Las palabras no llegan como deberían a la mente de Elena. Y aún con esas manos sobre su cintura y ese color de ojos tan profundo como el mar bajo de ellos intenta Elena intenta no desconcentrarse. —¿De qué estás hablando? —pregunta, molesta y confundida—, ¿Que nos hemos visto antes? —se remueve de sus brazos—, jamás he visto a un hombre tan arrogante y exigente como tú. Vamos, suéltame. Hay un pequeño destello de interés en el rostro de Gianluca. Cómo si estuviera inspeccionando a detalle cada gesto, cada movimiento de su rostro con precisión. Lo que le genera incomodidad a Elena ya que no había visto una mirada tan intimidante como la suya. —Que me sueltes. Yo nunca te he visto si eso es lo que quieres saber—Elena exige otra vez—, jamás en la vida te he visto. Gianluca no se esfuerza mucho en aprisionarla como hace unos segundos después de oír su negativa. Se aleja lo debido para que Elena, un tanto desconcertada, finalmente se sonroje. —¿Por qué preguntas si nos hemos visto an
No había sentido tanta rabia en su vida como ahora. No puede tener calma ni un sólo segundo y ahora esté hombre aparece aquí, como si nada, como si no hubiese sido cómplice de todas las aberraciones que vivió en la cárcel. Se acerca para empujarlo pero Simone se interpone, aunque no utiliza la fuerza. Elena se detiene pero no deja de ver a Di Luca. —¡¿Qué haces aquí?! ¿Qué hace aquí, Simone? ¿De qué se trata todo esto? —Elena habla rápido. No ve otra cosa sino la rabia y más cuando Di Luca no deja de sonreír a la distancia. —El señor Di Luca ha propuesto algo, Elena. Cálmate. Tiene una propuesta para ti —Simone parece preocupada al verla tan enojada. Sus manos toman las suyas—, y menos mal que has llegado porque debemos hablar de tu nuevo horario y de tu agenda. Todavía con el ceño fruncido Elena se gira de bruces hacia ella sin entender.—¿Agenda? —Siempre supe de tu potencial, Elena. Con ese hermoso rostro debes estar en las mejores revistas del país y con tu encanto, tienes to
—¿Así que ella salió de la cárcel? —pregunta una señora, sentada tras su escritorio.—No pudimos retenerla más tiempo, señora Bertolini. El nuevo juez dictaminó que la dejasen en libertad —quien responde es otra mujer, con la cabeza agachada y sumisa a la mirada que le envía la señora—, y salió. Hace una semana.—Vi sus fotos y esa mujer está ilesa —responde la señora. Es una mujer muy bella, de cabello rubio perfectamente peinado en un moño elegante. Usa aretes, collar, pulseras y anillos de oro y su vestimenta es tan elegante cómo lo que destila. Pero sus ojos están tan lejos de aparentar algo qué no es. Menos con la mujer que tiene delante de ella—, no parece tener ningún rasguño.—Hicimos todo lo que nos pidió y las reclusas hacían todo lo que yo les ordenaba. Se lo aseguro, estuvo irreconocible por varios días, pero la muerta de hambre siempre se recupera y como tengo al propio gobernador en la mira, no puedo permitir tantas peleas o sino podrán destituirme, señora Bertolini —res
—Mañana te mudarás a mi casa. —¿Cuál casa? ¿Dónde estaba esa mujer? —No —dice Gianluca, y luego se coloca el cinturón de seguridad. Elena alza una ceja, incrédula—, compré una nueva casa. Supuse que te molestó lo de anoche así que tienes una nueva casa. —¿Tengo? —Elena se cruza de brazos, inclinando el rostro.El carro empieza a moverse hacia la autopista abierta. Billy, Tito y Gaby no vienen con ellos. Sólo Billy y Tito vienen en otra camioneta. La noche acaba de comenzar porque ya cayó en Florida. No cree que sea fan ya de las noches, y no cuando las comparte con el continúo extraño que se ha vuelto un dolor de cabeza. Esta falsa relación será algo con lo que tendrá que vivir por unos meses.Gianluca abre la guantera frente a ella, y saca una carpeta. Se lo deja en las piernas. Elena no tarda mucho en darse cuenta que se lo está entregando, y sus manos tampoco se demoran en abrirla.“Elena Russo dueña de la mansión ubicada en Biscayne Point Miami Beach, FL, por un monto
—Y cuando seamos grandes me casaré contigo. Un pequeño de seis años corrió tras la niña de hermosos cabellos rizados y largos por el camino de arena lejos de sus casas. Un rincón oculto al que siempre acudían. Donde el niño la invitaba a jugar, donde no existía otra cosa que sus inocentes juegos de piratas, de aventuras, y de una princesa a la cual debía siempre rescatar en los castillos de arenas. En ese momento, corrían por el camino de piedras hacia las praderas, cerca de un arroyo de río que los esperaba todo el tiempo. El cielo azul, nítido, sin verse nubes borrascosas en la llanura. —¡Eso no puede ser posible! —la pequeña niña de cinco años repitió con risas, tomando su vestido para correr, sin detenerse, mientras atrás de ella un osado y valiente pequeño también la seguía. —Nos casaremos como mi mamá y mi papá —el niño se acercó a la pequeña, quien se detuvo frente al parque. Inmensos arreboles verdes con frutos, un pasto verde y llamativo que había florecido por las ante
20 años después.—¡Hey tú! ¡Muévete! Aquí no hay sitio para que duermas, princesita. ¡Apresúrate! —una mujer alta y fumando un cigarro es quien exclama, empujando a la otra mujer delante de ella—, ¡Aquí comemos todas la misma basura!Su empuje hace que su contrincante se tambalee hacia adelante, y la bandeja de aluminio donde lleva la comida caiga al suelo en un fuerte y doloroso estruendo. Es tan abrupto el golpe que inclusive se puede creer que se ha fracturado uno de los huesos.—¡Demuéstrale que manda, Vidente!—¡Dile a esa zorra que deje de hacerse la víctima!—Y haz que coma tierra.En medio de la cocina de la prisión, el ruido es fuerte, estruendoso, casi rompe las paredes oscuras de éste lugar. El bullicio alejado empieza a murmurar. A reírse en voz baja. A mirar con indiferencia a la mujer que está en el suelo.—Déjame levanto a la princesa. ¡Oigan, déjenme y levanto a Su Majestad! —la misma mujer todavía con su cigarro, a quien gritan como “Vidente”, observa a la mujer que i
Elena no lo cree hasta que la reja de su celda se abre, y desde la distancia es Vidente quien observa con incredulidad todo esto. En el pasillo hacia la salida, las visitas a las reclusas están ya permitidas pero no ve a nadie conocido. Sólo lleva el vestido que lavó la noche anterior y nada más que una manta doblada en su brazo.—Rápido, camina —Elvira la empuja con fuerza. Está indignada y furiosa—, ¡Muévete!—Me sigues empujando y te voy arrancar el cuello —se zafa Elena de su agarre.Sin embargo, una voz retumba entre todas las voces en la sala de las visitas.—¡¿Es que cómo se te ocurre decirme qué no?! ¡A mí! Pagué mucho por ti y estás aquí por evadir impuestos ¿sabes cuánto dinero perdí por tu culpa? ¡No sabes!Los gritos pueden escucharse desde aquí hasta el centro de la ciudad, o hasta el centro del caribe, y es el único sonido que se oye en todo el lugar. Mientras se acerca Elena al final del pasillo, vuelve a oír la voz: pertenece a una mujer que ya ha visto en el patio.—¿
—Sé que quieres recuperar la empresa y tu reputación, Gianluca. Lo mejor es que te concentres ahora en tu boda —el hombre que está bebiéndose su whiskey, mira a su primo con su traje negro frente al espejo.A quien se dirige tiene el cabello peinado hacia un lado. Lo bastante atractivo como para que sea difícil apartar la mirada, y una taciturna personalidad que es la fuente de su encanto. Se arregla las mangas del traje y responde:—Della Famiglia es mía, Valentino —es una respuesta contundente.—Era, primo. Era tuya —responde Valentino, levantándose y dejando el vaso de whiskey en la mesa—, Enrico ya tiene en su poderío todo lo que era tuyo. Y me parece que está convencido de que no dejará nada ni para ti ni para nadie. Además, Renata no estará contenta de que pienses en esa clase de cosa. Eres ambicioso. Tu prometida será más escandalosa que antes —dice Valentino.Se da la vuelta y recibe el saco de su mayordomo. —Esto es simple compromiso —se acomoda su reloj—, Renata y yo no es