DEBBY
El débil impacto de una bola de papel en mi nariz me saca de mi ensimismamiento y me regresa a la realidad.
—Veo que estás distraída de nuevo.
Levanto la mirada; el hombre de cabello castaño y ojos azules ladea una sonrisa de media luna que hace que todas las mujeres se derritan, menos a mí.
—No es verdad —frunzo el ceño, bostezando—. Además, terminé antes; tengo tiempo de sobra.
—¿Así es como le hablas a tu jefe? —ríe—. Debería pensar en despedirte.
—Puede ser, pero no lo harás —me pongo de pie y estiro los brazos—. Me necesitas, Sebas.
Han pasado dos años desde que mi vida dio un giro de ciento ochenta grados, desde que perdí lo que más añoraba y me rompí en mil pedazos, sin dejar espacio en mi vida para alguien más. Dos años desde que Sebastián Winston apareció en mi camino como un maldito ángel.
No solo me ofreció su ayuda sin nada a cambio; además, me dio alojamiento, trabajo y comida. Es un buen amigo, el mejor, después de América, claro. Es un abogado reconocido y famoso en Texas. Además de convertirme en su asistente personal, se convirtió en el mejor jefe que he tenido en toda mi vida, si puedo decirlo.
—Cierto, te necesito demasiado —su mirada se oscurece—. Eres una pieza indispensable para este bufete.
—Me alegro de que valores mis esfuerzos —lo observo—. Pero deberías valorar más tu reputación.
Reduzco el espacio que hay entre los dos y le ayudo con el nudo de su corbata.
—Deberías ser más cuidadoso con tu aspecto; dar una buena imagen hace la diferencia —sonrío—. Listo.
—Debby...
Recoge un mechón de mi cabello suelto.
—Como sea —me aparto antes de que la situación se vuelva incómoda—. ¿No te parece que estás demasiado grande para lanzar bolas de papel?
—¿Y no te parece que últimamente has estado demasiado distraída? —repite, frunciendo el ceño.
Tuerzo los labios, dibujando una mueca de desagrado.
—Tengo cosas en mente —finalizo, sin darle tiempo de decir algo más.
Sebastián parece querer hablar, justo cuando llaman a la puerta. Me separo de él y comienzo a recoger mis cosas.
—Adelante.
—Señor Winston, le recuerdo que esta noche es la reunión con los...
Una mujer de cabello negro y ojos azules entra; es Alma Stevens, una abogada del bufete que muere por meterse en la cama de Sebastián. En cuanto sus ojos se anclan en mí y se da cuenta de mi presencia, su sonrisa se desvanece.
—Pensé que estarías solo —sisea.
—Yo ya me iba —me disculpo.
—Señorita Hill —dice Sebastián.
—Lo veré mañana, señor Winston —espeto, sin darle tiempo de formular una pregunta más.
Mi acción parece agradarle a Alma, cosa que me tiene sin cuidado. Si supiera que vivo con Sebastián en la misma casa, seguro que se quemaría viva. Aún no entiende que a él no le llaman la atención esos trucos baratos que usa ella, como bajarse el escote o mostrar más las piernas.
Antes de marcharme, decido pasar al baño. Me remojo el rostro y retoco mi maquillaje, observando mi reflejo en el espejo. Ya no uso pupilentes marrones; tardé algún tiempo, pero me acostumbré y acepté el color gris de mis ojos. Desciendo mi mano y la coloco en mi vientre, donde se siente más el vacío.
—Ah, no te has ido —la puerta se abre de golpe y entra Alma.
Ella me odia porque piensa que entre Sebastián y yo hay algo. Si supiera que solo somos amigos...
—¿Qué pretendes con Sebastián? —se cruza de brazos delante de mí.
—Nada, no sé de qué hablas —encojo los hombros, dándole poca importancia a su comentario.
—Puedes engañar a todos en el bufete, pero no a mí. Sé muy bien que solo eres una zorra que busca abrirse de piernas para él.
No sé si reírme o enfadarme.
—¿Terminaste de decir todo lo que querías? —enarco una ceja con incredulidad.
Alma entrecierra los ojos.
—Sé muy bien que guardas un secreto, y lo voy a descubrir —hace a un lado su cabellera negra con altanería—. Deja de ser la sombra de Sebastián; él será mío.
Y con esto, sale del baño de manera demasiado dramática. Para cuando salgo del enorme edificio, él me llama, insistiendo en que tiene tiempo suficiente para llevarme a casa. Miente, por lo que rechazo su propuesta y me voy sola de regreso.
Vivir en la casa de Sebastián no es algo que me llene de orgullo. De hecho, tengo algunos ahorros y pronto le daré la noticia de que me iré de su mansión. Al llegar, me siento a salvo; llevo dos años viviendo aquí y, sin embargo, aún se siente extraño.
Subo las escaleras y llego a mi habitación, cuando una risa es lo primero que inunda mis oídos al entrar. Ana, el ama de llaves de Sebastián, está cargando a mi mayor tesoro, el secreto que Alma se muere por revelar.
—Por fin llegas, niña.
Le sonrío a Ana y me enfoco en el pequeño de dos años que sostiene en sus brazos.
—Fue un día de locos —murmuro con ansias.
Hace dos años fui madre de un hermoso niño al que llamé Mateo. Lo cargo y enseguida me sonríe; su cabello es rubio, como el mío, y sus ojos... son de un verde muy parecido al del diablo. Le lleno de besos y su risa me llena el corazón.
Jamás imaginé poder amar a alguien tanto como lo amo a él.
—Es un niño bien portado, aunque de vez en cuando noto que su mirada es un tanto... siniestra —carraspea Ana—. Olvida lo que te dije.
Tenso el cuerpo. Eso seguro lo sacó de...
—Me pregunto cómo es su padre, señorita Hill.
Un escalofrío recorre mi cuerpo.
—Mi hijo no tiene padre —evito mirarla.
—¿Quedaron en malos términos?
—No, te repito, no existe el padre de mi hijo, y ya no quiero hablar más del tema.
Ana sonríe y asiente.
—Bueno, entonces hablemos de Sebastián; a él le gustas.
Mis mejillas arden.
—Sabes que es mi amigo.
—Yo solo sé que te repites eso porque te da miedo aceptar a alguien más en tu vida. Sebastián te ama y adora a Mateo; no sería tan mala idea que le dieras una oportunidad al pobre.
Me quedo callada; ella no sabe nada de mi vida y no tiene idea de todo por lo que he pasado. Aunque no la culpo, sé muy bien lo que siente Sebastián por mí; así mismo, entiendo que ella vele por su seguridad. Después de todo, es como una madre para él. El problema es que el diablo me dañó, y ahora no estoy muy segura de si algún día podré volver a confiar en alguien.
—Será mejor que dejemos esta conversación aquí —gruño al girarme con Mateo en brazos.
Los ojos de Ana me sonríen.
—No sé qué es lo que te pasó, niña, pero Sebastián no es como los demás hombres. Él nunca te lastimaría ni te engañaría; me parece que te lo ha demostrado en estos dos años. Ama a tu hijo; no cualquiera recibe a una chica con el hijo de otro. Recuerda mis palabras: no hallarás mejor hombre que él —se acerca y me da un beso en la mejilla, luego a Mateo, quien balbucea.
Luego se marcha, dejándome con más dudas que antes.
—Estamos bien así, ¿verdad, bebé? —le sonrío a mi hijo.
Detallo su rostro; aunque me cueste aceptarlo, es la viva imagen de su padre, lo que me aterra. Si alguien que lo conozca lo viera, la verdad saldría a la luz. No pienso permitir que mi camino se vuelva a cruzar con mi pasado.
—Siempre te voy a proteger —le digo a mi bebé, quien enfoca su verde mirada en mí, haciendo que algo nazca en mi pecho. Son los mismos ojos de su padre—. Lo prometo.
Acuesto a mi bebé; después de un baño y alimentarlo, me quedo mirándolo dormir un buen rato, hasta que el sueño me vence. Me doy una ducha de agua caliente mientras pienso en las palabras de Ana. Es cierto, Sebastián ha demostrado ser un buen tipo. Sé que está enamorado de mí; me lo ha demostrado en todo este tiempo. Cuando me aceptó a mí y a mi hijo, no hizo preguntas y me ofreció su ayuda sincera.
No sale con mujeres ni muestra interés en ninguna, solo en mí. Puede que no sea mala idea... La confusión me invade y me duermo al poco tiempo, tratando de pensar siempre en mi única prioridad: mi hijo.
Me despierto poco después, incapaz de dormir. La boca la siento seca, por lo que bajo a la cocina a buscar un vaso de agua fría. Son las tres de la mañana y me pregunto si habrá llegado Sebas a casa. Hoy es su cumpleaños y pensé que podría darle su regalo cuando regresara de la cena de negocios, así que, antes de bajar, agarro la caja dorada.
Estoy por subir a su habitación después de beber agua cuando un sonido seco que proviene de su despacho llama mi atención. Me dirijo hacia allá; la puerta está entreabierta, pero al asomarme, me congelo con lo que veo.
—Joder, fóllame como tu puta, métemela completa.
Alma está sobre su escritorio, en una posición de cuatro, mientras Sebastián se aferra a sus caderas y la folla.
—Ah, sí, más, dame más —gime ella.
Algo se fractura en mi pecho; no lloro, hace mucho tiempo que dejé de hacerlo, pero se siente como una puñalada. No los interrumpo, solo subo a su habitación y dejo sobre su cama mi regalo de cumpleaños. Ana se equivocó; Sebastián, al final del día, es igual a todos. Debo recordarme que un hombre como él jamás tomaría en serio a una chica como yo. Él es como el innombrable; hombres como ellos no son para mujeres como yo.
—Casi me olvido de eso —sonrío con lástima.
Me voy a mi habitación, sabiendo una cosa: mi corazón solo le pertenece a un hombre, el hombre de mi vida, Mateo.
Cuando despierto, el sonido de la risa de mi hijo es lo primero que escucho. Me remuevo inquieta sobre la cama hasta que enfoco a Sebastián, que tiene un aire renovado. Es de suponer que tiene cara de haber follado como un campeón anoche.
—Buenos días —me sonríe.
Hay un brillo en su mirada que envidio; me tengo que recordar que es mi mejor amigo y borrar de mi mente la idea que Ana me quiso meter en la cabeza sobre darme una oportunidad con él.
—Hola —empujo una sonrisa.
Me pongo de pie y me da a Mateo, quien, al verme, me sonríe y se aferra a mí.
—Anoche vi tu regalo en mi cama —me muestra el reloj que trae puesto—. Gracias; no soy de los que celebran su cumpleaños, lo sabes, pero te aseguro que no me quitaré este reloj jamás.
—Me alegra que te gustara —dejo a mi bebé en su cuna—. ¿Cómo te fue en la cena de negocios?
—Aburrida —se alisa la corbata.
—A mí me pareció que te fue bien —le guiño un ojo, recuperando mi aire bromista.
—¿A qué te refieres? —mete las manos en sus bolsillos.
—Anoche bajé a la cocina por un vaso de agua —le explico mientras me dirijo a mi clóset y reviso la ropa que me pondré—. Escuché ruido en tu despacho, así que fui y te vi follar con Alma.
Me giro y el rostro de Sebastián palidece.
—Tranquilo, no me quedé a ver; no soy voyerista.
—Debby...
Niego con la cabeza al tiempo que cubro su boca con mi mano.
—Shhh, no diré nada; sabes que cuentas conmigo para lo que sea. Además, no me debes dar explicaciones —me aparto—. Pienso que deberías darte una oportunidad con ella; Alma ha estado enamorada de ti desde que llegó al bufete.
—Estaba ebrio —dice rápidamente, en un tono molesto.
No digo más; me quedo mirándolo. Él sostiene mi mirada, parece muy enfadado y sale de mi habitación. Respiro hondo.
—Es mejor así —me susurro.
Hoy es mi día libre, así que me dedico a mi bebé, pasando todo el tiempo con él y revisando departamentos para rentar. Con lo que vi anoche, no quiero interponerme en su vida. Sebastián tiene derecho a encontrar a alguien y formar una familia; si me quedo aquí con Mateo, me temo que eso nunca pasará.
El tiempo pasa volando, hasta que son las ocho de la noche. Llaman a la puerta y enseguida entra Sebastián, con un semblante más relajado.
—¿Qué tal el trabajo? —actúo normal, como siempre.
Frunce el ceño.
—Bien, aunque no es lo mismo sin ti.
—¿A que no? Porque soy la mejor asistente —le guiño un ojo.
Se queda en silencio un par de segundos.
—Sé que no es el momento, pero hoy tuve una junta con la mesa directiva. Tendremos que ir a un evento en el que se reunirán todos los miembros más importantes de los bufetes más prestigiosos del país. Es una m****a, pero solo serán dos semanas. Como mi asistente personal, tienes que venir conmigo —me explica, dándole un beso en la coronilla a Mateo, quien duerme plácidamente—. Me siento fatal por pedirte algo así, sabiendo que no puedes separarte de tu hijo, pero no confío en nadie más. Será una batalla entre alacranes; créeme cuando te digo que los mejores estarán ahí. Son dos semanas llenas de reuniones.
Tenso el cuerpo; jamás me he separado de Mateo, pero le debo mucho a Sebastián.
—Ana se puede quedar con Mateo; harán videollamadas para que sepas que está bien —interrumpe mis pensamientos—. Por favor, Debby, te necesito.
Respiro hondo, sopesando todas mis opciones, al final, tomo mi decisión.
—Está bien, iré.
—¿De verdad?
—Mateo estará bien sin mí; solo son dos semanas y podré verlo a diario y escuchar sus balbuceos por llamadas, como dices. Además, confío en Ana; es como una abuela para mi bebé.
—Joder, no sabes el alivio que siento —suelta un suspiro lleno de cansancio.
—Tranquilo, ¿en dónde será?
—En San Francisco.
El alma se me cae a los pies; un escalofrío recorre mi espina dorsal. No, no puede ser cierto. No puedo regresar al lugar del que tanto he escapado, porque no solo en San Francisco está mi familia, sino el padre de mi hijo, el innombrable. El diablo.
RUPERT—¡Ah!Odio escuchar los gemidos falsos de mi maldita esposa; su actuación comienza a fastidiarme. Hace dos años que me casé con la víbora más poderosa de todo San Francisco. La única razón por la cual me uní a esta farsa es porque necesitaba incrementar mi fortuna y obtener el apoyo social y prestigio de Alejandro Hill, el magistrado, político y millonario, tío de Débora.Jamás he tenido fallos en mis planes, solo uno que se me fue de las manos y en el que he estado trabajando durante dos años.—Ah —suelta un suave gemido cuando me derramo en su interior.Un hijo es todo lo que me falta para sellar mi alianza con los Hill; un jodido hijo. Puede que piense con la cabeza fría y sin corazón, pero cuando Débora salga embarazada, ese niño me dará lo que más quiero: poder, prestigio y las armas para derribar a mis rivales. ¿Qué puedo decir? Soy demasiado competitivo.Una vez que obtenga todo lo que deseo, me divorciaré y me haré cargo del niño, pero jamás perteneceré a sus vidas. Des
DEBBYVer el rostro de mi hijo es algo que me llena de paz; lo amo como nunca amaré a nadie. El problema radica en que, desde que acepté regresar al infierno del que he estado escapando, no puedo evitar ver al diablo en su mirada verde. Ana tiene razón: mi bebé tiene el mismo ceño fruncido que el innombrable.—Pareciera que sabe que no estarás a su lado —observa Ana, acercándose y mirando con admiración a mi bebé.—Insisto, su mirada a veces es un poco... —dice, mientras respiro hondo.—Promete que vas a cuidar de él como nunca —la interrumpo. Seguir pensando en a quién no deseo ver hace que me den aguijonazos en el estómago—. Es todo lo que tengo, mi mundo entero.Abrazo a Mateo, quien descansa su cabecita en la curvatura de mi cuello.—Lo juro, niña, no tienes nada de qué preocuparte. Verás cómo esas dos semanas se pasan rápido —me asegura, dibujando una suave sonrisa cálida que me deja un poco tranquila.Podría rechazar a Sebastián; de hecho, toda la noche he pensado en los pros y
DEBBYNo puedo evitar maldecir para mis adentros; a veces, la vida tiene una forma extraña de jugar con mis emociones. El destino se burla una vez más de mí. Mis pensamientos están atrapados en un torbellino de recuerdos de un pasado que me he esforzado por mantener enterrado, pero ahora que me encuentro frente a él, todo se va por la borda. Justo cuando creía que podía relajarme, aparece con su aire despreocupado y su traje negro, que solo resalta el verde intenso de sus ojos, los cuales siguen anclados en mí, estudiando cada uno de mis movimientos como si yo fuera un mono de circo, una atracción extraña. Maldito.Mis pasos se detuvieron al llegar al círculo de hombres que me desnudaban con la mirada; la mayoría de ellos veía mis pechos. «Enfermos».—Un placer conocerlos —rompo el breve contacto visual con él y me enfoco en los demás.—Dios, ¿eres real? —ríe uno de ellos—. Soy Steve Dunts, abogado en Manhattan. Un placer conocerte.—Deberías dejar a este imbécil; yo te pagaría el tri
RUPERTEs interesante cómo las personas tratan de sostener las mentiras durante tanto tiempo. Eso es lo que le ocurre a la rubia que palidece frente a mí. Por el modo y las palabras que empleó hace un momento, pensando que se trataba de Sebastián Winston, llego a la conclusión de que ellos mantienen más que una relación de asistente a jefe.—¿Te comieron la lengua los ratones? —ladeo la cabeza, mirándola con la misma fascinación que el primer día.No me responde, retrocede e intenta darme con la puerta en las narices, pero soy más rápido y lo impido, empujando la puerta y entrando a la habitación.—¿Qué haces? —recupera el habla—. Vete.—Cuánta rabia hay en esos ojos, rubia —siseo—. Y cuánto miedo.Me encargo de asegurar con pestillo la puerta a mis espaldas, mientras ella hace un mediocre intento por parecer una mujer fuerte, pero yo sé quién es en realidad.—¿Qué haces al lado de Winston? —inquiero, metiendo ambas manos en mis bolsillos—. ¿Y por qué has regresado a San Francisco?—N
DEBBYNo he podido dormir; mi encuentro con el que no debe ser nombrado me dejó paralizada de miedo. Sin embargo, me empujé a enfrentar la situación; ya no puedo ser aquella chica enamorada y débil que era antes, especialmente ahora que soy madre. Mateo es mi mundo, uno qué pienso defender, aun cuando se trate de luchar en contra de su propio padre. El sonido de la alarma tampoco ayuda demasiado. ¿Esa es la alarma? No... espera... Abro los ojos lentamente, procesando todo, hasta que me doy cuenta de que es mi móvil el que suena.—Maldición.Me pongo de pie a tumbos y llego hasta la mesilla de noche sin verificar el número entrante, ya que el sueño matutino me golpea con fuerza.—Bueno...—¡¿Por qué no me dijiste que eras la hija perdida de los Hill?! —exclama América.Abro los ojos como platos al reconocer su voz; sus palabras me recorren con un escalofrío desde la punta de los pies hasta la cabeza.—¿Qué has dicho? —inquiero con cautela, sintiendo que mi corazón está a punto de salir
RUPERTTenso el cuerpo, cansado de maquinar mis siguientes pasos. La rubia no debió haber vuelto; debió haberse quedado en la cueva donde se escondió por dos años. Hace tres horas que llegué al bufete, el hecho de no poder dormir acelera mi pulso y me pone de mal humor. Sin embargo, lo que más rabia me da es que la culpable sea la rubia de ojos grises; jamás me di cuenta de que usaba lentillas para ocultar el verdadero color de sus pupilas.Observo todo desde el enorme ventanal de mi oficina. En poco tiempo darán las siete de la mañana. La ciudad es un mosaico de luces tenues y edificios, una jungla de concreto y acero. El sol apenas empieza a despuntar en el horizonte, proyectando sombras alargadas sobre las calles desiertas.Sigo ardido. Me siento en mi escritorio; el aroma del café recién hecho impregna el aire. Por un momento, me dejo llevar por la calma que precede a la tormenta, pensando en qué haré con el regreso de la rubia. La paz es efímera; ya que la puerta se abre de golpe
DEBBYMe congelo al ver al diablo delante de mi puerta. No importan los esfuerzos que haya hecho Sebastián por tranquilizarme y hacerme olvidar que estoy en medio de una tormenta; la realidad me golpea con fuerza cuando veo al padre de mi hijo, mirando de manera asesina a quien considero mi mejor amigo. Aún se me hormiguean las piernas solo de pensar que ya no tengo escapatoria. Esta vez, tengo que enfrentar lo que dejé atrás, pero de lo único de lo que estoy segura y que pienso defender con uñas y dientes es a Mateo. El mundo entero puede saber de mi existencia, menos de la de él.—Vete —le dice Sebastián en tono hosco.Puedo notar que su espalda se tensa; es como verlo a punto de iniciar una pelea, lo que menos necesito ahora.—¿Acaso tienes problemas auditivos? Jones.—Me sorprende que recuerdes mi nombre —le responde Rupert de manera tranquila—. Me pregunto, ¿qué más puedes recordar del pasado?Doy un paso adelante.—No me provoques —sisea Sebastián—. No tienes nada que hacer aquí
DEBBYLos nervios no me han abandonado desde que salimos del hotel. Sebastián ha estado serio y callado todo el tiempo. Me remuevo inquieta en mi asiento; he hecho varios intentos en vano por concentrarme en otra cosa, en buscar soluciones para no arruinarle la velada. Sin embargo, en todos, el final es desastroso. Comienzo a creer que fue una muy mala idea haber aceptado venir.—Te ves muy apuesto —es lo primero que suelto.Sebastián me mira y asiente una sola vez, para volver su atención a la ventanilla del auto.—Gracias.Respiro hondo—Estoy segura de que todo saldrá bien —hago un nuevo intento por romper el hielo.—Sí.—¿Cuánto crees que dure la cena?—No sé.Es imposible; la brecha que se ha formado entre nosotros es impenetrable y eso me causa remordimientos. No importa cuánto lo intente, él me seguirá respondiendo con palabras cortas, sin ánimo de nada. Imagino que debe estar enfadado porque le oculté que Mateo es hijo de Rupert, pero no es para tanto.—Sebas, yo...—Ahora no,