DEBBYVer el rostro de mi hijo es algo que me llena de paz; lo amo como nunca amaré a nadie. El problema radica en que, desde que acepté regresar al infierno del que he estado escapando, no puedo evitar ver al diablo en su mirada verde. Ana tiene razón: mi bebé tiene el mismo ceño fruncido que el innombrable.—Pareciera que sabe que no estarás a su lado —observa Ana, acercándose y mirando con admiración a mi bebé.—Insisto, su mirada a veces es un poco... —dice, mientras respiro hondo.—Promete que vas a cuidar de él como nunca —la interrumpo. Seguir pensando en a quién no deseo ver hace que me den aguijonazos en el estómago—. Es todo lo que tengo, mi mundo entero.Abrazo a Mateo, quien descansa su cabecita en la curvatura de mi cuello.—Lo juro, niña, no tienes nada de qué preocuparte. Verás cómo esas dos semanas se pasan rápido —me asegura, dibujando una suave sonrisa cálida que me deja un poco tranquila.Podría rechazar a Sebastián; de hecho, toda la noche he pensado en los pros y
DEBBYNo puedo evitar maldecir para mis adentros; a veces, la vida tiene una forma extraña de jugar con mis emociones. El destino se burla una vez más de mí. Mis pensamientos están atrapados en un torbellino de recuerdos de un pasado que me he esforzado por mantener enterrado, pero ahora que me encuentro frente a él, todo se va por la borda. Justo cuando creía que podía relajarme, aparece con su aire despreocupado y su traje negro, que solo resalta el verde intenso de sus ojos, los cuales siguen anclados en mí, estudiando cada uno de mis movimientos como si yo fuera un mono de circo, una atracción extraña. Maldito.Mis pasos se detuvieron al llegar al círculo de hombres que me desnudaban con la mirada; la mayoría de ellos veía mis pechos. «Enfermos».—Un placer conocerlos —rompo el breve contacto visual con él y me enfoco en los demás.—Dios, ¿eres real? —ríe uno de ellos—. Soy Steve Dunts, abogado en Manhattan. Un placer conocerte.—Deberías dejar a este imbécil; yo te pagaría el tri
RUPERTEs interesante cómo las personas tratan de sostener las mentiras durante tanto tiempo. Eso es lo que le ocurre a la rubia que palidece frente a mí. Por el modo y las palabras que empleó hace un momento, pensando que se trataba de Sebastián Winston, llego a la conclusión de que ellos mantienen más que una relación de asistente a jefe.—¿Te comieron la lengua los ratones? —ladeo la cabeza, mirándola con la misma fascinación que el primer día.No me responde, retrocede e intenta darme con la puerta en las narices, pero soy más rápido y lo impido, empujando la puerta y entrando a la habitación.—¿Qué haces? —recupera el habla—. Vete.—Cuánta rabia hay en esos ojos, rubia —siseo—. Y cuánto miedo.Me encargo de asegurar con pestillo la puerta a mis espaldas, mientras ella hace un mediocre intento por parecer una mujer fuerte, pero yo sé quién es en realidad.—¿Qué haces al lado de Winston? —inquiero, metiendo ambas manos en mis bolsillos—. ¿Y por qué has regresado a San Francisco?—N
DEBBYNo he podido dormir; mi encuentro con el que no debe ser nombrado me dejó paralizada de miedo. Sin embargo, me empujé a enfrentar la situación; ya no puedo ser aquella chica enamorada y débil que era antes, especialmente ahora que soy madre. Mateo es mi mundo, uno qué pienso defender, aun cuando se trate de luchar en contra de su propio padre. El sonido de la alarma tampoco ayuda demasiado. ¿Esa es la alarma? No... espera... Abro los ojos lentamente, procesando todo, hasta que me doy cuenta de que es mi móvil el que suena.—Maldición.Me pongo de pie a tumbos y llego hasta la mesilla de noche sin verificar el número entrante, ya que el sueño matutino me golpea con fuerza.—Bueno...—¡¿Por qué no me dijiste que eras la hija perdida de los Hill?! —exclama América.Abro los ojos como platos al reconocer su voz; sus palabras me recorren con un escalofrío desde la punta de los pies hasta la cabeza.—¿Qué has dicho? —inquiero con cautela, sintiendo que mi corazón está a punto de salir
RUPERTTenso el cuerpo, cansado de maquinar mis siguientes pasos. La rubia no debió haber vuelto; debió haberse quedado en la cueva donde se escondió por dos años. Hace tres horas que llegué al bufete, el hecho de no poder dormir acelera mi pulso y me pone de mal humor. Sin embargo, lo que más rabia me da es que la culpable sea la rubia de ojos grises; jamás me di cuenta de que usaba lentillas para ocultar el verdadero color de sus pupilas.Observo todo desde el enorme ventanal de mi oficina. En poco tiempo darán las siete de la mañana. La ciudad es un mosaico de luces tenues y edificios, una jungla de concreto y acero. El sol apenas empieza a despuntar en el horizonte, proyectando sombras alargadas sobre las calles desiertas.Sigo ardido. Me siento en mi escritorio; el aroma del café recién hecho impregna el aire. Por un momento, me dejo llevar por la calma que precede a la tormenta, pensando en qué haré con el regreso de la rubia. La paz es efímera; ya que la puerta se abre de golpe
DEBBYMe congelo al ver al diablo delante de mi puerta. No importan los esfuerzos que haya hecho Sebastián por tranquilizarme y hacerme olvidar que estoy en medio de una tormenta; la realidad me golpea con fuerza cuando veo al padre de mi hijo, mirando de manera asesina a quien considero mi mejor amigo. Aún se me hormiguean las piernas solo de pensar que ya no tengo escapatoria. Esta vez, tengo que enfrentar lo que dejé atrás, pero de lo único de lo que estoy segura y que pienso defender con uñas y dientes es a Mateo. El mundo entero puede saber de mi existencia, menos de la de él.—Vete —le dice Sebastián en tono hosco.Puedo notar que su espalda se tensa; es como verlo a punto de iniciar una pelea, lo que menos necesito ahora.—¿Acaso tienes problemas auditivos? Jones.—Me sorprende que recuerdes mi nombre —le responde Rupert de manera tranquila—. Me pregunto, ¿qué más puedes recordar del pasado?Doy un paso adelante.—No me provoques —sisea Sebastián—. No tienes nada que hacer aquí
DEBBYLos nervios no me han abandonado desde que salimos del hotel. Sebastián ha estado serio y callado todo el tiempo. Me remuevo inquieta en mi asiento; he hecho varios intentos en vano por concentrarme en otra cosa, en buscar soluciones para no arruinarle la velada. Sin embargo, en todos, el final es desastroso. Comienzo a creer que fue una muy mala idea haber aceptado venir.—Te ves muy apuesto —es lo primero que suelto.Sebastián me mira y asiente una sola vez, para volver su atención a la ventanilla del auto.—Gracias.Respiro hondo—Estoy segura de que todo saldrá bien —hago un nuevo intento por romper el hielo.—Sí.—¿Cuánto crees que dure la cena?—No sé.Es imposible; la brecha que se ha formado entre nosotros es impenetrable y eso me causa remordimientos. No importa cuánto lo intente, él me seguirá respondiendo con palabras cortas, sin ánimo de nada. Imagino que debe estar enfadado porque le oculté que Mateo es hijo de Rupert, pero no es para tanto.—Sebas, yo...—Ahora no,
DEBBYDefinitivamente, es el karma que me está cobrando todo. En cuanto veo a Sebastián mirándome con desaprobación, trato de empujar a Rupert con mis manos; no puedo, de hecho, creo que me aprisiona aún más contra su pecho. Tanta cercanía me altera, me pone los nervios de punta.—Deja de moverte —me dice al oído.—Deb.La voz de Sebastián rompe la burbuja en la que me encuentro. Rupert tarda unos segundos, pero al final se aparta. Agradezco la llegada de mi amigo; no sé qué habría pasado si él no hubiese interrumpido.Recupero la fuerza de mi voz. Rupert mantiene su distancia como siempre y me aliso el vestido.—¿Qué haces aquí? —le pregunta Sebastián al padre de mi hijo.Tomo una bocanada de aire.—Como siempre, no es tu asunto, Winston —responde Rupert. Su voz ronca hace que una descarga de electricidad recorra todo mi cuerpo.Sebastián y Rupert se miran como si estuvieran a punto de matarse. Si no hago algo, ellos dos se matarán en serio.—Pensé que estarías en el comedor —susurro