NARRADOR OMNISCIENTEPASADOLa mansión Hill siempre había sido una de esas casas que guardaban más secretos de los que podía contener cualquier corazón. Una estructura de madera envejecida, rodeada de jardines tan oscuros como la noche misma, parecía suspirar con cada ráfaga de viento. Era el tipo de lugar donde incluso la luz temblaba antes de cruzar los ventanales, dejando las sombras libres para bailar.Debby, con apenas seis años, estaba escondida bajo una mesa de billar al fondo de la biblioteca. Sus ojos grises brillaban con lágrimas que trataba de contener, y su cabello rubio se pegaba a su rostro húmedo. Aferraba una mano a la madera fría de la mesa y con la otra se cubría la boca, intentando sofocar los sollozos que amenazaban con delatarla.Frente a ella, su tío Roberto Hill reía mientras movía sus caderas. Parecía un hombre común, pero sus ojos tenían un brillo calculador. Debajo de su cuerpo, Débora, su hija, sollozaba. Debby los observaba desde su refugio, sintiendo cómo
DEBBYEl frío de la noche cala mis huesos, aunque no sé si es la temperatura o el temblor de mis manos lo que realmente me hiela por dentro. La brisa trae consigo el olor a tierra húmeda, como si el mundo supiera lo que está a punto de ocurrir, como si la naturaleza misma anticipara el desastre. Detengo mi atención frente a Sebastián, su mirada está cargada de terror. Tiene sangre en el labio y el miedo tatuado en el rostro. Mi navaja brilla bajo la luz pálida de la luna, misma que le clavo en la palma de la mano. —¿Por qué lo hiciste? —mi voz suena más rasposa de lo que esperaba, pero no titubeo. El peso de las palabras me ahoga antes de que siquiera salgan—. No debiste hacer que yo recordara mi pasado. Sebastián no responde. Su respiración es rápida y entrecortada, como un animal atrapado. Intento ignorar la punzada de duda que me recorre. Lo miro fijamente, buscando algo, cualquier cosa, pero todo lo que veo es a un cobarde.—¡Responde! —grito esta vez, acercándome más.—Yo solo
DEBBYEl aire en la sala de espera es pesado, denso. Cada respiración parece arrastrar consigo el eco de conversaciones apagadas, sollozos contenidos y miradas cargadas de incertidumbre. Estoy sentada en una de esas sillas incómodas, con los codos apoyados sobre las rodillas, observando mis manos. Están manchadas de sangre. No me he molestado en limpiarlas desde que llegué al hospital. La sangre de Sebastián aún está ahí, seca y pegajosa, como un recordatorio cruel de todo lo que ha ocurrido. Mi mente está enredada en imágenes fragmentadas: el grito de Ana cuando los policías la llevaron, los ojos vidriosos de Sebastián mientras su cuerpo se desplomaba, y el rostro de mi padre, pálido, inerte, siendo llevado a la sala de operaciones. —Rubia. Levanto la vista y veo a Rupert caminando hacia mí. Su rostro está tenso, pero sus ojos buscan los míos con algo que parece alivio. Ha estado hablando por teléfono con Bryce; lo sé porque escuché su voz más temprano, baja y apremiante. Se de
DEBBYEl dolor es lo primero que siento al abrir los ojos. Es una punzada aguda en mi vientre que se expande como fuego hasta mi espalda baja. Estoy jadeando; mi pecho sube y baja de forma errática mientras intento situarme en este lugar desconocido. Tardo en procesar lo que está pasando; desciendo la mirada y veo que Rupert está follándome. Joder, duele demasiado cada embestida suya. Estoy desnuda, completamente sin ropa, y él parece demasiado concentrado en mirar cómo su polla entra y sale de mi coño. La perversión de su mirada me hace arquear la espalda. Las paredes son blancas, demasiado blancas, con un brillo estéril que me hace cerrar los ojos de nuevo. El olor químico y frío me golpea. —Detente —pido en un jadeo cuando aumenta el ritmo y los mareos me aturden. Sus manos se aferran a mis caderas y trato de cerrar las piernas. —No —demanda y va más profundo. Recuerdo... Recuerdo caer. Salía de una habitación, mi cabeza giraba y la voz de Rupert me llamaba desde algún lugar di
RUPERTLa luz cálida de las velas sobre la mesa ilumina los rostros de Bryce y América mientras ríen suavemente entre ellos. Su conversación está cargada de chispas de complicidad, tanta que me da náuseas, el tipo de interacción que me resulta insoportable. Estoy sentado frente a ellos, masticando con desgano un trozo de carne que ha perdido todo sabor en mi boca. Mi atención no está en lo que dicen, ni siquiera en su presencia.—Rupert, ¿me escuchaste? —pregunta Bryce, mirándome con ese aire de suficiencia que siempre lleva consigo.—No —respondo distraído, dejando el tenedor sobre el plato con más fuerza de la necesaria.Ellos sueltan una risita, pero yo no tengo tiempo para sus bromas. Mi mirada se desvía hacia la rubia, quien está sentada al otro extremo de la mesa junto a América. La observo, incapaz de evitarlo, porque ella lo llena todo. Su cabello rubio cae como una cascada dorada sobre sus hombros, capturando la luz con un brillo que parece casi celestial. Sus ojos grises, lu
DEBBYEl reflejo en el espejo me devuelve una imagen que apenas reconozco, aunque sé que soy yo. Llevo un vestido de verano, blanco y ligero, que se ajusta a mi figura de un modo que me hace sentir cómoda, libre. El cabello rubio me cae en ondas suaves sobre los hombros, y mi rostro luce descansado, en paz. Me observo un momento más, girando apenas para ver cómo el vestido se mueve con cada pequeño gesto. Hay algo en esta quietud que me da un breve respiro.Han pasado tantas cosas en un año. Mi mente, traicionera como siempre, comienza a llenar los espacios vacíos con imágenes y recuerdos. Ana, la anciana que creí que me protegería siempre, ahora está en la cárcel, pagando por haber sido cómplice de Sebastián. Sebastián… su nombre ya no me provoca miedo, pero su sombra sigue siendo un recordatorio. Está muerto, pero el daño que dejó detrás tardará mucho más en desvanecerse.Pienso en Mateo, mi pequeño sol. Tiene tres años ahora y es inseparable de Rupert. Son como dos gotas de agua, t
DEBBY—¡Esto es genial! Sonrío cuando Alan, el chico con el que llevo saliendo en secreto desde hace más de dos semanas, me arrastra hasta la barra del club nocturno que eligió solo porque estaba demasiado aburrido hoy. Es mi día libre, después de haberme tomado unas horas para respirar, mientras América intenta arreglar su vida con su falso marido, Bryce Henderson. —Tienes que probar este mojito —argumenta, sacándome de mi ensimismamiento. Desliza un trago delante de mí y lo bebo. —¿Qué tal? Reprimo el impulso de salir corriendo, ya que es un idiota ebrio. —Delicioso —miento; la verdad es que no sabe nada bien—. Lo mejor es que nos vayamos. —No, nena —responde, borrando la sonrisa que adornaba su rostro hace cinco segundos—. Vamos a bailar. Tira de mi mano con más fuerza de la debida, una señal de alerta que no pienso dejar pasar por alto. No somos algo serio; eso lo dejamos claro desde el principio. Sin embargo, quise creer que me iba a tomar en serio. Al menos una parte de
DEBBY¡Feliz cumpleaños! Sonrío cada vez que me felicitan de nuevo. Juro que si me recuerdan de nuevo que soy mortal y que cada día estoy más cerca de morir, envenenaré el maldito pastel; el cianuro no sería una mala idea. Bebo una nueva copa de champán, permitiendo que mi cuerpo se relaje poco a poco. La música de fondo es suave y delicada.—¡Ahí estás! —exclama América.—Me encontraste —sonrío.—¿Acaso te estabas escondiendo de mí? —frunce el ceño, con las manos en jarras.—Jamás —niego con la cabeza, ensanchando aún más mi sonrisa. Miento; no es por ella, es por todo. Odio las fiestas de cumpleaños por una razón que jamás pienso revelar. Sin embargo, cuando América investigó y descubrió la fecha de mi cumpleaños real, hizo todo lo posible para organizar esta fiesta. Creo que en el fondo solo buscaba una distracción, utilizando esto como excusa para que Bryce ya no la folle. Por eso, rentó un piso en el hotel más lujoso de San Francisco y aquí estamos.—Vamos, tienes mala cara —co