Destinos Cruzados En El Olvido "ATADA A TI"
Destinos Cruzados En El Olvido "ATADA A TI"
Por: andreyflor
PREFACIO

—Y cuando seamos grandes me casaré contigo.

Un pequeño de seis años corrió tras la niña de hermosos cabellos rizados y largos por el camino de arena lejos de sus casas. Un rincón oculto al que siempre acudían. Donde el niño la invitaba a jugar, donde no existía otra cosa que sus inocentes juegos de piratas, de aventuras, y de una princesa a la cual debía siempre rescatar en los castillos de arenas. En ese momento, corrían por el camino de piedras hacia las praderas, cerca de un arroyo de río que los esperaba todo el tiempo.

El cielo azul, nítido, sin verse nubes borrascosas en la llanura.

—¡Eso no puede ser posible! —la pequeña niña de cinco años repitió con risas, tomando su vestido para correr, sin detenerse, mientras atrás de ella un osado y valiente pequeño también la seguía.

—Nos casaremos como mi mamá y mi papá —el niño se acercó a la pequeña, quien se detuvo frente al parque. Inmensos arreboles verdes con frutos, un pasto verde y llamativo que había florecido por las anteriores lluvias, y el canto de los pájaros en las copas de los árboles. Un lugar especial: el lugar especial de ambos niños—, ¿Te vas a casar conmigo?

—¿Cuándo seamos grandes? —la niña se volvió a echar a reír—, ¡eso no puede ser posible, tonto! Mi mami no me dejará.

—¡Pero nos casaremos! —el niño se acercó colocando su espada de juguete en la funda de su cintura, y corrió tomando a la niña de las manos hacia el valle de flores en una esquina. El niño tomó la rosa con cuidado, luego la olió —, toma —se le estiró a la niña—, es para ti —y se acercó hacia la pequeña, quien miraba impresionada la flor llamativa sobre su palma. Y besó sus mejillas—, ¿Ahora sí te casaras conmigo, Fiorella?

Las mejillas redorgetas y morenas de la niña se ensancharon aún más mientras miraba la rosa. Y no sólo el niño le había entregado la rosa, sino que anteriormente, en secreto, había hecho una corona de flores margaritas, y esperaba dárselo antes de que su madre se diera cuenta que había utilizado sus flores favoritas del jardín. En aquel momento, escondida la corona de flores bajo el arbusto, el niño se arrodilló, la tomó en sus manos, y subió la corona de margaritas hacia el cabello rizado de la hermosa niña.

—¿Qué es esto? —se echó a reír con inocencia aquella linda pequeña.

—¿Te gusta? —le preguntó él de vuelta.

—¡Me gustan las flores!

—¡Entonces te haré más! —el niño también sonrió—, ¿Prometes que te casarás conmigo, Fiorella?

La niña dejó de acomodarse la corona de margaritas con enormes risas. Su mano pequeña sostuvo la rosa con fuerza y expresó, inocentemente:

—¡Sí! ¡Nos casaremos! Me casaré contigo, Gianluca. Lo prometo.

No había otro niño más feliz del mundo en esos momentos sino él. Siempre miraba a su mamá y a su papá tomados de la mano y diciéndose cosas lindas. Cuando le preguntó qué estaban haciendo, su madre le explicó que aquellos que se aman, se casan.

“¿Y viven felices para siempre, mami?” le preguntó el niño a su madre.

“Para siempre, mi cielo.” Fue lo que respondió su madre besando su mejilla.

Él quería vivir para siempre con Fiorella, la niña que siempre le hacía reír, y su mejor amiga. Si se casaba con ella, al igual que su papá con su mamá, ¡Vivirían felices para siempre! Emocionado por la respuesta, tomó la mano de Fiorella y comenzaron a correr hacia los columpios. Estaba lo bastante emocionado como no notar que había gritos que llegaban desde el otro lado del pequeño jardín oculto. Ambos niños, riéndose, comenzaron a perseguirse como usualmente decidían jugar.

—¡Serás mi esposa! —se acercó el niño a Fiorella, y tomó la mano de la niña para besar sus nudillos—, esto lo hace mi papá con mi mami.

—¿Pero si no nos dejan? —Fiorella ocultó su sonrisa tras la rosa cuando lo vio haciendo esta clase de gestos—, a ti te gusta otra niña…

—¡No! ¡A mí no me gusta otra niña! ¡No me gusta Renata! Sólo me gustas tú —el niño se quejó al ver que Fiorella no creía que era completamente sincero—, y por eso te haré mi esposa cuando sea grande.

Fiorella se quedó en las mismas, pero terminó por sonreír otra vez.

—¿Cuándo seamos grandes? —inquirió la niña.

El niño se acercó y señaló el árbol que estaba a su lado.

—Cuando nos casemos vendremos a poner nuestros nombres allí y así vamos a vivir felices por siempre.

Y fue una promesa, un juramento, un pacto sellado de forma inocente que quedó en la mente de esos niños aquel día. Sin embargo, tuvieron que correr otra vez con tal de que no los descubrieran: el niño reconoció la voz de su madre. Y en vano, su huida no duró mucho porque ambas madres aparecieron en medio del camino, encontrándolos tomados de la mano. Y la niña, vestida de un rosa pálido, hacía juego con su corona de flores y la rosa que tenía en mano.

—¡Gianluca!

—¡Fiorella!

Ambas madres salieron despavoridas hacia sus hijos. Cada una tomó entre sus brazos a cada niño. Gianluca comenzó a quejarse en los brazos de su madre, estirando la mano para que lo dejaran ir con la niña que abrazaba a su mamá.

—¿¡Qué estaban haciendo tan lejos de la casa?! ¡Hijo! —la madre del niño lo observaba con horror—, ¿¡Qué es lo que hacen aquí?! ¿Saben lo nerviosa que estábamos?

—No vuelvan a hacer algo así. Fiorella, princesa, tienes que pedirme permiso antes —la madre de la niña la miró con severidad—, estos caminos son muy peligrosos.

—Sí, mami…—respondió Fiorella, sin soltar la rosa.

—¿Y ésta rosa, mi amor? —le preguntó la madre de Fiorela.

La niña sólo se rió.

—¡Es que Gianluca me pidió que fuera su esposa!

Ambas mujeres se quedaron estáticas. Y Gianluca siguió moviéndose en los brazos de su madre, por lo que su madre no tuvo de otra que dejarlo en el suelo, mirando a la niña con los ojos abiertos al mismo tiempo que sostenía la mano de su hijo.

—¡Por Dios! ¿En serio? ¿De dónde aprendiste eso, cielo? —preguntó la madre de Gianluca.

—Yo me voy a casar con Fiorella —expresó Gianluca con firmeza, señalando a Fiorella—, ella será mi esposa.

—Bendito Dios —exclamó la madre de Fiorella.

—¡Jesucristo! —expresó la madre de Gianluca—, Dios, Fabrizia, perdóname. Gianluca es…a veces muy hiperactivo.

La madre de Fiorella sólo sonrió.

—Descuide, señora Mancini. La mayoría de niños son así —y dejó a Fiorella en el suelo—, pero se hace tarde, y mi niña y yo tenemos que marcharnos. Ya el susto se nos pasó y me parece que ya sé la razón de las sonrisas de Fiorella —pero la madre de Fiorella se mostró avergonzada—, en serio que lo lamento.

—No, yo lo lamento —la señora Mancini intentaba calmar al aguerrido niño que intentaba soltarse de su mano para llegar a Fiorella—, cariño, debemos ir con papá: también está muy preocupado por ti.

—Yo quiero con Fiorella —pidió el niño—, déjame ir con Fiorella, mami.

—Fiorella y su mamá tienen que irse, tienen que hacer un viaje. Las estamos atrasando, bebé —miró la señora Mancini a la madre de Fiorella con la misma vergüenza—, en serio que lo lamento mucho, Fabrizia.

—Volveremos mañana por la noche. Fiorella vendrá mañana, joven Mancini. Lo prometo —Fabrizia, la madre de la niña, se dio la vuelta con la pequeña—, y no se disculpe por nada, señora Mancini. Son simples niños jugando.

—Qué te vaya muy bien, Fabrizia. Espero que regresen pronto. De lo contrario, no sabré controlar a Gianluca y su ya claro gusto por tu hija —y una pequeña risa apareció en el rostro de la señora Mancini. Volvió a cargar a Gianluca—, amor, despídete de Fiorella. Vamos.

—¿Pero por qué te vas? No te vayas, Fiorella —le pidió Gianluca a la niña.

—Mi mami dice que volveremos pronto. Yo volveré —contestó la niña.

—¿Me lo prometes?

—¡Sí, te lo prometo! —y Fiorella se rió con inocencia.

—¡Y cuando vuelvas me casaré contigo!

—¡Gianluca! —expresó la señora Mancini.

—Te haré mi esposa —y el niño comenzaba a alejarse cuando su madre tomaba el camino contrario, ya alzando la mano para despedirse de ambas mujeres que se alejaban.

Abrazando el cuello de su madre, Fiorella miraba atenta con sus hermosos y enormes ojos al niño que se alejaba, más, y más…de ella…

—Seré tu esposa, Gianluca —le contestó Fiorella con una sonrisa—, seremos esposos…

Gianluca estaba molesto por separarse de Fiorella, pero cuando la escuchó, volvió a sonreír, y aunque su madre luchaba para mantenerlo quieto, poco a poco…las promesas se quedaron en el camino al jardín de sus sueños. Sueños inocentes, sueños en corazones nobles, promesas que sonaban simples palabras de niños ingenuos, sueños que tomarían más fuerzas una vez fuesen adultos.

Pero promesas que se quedaron a la deriva.

Casi al instante, la felicidad que había nacido entre ellos, quedó sólo en el olvido.

—¿¡Cómo que no saben dónde están?! ¡Yo misma las vi ayer antes de que se fueran! ¡Esto no puede ser verdad, Dios Mío! Búscalas, alguien debe saber dónde están las dos.

—Encontraron el cuerpo de la madre…

El niño abrió la puerta con cuidado. Era la oficina de su padre; y los gritos histéricos pertenecían a su madre. Oculto tras la puerta, pudo observar. Pudo escucharlo todo. Su mano sostenía la manija de la puerta mientras miraba atento el interior de la oficina.

Su madre jadeó, asustada.

—¿Y la pequeña…? ¿Dónde está la pequeña?

Hubo un silencio entre sus padres. Gianluca no soltaba la manija de la puerta. Y pese a ser debidamente pequeño para entenderlo, o para saber de quienes hablaban, en su mente sólo existía la pregunta. “¿Dónde está Fiorella? Ella me prometió que vendría hoy…”

—Cielo —comenzó su padre. Un silencio aniquilador de unos cuantos segundos—, su cuerpo nunca fue encontrado.

Gianluca contempló a sus padres en silencio, oculto todavía. La expresión consternada de su madre, aunque no la entendía, fue el motivo para que su padre se encaminara hacia ella, y la abrazara.

—Eso no puede ser verdad.

—La investigación no se detendrá, lo prometo.

—No lo entiendes —la madre de Gianluca jadeó en el pecho de su esposo—, ¿Cómo seré capaz de mirar a mi bebé a los ojos…?

Gianluca dejó de tomar la manija de la puerta, y retrocedió. Tenía un perro pequeño, apenas de tres meses, de color negro, que lo persiguió cuando Gianluca salió corriendo hacia su habitación llevando sólo una flor margarita. Con la ayuda de la escalera, se subió hacia la ventana de su habitación, y colocó las manos en el vidrio, mirando hacia todas partes. Su casa estaba llena de carros de policías y una multitud estaba en su patio. Su hermana estaba también en esa multitud. Incluso llovía.

Pero lo que más le preocupada era que Fiorella no aparecía.

—¿Dónde estás, Fiorella? —preguntó el niño con inocencia mirando a todas partes por la ventana—, prometiste que vendrías.

El niño miró la margarita en su mano con las cejas fruncidas en preocupación.

—¿Por qué no vienes? —volvió a preguntar—, quiero verte, ¿dónde estás?

Y nuevamente miró tras la ventana. La lluvia escondía el secreto que aún no podía saber. La multitud abajo se miraban con pesar, con tristeza, angustia. Su abuela materna estaba allá debajo de igual forma y aún seguían sin entendía porqué todos estaban tristes, y porqué su mamá lloraba.

Gianluca se prometió esperar a Fiorella en la ventana. Siempre la miraba llegar con su madre por la entrada, y era el momento más feliz de su día.

—Prometo que te esperaré aquí hasta que llegues —se juró a sí mismo—, te esperaré aquí.

Fiorella nunca llegó esa noche. Y en ninguna otra noche después de esa.

Nunca regresó.

Y una promesa de niños lo acompañó hasta que poco a poco…empezó a perder la esperanza.

Un destino se había quedado en el olvido, y con eso, la tristeza del niño lo llevó hasta que se volvió un hombre, mirando una última vez por la ventana del auto antes de marcharse del lugar que le entregó hermosos recuerdos.

Era hora de continuar…y de olvidar esa promesa, y olvidar a esa niña para siempre. Porque esa niña nunca iba a volver.

—Señor Mancini, ¿Está listo?

Observa un hombre la ventana de la nueva ciudad, con lentes y traje gris dentro de la limusina. Se trata de Miami, en Florida. Al oír al chófer, se quita los lentes, pero sigue sin apartar la vista de las calles.

—Conduzca —ordena el hombre.

—Y apresúrese —dice su acompañante sentado a su lado, mirando su teléfono—, mi primo llegará tarde a su despedida de soltero. Así que apresúrese.

La seriedad que abarca todo el rostro del hombre una vez escucha a su acompañante no hace juego con el hermoso día soleado de la ciudad.

Una boda. Su boda a punto de celebrarse.

Una boda…donde Fiorella no es la novia. Y nunca será la novia…porque lo único que le quedó de esa linda niña fue su margarita, y su corona de flores. Fiorella nunca volvería.

Nunca volvería de la muerte.

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