4. Sigue la venganza

—No es lo que buscamos, siguiente.

—¿Esto es lo que haces? ¿No tienes experiencia? No podemos perder el tiempo enseñándote.

—¿Estás hablando en serio? He oído hablar de ti y prefiero no meterme en problemas. Gracias.

Son las palabras de las numerosas compañías que no han querido contratarla.

Se supone que Simone le conseguiría un trabajo como modelo publicitaria en las campañas de su compañía, pero la mayoría de sus compañeros han dicho sencillamente qué no y Elena ha pasado toda una semana sin poder encontrar un trabajo donde no la rechacen.

Intentó un día entero buscar como mesera en cafeterías, restaurantes, pero debido a su debilidad y a su expediente, sólo NO.

“Te diré algo sencillo, señorita Russo. Usted no puede trabajar aquí porque no aceptamos personas con antecedentes penales. Así qué si no le molesta, le pediré que deje mi tienda ahora mismo si no quiere que llame a la policía.”

Simone es la única que le ha ofrecido un trabajo e incluso permite que se quede en su departamento.

Elena camina hacia la oficina de Simone con paso acelerado en estos momentos. El rostro de un fotógrafo que está tomando fotos a una modelo cambia radicalmente cuando observa a Elena.

El prejuicio aquí adentro es abismal, y sofoca a Elena cada día. Ya ha escuchado:

—¿Qué hace ella aquí?

—¿No es una ladrona?

—Escuché que le robó a todo el mundo millones,

—¿Puedes creerlo? Dios, ¿Cómo pueden traer a alguien así? ¿Y si nos roba también?

Esos murmullos son los mismos que los de la prisión. Simplemente ignora, porque está en su hora de trabajo, y no quiere desaprovechar la única oportunidad que tiene. En lugar de sostener la puerta para ella, la mujer que sale de la oficina de Simone la cierra de golpe. Y Elena se queda atrás, pasmada por el comportamiento.

Se toma un momento para respirar. “Calma, continúa.” Jala la puerta.

—¡Elena! ¿Ya vas a tomar tu almuerzo? —pregunta Simone con una sonrisa.

—Ya voy a tomar mi almuerzo —responde Elena—, pero antes quería pedirte un favor, Simone, si no te molesta.

Simone se levanta de inmediato al oírla.

—¡Claro qué puedes, Elena! Haré lo que sea.

Se toma un momento antes de continuar.

—¿Podrías prestarme tu auto? No quiero molestar a Randy porque es hora del almuerzo.

El rostro de Simone se ilumina al instante, rodeando el escritorio para acercarse a ella.

—Me sorprendió saber que aprendiste a manejar cuando fuiste taxista un par de meses. Claro que puedes tomar mi auto.

Luego de una semana mostrando sólo una expresión de tristeza, Elena sonríe, tomando sus manos.

—¡Gracias! —expresa Elena—, ¡Muchas gracias! —toma su cartera antes de apresurarse a la puerta.

Sin embargo, Simone se acerca para detenerla.

—Espera, Elena —Simone muestra una expresión desdichada—. Sé que te prometí el trabajo, pero la situación se volvió peor cuando de repente tu nombre estaba en boca de todos. Sé que no eres esa mujer, y comprendo que te sientas incomoda por esto. Hablaré con todos para que te traten como lo que eres, otra empleada más de nuestro equipo —Simone aparenta menos edad de la que tiene. 45 años de edad que apenas se notan. Una figura alargada y elegante, y cabello corto y teñido de blanco. No plateado. Sino blanco. Según ella, las canas nunca las tendrá. Odia las canas, pero sabe que son parte de la vida.

—Descuida —Elena responde, tomando la cartera—, muchas gracias por todo lo que has hecho por mí. No puedo estar más qué agradecida. Gracias por esto, te prometo que no tardaré mucho.

—¡No te olvides de llegar a la hora de la cena…! —se despide Simone.

Y escuchando esas palabras Elena sale de la oficina. Observa la hora en el teléfono con seriedad cuando ya está frente del auto de Simone.

Algo en su pecho no la deja continuar. ¿Miedo? ¿Desconfianza? Sus ojos se vuelven negros.

No.

Rabia, venganza.

Abre la puerta del auto.

Odio.

Había tenido muchos trabajos para costearse los gatos y los de su madre. También las medicinas de su madre. Conducir un auto no es difícil, pero todavía no acelera, ni siquiera lo enciende. Tiene que mentalizarse en lo que está haciendo.

Le mintió a Simone. No irá al hospital.

El teléfono que Simone le entregó para mantenerse comunicada entre ambas tiene una imagen abierta. Conoce la dirección, hacia el centro. Traga saliva, pero se debe al nudo del estómago. Luego, su rostro se oscurece. Conduce decidida; llevará a cabo lo que ha estado planeado desde hace días.

Hoy, en el matrimonio de Renata Bertolini, tiene que ser el día.

Su cabello rizado hacia un lado, aumentando su melena de león, se mueve conforme acelera apretando las manos en el volante, fija en el camino. Todavía siente un nudo en la garganta que no le permite hablar. Ha llorado todas éstas noches debido a la situación. Es difícil continuar la vida cuando te creen algo que no eres, apuntándote y juzgándote. Quiere ser fuerte, pero no puede olvidar todas las noches en prisión siendo insultada por Vidente y su grupo. Ni siquiera ha sanado del todo sus golpes.

Una pequeña lágrima silencio sale de su mejilla.

Pero traga fuerte y sigue conduciendo.

Renata Bertolini y todos sus cómplices pagarán por lo que le hicieron.

¿Y qué mejor día que en su propia boda?

Detiene el auto al otro lado de la calle, donde el hotel que muestra en grande el nombre que consiguió después de una ardua investigación le entrega la oportunidad de satisfacer la rabia con un fuerte respiro.

Está a punto de salir del auto, tomando el teléfono con rapidez sin dejar de ver la puerta del hotel.

Sin embargo, se detiene con los ojos abiertos.

Desde la distancia un hombre sale del edificio con paso decididos hacia el auto estacionado frente al hotel. Elena no le aparta la mirada y entrecierra los ojos con interés. Deja de verlo, y se da cuenta que el carro conduce.

Elena no se baja, observando a la distancia como el carro se aleja poco a poco.

Alza su barbilla, toma aire, y con su mirada colérica acelera. Sigue al auto por detrás, divisando hacia atrás. No puede dejar que noten que está siguiendo éste auto, ¡Pero ahí va ese tipo! El tipo que se casará con Renata Bertolini. Ésta tiene que ser la oportunidad.

Después de varias maniobras, Elena logra conducir detrás el auto negro. Está consumida por el odio, la rabia, y las ganas de vengarse. Incluso aprieta la mandíbula por todo el aire del odio. Ésta debe ser la oportunidad, ahora o nunca.

Decidida, acelera con fuerza.

El choque que le da a la parte trasera del auto es tan fuerte que debe tener una enorme excusa para esto. Pero es lo de menos. El auto negro se detiene, y observa satisfecha el resultado. Pobre Renata. ¿Su marido no llegará a tiempo? Con satisfacción apaga el auto, y observa una primera figura que sale por el lado del pasajero. Se quita el cinturón de seguridad, preparándose para mantener la excusa.

Tiene que usar a éste hombre a como de lugar. Un cuchillo al corazón de Renata es lo que busca.

—¡Lo lamento mucho! —Elena exclama, mirando el accidente—, le juro que no fue intencional. Yo no sé qué fue lo que pasó.

—Es que no puede creerlo —es la voz de un hombre. Pero viéndolo a los ojos se da cuenta que no es el marido de Renata—, ¿Sabes el valor éste auto? ¡Mira cómo lo dejaste! Te acusaré por exceso de velocidad mandándote a la cárcel, ¡Pagas por esto hoy mismo!

Elena se toma un momento para respirar. Sería otra mancha en su expediente. Si vuelve a la cárcel o tiene siquiera otro problema con la ley se las verá más fatal que antes y la oportunidad para demostrar su inocencia se irá a la ruina otra vez. Pero estaba consiente de esto, y, además, no quiere ver a éste hombre sino al otro. ¿O es que vio mal? Claro qué no.

—Usted no puede hacer eso —Elena exclama, sobresaltada.

—La acusaré y resolverá esto en una comisaría —responde el hombre decidido, sacando el teléfono de su pantalón—, qué indignante todo esto.

¿Policía? ¿Dijo policía? ¿éste hombre realmente va a acusarla? Lo único que no debe hacer ahora en éste mundo es expandir su expediente. Simone le dio el trabajo con la condición de no meterse más en problemas.

—Señor, por favor, no podemos llegar a esos extremos —ruega Elena. Se acerca al hombre.

—Tienes que pagar por el auto —responde el hombre, mirándola con desprecio.

—No llame a la policía. ¡Ésta exagerando!  ¡Haré lo que pida, pero no llame a la policía! —Elena mueve las manos para enfatizar.  ¿En dónde está el otro hombre? —, ¡Se lo ruego, no lo haga!

El hombre mueve la mano también para mandarla a callar.

—Esto te pasa por no ver las señales del semáforo. Maldición, nos atrasamos mucho más. ¿Bueno? Necesito una patrulla ahora mismo.

—Por Dios —Elena expresa una vez más. Tiene que seguir porque necesita ver al otro hombre como sea—, ¡Por lo qué más quiera, no llame a la policía…!

—Dos millones de dólares, Valentino. Deja a esa mujer tranquila.

Elena calla de golpe. El hombre que la acusa se gira también cuando oye la voz.

Una vez Elena se da la vuelta, con su corazón latiendo a mil por hora, tiene que mirar el suelo y poco a poco va subiendo la vista, y más…y más…y no se detiene hasta que la figura toma un aspecto en medio de éste caos.

Es enorme.

Son sus ojos quienes dejan a Elena en el limbo. Son sus ojos, profundos y oscuros, quienes la atontan un momento. Va caminando por encima del mar, o al menos eso es lo que siente al instante en el que sus ojos se encuentran.

¿Los ha visto antes?

Un instante donde Elena se da cuenta que no había visto una mirada tan peligrosa como a la vez tan llena de vida. Sus ojos hablan por sí solos, y es la cercanía de éste hombre desconocido lo que la desorienta un poco.

—No tengo tiempo para discutir y mucho menos ahora por un estúpido auto —vestido en traje, peinado debidamente y al lado del auto, sus ojos hielos, azules, claros como el cielo de arriba son quienes la observan—, y mucho con una mujer. Ahora vámonos.

Claro que lo reconoce.

Elena aguanta la respiración pese a saber que es el hombre que está buscando.

El prometido de Renata Bertolini.

***

Al otro lado de la calle, Caterina, la periodista contratada por Renata toma las fotos que necesitaba porque persiguió al hombre tal como Renata lo había pedido anoche. Con una sonrisa Caterina guarda su cámara y se acomoda más el gorro para retroceder.

Minutos después, más calmada y ya en la cafetería, siente felicidad porque las fotos valdrán miles de dólares cuando todo el país las vea.

No tiene tiempo qué perder. Tiene que ir a la cadena de televisión donde las entregará, pero antes, marca en su teléfono.

—Todo está listo. Ya tengo las fotos —no para de sonreír—, hoy mismo salen a la luz.

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