3. No hay un felices para siempre

—Sé que quieres recuperar la empresa y tu reputación, Gianluca. Lo mejor es que te concentres ahora en tu boda —el hombre que está bebiéndose su whiskey, mira a su primo con su traje negro frente al espejo.

A quien se dirige tiene el cabello peinado hacia un lado. Lo bastante atractivo como para que sea difícil apartar la mirada, y una taciturna personalidad que es la fuente de su encanto. Se arregla las mangas del traje y responde:

—Della Famiglia es mía, Valentino —es una respuesta contundente.

—Era, primo. Era tuya —responde Valentino, levantándose y dejando el vaso de whiskey en la mesa—, Enrico ya tiene en su poderío todo lo que era tuyo. Y me parece que está convencido de que no dejará nada ni para ti ni para nadie. Además, Renata no estará contenta de que pienses en esa clase de cosa. Eres ambicioso. Tu prometida será más escandalosa que antes  —dice Valentino.

Se da la vuelta y recibe el saco de su mayordomo. 

—Esto es simple compromiso —se acomoda su reloj—, Renata y yo no estamos en una relación. Ella no me interesa —se coloca el saco de su traje, con expresión imperturbable—, mi reputación es lo único que me interesa. 

—Pero Renata le dice a todo el mundo lo tanto que la amas, y lo tanto que te ama. Es más, una pareja felizmente comprometida —Valentino toma una uva cerca de la mesa servida—, no la culpes de estar enamorada de ti desde que tiene cinco años. 

—La única enamorada es ella —rezonga de mala gana, restándole importancia al asunto. 

Un matrimonio está bien visto en su clase social. Renata es un simple uso que necesita para su beneficio. Una familia estable y respetable lo ayudará a mantener su reputación intacta. 

—La traición es lo último que yo perdono —y la acidez en sus palabras tilda esa sensación de odio—, y quiero a Enrico tras las rejas. 

—Su carro está listo, señor —informa el mayordomo.

—Voy enseguida.

—¿Te espero debajo? —pregunta Valentino.

—Necesito hacer un par de llamadas, por si no te molesta. Quiero estar solo —le responde a Valentino.

Cuando Valentino se marcha, espera que las puertas están cerradas para mirar a Flavio.

Aprieta la mandíbula con fuerza. 

—Alguien está dentro de Fattoria Verde —le dice a Flavio, enervado. Mintió. Sólo quiere estar a solas con Flavio—, quiero que estés al pendiente y me digas si sospechas de alguien. Hay un contrato, quinientos millones de dólares. Estarás al pendiente de eso.

—Sí, joven. Entiendo  —responde Flavio—, ¿Hay algo más en específico que quiera hacer, señor? 

—Espera mis órdenes —le contesta con seriedad. 

El toque de la puerta lo distrae. Flavio abre la puerta también atento.

—¿Señor Mancini? —la pregunta viene de una mujer del servicio que ya ha visto. Al tener su atención, la mujer baja la mirada y saca un sobre de su uniforme—. Esto es para usted.

—¿Quién lo envía? —pregunta. No quiere molestias ahora.

—Lo trajeron para usted, un hombre que no se registró. Sólo dijo que debían dárselo al señor Mancini, el prometido de la señorita Renata Bertolini. 

Cuando observa el sobre, agradece a la mujer.

—Con permiso —se aleja la mujer por el largo pasillo color rojo. 

No tiene remitente ni su nombre. Aún así, lo abre y creyendo que encontraría un par de papeles, la realidad juega en su contra cuando, sin esperarlo, son fotografías lo que encuentra. 

Varias de ellas, una tras otra. Nítidas y que ningún movimiento, sonrisa, acaricia y besos se pierda. 

Se queda inmóvil durante un momento.

—¿Joven Gianluca? —dice Flavio.

La cólera lo inunda en menos de un segundo. Sin decir algo, contempla más que enervado. Esa sensación amarga que no lo deja ni pasar saliva, viendo como los brazos de Renata rodean el cuello de quien mira enamorada. No es él. Y no se trata para nada de la infidelidad porque jamás le importó Renata.

Ese ardor que ciega su mente debido al enorme enojo transformándose en cólera aumenta cuando otra foto muestra a Enrico y a Renata besándose. 

“Cásate con Renata Bertolini y sacaremos éstas fotos a la luz pública.”

—Joven Mancini.

Le coloca de mala gana las imágenes a Flavio en el pecho.

—¿Qué sucede, joven Mancini? 

No responde a Flavio, sino que baja las escaleras, en silencio. Pero el silencio es lo que calma la profunda aceleración de sus impulsos, cegados por el odio hacia Enrico De Santis, a quien quiso como su propio hermano. 

Su ira es palpable en cada paso que da hacia la salida de su casa. Se convence de que no puede confiar en nadie, ni en su propia sombra. 

—¿Señor Mancini? —comienza Flavio cuando ve al hombre furioso agarrando el teléfono.

Timbres después, oye una voz.

“¿Gianluca? ¡Vaya! ¿Qué sucede? ¿Por qué llamas a la casa de nuestra familia…?”

—¿Dónde está tu hermana? —gruñe impaciente—, ¿Dónde está Renata?

“Está aquí a mi lado. ¿Por qué no la llamas a su teléfono…? Oye, Renata, es tu novio.”

Una nueva voz escucha tras el teléfono. 

“¿Cielo?” la voz de Renata lo saca de quicio.” ¿Por qué llamas así tan de repente…?”

—No habrá boda —lanza sin más preámbulos. Decidido, tosco y totalmente sacado de sus cabales. Pero mantiene la calma—, la boda se cancela.

“¿¡Qué estás diciendo?!” Renata pega un grito que no duda que Flavio no lo haya escuchado.”¿¡Qué quieres decir con qué no hay boda?! ¿¡Estás loco?!”

—No habrá boda mañana. 

“¿¡Gianluca?! ¡Cómo te atreves hacerme esto! ¿Qué sucedió?”

—No estoy interesado en continuar así que encárgate de cancelarlo todo. 

¡No puedes cancelar la boda como si nada! ¡Te juro que yo…!”

—Sí —su mirada es una mancha de seriedad—, si puedo —y cuelga. 

Nadie le mirará el rostro de idiota, y mucho menos ésta mujer que ya no le es útil.

—¡Señor! —expresa Flavio cuando ya lo alcanza—, ¡Esto no puede salir a la luz! ¡Sería…fatal para usted!

—Ese hijo de puta la tiene dentro de mis asuntos para sacarle información —expresa colérico—, Enrico está dentro de Fattoria Verde por medio de esa mujer. 

—Estas fotos no pueden salir a la luz, no pueden, señor. Será peor para su reputación y…¿la señorita Renata? Esto no puede estar pasando. 

—Por eso mis números son públicos, ahora lo entiendo  —aprieta los dientes. Sólo existe rabia—, Enrico pretende sobornarme de nuevo y ahora con Renata haciendo públicas éstas fotos —aprieta la mandíbula, caminando hacia su auto—, vamos a ver quién soborna a quién.

***

—¡Renata, cálmate! —expresa la mujer. Está viendo cómo su hermana rompe el vestido de novia de casi un millón de dólares con lágrimas en los ojos—. ¿Qué se supone que vio para que cancele la boda de repente? 

—¡Cállate, Natalia! —y Renata se gira, gritándole en el rostro. La empuja para salir del cuarto. Los trabajadores de la mansión se hacen a un lado conforme avanza—, dame un teléfono. ¡Dame un maldito teléfono! —empuja con rabia a la mujer del servicio que le entrega lo que pide—, ¡Ahora largo! —le vuelve a gritar.

Natalia divisa el temor de las personas con la furia de su hermana, y cierra las puertas del salón.

—¿Qué estás haciendo, Renata? —pregunta Natalia—. ¡Renata! 

Está de espaldas, pero puede observarla con el teléfono ya en la oreja. Las lágrimas de furia están apoderándose de la locura del dolor en su hermoso pero enojado rostro. 

—Pagará por lo que me está haciendo —expele Renata toda la rabia que hasta Natalia cree que no es su hermana quien está hablando—, esto no se quedará así. ¿Cómo se atreve a hacerme esto? ¿¡A mí?! —Renata no habla sino grita. Escupe maldiciones al agarrar con temblor el teléfono—, ¿Cancelar nuestra boda? ¿Dejarme plantada y terminarme por teléfono? 

—Tú sabes que ese hombre —Natalia se acerca con pasos lentos hacia su hermana—, nunca estuvo interesado en ti…

—¡Cierra la boca! —Renata prohíbe que Natalia diga otra palabra, al borde del colapso de la locura—, ¡Él se iba a casar conmigo! ¡Íbamos a tener una familia feliz! ¿Y cancela nuestra boda? ¡Es un imbécil! —Renata siente el siguiente tono y alza el dedo para callar a Natalia—, ¿Hablo con Caterina? —aprieta los dientes—, soy Renata. 

Natalia abre los ojos.

—¿Renata? ¿Qué vas a hacer?

Vuelve a callarla con la mano. 

—Tengo un trabajo para ti y lo quiero para mañana mismo. No, no se trata de mi boda —los ojos de Renata se oscurecen—, quiero que para mañana mismo le des a tu cadena de televisión fotos de Gianluca Mancini con una amante. ¡No me interesa si eso es imposible! Tómale foto con la primera mujer que se le cruce —se quita el teléfono pero habla por el altavoz—, Quiero su imagen arruinada antes de que acabe el día de mañana y que la noticia revele que me está engañando. ¡Hazlo y punto! 

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