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3. Un monstruo en su interior

Perla y Rubí estaban preocupadas. La noche anterior Amelia llegó a casa en horas de la madrugada, aquello no era lo extraño; pues solía suceder siempre que tenía eventos de gran magnitud. Lo raro era que no quería salir de su habitación ni siquiera para desayunar. Ambas ya habían hecho hasta lo imposible para hablar con ella, pero ninguna tuvo éxito.

—Estoy bien —decía Amelia desde el interior.

—Sal de ahí y hablemos —le rogaba Perla.

—Mas tarde, estoy muy cansada —intentó tranquilizar a ambas.

—Sabes bien que no es solo cansancio —insistía Rubí.

Amelia conocía a sus amigas y sabía que no la dejarían en paz hasta saber que había sucedido así que después de varias horas las dejó entrar en su recámara. Las dos llevaban comida para ella, la pobre no había probado bocado desde un día antes. Llevaban fruta picada y jugo de sandía, además habían puesto nachos con chili en otro recipiente, los favoritos de Amelia.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Perla.

—No es nada —aseguró Amelia tratando de esconder su rostro.

—Ven para acá —exigió Rubí—. ¿Cómo que no es nada? —la cuestionó.

—Bueno... —hizo una pausa—. Me asaltaron —contestó.

Ambas se observaron entre sí para concluir que aquello no había sido un simple asalto.

—¿Te asaltaron? —interrogó Rubí.

—Sí —respondió dudosa.

—Y si no robaron tu móvil ¿Qué te robaron? —preguntó Perla al observar el teléfono sobre la mesita de noche.

—Dinero —aseguró Amelia.

—¿Nos consideras unas tontas? —preguntó Rubí.

Las dos tenían la certeza que Amelia les estaba mintiendo.

—No, claro que no.

En ese momento comenzó a llorar recordando lo que sucedió la noche anterior. Perla y Rubí guardaron silencio a la expectativa de lo que tenía para contarles. Respiró profundo y dejó salir su dulce voz.

—Bruno abusó de mí —comentó.

—Santa virgen ¿Cómo así? —Perla corrió hasta ella.

—¿Cómo? ¿Estás hablando en serio? —pregunto Rubí consternada igual que su amiga.

—Claro que estoy hablando en serio, que gano yo con hacer una broma de tan mal gusto.

—Tenemos que ir a la policía —sugirió una de las dos.

—Maldito asqueroso —insultó la otra.

—Hay niñas. Fue Bruno, es su palabra contra la mía.

—¿Y qué?

La inocencia de ellas era muy grande. ¿Acaso no se daban cuenta de quién se trataba? Bruno era un hombre poderoso, con muchos contactos; en la policía, sobre todo. De eso Amelia no tenía duda.

—Yo hablo y él me mata, jamás van a creerme —se lamentó.

—Pero ¿Por qué no han de creerte? Existen análisis que pueden comprobar lo que dices —decía Perla.

—Les aseguro que no he terminado de hablar y ese tipo ya tiene comprado a medio mundo.

—Amelia tiene razón —dijo Rubí.

—Si ven lo que me hizo —comentó señalando la herida que traía en el cuello.

—Es un animal ese tal Bruno.

—Esto fue solo por un grito de auxilio. ¿Se imaginan si pongo una denuncia en su contra?

—Te asesina, seguro que sí —advirtió Perla.

—Cállate —la regañó Rubí.

—¿Y cómo estás tú? —preguntaron las dos casi al mismo tiempo.

—Estoy bien, no era virgen, tampoco es que me robó la inocencia, pero imagínense una cosa es por decisión propia y otra es por la fuerza.

—Y yo que tanto te pedí que aceptaras salir con él —dijo Perla —. Me parecía una buena persona —agregó.

—Si necesitas hablar ya sabes que aquí estamos para escucharte.

—Por supuesto que necesito hablar y nadie mejor que ustedes para desahogarme.

Amelia relató con lágrimas en los ojos lo que había sucedido la noche anterior.

No había personas en el lugar, o al menos no en aquel instante, todo fue tan rápido que ni tiempo de resistirse le dio. Al final de todo entendió que nadie llegaría a salvarla, además, aunque hubiese hecho su mayor esfuerzo hubiera sido en vano y quizá hasta peor.

Bruno estaba tan fuera de control que era capaz de matarla con tal de hacerla suya en aquel momento. Él mismo se aseguró de calmar el flujo de sangre de la herida y después prosiguió.

—¿Por qué eres así conmigo? —le preguntó.

—Soy como soy, con todos —aseguró ella.

—MENTIRA —gritó Bruno —. Conmigo te haces la santa —explicó.

—Yo no me puedo meter con usted, acaso no se da cuenta que puede ser mi papá.

—Cállate, me tienes loco de deseo por ti, ya no aguanto más, ya no puedo con las ganas que tengo de hacerte mía.

Su mirada era ardiente tanto que daba la impresión que de sus ojos salían llamas, ni siquiera parecía una persona sino más bien actuaba como un animal, después de todo lo único que quería era saciar sus deseos para sentirse más hombre y para vengar el rechazo constante de aquella hermosa jovencita.

—Déjeme salir —le pidió Amelia.

—Quería que esto fuera por las buenas, pero te has portado muy mal conmigo. Todo este tiempo solo has estado provocándome y te da igual todo lo que he hecho para conquistarte.

—Suélteme —suplicó.

Ella se estremeció de miedo cuando él la jaló hacia enfrente y casi se desmaya cuando sintió como estaba listo para hacerla suya. La agarró de los glúteos y la pegó a sus caderas. Amelia estuvo a punto de vomitar cuando sintió aquellos labios sobre su rostro. Intentó arañarlo, pero fue imposible. Él la sujetó con una mano y con la otra bajó su pantalón.

Ella lloró al darse cuenta que no tenía mucha alternativa y él pareció excitarse cuando la sintió tan vulnerable. Subió su falda y rompió su leotardo. Amelia intentó golpearlo en la entrepierna, pero lo único que consiguió fue enojarlo. La golpeó en la cara haciendo que cayera al suelo, se acercó y le quitó bruscamente su ropa interior, después la penetró. Unos minutos más tarde se tendió junto a ella; su respiración estaba agitada y sonreía de placer.

—¡Eres una mujer divina! — exclamó —. Más vale que te quedes callada para siempre. Tú hablas y te mueres —advirtió.

Bruno se puso en pie y salió, pronto llegarían a revisar los camerinos para cerrar las instalaciones, Amelia se paró y entró en la ducha. Vomitó mientras recordaba como su cuerpo había sido tomado a la fuerza y lloró de coraje, se sintió sucia y se sintió miserable.

Después se vistió y salió a la calle, los pocos que había no se percataron de lo que sucedió y era mejor así. De algún modo pasar desapercibida en aquel instante le brindaba a Amelia ventajas para defenderse.

Afuera llovía, era tarde y lo que menos quería era encontrarse con la gente, así evitaba preguntas para las que no tenía respuestas.

Caminó bajo la lluvia, lloró de tristeza al sentirse tan sola he indefensa y danzó para ella, a fin de cuentas, era lo mejor que podía hacer.

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