamás perteneceré a sus vidas. Des
DEBBYVer el rostro de mi hijo es algo que me llena de paz; lo amo como nunca amaré a nadie. El problema radica en que, desde que acepté regresar al infierno del que he estado escapando, no puedo evitar ver al diablo en su mirada verde. Ana tiene razón: mi bebé tiene el mismo ceño fruncido que el innombrable.—Pareciera que sabe que no estarás a su lado —observa Ana, acercándose y mirando con admiración a mi bebé.—Insisto, su mirada a veces es un poco... —dice, mientras respiro hondo.—Promete que vas a cuidar de él como nunca —la interrumpo. Seguir pensando en a quién no deseo ver hace que me den aguijonazos en el estómago—. Es todo lo que tengo, mi mundo entero.Abrazo a Mateo, quien descansa su cabecita en la curvatura de mi cuello.—Lo juro, niña, no tienes nada de qué preocuparte. Verás cómo esas dos semanas se pasan rápido —me asegura, dibujando una suave sonrisa cálida que me deja un poco tranquila.Podría rechazar a Sebastián; de hecho, toda la noche he pensado en los pros y
DEBBYNo puedo evitar maldecir para mis adentros; a veces, la vida tiene una forma extraña de jugar con mis emociones. El destino se burla una vez más de mí. Mis pensamientos están atrapados en un torbellino de recuerdos de un pasado que me he esforzado por mantener enterrado, pero ahora que me encuentro frente a él, todo se va por la borda. Justo cuando creía que podía relajarme, aparece con su aire despreocupado y su traje negro, que solo resalta el verde intenso de sus ojos, los cuales siguen anclados en mí, estudiando cada uno de mis movimientos como si yo fuera un mono de circo, una atracción extraña. Maldito.Mis pasos se detuvieron al llegar al círculo de hombres que me desnudaban con la mirada; la mayoría de ellos veía mis pechos. «Enfermos».—Un placer conocerlos —rompo el breve contacto visual con él y me enfoco en los demás.—Dios, ¿eres real? —ríe uno de ellos—. Soy Steve Dunts, abogado en Manhattan. Un placer conocerte.—Deberías dejar a este imbécil; yo te pagaría el tri
RUPERTEs interesante cómo las personas tratan de sostener las mentiras durante tanto tiempo. Eso es lo que le ocurre a la rubia que palidece frente a mí. Por el modo y las palabras que empleó hace un momento, pensando que se trataba de Sebastián Winston, llego a la conclusión de que ellos mantienen más que una relación de asistente a jefe.—¿Te comieron la lengua los ratones? —ladeo la cabeza, mirándola con la misma fascinación que el primer día.No me responde, retrocede e intenta darme con la puerta en las narices, pero soy más rápido y lo impido, empujando la puerta y entrando a la habitación.—¿Qué haces? —recupera el habla—. Vete.—Cuánta rabia hay en esos ojos, rubia —siseo—. Y cuánto miedo.Me encargo de asegurar con pestillo la puerta a mis espaldas, mientras ella hace un mediocre intento por parecer una mujer fuerte, pero yo sé quién es en realidad.—¿Qué haces al lado de Winston? —inquiero, metiendo ambas manos en mis bolsillos—. ¿Y por qué has regresado a San Francisco?—N
DEBBYNo he podido dormir; mi encuentro con el que no debe ser nombrado me dejó paralizada de miedo. Sin embargo, me empujé a enfrentar la situación; ya no puedo ser aquella chica enamorada y débil que era antes, especialmente ahora que soy madre. Mateo es mi mundo, uno qué pienso defender, aun cuando se trate de luchar en contra de su propio padre. El sonido de la alarma tampoco ayuda demasiado. ¿Esa es la alarma? No... espera... Abro los ojos lentamente, procesando todo, hasta que me doy cuenta de que es mi móvil el que suena.—Maldición.Me pongo de pie a tumbos y llego hasta la mesilla de noche sin verificar el número entrante, ya que el sueño matutino me golpea con fuerza.—Bueno...—¡¿Por qué no me dijiste que eras la hija perdida de los Hill?! —exclama América.Abro los ojos como platos al reconocer su voz; sus palabras me recorren con un escalofrío desde la punta de los pies hasta la cabeza.—¿Qué has dicho? —inquiero con cautela, sintiendo que mi corazón está a punto de salir