—Y cuando seamos grandes me casaré contigo.
Un pequeño de seis años corrió tras la niña de hermosos cabellos rizados y largos por el camino de arena lejos de sus casas. Un rincón oculto al que siempre acudían. Donde el niño la invitaba a jugar, donde no existía otra cosa que sus inocentes juegos de piratas, de aventuras, y de una princesa a la cual debía siempre rescatar en los castillos de arenas. En ese momento, corrían por el camino de piedras hacia las praderas, cerca de un arroyo de río que los esperaba todo el tiempo. El cielo azul, nítido, sin verse nubes borrascosas en la llanura. —¡Eso no puede ser posible! —la pequeña niña de cinco años repitió con risas, tomando su vestido para correr, sin detenerse, mientras atrás de ella un osado y valiente pequeño también la seguía. —Nos casaremos como mi mamá y mi papá —el niño se acercó a la pequeña, quien se detuvo frente al parque. Inmensos arreboles verdes con frutos, un pasto verde y llamativo que había florecido por las anteriores lluvias, y el canto de los pájaros en las copas de los árboles. Un lugar especial: el lugar especial de ambos niños—, ¿Te vas a casar conmigo? —¿Cuándo seamos grandes? —la niña se volvió a echar a reír—, ¡eso no puede ser posible, tonto! Mi mami no me dejará. —¡Pero nos casaremos! —el niño se acercó colocando su espada de juguete en la funda de su cintura, y corrió tomando a la niña de las manos hacia el valle de flores en una esquina. El niño tomó la rosa con cuidado, luego la olió —, toma —se le estiró a la niña—, es para ti —y se acercó hacia la pequeña, quien miraba impresionada la flor llamativa sobre su palma. Y besó sus mejillas—, ¿Ahora sí te casaras conmigo, Fiorella? Las mejillas redorgetas y morenas de la niña se ensancharon aún más mientras miraba la rosa. Y no sólo el niño le había entregado la rosa, sino que anteriormente, en secreto, había hecho una corona de flores margaritas, y esperaba dárselo antes de que su madre se diera cuenta que había utilizado sus flores favoritas del jardín. En aquel momento, escondida la corona de flores bajo el arbusto, el niño se arrodilló, la tomó en sus manos, y subió la corona de margaritas hacia el cabello rizado de la hermosa niña. —¿Qué es esto? —se echó a reír con inocencia aquella linda pequeña. —¿Te gusta? —le preguntó él de vuelta. —¡Me gustan las flores! —¡Entonces te haré más! —el niño también sonrió—, ¿Prometes que te casarás conmigo, Fiorella? La niña dejó de acomodarse la corona de margaritas con enormes risas. Su mano pequeña sostuvo la rosa con fuerza y expresó, inocentemente: —¡Sí! ¡Nos casaremos! Me casaré contigo, Gianluca. Lo prometo. No había otro niño más feliz del mundo en esos momentos sino él. Siempre miraba a su mamá y a su papá tomados de la mano y diciéndose cosas lindas. Cuando le preguntó qué estaban haciendo, su madre le explicó que aquellos que se aman, se casan. “¿Y viven felices para siempre, mami?” le preguntó el niño a su madre. “Para siempre, mi cielo.” Fue lo que respondió su madre besando su mejilla. Él quería vivir para siempre con Fiorella, la niña que siempre le hacía reír, y su mejor amiga. Si se casaba con ella, al igual que su papá con su mamá, ¡Vivirían felices para siempre! Emocionado por la respuesta, tomó la mano de Fiorella y comenzaron a correr hacia los columpios. Estaba lo bastante emocionado como no notar que había gritos que llegaban desde el otro lado del pequeño jardín oculto. Ambos niños, riéndose, comenzaron a perseguirse como usualmente decidían jugar. —¡Serás mi esposa! —se acercó el niño a Fiorella, y tomó la mano de la niña para besar sus nudillos—, esto lo hace mi papá con mi mami. —¿Pero si no nos dejan? —Fiorella ocultó su sonrisa tras la rosa cuando lo vio haciendo esta clase de gestos—, a ti te gusta otra niña… —¡No! ¡A mí no me gusta otra niña! ¡No me gusta Renata! Sólo me gustas tú —el niño se quejó al ver que Fiorella no creía que era completamente sincero—, y por eso te haré mi esposa cuando sea grande. Fiorella se quedó en las mismas, pero terminó por sonreír otra vez. —¿Cuándo seamos grandes? —inquirió la niña. El niño se acercó y señaló el árbol que estaba a su lado. —Cuando nos casemos vendremos a poner nuestros nombres allí y así vamos a vivir felices por siempre. Y fue una promesa, un juramento, un pacto sellado de forma inocente que quedó en la mente de esos niños aquel día. Sin embargo, tuvieron que correr otra vez con tal de que no los descubrieran: el niño reconoció la voz de su madre. Y en vano, su huida no duró mucho porque ambas madres aparecieron en medio del camino, encontrándolos tomados de la mano. Y la niña, vestida de un rosa pálido, hacía juego con su corona de flores y la rosa que tenía en mano. —¡Gianluca! —¡Fiorella! Ambas madres salieron despavoridas hacia sus hijos. Cada una tomó entre sus brazos a cada niño. Gianluca comenzó a quejarse en los brazos de su madre, estirando la mano para que lo dejaran ir con la niña que abrazaba a su mamá. —¿¡Qué estaban haciendo tan lejos de la casa?! ¡Hijo! —la madre del niño lo observaba con horror—, ¿¡Qué es lo que hacen aquí?! ¿Saben lo nerviosa que estábamos? —No vuelvan a hacer algo así. Fiorella, princesa, tienes que pedirme permiso antes —la madre de la niña la miró con severidad—, estos caminos son muy peligrosos. —Sí, mami…—respondió Fiorella, sin soltar la rosa. —¿Y ésta rosa, mi amor? —le preguntó la madre de Fiorela. La niña sólo se rió. —¡Es que Gianluca me pidió que fuera su esposa! Ambas mujeres se quedaron estáticas. Y Gianluca siguió moviéndose en los brazos de su madre, por lo que su madre no tuvo de otra que dejarlo en el suelo, mirando a la niña con los ojos abiertos al mismo tiempo que sostenía la mano de su hijo. —¡Por Dios! ¿En serio? ¿De dónde aprendiste eso, cielo? —preguntó la madre de Gianluca. —Yo me voy a casar con Fiorella —expresó Gianluca con firmeza, señalando a Fiorella—, ella será mi esposa. —Bendito Dios —exclamó la madre de Fiorella. —¡Jesucristo! —expresó la madre de Gianluca—, Dios, Fabrizia, perdóname. Gianluca es…a veces muy hiperactivo. La madre de Fiorella sólo sonrió. —Descuide, señora Mancini. La mayoría de niños son así —y dejó a Fiorella en el suelo—, pero se hace tarde, y mi niña y yo tenemos que marcharnos. Ya el susto se nos pasó y me parece que ya sé la razón de las sonrisas de Fiorella —pero la madre de Fiorella se mostró avergonzada—, en serio que lo lamento. —No, yo lo lamento —la señora Mancini intentaba calmar al aguerrido niño que intentaba soltarse de su mano para llegar a Fiorella—, cariño, debemos ir con papá: también está muy preocupado por ti. —Yo quiero con Fiorella —pidió el niño—, déjame ir con Fiorella, mami. —Fiorella y su mamá tienen que irse, tienen que hacer un viaje. Las estamos atrasando, bebé —miró la señora Mancini a la madre de Fiorella con la misma vergüenza—, en serio que lo lamento mucho, Fabrizia. —Volveremos mañana por la noche. Fiorella vendrá mañana, joven Mancini. Lo prometo —Fabrizia, la madre de la niña, se dio la vuelta con la pequeña—, y no se disculpe por nada, señora Mancini. Son simples niños jugando. —Qué te vaya muy bien, Fabrizia. Espero que regresen pronto. De lo contrario, no sabré controlar a Gianluca y su ya claro gusto por tu hija —y una pequeña risa apareció en el rostro de la señora Mancini. Volvió a cargar a Gianluca—, amor, despídete de Fiorella. Vamos. —¿Pero por qué te vas? No te vayas, Fiorella —le pidió Gianluca a la niña. —Mi mami dice que volveremos pronto. Yo volveré —contestó la niña. —¿Me lo prometes? —¡Sí, te lo prometo! —y Fiorella se rió con inocencia. —¡Y cuando vuelvas me casaré contigo! —¡Gianluca! —expresó la señora Mancini. —Te haré mi esposa —y el niño comenzaba a alejarse cuando su madre tomaba el camino contrario, ya alzando la mano para despedirse de ambas mujeres que se alejaban. Abrazando el cuello de su madre, Fiorella miraba atenta con sus hermosos y enormes ojos al niño que se alejaba, más, y más…de ella… —Seré tu esposa, Gianluca —le contestó Fiorella con una sonrisa—, seremos esposos… Gianluca estaba molesto por separarse de Fiorella, pero cuando la escuchó, volvió a sonreír, y aunque su madre luchaba para mantenerlo quieto, poco a poco…las promesas se quedaron en el camino al jardín de sus sueños. Sueños inocentes, sueños en corazones nobles, promesas que sonaban simples palabras de niños ingenuos, sueños que tomarían más fuerzas una vez fuesen adultos. Pero promesas que se quedaron a la deriva. Casi al instante, la felicidad que había nacido entre ellos, quedó sólo en el olvido. —¿¡Cómo que no saben dónde están?! ¡Yo misma las vi ayer antes de que se fueran! ¡Esto no puede ser verdad, Dios Mío! Búscalas, alguien debe saber dónde están las dos. —Encontraron el cuerpo de la madre… El niño abrió la puerta con cuidado. Era la oficina de su padre; y los gritos histéricos pertenecían a su madre. Oculto tras la puerta, pudo observar. Pudo escucharlo todo. Su mano sostenía la manija de la puerta mientras miraba atento el interior de la oficina. Su madre jadeó, asustada. —¿Y la pequeña…? ¿Dónde está la pequeña? Hubo un silencio entre sus padres. Gianluca no soltaba la manija de la puerta. Y pese a ser debidamente pequeño para entenderlo, o para saber de quienes hablaban, en su mente sólo existía la pregunta. “¿Dónde está Fiorella? Ella me prometió que vendría hoy…” —Cielo —comenzó su padre. Un silencio aniquilador de unos cuantos segundos—, su cuerpo nunca fue encontrado. Gianluca contempló a sus padres en silencio, oculto todavía. La expresión consternada de su madre, aunque no la entendía, fue el motivo para que su padre se encaminara hacia ella, y la abrazara. —Eso no puede ser verdad. —La investigación no se detendrá, lo prometo. —No lo entiendes —la madre de Gianluca jadeó en el pecho de su esposo—, ¿Cómo seré capaz de mirar a mi bebé a los ojos…? Gianluca dejó de tomar la manija de la puerta, y retrocedió. Tenía un perro pequeño, apenas de tres meses, de color negro, que lo persiguió cuando Gianluca salió corriendo hacia su habitación llevando sólo una flor margarita. Con la ayuda de la escalera, se subió hacia la ventana de su habitación, y colocó las manos en el vidrio, mirando hacia todas partes. Su casa estaba llena de carros de policías y una multitud estaba en su patio. Su hermana estaba también en esa multitud. Incluso llovía. Pero lo que más le preocupada era que Fiorella no aparecía. —¿Dónde estás, Fiorella? —preguntó el niño con inocencia mirando a todas partes por la ventana—, prometiste que vendrías. El niño miró la margarita en su mano con las cejas fruncidas en preocupación. —¿Por qué no vienes? —volvió a preguntar—, quiero verte, ¿dónde estás? Y nuevamente miró tras la ventana. La lluvia escondía el secreto que aún no podía saber. La multitud abajo se miraban con pesar, con tristeza, angustia. Su abuela materna estaba allá debajo de igual forma y aún seguían sin entendía porqué todos estaban tristes, y porqué su mamá lloraba. Gianluca se prometió esperar a Fiorella en la ventana. Siempre la miraba llegar con su madre por la entrada, y era el momento más feliz de su día. —Prometo que te esperaré aquí hasta que llegues —se juró a sí mismo—, te esperaré aquí. Fiorella nunca llegó esa noche. Y en ninguna otra noche después de esa. Nunca regresó. Y una promesa de niños lo acompañó hasta que poco a poco…empezó a perder la esperanza. Un destino se había quedado en el olvido, y con eso, la tristeza del niño lo llevó hasta que se volvió un hombre, mirando una última vez por la ventana del auto antes de marcharse del lugar que le entregó hermosos recuerdos. Era hora de continuar…y de olvidar esa promesa, y olvidar a esa niña para siempre. Porque esa niña nunca iba a volver. —Señor Mancini, ¿Está listo? Observa un hombre la ventana de la nueva ciudad, con lentes y traje gris dentro de la limusina. Se trata de Miami, en Florida. Al oír al chófer, se quita los lentes, pero sigue sin apartar la vista de las calles. —Conduzca —ordena el hombre. —Y apresúrese —dice su acompañante sentado a su lado, mirando su teléfono—, mi primo llegará tarde a su despedida de soltero. Así que apresúrese. La seriedad que abarca todo el rostro del hombre una vez escucha a su acompañante no hace juego con el hermoso día soleado de la ciudad. Una boda. Su boda a punto de celebrarse. Una boda…donde Fiorella no es la novia. Y nunca será la novia…porque lo único que le quedó de esa linda niña fue su margarita, y su corona de flores. Fiorella nunca volvería. Nunca volvería de la muerte.20 años después. —¡Hey tú! ¡Muévete! Aquí no hay sitio para que duermas, princesita. ¡Apresúrate! —una mujer alta y fumando un cigarro es quien exclama, empujando a la otra mujer delante de ella—, ¡Aquí comemos todas la misma basura! Su empuje hace que su contrincante se tambalee hacia adelante, y la bandeja de aluminio donde lleva la comida caiga al suelo en un fuerte y doloroso estruendo. Es tan abrupto el golpe que inclusive se puede creer que se ha fracturado uno de los huesos. —¡Demuéstrale que manda, Vidente! —¡Dile a esa zorra que deje de hacerse la víctima! —Y haz que coma tierra. En medio de la cocina de la prisión, el ruido es fuerte, estruendoso, casi rompe las paredes oscuras de éste lugar. El bullicio alejado empieza a murmurar. A reírse en voz baja. A mirar con indiferencia a la mujer que está en el suelo. —Déjame levanto a la princesa. ¡Oigan, déjenme y levanto a Su Majestad! —la misma mujer todavía con su cigarro, a quien gritan como “Vidente”, observa a la mujer
Elena no lo cree hasta que la reja de su celda se abre, y desde la distancia es Vidente quien observa con incredulidad todo esto. En el pasillo hacia la salida, las visitas a las reclusas están ya permitidas pero no ve a nadie conocido. Sólo lleva el vestido que lavó la noche anterior y nada más que una manta doblada en su brazo.—Rápido, camina —Elvira la empuja con fuerza. Está indignada y furiosa—, ¡Muévete!—Me sigues empujando y te voy arrancar el cuello —se zafa Elena de su agarre.Sin embargo, una voz retumba entre todas las voces en la sala de las visitas.—¡¿Es que cómo se te ocurre decirme qué no?! ¡A mí! Pagué mucho por ti y estás aquí por evadir impuestos ¿sabes cuánto dinero perdí por tu culpa? ¡No sabes!Los gritos pueden escucharse desde aquí hasta el centro de la ciudad, o hasta el centro del caribe, y es el único sonido que se oye en todo el lugar. Mientras se acerca Elena al final del pasillo, vuelve a oír la voz: pertenece a una mujer que ya ha visto en el patio.—¿
—Sé que quieres recuperar la empresa y tu reputación, Gianluca. Lo mejor es que te concentres ahora en tu boda —el hombre que está bebiéndose su whiskey, mira a su primo con su traje negro frente al espejo.A quien se dirige tiene el cabello peinado hacia un lado. Lo bastante atractivo como para que sea difícil apartar la mirada, y una taciturna personalidad que es la fuente de su encanto. Se arregla las mangas del traje y responde:—Della Famiglia es mía, Valentino —es una respuesta contundente.—Era, primo. Era tuya —responde Valentino, levantándose y dejando el vaso de whiskey en la mesa—, Enrico ya tiene en su poderío todo lo que era tuyo. Y me parece que está convencido de que no dejará nada ni para ti ni para nadie. Además, Renata no estará contenta de que pienses en esa clase de cosa. Eres ambicioso. Tu prometida será más escandalosa que antes —dice Valentino.Se da la vuelta y recibe el saco de su mayordomo. —Esto es simple compromiso —se acomoda su reloj—, Renata y yo no es
—No es lo que buscamos, siguiente.—¿Esto es lo que haces? ¿No tienes experiencia? No podemos perder el tiempo enseñándote.—¿Estás hablando en serio? He oído hablar de ti y prefiero no meterme en problemas. Gracias.Son las palabras de las numerosas compañías que no han querido contratarla.Se supone que Simone le conseguiría un trabajo como modelo publicitaria en las campañas de su compañía, pero la mayoría de sus compañeros han dicho sencillamente qué no y Elena ha pasado toda una semana sin poder encontrar un trabajo donde no la rechacen.Intentó un día entero buscar como mesera en cafeterías, restaurantes, pero debido a su debilidad y a su expediente, sólo NO.“Te diré algo sencillo, señorita Russo. Usted no puede trabajar aquí porque no aceptamos personas con antecedentes penales. Así qué si no le molesta, le pediré que deje mi tienda ahora mismo si no quiere que llame a la policía.”Simone es la única que le ha ofrecido un trabajo e incluso permite que se quede en su departamen
Por un instante, para Gianluca hay una pincelada de recuerdo que hace años no salía a flote, porque tenía que superar esa página de su vida. La forma de sus ojos, esa manera de fruncir el ceño y su cabello salvaje.—Deja a ésta mujer en paz, hay mucho tráfico detrás de nosotros—absorto por su belleza, le responde Valentino—, ahora vámonos.—¡Pero ella tiene que ir a la cárcel porque ser tan inconsciente! —expresa Valentino con rabia, mirándola.—He dicho: vámonos —habla otra vez, con dureza. Mira fijamente a Valentino—, no esperaré otro minuto más. Sino quédate aquí y yo sigo por mi cuenta.Vuelve a caminar directo hacia el auto. Es sencillamente increíble que esto ocurra, y justo en estos momentos. Debe ser el peor día de su vida ahora.Cuando salió del hotel ésta mañana, no quería encontrarse con ningún periodista y no quería recibir ninguna llamada dando explicaciones. Su mañana lo está poniendo de mal humor como para qué tenga que lidiar con ésta situación.Valentino enmudece y pa
Quizás tan sólo Elena está soñando. Quizás todo esto tiene una explicación que tiene que ver no con un sueño sino una pesadilla. Le basta mirar unos segundos más los ojos del hombre frente suyo para que el mundo le recuerde que vive en una realidad.—Señor, lo esperan en la camioneta —ésta nueva voz surge desde la entrada del edificio.—Dame un segundo, Flavio —lo oye decir. Flavio se dirige de nuevo hacia la camioneta así que alza la vista hacia él otra vez—, no tengo todo el tiempo del mundo —parece un animal gruñendo de molestia—, sígame.—Un momento ¿Se está escuchando? —Elena muestra su palma indicando que se detenga. Por lo tanto llama su atención y sus cejas negras junto a sus ojos grises amenazan hasta congelar sus huesos. Pero es experta en aparentar algo que no es por fuera—, si quiere que yo salga con usted por esa puerta necesito que me explique exactamente qué es lo que desea. La gente cree que usted y yo —Elena cierra la boca, no quiere continuar desafiando a su mente co
Momentos después Gianluca entra al auto.Se sorprende al ver la cantidad de personas afuera del auto lanzando flashes que provienen de las cámaras.—¡Por Dios! ¿Qué es esto? —expresa Elena con horror.Elena siente unas manos, de repente, en su rostro, cuyos dedos la giran para que lo observe. Deja de respirar cuando miran directo a los ojos de éste hombre mientras el auto comienza a ser arremetido otra vez por las cámaras y los micrófonos.Sus dedos en la piel de sus mejillas le arrebatan una respiración.—Puede ser atosigador, pero no por mucho. —Esa gente cree que soy la amante.—¿Amante? —Gianluca dobla las cejas en una expresión confundida, pero sólo está fingiendo—, ¿Le interesa las opiniones de los demás antes de conseguir lo que desea?Elena entreabre los labios.—Para salvar mi reputación, jamás —contesta Elena, alejándose de sus dedos—, pero antes quiero dejarle en claro lo que quiero en cambio.Está consciente de que su aceptación fue hecha bajo la rabia y la satisfacción d
Elena se voltea. Busca que ésta mujer no vea su rostro porque ya estaba convencida de que si la vería, al menos sería cuando ésta noche terminara.Si algo pasa atrás de ella no puede verlo. El frío del lugar junto a los gritos que reconoce con claridad comprime aún más la noche más larga de su vida. Otro paso más en los tacones escucha desde su lado y con los ojos abiertos, y Elena no se atreve a darse la vuelta porque no quiere que Renata la observe. No todavía.—¿Es ella? ¿Es ella tu amante? ¡Esta es la zorra de tu amante! —la voz de Renata brama sin espera, detenida por el cuerpo de Gianluca que se interpone entre las dos. Renata lo empuja por el pecho—, has perdido la cabeza, te has vuelto loco. ¡No te perdonaré esto nunca! ¡Nada de lo que me has hecho! ¡Quítate! ¡Primero la mato a ella por ser tan descarada y quitarme a mi marido y luego a ti por ser un completo idiota!—¿Qué haces en mi casa? —Elena escucha la voz de Gianluca aún más ronca, y sus palabras salen serias y prepoten