5. ¿Es una propuesta?

Por un instante, para Gianluca hay una pincelada de recuerdo que hace años no salía a flote, porque tenía que superar esa página de su vida. La forma de sus ojos, esa manera de fruncir el ceño y su cabello salvaje.

—Deja a ésta mujer en paz, hay mucho tráfico detrás de nosotros—absorto por su belleza, le responde Valentino—, ahora vámonos.

—¡Pero ella tiene que ir a la cárcel porque ser tan inconsciente! —expresa Valentino con rabia, mirándola.

—He dicho: vámonos —habla otra vez, con dureza. Mira fijamente a Valentino—, no esperaré otro minuto más. Sino quédate aquí y yo sigo por mi cuenta.

Vuelve a caminar directo hacia el auto. Es sencillamente increíble que esto ocurra, y justo en estos momentos. Debe ser el peor día de su vida ahora.

Cuando salió del hotel ésta mañana, no quería encontrarse con ningún periodista y no quería recibir ninguna llamada dando explicaciones. Su mañana lo está poniendo de mal humor como para qué tenga que lidiar con ésta situación.

Valentino enmudece y palidece, sin creer lo que escucha de su primo y sabe que está decidido a su palabra porque está cerca de meterse al auto y largarse de aquí, sin importarle siquiera la mujer que dejan atrás.

Sin embargo, una voz lo detiene.

—¡Oiga, espere!

Observa por el hombro con desdén. Sus ojos incrédulos son hermosos; ese color oscuro como un ciervo que podrían hacer lo que gusten con cualquiera. Pero aún así le resta importancia. Ni siquiera parpadea cuando la escucha.

—No me moleste. Estoy ocupado —abre la puerta del carro.

—¡Tengo que decirle algo importante!

—No me diga, ¿y qué se supone qué es?

—Quiero hablarle sobre Renata Bertolini.

Tensa la mandíbula de golpe, girándose hacia ella. Como ella está a un metro de él, es fácil admirar sus ojos más de cerca.

—No me interesa nada de lo que diga —expresa contundente.

La mujer da un paso hacia atrás.

—Me llamo Elena, señor y necesita escucharme.

—Entonces, señorita Elena. Háganos un favor —la mira con desdén—, si sigue atrasándome no tendré de otra que hacer exactamente lo que mi primo está pidiendo. No estoy de humor para hablar con desconocidas —abre la puerta del auto.

—¡Oiga! —la escucha otra vez—, ¡Es importante lo qué tengo qué decirle!

—No lo es. No la conozco —azota la puerta de su auto y la mira por la ventana. Le da una ojeada inevitable de arriba hacia abajo—, no me haga perder el tiempo. Si quiere recompensarme por olvidar éste choque es mejor que no actúe como si me conociera —coloca la mirada en la autopista—, buenos días.

La mujer jadea consternada, y es lo último que ve en esos ojos de ciervo hechizantes.

—Tiene que escucharme —la mujer coloca la mano en la ventana—, es demasiado importante. Se trata de su mujer-

—Buenos días —escupe con furia. Como ésta cerca de ella, es admirable que tenga las agallas para acercarse a él aún cuando le dijo que no. La mujer se echa hacia atrás y al recibir su amenaza con esos buenos días, el rostro de la mujer se enciende en la furia.

Viéndola una última vez, hay un destello repentino cuando esos ojos negros lo siguen mirando. Baja la mirada hacia su carnet del trabajo. Pero restándole importancia, aparta los ojos con indiferencia y acelera.

—¡¿Estás loco, verdad?! ¡Loco! —Valentino ruge dentro del auto porque se metió justo cuando el motor sonó—, ¿Por qué no te estás preparando para tu boda?

—No hay boda —y responde, acelerando—, no habrá una m*****a boda.

—¿Estás loco? ¿Cómo qué no? —pregunta Valentino desconcertado—. Hoy te casas ¿De qué estás hablando? ¡No puedes faltar a tu boda…!

—No hay boda —vuelve a expresarle a Valentino apretando el volante con fuerza—, mucho menos con ella.

—¡Dios Mío! ¡Estás loco! ¿¡Cómo que no habrá boda, te escuchas…?! No puedes hacer esto. ¿Perdiste la cabeza? Perdiste la cabeza.

Lo que tiene pensado hacer es sencillo: comprar por casi un billón de dólares Della Famiglia. Y eso es lo que ha venido haciendo, pero debido a que Enrico De Santis lo ha puesto en contra de todos los accionistas de la empresa Della Famiglia, lo hará sin importar su opinión.

—Llama a Elijah. 750 millones para que su empresa sea mía.

—¿¡Qué?! ¡Es la empresa que Della Famiglia usa para su logística y distribución! Maneja la entrega de los productos de esa empresa y Fattoria Verde controlaría la cadena de suministros de Della Famiglia porque —Valentino lo mira con asombro—, ¿Vas a interrumpir temporalmente la distribución de productos? Les causarás retrasos y pérdidas.

—Exactamente —le responde a Valentino con una mirada oscura—, es precisamente lo que quiero. Debilitará a Enrico. Fattoria Verde tendrá ventaja en el mercado —aprieta el volante—, y yo no me caso con nadie el día de hoy.

***

—¡Esto es increíble! —expresa Elena observando la pequeña hendidura en el carro de Simone. Se lleva las manos a su cabello, y mira hacia atrás. Justo por el camino que aquel hombre escogió para huir. Apenas han pasando un par de momentos desde que lo vio. Está furiosa porque su plan fracasó. Y no creyó que hubiese sido tan difícil explicar algo tan fácil.

“No la conozco”

Está hirviendo de la rabia. ¿Qué se supone qué le dirá a Simone?

Tiene que avanzar porque ya hay tráfico. A regañadientes se apresura al auto y tomando un suspiro maldice en voz baja.

—¡Pero por lo menos llegará tarde a su boda! —exclama entre enervada y orgullosa. Pero sus fuerzas se agotan.

Toma el primer atajo de vuelta a la oficina. Decir que está enojada es poco. Sus nudillos están blanco de tanto apretar el volante, y su pesadilla se volvió realidad: las cosas no salieron como las pensaba. Nada sale cómo lo quiere. Absolutamente nada.

No tiene dinero, no tiene conocidos que la ayuden en el ámbito legal, está débil, juzgada por muchos y la discriminación de encontrar un trabajo. ¿Cómo se supone que continuará o siquiera tendrá una ventaja para demandar a “Á la mode”? Siente cómo sus esperanzas están cayendo hondo, y el mismo sentimiento de incertidumbre al pasar tantos años en la cárcel…es esa misma desesperanza.

Estaciona el carro, y suelta el volante con un suspiro. Mantiene los ojos cerrados un tiempo extendido, maniobrando en su mente lo que hará después. Cuando decide que debe enfrentar a Simone y pagar por su plan fracasado, se arregla el cabello y el carnet de identificación del trabajo que guinda en su cuello todavía. Ni siquiera recuerda que tuvo que haber ido a la clínica.

Le da otro vistazo a la parte delantera del carro de Simone. Le pedirá que los gastos los descuente de una vez de su sueldo. “No busques problema” fue lo que Simone le dijo. Pero no fue a buscar problemas, fue a impedir que ese tipo se casara para que la escuche y así dejar en ridículo a Renata en su propia boda. Ahora, la única desafortunada es ella. ¿Hasta cuándo su vida será tan cruel?

Caminando por el pasillo hacia la oficina de Simone, las modelos reconocidas de ésta casa de modas se apartan, no la saludan y la ignoran por completo.

Al igual que los fotógrafos y los que se encargan del vestuario. Todos desean mantener el mínimo o nulo contacto con una exconvicta, y los chismes aquí también afectan a Simone.

Vive con un nudo en la garganta constantemente. Y recibir las miradas de desprecio y de desdén es algo que la persigue. Era distinto tras las rejas porque ahí todo fue inmundo para ella, pero pensaba que una vez en libertad todo sería distinto.

Todo sería distinto y tendría la oportunidad de sanar las heridas y de vivir para olvidar todas las torturas y la mancha puesta en su vida a propósito que ahora no la deja vivir.

—¿Elena? —la voz de Simone entra en sus pensamientos—, ¿Está todo bien?

—Perdóname —Elena dice rápidamente, dejando la cartera en su mesa. Su escritorio está afuera de la oficina de Simone, pero Simone tiene ahora las puertas abiertas en par en par así que la ve llegar. Elena casi siente las lágrimas en sus ojos que no la dejan continuar—, ocurrió un accidente y tu auto…

—¡Por Dios, Elena! ¿Y tú estás bien? —Simone corre en sus tacones para tomarla de las manos—, ¡Dime que estás bien!

Elena se limpia una lágrima.

—Lo estoy —traga saliva—, pero tu auto tuvo una pequeña fisura. En serio lo lamento. Toma todo mi salario para arreglarlo, por favor. Yo estoy bien.

—Gracias a Dios —Simone da un enorme respiro de alivio—, el carro es material, Elena. ¿Cómo me va a importar el carro antes que tú? Mírate, ¿Estabas…llorando, Elena? —Simone tiene una expresión preocupada—, ¿Estás segura que no te pasó nada? Vayamos al hospital.

—Estoy bien —Elena intenta darle una sonrisa—, pero estaré mejor si me prometes que tomarás mi sueldo para arreglar tu auto. Es mi culpa y tengo que hacerme cargo de eso. ¿Sí? ¿Por favor? —Elena esnifa, abriendo su cartera. Toma un par de billetes teniendo el nudo en su garganta—, tómalo, por favor. Sé que quisiste darme mi paga por adelantado pero tómalo —le pide con una voz en hilo—, no gastes de tu dinero. Este es mi paga, y úsalo para lo que el auto necesite.

Simone mira los billetes, y una mirada llena de pesadumbre se apodera de su rostro.

—No hagas esto, Elena. Este dinero es para comprarte tus medicinas, ¿No ves que todavía no te has curado? —Simone le baja las manos—, del auto me encargo yo. Lo único que me interesa es que ahora estás bien —el teléfono local de Simone suena en su oficina—, ¿Esperas aquí un momento? Saldremos hoy a las siete, ¿Y podemos ir a cenar? Claro qué sí —Simone se devuelve rápidamente hacia su oficina mientras el teléfono sigue sonando.

Elena baja la mirada a los billetes. Y en silencio, son sus lágrimas quienes rondan sus mejillas. Tan sólo piensa en lo tanto que le hace falta su madre. Ella le diría que todo estaría bien.

Para Elena, nada está bien y las cosas están más lejos de arreglarse. Más lejos, e imposible de hacerlo.

Simone le repite que mañana irán al hospital a chequear si realmente no le ocurrió nada por el accidente. Elena muy poco puede negar contra esto. Lo que resta de horas se la pasa archivando, atendiendo las llamadas de Simone y organizando su itinerario para mañana. Para calmar su ansiedad compra un par de galletas dulces, y es como si desprendiera un olor horrible ya que la mayoría se aleja de ella o hace una mueca de asco.

Tan sólo quiere que la noche llegue cuanto antes.

Y cuando llega, está recogiendo los enormes archivos para llevarlos a la casa y adelantar el trabajo. Sin embargo, algo la saca de sus pensamientos. Es Simone.

—¡No puedo creerlo! —la escucha gritar.

Al creer que algo le ha ocurrido Elena sale corriendo hacia la oficina, con los ojos abiertos.

—¿¡Qué sucede?! —pregunta Elena con el corazón en la garganta.

Simone está bien. Pero está de brazos cruzados mirando el enorme televisor de su oficina. Elena no escucha respuesta así que sus ojos viajan a la cadena de noticias. Es el mismo canal de variedades de moda y tendencias. Y no falta mucho cuando se da cuenta del porqué Simone está impresionada.

¿Y cómo no iba a estarlo? Ella también abre la boca, sorprendida.

“Como lo escuchan. Nos cae de bomba ésta noticia del día de hoy. Se suponía que estaríamos televisando la boda más esperada de la temporada de Renata Bertolini y su multimillonario prometido. ¿Pero qué creen? Resulta que no hubo ni habrá boda. Nos reportan que el prometido de Renata Bertolini está de amorío con una mujer desconocida. ¿Pueden ver las fotos? Nuestra fuente sólo pudo tomar desde éste ángulo y se ve al prometido, bueno, exprometido de Renata Bertolini muy a gusto con su nueva amante. Creemos que la cancelación de la boda se debe a esto. Y sí, damas y caballeros, la boda más esperada ha llegado a su fin sin siquiera haber comenzado. Reportaremos a detalle de ésta noticia y serán los primero en saber el nombre y el apellido de la nueva conquista del señor Mancini…”

—¿Puedes creerlo? Renata Bertolini es una super estrella. Pobre, debe estar destrozada —Simone se gira hacia ella—, la verdad es que no sabría qué hacer si me pasara a mí.

Elena no puede creerlo ¿No se supone que ya para éste entonces está casado con Renata? Su rostro tiene plasmado la impresión, también sin habla. Y lo peor no es eso.

¡Ella es la mujer de la foto!

Tiene la ventaja de que su rostro no se ve, pero la están relacionando sentimentalmente con él. Su cuerpo se queda rígido. Baja la mirada hacia su vestimenta. Es la misma de ésta mañana. ¿Qué se supone que hará si alguien se entera que es ella quien está metida en ese lío?

—¿Elena? ¿A dónde vas?

—Eh —balbucea Elena al oír a Simone, tomando el primer abrigo que encuentra—, ¿Quieres que te espere abajo? Ya tengo todo listo así que puedo esperarte abajo.

—¡Claro! Tengo que hacer mi última llamada y cerrar la oficina —habla Simone.

Elena se abotona el abrigo, ocultando la camisa. ¿Y su cabello? ¿Cuántas mujeres no tienen el mismo tipo de cabello en ésta ciudad? ¡Esto no puede estar pasando! Toma sus cosas y pretende actuar como si no estuviese en los noticieros de todo el país.

Tiene que quitarse la camisa antes de que alguien la descubra.

Recepción está solitaria, y el sonido de sus zapatos es lo único que se oye al tiempo que toma el teléfono. La primera noticia que ve es la foto de ese hombre junto a ella.

—¡Por Dios! —casi grita. ¿Cómo sucedió esto?

Alza la vista cuando la puerta de vidrio del edificio se abre, y cree que se trata de algún empleado que olvidó algo. Simone y ella son las últimas en marcharse.

No sólo da un paso hacia atrás. Sino otro, y otro. Cada rincón de su cuerpo vive una pesadilla cuando nota que la única persona en éste lugar aparte de ella es el hombre más famoso de éste país en estos momentos.

Hirviendo de furia, al borde de la rabia, en sus ojos puede ver el recelo sumado a la discordia. Incluso puede ver que está acelerado, y su respiración sale y entra en su cuerpo con fiereza. Elena sólo es capaz de fruncir el ceño en sorpresa.

—¿¡Qué hace aquí?! —se guarda el teléfono rápidamente antes de decir algo—, ¿Cómo sabe que trabajo aquí?

—Su carnet —gruñe el hombre, entrando por completo a recepción.

—¿¡Qué hace aquí le pregunté? —Elena agarra la cartera con fuerza—, ¿Qué está pasando? ¿¡Por qué mi foto está en todos los medios?!

—Venga conmigo de inmediato —casi no cree que es él quien le está pidiendo eso.

—¿Por qué habría de hacer algo así? ¿Está loco?

—Que venga conmigo —vuelve a gruñir el hombre acercándose hacia ella—, mi reputación no se verá afectada por su culpa.

—¿¡Mi culpa?! —pregunta Elena incrédulamente—, ¿Y qué se supone que haré yéndome con usted?

—Para que los medios no la hagan trizas como lo están haciendo conmigo —de pronto suelta, callando a Elena de golpe—, tiene que aceptar ser mi esposa.

A pesar de que dice algo así su rostro está bañado en rabia.

—No tenemos nada de tiempo —hay una camioneta negra blindada que espera por los dos a las afuera del edificio. Vuelven a mirarse en la sombra de la noche. Elena entreabre los labios y él vuelve a hablar con la mandíbula tensa—. A partir de este momento es mi prometida, señorita Elena, y espero no le moleste que me tome el atrevimiento —el cuerpo de Elena se congela cuando esos ojos vuelven a verla—, de decirle que venga conmigo y me acompañe a hacer pública ésta relación.

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