02 Escapando de la muerte

Pov Leina

  Mi padre tomaba el manojo de llaves y metía una a una en la pequeña ranura de la puerta.

  Sus manos temblaban haciendo que se cayeran las llaves varias veces, volviendo a comenzar de cero.

  —Papá, dime qué es lo que pasa, ¿Reiner está bien?

  Pregunté aun pensando en el momento en que acepté su rechazo, parecía que a él lo estaba matando.

  —Está vivo, es todo lo que sé, pero su padre mandó a preparar un escenario para ti, serás ejecutada por intentar acabar con la vida del Alfa.

  En ese momento la cerradura resonó en el espacio frío, la reja se abrió con un chirrido y mi padre comenzó a arrastrarme hacia la salida.

  Las antorchas iluminan el pasillo, creando sombras en las celdas que permanecían vacías.

  Podía escuchar como las ratas se arrastraban en la oscuridad huyendo de nuestra presencia.

  Las paredes de piedra negra se cerraban sobre mí, haciéndome sentir asfixiada.

  —Papá, espera…

  —Escucha bien Leina, te ayudaré a llegar a la cascada, una vez que la cruces, corre… corre todo lo que puedas hasta llegar al cruce de piedra.

  —¿Pero qué hay de ti?

  —No regreses, no vuelvas por mí, olvida todo de esta manada, si regresas, te van a condenar a muerte y no puedo ver eso, le prometí a tu madre que te cuidaría.

  Se detuvo y volteo a verme, el hombre, el gran Beta, ahora estaba frente a mí, con lágrimas rodando por sus mejillas.

  Estiré mi mano para secarlas, jamás había visto a mi padre de esta forma.

  Me lancé sobre él, llorando, asustada de lo que sería de mi vida ahora.

  Él no dudó en atraparme en sus brazos como lo hacía cuando era niña. Siempre que algo me pasaba, era él quien me consolaba.

  —Vamos, Leina, debo sacarte de aquí.

  Me apartó, tomó mi mano y comenzó a arrastrarme de nuevo.

  Salimos al exterior donde había cuatro guardias tirados en el suelo con la garganta arrancada.

  —No te preocupes, tengo a alguien que se encargará de esto.

  A lo lejos, escuchaba el alboroto, las mujeres riendo, los hombres chocando sus tarras brindando, la enorme fogata que ilumina de naranja el espeso bosque que nos rodea.

  Mi padre me arrastra hacia el otro extremo, por un pequeño sendero que conduce a la cascada en la que estuve la noche anterior.

  Alcé mi mirada a la luna que era cubierta por las finas ramas de los árboles. Su luz bajaba para alumbrar nuestro andar y al mismo tiempo creaba siluetas para ayudarnos a camuflar.

  Llegamos a la orilla del agua, su corriente es suave y calmada, alcé mi vista a la plataforma donde pensé que recibiría a mi loba.

  —Leina, a partir de aquí debes seguir sola.

  —Papá…— no quería dejarlo, me aterraba la idea de que lo fueran a lastimar. Me aferré a él con fuerza, dejando escapar mis lágrimas.

  —Hija mía— tomó mi cara entre sus manos, viéndome con ese amor que siempre ha tenido por mí.

  —Vive, sé feliz, yo estaré bien sabiendo que tú lo estás. Ahora presta atención, debes llegar al cruce de piedra, mi hermano te estará esperando ahí, te llevará a su manada y te acogerá.

  Comencé a negar con la cabeza renuente a dejarlo.

  —Debes cuidarte en el camino, entrarás en tierra neutral— me entregó una daga de plata, luego lo vi quitarse el collar que pertenecía a mi madre y ponerlo en mi cuello.

  Quería protestar, pero el aullido proveniente de la manada callaron todas mis quejas.

  —Ya se dieron cuenta, ¡corre Leina, corre y no mires atrás!

  Abracé a mi padre una última vez y me di la vuelta para huir.

  Apreté con fuerza la funda de la daga y me sumergí en el agua que apenas me llega a las rodillas.

 Traté de no caerme con las piedras al fondo, el dobladillo de mi vestido ya estaba mojado y solo se podía escuchar el chapoteo del agua.

 Cuando llegué al otro lado, miré la orilla vacía del otro lado.

 —Diosa, protege a mi padre por favor.

 Comencé a correr por entre los árboles, los aullidos a lo lejos erizaban mi piel, sería cuestión de tiempo antes de que dieran conmigo.

 Vi el límite de la manada a lo lejos y quise detenerme, allá afuera estaba en peligro, sin un lobo no era rival para nadie.

 Giré hacia atrás para ver si estaban cerca, una mala decisión que me hizo tropezar con las raíces, haciéndome caer por una pendiente muy empinada.

 Rodé sin detenerme, sintiendo como las pequeñas piedras raspaban mi piel y pequeñas astillas se clavaban en ella.

 Al llegar abajo veía puntos brillantes frente a mis ojos, veía todo doble y el dolor de mi cuerpo era arrasador.

 «Levántate, debes levantarte»

 Giré en todas direcciones, pero no pude hallar con la voz que me había hablado.

 Con un quejido me levanté apoyándome de un árbol.

 Tomé mi costado donde posiblemente me quebré una costilla o dos.

 Los aullidos volvieron a resonar más cerca, no podía creer que habían salido de los límites de la manada.

 Miré hacia arriba, viendo lo alto de la pendiente por donde casi me voy con la Diosa.

 La luz naranja brillando me daba a entender que literalmente los tenía respirando en mi nuca y no podía dejarme atrapar.

 Me alejé de nuevo del lugar, tratando de ubicar donde estaba.

 Mis sentidos en alerta, con la adrenalina corriendo por mi cuerpo y el corazón saltando con fuerza en mi pecho.

 «Ve a la derecha, debemos llegar al río»

 Le hice caso a aquella voz, no sin antes volver a mirar en todos lados.

 Forcé a mis músculos a correr una vez más.

 —¡AHHH!— grité cayendo al suelo, escapando por poco de unas enormes garras.

 Me incorporé rápidamente, observando al enorme lobo negro con ojos naranjas.

 Esos ojos que solo tienen los rogues y estaba frente a un Alfa.

 Me arrastré sobre mi trasero, contra el suelo, mis ojos fijos en aquella bestia que no dudará ni un segundo en acabar con mi vida.

 No tenía posibilidad de ganar y contra un Alfa renegado menos.

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