2. Dolor

Elena no lo cree hasta que la reja de su celda se abre, y desde la distancia es Vidente quien observa con incredulidad todo esto. En el pasillo hacia la salida, las visitas a las reclusas están ya permitidas pero no ve a nadie conocido. Sólo lleva el vestido que lavó la noche anterior y nada más que una manta doblada en su brazo.

—Rápido, camina —Elvira la empuja con fuerza. Está indignada y furiosa—, ¡Muévete!

—Me sigues empujando y te voy arrancar el cuello —se zafa Elena de su agarre.

Sin embargo, una voz retumba entre todas las voces en la sala de las visitas.

—¡¿Es que cómo se te ocurre decirme qué no?! ¡A mí! Pagué mucho por ti y estás aquí por evadir impuestos ¿sabes cuánto dinero perdí por tu culpa? ¡No sabes!

Los gritos pueden escucharse desde aquí hasta el centro de la ciudad, o hasta el centro del caribe, y es el único sonido que se oye en todo el lugar. Mientras se acerca Elena al final del pasillo, vuelve a oír la voz: pertenece a una mujer que ya ha visto en el patio.

—¿Hasta cuándo me reclamarás? Busca a otra y punto —dice la prisionera.

—¡Como si fuera tan fácil, Valeria! ¡Ahora no tengo modelos por tu culpa! ¡No tengo nada! Te juro que te arrepentirás, te juro que…

Elena y la mujer que le reclama a Valera hacen contacto visual tras el vidrio.  Y de pronto la mujer se calla.

Como si mirara un fantasma, la mujer abre los ojos.

Elena rompe el contacto cuando Elvira la empuja más hacia el final del pasillo.

—Te esperaremos aquí, de vuelta a tu hogar—Elvira lástima su brazo con el apretón—, no dejarás nunca la cloaca.

—Habla por ti —Elena se zafa, mirando con el mismo desagrado—, recuerdo cada cosa que me hiciste, Elvira —sus ojos llenos de odio no la dejan de ver—, las voy a recordar siempre.

—Qué lindo de tu parte —vuelve a decir Elvira— ¡Que te muevas! —expresa Elvira, empujando más a Elena hacia la puerta. Se oye un sonido, indicando la abertura de la reja. Elvira suelta el brazo de Elena quitándole las esposas para lanzarla adrede lejos del pasillo—, las ladronas nunca tienen un final feliz —es lo último que dice, con toque de desprecio.

Cuando huele el aire distinto, Elena olvida todo el infierno que la tenía sin vida, alzando la vista hacia el cielo. ¿Realmente está en libertad?

Tiene una mejilla morada. Hematomas por el cuerpo y no quiere ni ver su estómago. Observa la calle. ¿Libertad? ¿A costo de qué? Está demasiado débil como para celebrarlo. Y con su cuerpo bañado en nada es imposible incluso dar un paso al frente.

Pero aún así, tomando un suspiro y con los ojos llenos de lágrimas, jadea.

Aún con el dolor y la tortura en su cuerpo, corre lo más que puede hacia las calles, dictaminando con fuerza los pasos, ésta libertad es la primera que siente luego de años encerrada.

Y llora en silencio. Sus lágrimas caen por sus mejillas y ni siquiera el dolor de su cuerpo se compara con el dolor de su alma.

Años pagando por algo que nunca hizo, y sin dinero para pagar un abogado o para pagar una fianza, su destino fue pasar día y noche encerrada en una celda sin ningún tipo de lujos: sin ningún tipo de esperanza.

Pero esa esperanza, aunque mínima, surge desde que comienza a sentir el aire, escucha los sonidos de los carros y a las personas, y huele algo más que sólo moho o ropa sucia. Fue su culpa al ser tan ingenua.

Sigue corriendo para alejarse de todo ese sufrimiento. Llorando y sintiéndose que una parte de su vida se le fue arrebatada.

¿Por qué sufrió tanto?

Está tan despistada que no se da cuenta de los automóviles en medio de la autopista. La adrenalina comienza a ser de las suyas y en medio de su cruce, el sonido del freno de un carro la saca del trance.

Es tan rápido lo que sucede que si de haber sentido el golpe crudo del choque en su cuerpo no lo hubiese sentido para nada.

Pero ese choque nunca llega.

Y lo único que logra escuchar son los frenos tan abruptos en medio de la calle que deja las huellas de las llantas en el piso.

Elena coloca las palmas en el capó de éste auto negro, y al no ver a nadie, o no ver al piloto, quita las manos con rapidez.

Aunque se tambalea porque si ha golpeado sus piernas.

—Perdone, lo lamento mucho. Pero el semáforo estaba en verde —aunque se siente débil, señala hacia arriba de ella cuando observa que un hombre sale del auto.

—¡Perdóneme, no la vi! —de repente, una voz retumba frente a ella—, ¿Está bien, señorita? ¡Déjeme ayudarla…!

Elena tiene que girar el cuerpo notando como la mujer deja de ver su teléfono para que una expresión de horror e incredulidad la inunde por completo.

Cuando ambas se vuelven a ver después de años, el destino juega de las suyas.

Elena observa, horrorizada y a la vez con rabia a ésta mujer.

—Vaya —Elena suelta un suspiro de incredulidad—, y yo que creía que mi vida no podía ser peor. Qué casualidad, ¿No es así?

—¿Qué haces aquí? —la voz de la mujer también tiene delata la conmoción unida con el descontento.

—¿Qué hago aquí? —Elena pregunta, tomando aire—, disfrutando de mi libertad. ¿Acaso no ves? Renata, ¿o no te acuerdas que desaparecí de la noche a la mañana?

—¿Renata? ¿Qué estás haciendo? Vamos tarde, tenemos que ver tu vestido de novia.

Elena escucha con claridad la voz que viene del auto. Es otra mujer, desconocida para ella.

—¿Vas a casarte? —Elena inclina el rostro. También está controlando la rabia por dentro—, felicidades.

Renata abre los ojos, enloqueciendo por lo que ha escuchado.

—¿No te acuerdas de mí, Renata? ¿En serio? —Elena respira por la boca. No sabe si podrá controlarse—, qué mal, yo si te recuero muy bien.

Cuando divisa con repulsión y sorna a Elena, Renata se echa a reír, ocultando su estupefacción.

—¿Y cómo no ibas a recordar a una de las personas que robaste? —Renata se acerca a Elena con disimulo—, perdóname, mi cabeza está en otra parte —la señala—, dices una sola palabra y te vuelvo a encerrar en la cárcel.

—Te conviene a ti que me quede callada, lo sé. Yo no robé a nadie. Me acusaron de algo que nunca hice.

—Eres una ladrona, por eso te acusé. Si dices algo más vas a conocerme en verdad.

—Quiero ver que lo intentes.

—Júralo por Dios que todo lo que hiciste en la campaña publicitaria nunca valdrá todos los años en prisión porque lo único que sirve es que te pudras en el infierno —Renata se da la vuelta—, nada cambia que estés afuera. Nadie, absolutamente nadie querrá trabajar contigo —Renata abre la puerta del carro—, porque eres una mentirosa ladrona. Apártate de mi camino.

Elena toma aire con fuerza, parpadeando para que sus lágrimas de rabia no salgan de sus ojos.

—Oh —Renata exclama—, ¿Vas a llorar, Elena? —sólo discordia y burla en su tono—, pobre de ti. Pobre ladrona, pobrecita. ¿Verdad? Eso es lo que te mereces. Si no te quitas voy a estrellarte, y sabes muy bien qué soy capaz de hacerlo.  

Elena no puede quedarse más en el sitio porque el tráfico comenzó a nacer debido a su culpa. Los gritos de las personas quejándose contra ella empiezan a escuchar cada vez más y más fuerte.

—¡Quítate del medio, pordiosera! ¡Vamos!

—¡Alguien llame a la policía!

Renata se coloca los lentes al oír las exclamaciones. Luego, una sonrisa oscura antes de entrar al auto.

Se odia a sí misma por sentir debilidad, por no estar lo suficientemente fuerte para enfrentarla e incluso para gritarle.

Elena retrocede hacia la cera, ignorando las voces que vienen por detrás. Y el auto negro que llegó para que enfrente su realidad, sale disparado lejos.

Es increíble. Es simplemente increíble.

Alejándose demasiado de la calle, se aferra a la pared que encuentra para controlarse. Apenas ha caminado un poco y está desorientada por la rabia. ¿¡Cómo pudo ser posible!? ¡¿Cómo?!

En libertad o no todo sigue igual porque Renata Bertolini siguió su vida como si nada.

La impotencia, la rabia, la tristeza y el dolor haciendo de las suyas cuando se dio cuenta de su fatal error.

Escucha el noticiera de la cafetería a un metro de distancia. Elena entrecierra los ojos con dolor al observar la imagen del noticiero.

“La boda de Renata Bertolini es la sensación de ésta semana. Nos llega información de su círculo más íntimo que su boda será éste mismo sábado con un magnate italiano. ¡No habíamos visto una boda tan sensacional como ésta! Siendo una de las mujeres más cotizadas del mundo del modelaje es casi un cuento de hadas. Y ella misma lo dice, su boda será cómo un cuento de hadas.” La animadora se echa a reír.” Estaremos en vivo en su boda y toda información será en exclusiva…”

Puede ver la imagen clara de Renata Bertolini carcajeándose al lado de su prometido.

—¡Desgraciada! —expresa Elena tocando su vientre. Sigue doliéndole, y no sanará pronto—, te haré pagar todo. Por tu culpa —y el dolor por esos horribles recuerdos llenos de abusos y tortura en la prisión la ciegan.

—¡Dios Mio! ¿¡Estás bien?!

Una voz acelerada sobresale de entre las demás. La gente es indiferente a su dolor y a su llanto, por lo que no se esperaba oír algo como eso viniendo de una voz femenina a su lado. Elena voltea el rostro hacia atrás, y aunque siente debilidad no le impide abrir los ojos, estupefacta.

—¿Estás bien? ¿Alguien te hizo algo?

¡Es la misma mujer de la prisión! Aquella cuyos gritos se escuchaban por todas partes y quién calló una vez puso los ojos en ella. Se acerca a tomar su cuerpo.

—¿Necesitas ayuda? ¿Te duele algo?

—¿Señora? —Elena parpadea, confundida—, ¿Qué hace aquí?

—Es que estaba buscándote —la mujer dice con rapidez, incluso con una sonrisa—, ¡Y aquí estás! ¿Pero estás bien?

—Estoy bien. Estoy bien. ¿Qué necesita?

—Primero sentémonos —la mujer señala justo las sillas de un restaurante, a las afueras. Elena no comprende su ansioso comportamiento—No me tomará mucho tiempo, ¡Descuida! —la mujer coloca los ojos de Elena—, ¡Hola otra vez! —la mujer sonríe, como si estuviese sorprendida—, es un placer conocerte, señorita. Soy Simone, analista en una agencia de modelaje. ¿Cómo te llamas? Sólo necesito un par de minutos.

—¿Para qué quiere saber mi nombre? —Elena se sienta, aguantando el dolor de los golpes.

Simone saca de su cartera una tarjeta cuando también se sienta.

—¿Quieres que te lleve al hospital? No te veo muy bien.

—Quiero saber porqué me siguió hasta aquí si no le molesta, señora —Elena suelta suspiros largos.

Simone parece reconsiderar lo que dirá pero vuelve a sonreírle.

—Esta es mi compañía. Y estoy en busca de caras nuevas para mi compañía. Y tu rostro es —la mujer une sus manos—, es el perfecto. ¿Cuántos años tienes? ¿Te intensaría trabajar conmigo? ¡Debe ser un milagro! —la mujer parece que ha conseguido una mina de oro porque no deja de sonreír—, Escucha, puedo ofrecerte un trabajo porque eres el rostro con el que he estado soñando todos estos días…

—¿Si sabe que acabo de salir de una cárcel? —Elena mira hacia atrás, mira las calles, observa todo con ojos nuevos.

Simone se encoge de hombros.

—Eso podemos solucionarlos —Simone vuelve a sacar algo de su cartera. Y lo que saca es un cuaderno. Al abrirlo sólo ve fotografías—, puedes observar a las muchachas y el nombre de mi agencia. Es conocida aquí en Estados Unidos —observa todo el cuerpo de Elena sin dejar de sonreír, notando sus ropas—, las modelos son quienes reciben más de la mitad del porcentaje de las ganancias, y son a largo plazo.

El silencio en Elena crea en Simone una pequeña preocupación. Busca otra cosa en su cartera.

—Mañana llevarán modelos de nuestra agencia para que se presenten en la pasarela de la semana de París. Pero no te quiero para pasarelas, sino para publicidad. Eres demasiado hermosa como para que el mundo no te conozca, y con este pasado trágico, la gente adora la polémica —Simone explica tal cual estuviese emocionada—, ¿Qué dices? Hoy es tu día de suerte y el mío también—señala la dirección en el folleto—, habrá reclutamiento, pero me encantaría que asistieras. Es un gran trabajo, y créeme, será todo un éxito. Eres lo que estaba buscando.

—¿Un trabajo?

—¡El mejor!

—¿Cuánto pagan en éste trabajo? —Elena pregunta, observando las imágenes del portafolio y del folleto.

Simone se toma de las manos.

—Más de lo que puedas pedir, de lo que puedas imaginar. Y créeme, un rostro como el tuyo no será pasado por alto tan fácilmente —Simone sigue sonriendo. Y se muerde los labios—, ¿Qué dices? ¿Aceptas? Puedes ver todo lo que hacemos, pero te aseguro que no desistirás. Te juro que no te arrepentirás, y sobre el dinero, tu porcentaje será elevado, créeme. Si me dices que sí ahora mismo podemos ir a mi oficina. ¿¡Por qué perder el tiempo?!

—¿Ahora? —Elena pregunta, incrédula.

—¡Ahora!

Elena se queda en silencio. ¿Modelos de publicidad? ¿Modelar en una revista famosa? Los recuerdos de su antiguo trabajo y del porqué la encerraron en una prisión vienen a su mente: trabajaba en una editorial antes de que arruinaran su vida. ¿Es la oportunidad para hacer su vida de nuevo? Siente la desesperación de no tener nada. Se traga el llanto, y con el nudo en la garganta, observa a Simone.

—¿Qué hay qué hacer? —pregunta Elena.

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