—No es lo que buscamos, siguiente.
—¿Esto es lo que haces? ¿No tienes experiencia? No podemos perder el tiempo enseñándote.
—¿Estás hablando en serio? He oído hablar de ti y prefiero no meterme en problemas. Gracias.
Son las palabras de las numerosas compañías que no han querido contratarla.
Se supone que Simone le conseguiría un trabajo como modelo publicitaria en las campañas de su compañía, pero la mayoría de sus compañeros han dicho sencillamente qué no y Elena ha pasado toda una semana sin poder encontrar un trabajo donde no la rechacen.
Intentó un día entero buscar como mesera en cafeterías, restaurantes, pero debido a su debilidad y a su expediente, sólo NO.
“Te diré algo sencillo, señorita Russo. Usted no puede trabajar aquí porque no aceptamos personas con antecedentes penales. Así qué si no le molesta, le pediré que deje mi tienda ahora mismo si no quiere que llame a la policía.”
Simone es la única que le ha ofrecido un trabajo e incluso permite que se quede en su departamento.
Elena camina hacia la oficina de Simone con paso acelerado en estos momentos. El rostro de un fotógrafo que está tomando fotos a una modelo cambia radicalmente cuando observa a Elena.
El prejuicio aquí adentro es abismal, y sofoca a Elena cada día. Ya ha escuchado:
—¿Qué hace ella aquí?
—¿No es una ladrona?
—Escuché que le robó a todo el mundo millones,
—¿Puedes creerlo? Dios, ¿Cómo pueden traer a alguien así? ¿Y si nos roba también?
Esos murmullos son los mismos que los de la prisión. Simplemente ignora, porque está en su hora de trabajo, y no quiere desaprovechar la única oportunidad que tiene. En lugar de sostener la puerta para ella, la mujer que sale de la oficina de Simone la cierra de golpe. Y Elena se queda atrás, pasmada por el comportamiento.
Se toma un momento para respirar. “Calma, continúa.” Jala la puerta.
—¡Elena! ¿Ya vas a tomar tu almuerzo? —pregunta Simone con una sonrisa.
—Ya voy a tomar mi almuerzo —responde Elena—, pero antes quería pedirte un favor, Simone, si no te molesta.
Simone se levanta de inmediato al oírla.
—¡Claro qué puedes, Elena! Haré lo que sea.
Se toma un momento antes de continuar.
—¿Podrías prestarme tu auto? No quiero molestar a Randy porque es hora del almuerzo.
El rostro de Simone se ilumina al instante, rodeando el escritorio para acercarse a ella.
—Me sorprendió saber que aprendiste a manejar cuando fuiste taxista un par de meses. Claro que puedes tomar mi auto.
Luego de una semana mostrando sólo una expresión de tristeza, Elena sonríe, tomando sus manos.
—¡Gracias! —expresa Elena—, ¡Muchas gracias! —toma su cartera antes de apresurarse a la puerta.
Sin embargo, Simone se acerca para detenerla.
—Espera, Elena —Simone muestra una expresión desdichada—. Sé que te prometí el trabajo, pero la situación se volvió peor cuando de repente tu nombre estaba en boca de todos. Sé que no eres esa mujer, y comprendo que te sientas incomoda por esto. Hablaré con todos para que te traten como lo que eres, otra empleada más de nuestro equipo —Simone aparenta menos edad de la que tiene. 45 años de edad que apenas se notan. Una figura alargada y elegante, y cabello corto y teñido de blanco. No plateado. Sino blanco. Según ella, las canas nunca las tendrá. Odia las canas, pero sabe que son parte de la vida.
—Descuida —Elena responde, tomando la cartera—, muchas gracias por todo lo que has hecho por mí. No puedo estar más qué agradecida. Gracias por esto, te prometo que no tardaré mucho.
—¡No te olvides de llegar a la hora de la cena…! —se despide Simone.
Y escuchando esas palabras Elena sale de la oficina. Observa la hora en el teléfono con seriedad cuando ya está frente del auto de Simone.
Algo en su pecho no la deja continuar. ¿Miedo? ¿Desconfianza? Sus ojos se vuelven negros.
No.
Rabia, venganza.
Abre la puerta del auto.
Odio.
Había tenido muchos trabajos para costearse los gatos y los de su madre. También las medicinas de su madre. Conducir un auto no es difícil, pero todavía no acelera, ni siquiera lo enciende. Tiene que mentalizarse en lo que está haciendo.
Le mintió a Simone. No irá al hospital.
El teléfono que Simone le entregó para mantenerse comunicada entre ambas tiene una imagen abierta. Conoce la dirección, hacia el centro. Traga saliva, pero se debe al nudo del estómago. Luego, su rostro se oscurece. Conduce decidida; llevará a cabo lo que ha estado planeado desde hace días.
Hoy, en el matrimonio de Renata Bertolini, tiene que ser el día.
Su cabello rizado hacia un lado, aumentando su melena de león, se mueve conforme acelera apretando las manos en el volante, fija en el camino. Todavía siente un nudo en la garganta que no le permite hablar. Ha llorado todas éstas noches debido a la situación. Es difícil continuar la vida cuando te creen algo que no eres, apuntándote y juzgándote. Quiere ser fuerte, pero no puede olvidar todas las noches en prisión siendo insultada por Vidente y su grupo. Ni siquiera ha sanado del todo sus golpes.
Una pequeña lágrima silencio sale de su mejilla.
Pero traga fuerte y sigue conduciendo.
Renata Bertolini y todos sus cómplices pagarán por lo que le hicieron.
¿Y qué mejor día que en su propia boda?
Detiene el auto al otro lado de la calle, donde el hotel que muestra en grande el nombre que consiguió después de una ardua investigación le entrega la oportunidad de satisfacer la rabia con un fuerte respiro.
Está a punto de salir del auto, tomando el teléfono con rapidez sin dejar de ver la puerta del hotel.
Sin embargo, se detiene con los ojos abiertos.
Desde la distancia un hombre sale del edificio con paso decididos hacia el auto estacionado frente al hotel. Elena no le aparta la mirada y entrecierra los ojos con interés. Deja de verlo, y se da cuenta que el carro conduce.
Elena no se baja, observando a la distancia como el carro se aleja poco a poco.
Alza su barbilla, toma aire, y con su mirada colérica acelera. Sigue al auto por detrás, divisando hacia atrás. No puede dejar que noten que está siguiendo éste auto, ¡Pero ahí va ese tipo! El tipo que se casará con Renata Bertolini. Ésta tiene que ser la oportunidad.
Después de varias maniobras, Elena logra conducir detrás el auto negro. Está consumida por el odio, la rabia, y las ganas de vengarse. Incluso aprieta la mandíbula por todo el aire del odio. Ésta debe ser la oportunidad, ahora o nunca.
Decidida, acelera con fuerza.
El choque que le da a la parte trasera del auto es tan fuerte que debe tener una enorme excusa para esto. Pero es lo de menos. El auto negro se detiene, y observa satisfecha el resultado. Pobre Renata. ¿Su marido no llegará a tiempo? Con satisfacción apaga el auto, y observa una primera figura que sale por el lado del pasajero. Se quita el cinturón de seguridad, preparándose para mantener la excusa.
Tiene que usar a éste hombre a como de lugar. Un cuchillo al corazón de Renata es lo que busca.
—¡Lo lamento mucho! —Elena exclama, mirando el accidente—, le juro que no fue intencional. Yo no sé qué fue lo que pasó.
—Es que no puede creerlo —es la voz de un hombre. Pero viéndolo a los ojos se da cuenta que no es el marido de Renata—, ¿Sabes el valor éste auto? ¡Mira cómo lo dejaste! Te acusaré por exceso de velocidad mandándote a la cárcel, ¡Pagas por esto hoy mismo!
Elena se toma un momento para respirar. Sería otra mancha en su expediente. Si vuelve a la cárcel o tiene siquiera otro problema con la ley se las verá más fatal que antes y la oportunidad para demostrar su inocencia se irá a la ruina otra vez. Pero estaba consiente de esto, y, además, no quiere ver a éste hombre sino al otro. ¿O es que vio mal? Claro qué no.
—Usted no puede hacer eso —Elena exclama, sobresaltada.
—La acusaré y resolverá esto en una comisaría —responde el hombre decidido, sacando el teléfono de su pantalón—, qué indignante todo esto.
¿Policía? ¿Dijo policía? ¿éste hombre realmente va a acusarla? Lo único que no debe hacer ahora en éste mundo es expandir su expediente. Simone le dio el trabajo con la condición de no meterse más en problemas.
—Señor, por favor, no podemos llegar a esos extremos —ruega Elena. Se acerca al hombre.
—Tienes que pagar por el auto —responde el hombre, mirándola con desprecio.
—No llame a la policía. ¡Ésta exagerando! ¡Haré lo que pida, pero no llame a la policía! —Elena mueve las manos para enfatizar. ¿En dónde está el otro hombre? —, ¡Se lo ruego, no lo haga!
El hombre mueve la mano también para mandarla a callar.
—Esto te pasa por no ver las señales del semáforo. Maldición, nos atrasamos mucho más. ¿Bueno? Necesito una patrulla ahora mismo.
—Por Dios —Elena expresa una vez más. Tiene que seguir porque necesita ver al otro hombre como sea—, ¡Por lo qué más quiera, no llame a la policía…!
—Dos millones de dólares, Valentino. Deja a esa mujer tranquila.
Elena calla de golpe. El hombre que la acusa se gira también cuando oye la voz.
Una vez Elena se da la vuelta, con su corazón latiendo a mil por hora, tiene que mirar el suelo y poco a poco va subiendo la vista, y más…y más…y no se detiene hasta que la figura toma un aspecto en medio de éste caos.
Es enorme.
Son sus ojos quienes dejan a Elena en el limbo. Son sus ojos, profundos y oscuros, quienes la atontan un momento. Va caminando por encima del mar, o al menos eso es lo que siente al instante en el que sus ojos se encuentran.
¿Los ha visto antes?
Un instante donde Elena se da cuenta que no había visto una mirada tan peligrosa como a la vez tan llena de vida. Sus ojos hablan por sí solos, y es la cercanía de éste hombre desconocido lo que la desorienta un poco.
—No tengo tiempo para discutir y mucho menos ahora por un estúpido auto —vestido en traje, peinado debidamente y al lado del auto, sus ojos hielos, azules, claros como el cielo de arriba son quienes la observan—, y mucho con una mujer. Ahora vámonos.
Claro que lo reconoce.
Elena aguanta la respiración pese a saber que es el hombre que está buscando.
El prometido de Renata Bertolini.
***
Al otro lado de la calle, Caterina, la periodista contratada por Renata toma las fotos que necesitaba porque persiguió al hombre tal como Renata lo había pedido anoche. Con una sonrisa Caterina guarda su cámara y se acomoda más el gorro para retroceder.
Minutos después, más calmada y ya en la cafetería, siente felicidad porque las fotos valdrán miles de dólares cuando todo el país las vea.
No tiene tiempo qué perder. Tiene que ir a la cadena de televisión donde las entregará, pero antes, marca en su teléfono.
—Todo está listo. Ya tengo las fotos —no para de sonreír—, hoy mismo salen a la luz.
Por un instante, para Gianluca hay una pincelada de recuerdo que hace años no salía a flote, porque tenía que superar esa página de su vida. La forma de sus ojos, esa manera de fruncir el ceño y su cabello salvaje.—Deja a ésta mujer en paz, hay mucho tráfico detrás de nosotros—absorto por su belleza, le responde Valentino—, ahora vámonos.—¡Pero ella tiene que ir a la cárcel porque ser tan inconsciente! —expresa Valentino con rabia, mirándola.—He dicho: vámonos —habla otra vez, con dureza. Mira fijamente a Valentino—, no esperaré otro minuto más. Sino quédate aquí y yo sigo por mi cuenta.Vuelve a caminar directo hacia el auto. Es sencillamente increíble que esto ocurra, y justo en estos momentos. Debe ser el peor día de su vida ahora.Cuando salió del hotel ésta mañana, no quería encontrarse con ningún periodista y no quería recibir ninguna llamada dando explicaciones. Su mañana lo está poniendo de mal humor como para qué tenga que lidiar con ésta situación.Valentino enmudece y pa
Quizás tan sólo Elena está soñando. Quizás todo esto tiene una explicación que tiene que ver no con un sueño sino una pesadilla. Le basta mirar unos segundos más los ojos del hombre frente suyo para que el mundo le recuerde que vive en una realidad.—Señor, lo esperan en la camioneta —ésta nueva voz surge desde la entrada del edificio.—Dame un segundo, Flavio —lo oye decir. Flavio se dirige de nuevo hacia la camioneta así que alza la vista hacia él otra vez—, no tengo todo el tiempo del mundo —parece un animal gruñendo de molestia—, sígame.—Un momento ¿Se está escuchando? —Elena muestra su palma indicando que se detenga. Por lo tanto llama su atención y sus cejas negras junto a sus ojos grises amenazan hasta congelar sus huesos. Pero es experta en aparentar algo que no es por fuera—, si quiere que yo salga con usted por esa puerta necesito que me explique exactamente qué es lo que desea. La gente cree que usted y yo —Elena cierra la boca, no quiere continuar desafiando a su mente co
Momentos después Gianluca entra al auto.Se sorprende al ver la cantidad de personas afuera del auto lanzando flashes que provienen de las cámaras.—¡Por Dios! ¿Qué es esto? —expresa Elena con horror.Elena siente unas manos, de repente, en su rostro, cuyos dedos la giran para que lo observe. Deja de respirar cuando miran directo a los ojos de éste hombre mientras el auto comienza a ser arremetido otra vez por las cámaras y los micrófonos.Sus dedos en la piel de sus mejillas le arrebatan una respiración.—Puede ser atosigador, pero no por mucho. —Esa gente cree que soy la amante.—¿Amante? —Gianluca dobla las cejas en una expresión confundida, pero sólo está fingiendo—, ¿Le interesa las opiniones de los demás antes de conseguir lo que desea?Elena entreabre los labios.—Para salvar mi reputación, jamás —contesta Elena, alejándose de sus dedos—, pero antes quiero dejarle en claro lo que quiero en cambio.Está consciente de que su aceptación fue hecha bajo la rabia y la satisfacción d
Elena se voltea. Busca que ésta mujer no vea su rostro porque ya estaba convencida de que si la vería, al menos sería cuando ésta noche terminara.Si algo pasa atrás de ella no puede verlo. El frío del lugar junto a los gritos que reconoce con claridad comprime aún más la noche más larga de su vida. Otro paso más en los tacones escucha desde su lado y con los ojos abiertos, y Elena no se atreve a darse la vuelta porque no quiere que Renata la observe. No todavía.—¿Es ella? ¿Es ella tu amante? ¡Esta es la zorra de tu amante! —la voz de Renata brama sin espera, detenida por el cuerpo de Gianluca que se interpone entre las dos. Renata lo empuja por el pecho—, has perdido la cabeza, te has vuelto loco. ¡No te perdonaré esto nunca! ¡Nada de lo que me has hecho! ¡Quítate! ¡Primero la mato a ella por ser tan descarada y quitarme a mi marido y luego a ti por ser un completo idiota!—¿Qué haces en mi casa? —Elena escucha la voz de Gianluca aún más ronca, y sus palabras salen serias y prepoten
—¡Señora Renata! —Issie se acerca para empujar a Renata hacia atrás, lejos de Elena.—Eso te merece. ¡Eso y más! Todo el mundo sabrá la clase de persona que eres tú. Una criminal —Renata se zafa de mala gana de Issie—, estás en mi casa. Está casa es mía y de Gianluca, y estás equivocada si crees que voy a dejar tan fácilmente que me quites a mi prometido.—Necesita irse, señora Renata. ¡El señor Mancini no querrá verla aquí y lo sabe!—Tú cállate —Renata brama hacia Issie. Su cabello caramelo se zarandea cuando gira el rostro hacia Issie—, ¡si vuelves a defenderla te despido! ¡Sigo siendo la única mujer de Gianluca así que debes obedecerme a mí!—Cállate, Renata. Tan sólo cállate —Elena se quita la mano de la mejilla, y también camina hacia Renata para señalarla—, ¡No me tientes a decirle a todo el mundo la verdad!—¿¡Qué verdad, idiota porsiodera!? —es Issie ahora quien se interpone entre las dos—, sabía que aparte de ladrona eras una trepadora y por eso te dieron el trabajo en A La
Se escuchan unos sonidos de unos tacones contra el piso del pasillo de éste edificio y aunque nadie tiene permitido hablar de nada de lo que sucede en ésta sucursal de Della Famiglia, Renata Bertolini entra sin tocar a la oficina principal. Se encuentra con un hombre en sus próximos treinta, atractivo y en traje a la medida. Está sentado tras su escritorio y al oír la puerta, alza sus ojos hacia Renata. Una sonrisa se le plasma en el rostro. —¿Qué te trae por aquí, preciosa? ¿Me vas a contar porque cancelaste tu boda de ayer? —¡Se casó con otra mujer! —Renata solloza de la rabia, acercándose hacia su escritorio—, no tengo la más mínima idea del porqué lo hizo pero se casó. ¡Tu primo idiota se casó con alguien más! —deja caer las manos en la mesa para inclinarse hacia él—, ¡Me engañó, Enrico! Y lo hizo delante de todo el mundo.Enrico De Santis es el CEO ahora de la empresa que su primo Gianluca anteriormente manejaba. Llegar a éste lugar no fue fácil, pero su intención siempre fue
—¿Señora Elena, está bien? Elena sale de la ensoñación cuando oye a Issie. Era inevitable. Su foto está rondando todo el país y ahora como una mujer casada. Casada con un completo desconocido arrogante. —Estoy bien, Issie. Buenos días —se acerca hacia la isla de la cocina—, ¿Dónde está tú jefe?—El señor Mancini estará ocupado el día de hoy y yo tendré que irme. Vendrá mi hija para tomar mi puesto —Issie amablemente deja el desayuno frente a sus ojos—, ¿Desea algo en específico? —Con urgencia, Issie. Si no es mucha molestia —Elena parece lamentarse—, me gustaría salir de aquí cuánto antes. ¿Dónde consigo ropa? —¿Irse? ¿Y a dónde irá? El señor Mancini debe saberlo antes-—Tengo un trabajo y tengo que ver a alguien con urgencia. ¿Me ayudarías, Issie? —Pero señora Elena-—Dime sólo Elena, por favor. Sólo Elena —no tiene ganas de desayunar. Sólo tiene en la mente marcharse de aquí cuánto antes y buscar a Simone. El mundo debe estar al revés y es la principal causante. Sale de nuevo
Las palabras no llegan como deberían a la mente de Elena. Y aún con esas manos sobre su cintura y ese color de ojos tan profundo como el mar bajo de ellos intenta Elena intenta no desconcentrarse. —¿De qué estás hablando? —pregunta, molesta y confundida—, ¿Que nos hemos visto antes? —se remueve de sus brazos—, jamás he visto a un hombre tan arrogante y exigente como tú. Vamos, suéltame. Hay un pequeño destello de interés en el rostro de Gianluca. Cómo si estuviera inspeccionando a detalle cada gesto, cada movimiento de su rostro con precisión. Lo que le genera incomodidad a Elena ya que no había visto una mirada tan intimidante como la suya. —Que me sueltes. Yo nunca te he visto si eso es lo que quieres saber—Elena exige otra vez—, jamás en la vida te he visto. Gianluca no se esfuerza mucho en aprisionarla como hace unos segundos después de oír su negativa. Se aleja lo debido para que Elena, un tanto desconcertada, finalmente se sonroje. —¿Por qué preguntas si nos hem